NOVENA DEL DIVINO SALVADOR DEL MUNDO
Estructura de la Novena para cada día:
1- Señal de la Cruz
2- Acto de Contrición
3- Oración preparatoria
4- Oración de los Santos Apóstoles
5- Rezo del Santo Rosario
(5 misterios y 3 Ave María)
6- Cita bíblica propia para cada día
7- Consideración propia para cada día
8- Petición para cada día
10- Oración conclusiva
11- Jaculatoria
SEÑAL DE LA CRUZ
“En el nombre del Padre, y del Hijo,
y del Espíritu Santo. Amén”
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío: por ser Tu quien eres, Bondad infinita, y porque te amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberte ofendido. También me pesa porque puedes castigarme con las penas del infierno. Ayudado de tu divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me sea impuesta, y confío que, por tu infinita misericordia, me has de conceder el perdón de mis pecados y me has de llevar a la vida eterna. Amén.
ORACIÓN PREPARATORIA
(Para todos los días)
Oh, Dios, que, en el misterio de la gloriosa Transfiguración de tu Divino Hijo, te dignaste hacer brillas las verdades de la santa fe católica, y confirmar milagrosamente con tu voz desde la nube, nuestra adopción de hijos tuyos, te suplicamos humildemente nos concedas ser coherederos de ese mismo Rey de la gloria y participes de su bienaventuranza eterna. Amén.
(El Sumo Pontífice León XIII, en 1889, concedió a esta Oración cien días de indulgencia).
ORACIÓN A LOS SANTOS APÓSTOLES
(Para todos los días)
Gloriosísimos Apóstoles San Pedro, Santiago y San Juan, que por especial predilección del Divino Salvador tuvieron la felicidad de contemplar en el Tabor su Transfiguración gloriosa, les rogamos humildemente nos alcancen del Señor la gracia de hacer con fervorosa devoción esta novena. “Bueno es estar con Jesús”; no permitan, pues, que nos apartemos jamás de Él. Háganos participes de sus sentimientos para vivir unidos a su Salvador, mediante una fe viva, una esperanza firme y una ardiente caridad que nos haga dignos de contemplar eternamente la hermosura infinita de nuestro Dios Y Salvador. Amén.
PRIMER DÍA
“Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y salió de la Nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado, En quien me complazco; escúchenle”. (Mt. 17, 5)
Consideración:
Vino a la tierra el Salvador para iluminar a los hombres. Vino para ser el Maestro de los pueblos. Su doctrina es divina, porque procede de Dios. “Lo que he oído a mi Padre, eso mismo lo enseño a ustedes”, dice Jesús. “Yo soy la luz del mundo”, ha Dicho nuestro Salvador, y el que sigue esa luz, no andará en tinieblas.
En la cumbre del Monte Tabor, el Padre celestial declara que Jesús es el “Hijo de sus complacencias” y lo presenta a los hombres como el Maestro a quien Deben oír: “escúchenle”, para no errar en el conocimiento De la verdad.
¡Que felicidad y que honor tan grande es para nosotros ser discípulos de tal Maestro!
Procuremos practicar con fidelidad y constancia los preceptos del Señor; seamos agradecidos por el inmenso beneficio que nos han concedido constituyéndose nuestro Maestro.
Petición:
Amabilísimo Salvador mío, yo creo y confieso que eres “la luz Eterna” que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Para confesarla aún más, rezaré el Símbolo de los Apóstoles: Creo en Dios Padre, Todopoderoso, creador del cielo y la tierra…
(Se concluye con las Letanías, Oración conclusiva y Jaculatoria, que se encuentran en las páginas finales)
SEGUNDO DÍA:
“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt. 5,3)
Consideración:
Jesús como Maestro, comenzó sus enseñanzas estableciendo los principios de felicidad que habían sido falseados por el paganismo. De aquí se origina el contraste entre la doctrina de Jesús y la del mundo.
El mundo dice: “Bienaventurados los ricos”, y Jesús enseña desde el monte diciendo: “Bienaventurados los pobres”, no precisamente los pobres de nacimiento, sino los pobres de “espíritu” cuyo corazón está desprendido de los bienes de la tierra.
