#LaVisitaDelPapa | El papa Francisco volvió a lucir un tradicional sombrero vueltiao que le entregaron niños en su llegada a Cartagena
La mañana de este 2 de septiembre, los fieles comenzaron a llegar desde temprano a la Plaza de San Pedro para luego dirigirse al patio de san Dámaso, donde tuvo lugar la Audiencia General. El Papa, al comenzar la catequesis valoró la belleza del encuentro cara a cara.
El tema central de la catequesis de este día fue la solidaridad. El Papa afirmó, en relación con la pandemia: “para salir mejor de esta crisis, debemos hacerlo juntos, en solidaridad”.
Francisco comenzó planteando que el origen común de todos los humanos es Dios y “vivimos en una casa común, el planeta-jardín en el que Dios nos ha puesto; y tenemos un destino común en Cristo”. Sin embargo, afirmó que cuando optamos por la dinámica contraria a este origen común, “nuestra interdependencia se convierte en dependencia de unos hacia otros, aumentando la desigualdad y la marginación; se debilita el tejido social y se deteriora el ambiente”.
El Papa puso en evidencia la dinámica de la solidaridad, que permite que nos veamos como interdependientes y esta nos “enseña que sólo siendo solidarios podremos salir adelante, pues de lo contrario surgen desigualdad, egoísmos, injusticia y marginación”.
Para el Papa no hay solidaridad que se ubique fuera de la justicia, al contrario: “La solidaridad es una cuestión de justicia, un cambio de mentalidad que nos conduzca a pensar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes de parte de unos pocos”, por eso insiste en que para que nuestra interdependencia sea solidaria y dé frutos “se debe fundarse en el respeto a nuestros semejantes y a la creación”.
Esta manera de entender la vida y mi relación con Dios, con los hermanos y con la naturaleza, afirma el Papa, “Supone crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos» (Exort. ap. Evangelii gaudium, 188).
Francisco recordó el pasaje bíblico de la Torre de Babel (cfr Gen 11, 1-9) que “describe lo que sucede cuando tratamos de llegar al cielo - nuestra meta - ignorando el vínculo con la humanidad, con la creación y con el Creador” y lo puso en contraste con la experiencia de Pentecostés: “Es allí donde Dios se hace presente con la fuerza de su Espíritu Santo, que inspira la fe de la comunidad unida en la diversidad y la solidaridad, y la impulsa a sanar las estructuras y los procesos sociales enfermos de injusticia y opresión”.
“Con Pentecostés, Dios se hace presente e inspira la fe de la comunidad unida en la diversidad y en la solidaridad. Una diversidad solidaria posee los “anticuerpos” para que la singularidad de cada uno - que es un don, único e irrepetible - no se enferme de individualismo, de egoísmo”, insistió Francisco.el Papa en los primeros meses del año marcados la pandemia de coronavirus. La lectura es guiada por ...
El Obispo de Roma concluyó la catequesis subrayó: “La solidaridad es, por tanto, el único camino posible hacia un mundo post-pandemia, y el remedio para curar las enfermedades interpersonales y sociales que afligen a nuestro mundo actual”.
El Papa Francisco recordó que la fe cristiana es incompatible con la práctica de la magia y otras prácticas idolátricas.
Así lo afirmó en su catequesis durante la Audiencia General celebrada en la Plaza de San Pedro del Vaticano este miércoles 4 de diciembre.
El Papa llamó la atención sobre el éxito cosechado por San Pablo en su predicación, en concreto, durante su estancia en la ciudad de Éfeso. Allí, “doce hombres recibieron el bautismo en el nombre de Jesús y experimentaron la venida del Espíritu Santo”.
Después, “están los milagros producidos por medio del Apóstol: los enfermos se curaban y los poseídos se liberaban”. Francisco subrayó que “esto sucede porque el discípulo se parece a su Maestro y lo hace presente comunicando a sus hermanos la misma vida nueva que había recibido de Él”.
