El cristiano reconoce que, al ofender a alguien, es a Dios mismo a quien se ha ofendido. A esto es a lo que se llama pecado. Y de él se pide perdón a Dios.
El perdón no quiere decir olvido. Jesús perdonó a los hombres que lo crucificaron. El conserva los estigmas de los clavos y de la lanza.
El perdón de Dios
Sean cuales sean los rechazos del hombre, Dios es fiel. A lo largo y ancho del Antiguo Testamento, los hombres se dejan seducir por los ídolos (culto del becerro de oro por ejemplo), persiguen y se aprovechan de la debilidad de los más pobres...
Sin embargo, Dios propone cada vez la renovación de su alianza con su pueblo.
En la Biblia, y más particularmente en el Nuevo Testamento, Jesucristo acoge a los pecadores y les perdona sus faltas (la Samaritana, la mujer adúltera, el paralítico, Zaqueo, la negación de Pedro...)
El perdón del padre al hijo pródigo hace bascular el deseo mezquino de la justicia del hermano mayor.
La confianza concedida al que ha cometido una falta, le hace crecer y lo restablece en su dignidad.
Después de la resurrección, Cristo da la misión a los apóstoles de continuar su obra de reconciliación entre los hombres y entre los hombres y Dios.
Entre los católicos, el perdón que Dios da al pecador por medio de Cristo se significa con la palabra y el gesto del sacerdote, en el sacramento de la reconciliación.
Textos
1) Marcos 2,1-12: Perdón y curación del paralítico.
2) Juan 8,11: La mujer adúltera.
3) Juan 18,15-27: Negación de Pedro.
4) Juan 4,7: La mujer Samaritana.
5) Lucas 19,3-10: Zaqueo.
Cuando se piensa, medita y reflexiona despacio sobre estos textos, se llega a la conclusión de que el perdón es el gran don de Dios para con la humanidad pecadora.
Quien mucho ama, perdona mejor que aquel que ama poco. Esta conserva en su corazón el odio y la antipatía hacia el ofensor.
Ama y perdonarás con mayor facilidad. La intransigencia es propia de seres que, encerrados en sus castillos, creen tener la razón en todo.