¿Y por qué son “bienaventurados? “porque de ellos es el reino de los cielos”, dice el Salvador.
Esta pobreza cristiana trae consigo el goce anticipado de la felicidad del cielo, y da a las almas quietud y paz mientras reciben la herencia eterna que el Señor les tiene prometida.
Lo que nuestro Salvador nos enseña acerca de la pobreza nos da a entender lo que debemos pensar de las riquezas y de los que las consideran como un supremo bien. Para no apegar nuestro corazón a los bienes caducos y perecederos y no poseerlos con avaricia, tengamos presente estas terribles palabras de nuestro soberano Maestro: “¡Ay de ustedes ricos que tenéis vuestro consuelo en este mundo!” (Lc. 6-24).
Petición:
Te doy gracias, Salvador mío por haberme enseñado que con la pobreza se alcanzan las riquezas del cielo. Concédeme la gracia de imitarte viviendo pobre como Tú para merecer la gloria eterna. En obsequio, daré una limosna al necesitado por amor a ti. Amén
(Se concluye con las Letanías, Oración conclusiva y Jaculatoria, que se encuentran en las páginas finales)
TERCER DÍA:
“Carguen mi yugo y aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón; y hallarán descanso para sus almas” (Mt. 11, 29)
Consideración:
La primera lección que nos da nuestro Maestro es sobre la “mansedumbre”. Dice Jesús: “Aprendan de Mí, que soy manso”. El espíritu de mansedumbre es el espíritu de nuestro Salvador y de sus verdaderos discípulos.
El mundo está agitado y perturbado, porque no reina en los corazones la mansedumbre cristiana, que trae consigo la paz en las familias y en las naciones.
Esta virtud deja las enemistades y enojos, los rencores y venganzas; conserva la paz con Dios, con el prójimo y consigo mismo. Mantiene en las familias la buena armonía, la concordia y la unión, y hace que reine la condescendencia, la tolerancia, la cordialidad y la benevolencia.
San Gregorio Nacianceno dice que “la mansedumbre aproxima al hombre a Dios y lo asemeja a la Divinidad en cuanto es posible a la criatura humana".
Si reflexionamos sobre la conducta de nuestro Salvador con los hombres, hallaremos innumerables ejemplos de su mansedumbre para con todos.
Pidamos a Jesús la gracia de practicar la virtud de mansedumbre, y si conseguimos ser pacíficos como Él, mereceremos la gloria especial de ser llamados “hijos de Dios”.
Petición:
Amabilísimo Jesús, estoy persuadido de la necesidad que tengo de imitar tu mansedumbre para gozar la paz aquí en la tierra y alcanzar la posesión de los bienes eternos. Concédeme, Salvador amable, la gracia de practicar en todo tiempo la mansedumbre cristiana. En obsequio a ti, sufriré con paciencia y alegría las correcciones que me hagan, evitaré enemistarme con los míos, perdonaré las ofensas y rogaré a Dios por el que nos hacen el mal
(Se concluye con las Letanías, Oración conclusiva y Jaculatoria, que se encuentran en las páginas finales)
CUARTO DÍA
"Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt. 11, 29)
Consideración:
La Sagrada Escritura nos enseña que Dios rechaza a los orgullosos y que sólo da sus gracias y ensalza a los humildes. Basta esto para persuadirnos cuánto nos interesa y nos conviene ser humildes de corazón como nuestro Salvador, desechando toda presunción, orgullo y vanidad. Todo cristiano ha contraído en su bautismo la obligación de seguir a Jesucristo y de imitar sus virtudes. Nuestro Salvador practicó la humildad en grado tan eminente que se hizo el oprobio y el desprecio de los hombres.
Toda la vida de Nuestro Señor Jesucristo no fue más que una serie de humillaciones: nació pobre en un establo; vivió siempre ignorado por el mundo entero durante treinta años, y en los tres años de su vida pública permitió que la envidia y la calumnia le tratasen de seductor y endemoniado.