“El poder de Dios que irrumpe en Éfeso desenmascara a quien quiere emplear el nombre de Jesús para realizar exorcismos, pero sin tener la autoridad espiritual para hacerlo, y revela la debilidad de las artes mágicas que son abandonadas por un gran número de personas que eligen a Cristo”.
Francisco contextualizó este fenómeno y lo definió como un “vuelco” en una ciudad como Éfeso, que en aquella época “era un famoso centro para la práctica de la magia”.
En el Libro de los Hechos de los Apóstoles, San Lucas “subraya la incompatibilidad de la fe en Cristo y la magia. Si eliges a Cristo no puedes recurrir a un mago: la fe implica un abandono confiado en las manos de un Dios confiable que se da a conocer no por medio de las prácticas ocultas, sino por medio de la revelación y del amor gratuito”.
Además, el Papa advirtió que la práctica de la magia no es algo que pertenezca únicamente a épocas antiguas, y aseguró que sigue ocurriendo en las sociedades cristianas de hoy. “Yo os pregunto: ¿cuántos de vosotros van a que les hagan el tarot? ¿Cuántos de vosotros van a que el adivino les lea la mano o las cartas?”.
“También hoy en las grandes ciudades cristianas practicantes hacen estas cosas. Ante la pregunta de que, ¿cómo es que si tú crees en Jesucristo vas al mago, al adivino y a toda esa gente?, responden: ‘Yo creo en Jesucristo, pero por si acaso voy donde ellos’. Por favor: ¡La magia no es cristiana! Esas cosas que se hacen para adivinar el futuro o tantas cosas, o cambiar situaciones de la vida, no son cristiana. La gracia de Cristo te lo da todo: reza y confía en el Señor”.
Este éxito del Evangelio en Éfeso gracias a la prédica de San Pablo ocasiona un daño comercial entre los artesanos que fabricaban estatuas de plata de la diosa Artemisa, cuyo principal templo se encontraba en esta ciudad.
El Santo Padre explicó que al ver cómo disminuía la actividad comercial produciendo grandes pérdidas de dinero por el abandono del culto a Artemisa por parte de los efesios cristianizados, los plateros y otros artesanos organizaron una manifestación contra Pablo.
“Los cristianos fueron acusados de haber provocado una crisis entre los artesanos, el santuario de Artemisa y su culto. El pueblo entró en agitación, pero el canciller consigue calmar a la multitud invitando a los artesanos a acudir a los tribunales”.
Ante esta situación, Pablo partió de Éfeso y se trasladó a Jerusalén pasando por Mileto, donde hace llamar a los ancianos de la Iglesia de Éfeso. A ellos los exhorta a permanecer en vigilia: “Velad sobre vosotros mismos y sobre todo el rebaño, en medio del cual el Espíritu Santo os ha constituido como custodios para ser pastores de la Iglesia de Dios”.
Fuente: ACI PRENSA
El Papa Francisco explicó cuál es la diferencia entre la Biblia y los libros de Historia: Aunque al igual que en los libros de Historia, la Biblia contiene palabras e historias humanas, “las palabras de la Biblia están tomadas del Espíritu Santo, el cual da una fuerza muy grande, una fuerza diferente que ayuda a que esa Palabra sea semilla de santidad, semilla de vida”.
Tras reflexionar sobre el Padre Nuestro en sus últimas catequesis, el Santo Padre inició, este miércoles 29 de mayo, durante la Audiencia General celebrada en la Plaza de San Pedro, un nuevo ciclo de catequesis sobre el Libro de los Hechos de los Apóstoles.
“Este libro bíblico escrito por San Lucas evangelista”, explica el Pontífice, “nos habla del viaje del Evangelio en el mundo y nos muestra la maravillosa unión entre la Palabra de Dios y el Espíritu Santo que inaugura el tiempo de la evangelización. Los protagonistas de los Hechos son una pareja vivaz y eficaz: la Palabra de Dios y el Espíritu Santo”.