Por último, murió en un suplicio humillante, propio de criminales, en medio de dos ladrones, manifestándose, así como el Rey de la humildad.
Debemos persuadirnos de la necesidad que tenemos de ser humildes, porque sin la humildad no se puede agradar al Señor: Sin la humildad no hay virtud sólida, puesto que ella es la raíz de todas las virtudes: sin la humildad no hay gracia, porque sólo
"a los humildes da Dios su gracia".
Además, sin la humildad seríamos inútiles para nuestros prójimos porque ¿cómo podrá Dios bendecir nuestras obras de caridad y celo, si en ellas buscamos nuestra propia gloria? Esforcémonos, pues, por adquirir esta virtud tan grata al Señor, y tan necesaria a nosotros.
Petición:
iOh Jesús, Salvador mío! Te doy gracias por haberme enseñado con tus ejemplos y palabras la "necesidad" que tengo, de ser "humilde" para salvarme. Concédeme, Señor, la gracia de ser humilde en mis pensamientos, palabras y obras. En obsequio a ti, examinaré mi vida y humildemente reconoceré mis faltas y te pediré perdón. Amén.
(Se concluye con las Letanías, Oración conclusiva y Jaculatoria, que se encuentran en las páginas finales)
QUINTO DÍA
"Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes" (St. 4, 6)
Consideración:
Hemos considerado en el día de ayer la necesidad que tenemos de ser humildes para salvarnos, para animarnos a practicar la humildad que tanto nos recomienda nuestro Salvador.
La soberbia consiste en «el amor desordenado de nuestra propia gloria». El deseo de nuestra propia gloria se dice "desordenado" porque se opone directamente a la ley suprema de toda justicia que consiste en "dar a cada uno lo que le corresponde"; pero el soberbio se engríe y evanece, por todos los dones naturales y sobrenaturales que halla en sí, se sirve de ellos para atraerse la estima y los elogios de los hombres y se pone, en cierto modo, en lugar de Dios.
En todo tiempo el Señor ha rechazado al orgulloso, y lo seguirá haciendo.
Cuántos cristianos de toda condición y estado han sido víctimas de la soberbia que los ha conducido al pecado. Grabemos en nuestra memoria este precepto del Espíritu Santo: "Hijo mío: no te dejes jamás dominar de la soberbia porque ella es causa de toda ruina".
Petición:
Adorable Salvador: concédeme la gracia de aborrecer el orgullo, la soberbia y la vanidad; sostenme en los peligros, líbrame de las adulaciones y lisonjas, de las alabanzas. Te pido esta gracia por tu Santísimo Nombre. En obsequio a ti, pondré todo mi esfuerzo para reprimir diariamente mis pasiones de orgullo, de independencia y rebeldía.
(Se concluye con las Letanías, Oración conclusiva y Jaculatoria, que se encuentran en las páginas finales)
SEXTO DIA
“Velen y oren, para no caer en tentación” (Mt. 26, 41)
Consideración:
“Es necesario orar siempre y nunca desfallecer”. No hay quizá obligación más urgente y grande para un cristiano como la de “orar siempre”. Nuestro Salvador, con su ejemplo y sus palabras, nos enseña, que tenemos necesidad imperiosa de ora para salvarnos. El Señor desea y quiere dispensarnos sus gracias, pero no las concede sino a aquel que las pide. Él nos dice: “pidan y recibirán”; así, pues, el que no pide no recibe.
El que descuida la oración, muy luego caerá en el pecado, porque, así como el cuerpo no puede sostenerse sin alimento, así también el alma no podrá conservar la vida de la gracia si le falta el alimento espiritual de la oración que le da fortaleza para no caer en pecado.
Las excelencias de la oración las describe admirablemente Fray Luis de Granada con estas hermosísimas palabras: “La oración es medicina para los enfermos, gozo para los afligidos, fortaleza para los débiles, remedio para los pecadores, regocijo para los justos, auxilio para los vivos, sufragio para los muertos y auxilio poderoso para la Iglesia” (Lib. III cap. I).
Por eso, el Príncipe de los Apóstoles, San Pedro dice: “Hermanos, estén todos unánimes en la oración”
Para que nuestra oración sea agradable al Señor debemos hacerla con un corazón puro y debemos orar con recogimiento, con atención y humildad. Pero sobre todo debemos orar “con fe” para alcanzar lo que pedimos. Así lo enseña nuestro Salvador; diciendo: “Todo lo que pidan con fe, se les concederá” (Mt. 21, 22)
Otra condición indispensable para obtener los frutos de la oración es la “perseverancia”, pues, aunque el Señor ha prometido oírnos, no ha dicho que nos ha de conceder “inmediatamente” lo que le pedimos, sino que se reserva hacerlo en tiempo oportuno cuando y como mejor nos convenga.
Petición:
Salvador, modelo de santidad: enséñanos a orar humildemente, con fe y perseverancia. No permitas que la tristeza se apodere de mi alma, sino que siempre viva unida a Ti por la oración. En obsequio a ti, rezaré por las necesidades espirituales del prójimo, por la Santa Iglesia y sus ministros, Amén.
(Se concluye con las Letanías, Oración conclusiva y Jaculatoria, que se encuentran en las páginas finales)
SEPTIMO DIA
“Jesús, se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp. 2,8)
La desobediencia de nuestros primeros padres ha sido la causa de todos los males que afligen a la humanidad. Ese pecado atrajo sobre la posteridad de Adán la maldición, pero vino a la tierra el Salvador del Mundo y por su obediencia admirable hemos sido redimidos del pecado y colmados de celestiales dones. Quiso el Espíritu Santo encerrar y transmitir a las generaciones la historia de la vida oculta del Salvador, diciéndosenos que “estaba sumiso a ellos”, es decir, a María y a José (Lc. 2). Toda la grandeza de Nuestro Señor parece compendiarse en su obediencia.
Sin la humildad no se puede agradar a Dios y sin la obediencia no puede haber humildad.
Nuestra obediencia ha de ser, “porque Dios es origen de toda potestad legítima”; son representantes suyos los que gobiernan y por lo mismo estamos obligados “en conciencia”, a obedecer a las autoridades civiles, en todo aquello que no se oponga a los mandamientos del Señor. También la Iglesia goza de esa potestad y además del Romano Pontífice están los señores Obispos. Tenemos pues, la obligación gravísima de obedecer con prontitud y buena voluntad a ellos.
Nuestra obediencia a los superiores es sumamente útil a nuestras almas. Porque lo que nos mandan siempre se refiere a nuestro bien espiritual.
Agradezcamos esa amorosa solicitud por nuestra felicidad eterna y seamos dóciles a los mandatos de nuestros Pastores, porque “quien los oye y obedece, da ese mismo obsequio al mismo Jesucristo, y el que los desprecia y ofende, ofende y desprecia al mismo Salvador” Así lo enseña nuestro Maestro en su Evangelio (Lc. 10, 16)
Debemos obedecer, no por temor servil, sino por amor a Dios, que ha querido se representado por una autoridad visible. Obedecer por “amor a Dios”, es cosa grande, es noble y meritoria: es vivir solamente bajo la dependencia de Dios, en la persona de los superiores. “El obediente cantará victorias” (Prov. 21, 28)
Petición:
Salvador obediente, gracias te doy por haberme enseñado que la obediencia es el camino recto y seguro para salvarme. No permitas que el espíritu de soberbia me domine y me conduzca a la desobediencia orgullosa y rebelde. Quiero ser obediente hasta la muerte para merecer la gloria eterna. En obsequio a ti Divino Salvador, obedeceré a mis superiores legítimos por amor. Amén.