El Papa Francisco señaló que “la Palabra de Dios corre, es dinámica, irriga todo terreno sobre el que cae. ¿Y cuál es su fuerza? San Lucas nos dice que la palabra humana se vuelve eficaz no gracias a la retórica, que es el arte de hablar bien, sino gracias al Espíritu Santo, que es la dinámica de Dios, su fuerza, que tiene el poder de purificar la palabra, de hacerla portadora de vida”.
“Cuando el Espíritu visita la palabra humana, ella se convierte en dinámica, como ‘dinamita’, capaz de encender los corazones y de hacer saltar esquemas, resistencias y muros de división, abriendo nuevas vías y ampliando los confines del pueblo de Dios”, subrayó.
El Espíritu “es aquel que da sonoridad vibrante a nuestra palabra humana tan frágil, capaz de mentir y de sustraerse a su responsabilidad”.
De hecho, “el bautismo en el Espíritu Santo es la experiencia que nos permite entrar en una comunión personal con Dios y de participar en su voluntad salvífica universal, obteniendo la dote de la parresia, es decir, la capacidad de pronunciar una palabra de hijo de Dios: limpia, libre, eficaz, llena de amor por Cristo y por los hermanos”.
En su catequesis, el Papa Francisco también resaltó que “el Resucitado invita a los suyos a no vivir con ansia el presente, sino a establecer una alianza con el tiempo, saber esperar el desenlace de una historia sagrada que no se ha interrumpido, sino que avanza, sabiendo cómo esperar los pasos de Dios, Señor del tiempo y del espacio”.
El Papa finalizó su catequesis pidiendo al Señor “que nos de la paciencia para esperar sus pasos, de no tratar de ‘fabricar’ su obra y de permanecer dóciles rezando, invocando al Espíritu y cultivando el arte de la comunión eclesial”.
(Nota retomada de Aci Prensa)
Durante la Audiencia General de este 22 de mayo, el Papa Francisco concluyó con su serie de catequesis sobre la oración del Padre Nuestro en la que animó a los fieles presentes en la Plaza de San Pedro a rezar en cualquier situación pidiendo la asistencia del Espíritu Santo.
“El primer protagonista de toda oración cristiana es el Espíritu Santo. Nosotros no podremos nunca rezar sin la fuerza del Espíritu Santo. Es Él quien reza en nosotros y nos mueve a rezar bien. Podemos pedir al Espíritu que nos enseñe a rezar, porque Él es el protagonista, quien hace la verdadera oración en nosotros”, explicó el Santo Padre.
En esta línea, el Pontífice señaló que el Espíritu Santo “sopla en el corazón de cada uno de nosotros, que somos discípulos de Jesús” y nos hace capaces de “rezar como hijos de Dios, quienes realmente somos por el Bautismo.
“El Espíritu nos hace rezar en el ‘surco’ que Jesús ha excavado en nosotros. Este es el misterio de la oración cristiana: por gracia estamos atraídos en aquel diálogo de amor de la Santísima Trinidad”, afirmó.
Por otro lado, Francisco recordó que “la oración cristiana nace de la audacia de llamar a Dios con el nombre de Padre” y alentó también a pedir por “nuestros hermanos y hermanas en la humanidad, para que ninguno de ellos, los pobres especialmente, quede sin consuelo y sin una porción de amor”.
“Esta es la raíz de la oración cristiana: decir ‘Padre’ a Dios. ¡Pero se necesita valentía! No se trata tanto de una fórmula, sino de una intimidad filial en cuanto somos introducidos por gracia: Jesús es el revelador del Padre y nos dona la familiaridad con Él”, exclamó el Papa.
Citando el Catecismo de la Iglesia Católica, el Santo Padre destacó que Jesús no nos dejó “una fórmula para repetir mecánicamente” y agregó que “es a través de la Palabra de Dios que el Espíritu Santo enseña a los hijos de Dios a rezar a su Padre”.