(Se concluye con las Letanías, Oración conclusiva y Jaculatoria, que se encuentran en las páginas finales)
OCTAVO DÍA
“Dios es amor” (1 Jn. 4, 8)
Consideración:
La reina de las virtudes es la “Caridad”, que consiste en el amor a Dios y al prójimo. Con mucha verdad afirma el Discípulo amado que “Dios es amor” porque fue testigo ocular de la vida de nuestro amable Salvador, “que pasó por el mundo haciendo el bien”, sin quejarse de las ingratitudes que recibió en pago. Tomó sobre sí todas nuestras miserias para aliviarlas, todas nuestras iniquidades para expiarlas. Después de una vida llena de servicios, muere mártir de la caridad y encuentra excusas aún para sus verdugos. “¡Padre mío: perdónalos porque no saben lo que hacen!”.
Teniendo amor se posee a Dios y poseyendo a Dios se poseen todas las verdaderas riquezas. El amor de Dios es necesario, que aquel que no lo tiene, en vano posee todo lo demás, y, por el contrario, el que lo tiene, todo lo posee. Además de nuestro amor a distinción de personas. El mismo Salvador es quien nos impone este precepto, diciéndonos:
“Un mandamiento nuevo les doy: que se amen unos a otros como yo les he amado”
Nuestro amor al prójimo no debe consistir en vanas “palabras” sino en “obras” de caridad y de misericordia. En todo tiempo, tengamos presente, lo que nos enseña el Apóstol San Pedro en estas hermosas palabras: “La caridad es sufrida, es dulce, y bien hechora. La caridad no tiene envidia, ni obra precipitada ni temerariamente, no se ensoberbece, no ambiciona, no busca el interés propio, no se irrita, no piensa mal, y no se alegra de la injusticia, sino que se complace en la verdad, la caridad a todo se acomoda, cree todo el bien del prójimo, todo lo espera y todo lo soporta” (1Co. 13)
Petición:
Creo firmemente, Jesús, lo que de Ti dice el evangelista San Juan al afirmar que eres “Dios del Amor”, y que has venido a la tierra para ser el “Salvador del Mundo”. Comunícame tu espíritu para que te ame sobre todas las cosas y a mi prójimo por amor a ti. En obsequio a ti, perdonaré a los que me han hecho el mal; te ruego por mis enemigos y trabajaré por reconciliarme con lo que tenga enemistad. Amén.
(Se concluye con las Letanías, Oración conclusiva y Jaculatoria, que se encuentran en las páginas finales)
NOVENO DÍA:
“Seis días después tomó Jesús consigo a Pedro y a Santiago y a Juan su hermano, subiendo con ellos solos a un monte alto se Transfiguró ante ellos. Y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestiduras se hicieron blancas como la nieve. Y, al mismo tiempo, aparecieron Moisés y Elías hablando con Él (de lo que debía padecer en Jerusalén). Y respondiendo Pedro, dijo a Jesús: Señor, que bueno es estar aquí; si quieres, hagamos tres tiendas, una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Todavía estaba hablando Pedro cuando una nube resplandece vino a cubrirlos Y al mismo tiempo resonó desde la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias, escúchenle. Al escuchar la voz los discípulos cayeron rostro en tierra, y se llenaron de temor; pero Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: Levántense, no teman, y alzando los ojos, no vieron nada sino solo a Jesús. Al bajar del monte, Jesús les dijo: No digan a nadie lo que han visto, hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos” (Mt. 17, 1-9)
Consideración:
A ejemplo del Príncipe de los Apóstoles, penetrémonos de las intenciones de Nuestro Divino Salvador, que el recuerdo de la gloriosa Transfiguración, esté siempre vivo en nuestra memoria para sacar de allí grande generosidad y constancia en el servicio, diciendo: “si la vista momentánea de la humanidad glorificada de Jesucristo, lleno de inmenso gozo y de felicidad suprema al Apóstol San Pedro, ¿Qué será contemplarla en el cielo?”. Y con la esperanza de tal felicidad que nos está prometida, exclamaremos en tiempo de prueba, con San Pablo: “todos los padecimientos de la vida presente, no merecen compararse con la gloria infinita que el Señor tiene preparado para los que lo aman”.
“Bienaventurado el que sufre, dice el apóstol Santiago, porque después que fuera probado recibirá la corona de la vida”
Petición:
Jesús: Yo creo firmemente que eres mi Dios y Salvador. Te amo con todo mi corazón y te doy gracias por los innumerables beneficios, especialmente por haberme librado del infierno que tantas breves he merecido por mis pecados. Perdóname, Señor, y por Tu gloriosa Transfiguración has que mi alma deje las sombras del pecado y por tu gracia se presente hermosa ante tus ojos. En obsequio a ti Señor, mañana celebraré alegremente tu Transfiguración, asistiré a Misa y comulgaré tu Cuerpo en estado de gracia, rezaré por La Santa Iglesia que peregrina en este país que lleva tu glorioso nombre. Amén.
(Se concluye con las Letanías, Oración conclusiva y Jaculatoria, que se encuentran en las páginas finales)
LETANÍAS
Del Santísimo Nombre de Jesús.
Señor, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.
Jesús, oyénos, Jesús, oyénos.
Jesús, escúchanos, Jesús, escúchanos.
(A continuación, se responde: Ten misericordia de nosotros)
Dios Padre Celestial,
Dios Hijo Redentor del mundo,
Dios Espíritu Santo,
Trinidad Santa un solo Dios,
Jesús, Hijo de Dios vivo,
Jesús, esplendor del Padre,
Jesús, candor de luz eterna,
Jesús, Rey de la gloria,
Jesús, Sol de la justicia,
Jesús, Hijo de María Virgen,
Jesús, amable,
Jesús, admirable,
Jesús, Dios fuerte,
Jesús, Padre del siglo futuro,
Jesús, Ángel del gran consejo,
Jesús, poderosísimo,
Jesús, pacientísimo,
Jesús, obedientísimo,
Jesús, manso y humilde de corazón,
Jesús, amador de la castidad,
Jesús, amante nuestro,
Jesús Dios de Paz,
Jesús, autor de la vida,
Jesús, ejemplar de las virtudes,
Jesús, celador de las almas,
Jesús, Dios nuestro,
Jesús, refugio nuestro,
Jesús, Padre de los pobres,
Jesús, tesoro de los fieles,
Jesús, buen pastor,
Jesús, luz verdadera,
Jesús, sabiduría eterna,
Jesús, bondad infinita,
Jesús, camino y vida nuestra,
Jesús, gozo de los ángeles,
Jesús, rey de los patriarcas,
Jesús, Maestro de los Apóstoles,
Jesús, Doctor de los Evangelistas,
Jesús, fortaleza de los mártires,
Jesús, luz de los confesores,
Jesús, fuerza de las vírgenes,
Jesús, corona de todos los Santos.
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Muéstrate propicio, perónanos, Jesús.
Muéstrate propicio, escúchanos, Jesús.
(A continuación, se responde: Líbranos Jesús)
De todo mal,
De todo pecado,
De tu ira,
De espíritu de fornicación,
De la muerte perpétua,
Del desprecio de tus inspiraciones.
(A continuación, se responde: Escúchanos, Jesús)
Por el misteriode Tu Santa Encarnación,
Por tu natividad,
Por tu infancia,
Por tu divina vida,
Por tus trabajos,
Por tu agonía y pasión,
Por tu Cruz y desamparo,
Por tus dolores,
Por tu muerte y sepultura,
Por tu resurrección,
Por tu gloriosa ascención,
Por la institución de la Santísima Eucaristía,
Por tus gozos,
Por tu gloria.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros.
Jesús, oyénos, Jesús, oyénos.
Jesús, escúchanos, Jesús, escúchanos.
ORACIÓN CONCLUSIVA
Señor mío, Jesucristo que dijiste: “pidan y recibirán, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá”, te rogamos concedas a los que te pedimos, la gracia de tu divinísimo amor, para que, de todo corazón, te amemos con obras buenas y palabras y nunca dejemos de alabarte.
Señor, infunde en nuestras almas el Santo Temor y Amor perpetuo de tu Santísimo Nombre, paraq que nunca nos niegues tu auxilio a los que has fortalecido con tu predilección. Que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
JACULATORIA
V/. Divino Salvador del Mundo,
R/. Salva la nación que lleva tu Nombre.