“Jesús mismo ha usado diversas expresiones para rezar al Padre” dijo Francisco quien animó a leer con atención los Evangelios para descubrir las distintas expresiones de oración que surgen de los labios de Jesús y recuerdan el texto del Padre Nuestro.
En este sentido, el Santo Padre recordó la oración de Jesús en el huerto de los olivos en donde lo llama “Abba, Padre” y que en medio de la obscuridad “Jesús invoca a Dios con el nombre de ‘Abba’, con confianza filial, y a pesar de sentir miedo y angustia, pide que se cumpla su voluntad”.
De este modo, el Papa señaló que en otros pasajes del Evangelio Jesús insiste a sus discípulos que “cultiven un espíritu de oración”. “La oración debe ser insistente, y sobre todo, debe llevar a recordar a los hermanos, especialmente cuando vivimos relaciones difíciles con ellos”, alentó.
“Un cristiano puede rezar en cualquier situación. Puede asumir todas las oraciones de la Biblia, de los Salmos especialmente: pero puede rezar también con tantas expresiones que en milenios de historia han brotado del corazón de los hombres”, explicó el Papa.
Por ello, el Santo Padre aseguró que “para rezar debemos hacernos pequeños, para que el Espíritu Santo venga a nosotros y sea Él a guiarnos en la oración”.
El Papa Francisco invitó, durante la homilía de la Misa celebrada este martes 21 de mayo en Casa Santa Marta, a buscar la paz de Jesús y vivirla “en la vida cotidiana, en las tribulaciones y con un poco de ese sentido del humor que nos hace respirar bien”.
El Santo Padre señaló que esa paz de Jesús es necesaria para poder superar las tribulaciones y las dificultades con las que las personas se pueden encontrar a lo largo de la vida.
En su homilía el Papa planteó la cuestión de cómo es posible conciliar las tribulaciones que sufre San Pablo en el episodio de los Hechos de los Apóstoles de este martes con las palabras de Jesús a los Apóstoles en la última cena: “Os dejo la paz, os doy mi paz”.
“La vida de persecuciones y tribulaciones parece ser una vida sin paz”, reconoció Francisco. Sin embargo, recordó las bienaventuranzas pronunciadas por el mismo Jesús: “Bienaventurados cuando os insulten, os persigan y os calumnien por mi causa”.
El Pontífice subrayó que, precisamente, “la paz de Jesús casa con esta vida de persecuciones, de tribulaciones”. Es “una paz que está muy al fondo, muy profunda, bajo todas estas cosas. Una paz que nadie puede quitar, una paz que es un regalo, como el mar que en la profundidad está tranquilo y en la superficie está llena de olas”.
“Vivir en paz con Jesús es tener esta experiencia dentro, que permanece durante todas las pruebas, todas las dificultades, todas las tribulaciones”, aseguró.
Puso de ejemplo a los santos que, en la última hora, “no perdieron la paz”. Así, recordó que los mártires “iban al martirio como invitados a una boda”.
El Santo Padre señaló que “la paz de Jesús nos enseña a caminar adelante en la vida. Nos enseña a soportar. Soportar: una palabra que nosotros no comprendemos bien qué quiere decir, una palabra muy cristiana que significa llevar a la espalda”.
“Soportar: llevar a la espalda la vida, las dificultades, el trabajo, todo, sin perder la paz. También llevar sobre la espalda es tener la valentía de ir hacia adelante. Esto únicamente se entiende cuando se tiene dentro al Espíritu Santo que nos da la paz de Jesús”.
El Papa subrayó también que esa paz es un “don prometido por Jesús” y sólo con ella se pueden afrontar las peores dificultades.
“La persona que vive esta paz nunca pierde el sentido del humor, se ríe de sí misma, de los demás, incluso de su propia sombre. Se ríe de todo…”, destacó. Posee “ese sentido del humorismo que es tan cercano a la gracia de Dios”.
Continuamente te rezamos, Señor, por nuestra madre.
La recordamos con paz y con amor ante Ti,
seguros de que ella vive,
como estamos seguros de que vives Tú
y de que tu amor dura para siempre.
La recordamos cuando estaba entre nosotros...
A veces, nos parece sentir el calor y el sosiego
de su presencia protectora
como cuando vivía aquí,
mucho más para nosotros que para sí misma.
Dale, Señor, tu amor, dale tu vida. Dale tu paz.
Tenla muy cerca de Ti.
Sea feliz y ruegue ante Ti por nosotros.
Ayúdanos a vivir lo que ella nos enseño,
más con amor que con palabras.
A rezarte como ella, a quererte como ella,
a hacer de Ti y de los demás, igual que ella,
el sentido de nuestra vida.
Y si por descuido o por debilidad en algo te faltó,
perdónala, Tú que sabes lo que es ser Padre y Madre
y conoces como nadie el amor y el perdón
sin medida ni límites...
Perdónale sus faltas por lo mucho que amó a todos.
Gracias, Señor, por esta oración que nos llena de paz
en el recuerdo de nuestra madre.
Amén.
Durante la Audiencia General de este 8 de mayo, el Papa Francisco aseguró que “también hoy se necesitan evangelizadores apasionados y creativos, para que el Evangelio alcance a quienes todavía no lo conocen y pueda irrigar de nuevo las tierras en donde las antiguas raíces cristianas se han secado”.
“De hecho, como cristianos, nuestra vocación y misión es ser signo e instrumento de unidad, y podemos serlo, con la ayuda del Espíritu Santo, anteponiendo lo que nos une ante lo que nos ha dividido o nos sigue dividiendo”, explicó.
En su catequesis, el Santo Padre recordó su reciente viaje en Bulgaria y Macedonia del Norte, que realizó del 5 al 7 de mayo, y agradeció por su acogida a las autoridades civiles, en particular a los obispos y comunidades eclesiales expresó “su más cordial agradecimiento por el calor y la devoción con la cual lo acompañaron durante su peregrinación”.
En esta línea, el Papa destacó que la actual Bulgaria es una de las tierras evangelizadas por los santos Cirilo y Metodio, que san Juan Pablo II nombró Patrones de Europa junto a San Benito, y recordó que en la Catedral Patriarcal de Sofía rezó ante la imagen de estos dos santos hermanos quienes “supieron usar con creatividad su cultura para transmitir el mensaje cristiano a los pueblos eslavos”.
Además, el Pontífice recordó las dos Eucaristías celebradas en Bulgaria con la comunidad católica a la cual animó para transmitir esperanza. “Agradezco a aquel pueblo de Dios que me ha demostrado tanta fe y tanto afecto”, dijo.
Por otro lado, el Santo Padre señaló que en Bulgaria fue guiado por la memoria viva de san Juan XXIII, quien fue enviado por la Santa Sede como Delegado Apostólico en 1925, y dijo que en este viaje fue animado por el “ejemplo de bondad y caridad pastoral” del Papa bueno.
De este modo, Francisco explicó que con el lema “Pacem in terris” invitó a todos a “caminar por el camino de la fraternidad” y, en particular, tuvo la alegría de encontrar al Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Búlgara, Patriarca Neofit, y a los miembros del Santo Sínodo.
En este sentido, el último acto del viaje en Bulgaria fue junto a los representantes de las diversas religiones con quienes invocaron “a Dios el don de la paz, mientras que un grupo de niños llevaba antorchas encendidas, símbolo de fe y de esperanza”.
Por otro lado, el Pontífice destacó que en Macedonia del Norte lo acompañó “la fuerte presencia espiritual” de santa Madre Teresa de Calcuta, quien nació en Skopje en 1910 y en su parroquia recibió los sacramentos de la iniciación cristiana y aprendió a amar a Jesús.
“En esta mujer, pequeña pero llena de fuerza gracias a la acción del Espíritu Santo en ella, vemos la imagen de la Iglesia en ese país y en otras periferias del mundo: una pequeña comunidad que, con la gracia de Cristo, se convierte en un hogar acogedor en donde muchos encuentran consolación para sus vidas”, afirmó.
Precisamente, el Papa visitó el Memorial de la Madre Teresa y rezó en presencia de otros líderes religiosos y de un numeroso grupo de pobres, en donde bendijo también la primera piedra de un santuario dedicado a ella.
Asimismo, el Santo Padre describió que en Macedonia del Norte, país independiente desde 1991, viven personas de diferentes pertenencias étnicas y religiosas, así como también destacó el compromiso que tiene al “acoger y socorrer a un gran número de migrantes y refugiados”.
“Hay una grande acogida, tienen un gran corazón, los migrantes les crean problemas, pero los acogen y los aman, y los problemas se resuelven -dijo el Papa- esto es una grande cosa de este pueblo. ¡Un aplauso para este pueblo!”, exclamó.
Luego, el Pontífice recordó el encuentro con los jóvenes de diferentes confesiones cristianas y otras religiones a quienes les exhortó a “soñar en grande” y a seguir el ejemplo de la Madre Teresa para escuchar “la voz de Dios que habla en la oración y en la carne de los hermanos necesitados”.
En esta línea, el Papa destacó la actitud de las Misioneras de la Caridad y reveló que le impactó “la ternura evangélica de estas mujeres” y añadió que “esta ternura nace de la oración, de la adoración”. “Acogen a todos, se sienten hermanas, madres de todos, pero lo hacen con ternura”.
“En ocasiones nosotros los cristianos perdemos esta dimensión de la ternura, y cuando no hay ternura somos demasiado serios, somos ácidos”, advirtió Francisco quien remarcó que “la caridad es alegre, no ácida, y estas hermanas son un buen ejemplo”, afirmó.
Por último, el Santo Padre señaló el testimonio de los sacerdotes y de las personas consagradas y la Misa que celebró en la plaza de Skopje y rezó un Ave María con los miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro por el “presente y futuro de estos pueblos”. “Invito a todos a rezarle a la Virgen para que Dios bendiga a Bulgaria y Macedonia del Norte”, pidió.
El 3 de mayo, en muchos países del mundo se conmemora “la Cruz de mayo”. Esta tradición popular tiene sus orígenes desde muy antiguo en Jerusalén y se sigue festejando en varios pueblos de habla hispana.
La también llamada “Fiesta de las cruces” se celebra en ciudades de España, Chile, Ecuador, El Salvador, Guatemala, México, Paraguay, Perú, Trinidad y Tobago, Argentina, Colombia y Venezuela. En muchos de estos lugares adornan las cruces con coloridas flores, se realizan procesiones, bailes o se venera el madero en los cerros o lugares visibles para toda la población.
Se dice que por el siglo IV el pagano Constantino tenía que enfrentar una terrible batalla contra el perseguidor Majencio. La noche anterior al suceso tuvo un sueño en la que vio una cruz luminosa en los aires y escuchó una voz que le dijo: "Con este signo vencerás".
Al empezar la batalla mandó colocar la cruz en varias banderas de los batallones y exclamó: "Confío en Cristo en quien cree mi madre Elena". La victoria fue total, Constantino llegó a ser emperador y dio libertad a los cristianos.
Santa Elena, madre del emperador, pidió permiso a su hijo y fue a Jerusalén a buscar la Santa Cruz en la que Cristo murió. Después de muchas excavaciones encontró tres cruces y no sabían cómo distinguir cuál era del Señor.
Es así que llevaron a una mujer agonizante, quien al tocar la primera cruz se agravó más con su enfermedad. En la segunda cruz, la enferma se mantuvo igual, pero al tocar el tercer madero, recuperó la salud.
Santa Elena, junto al Obispo y los fieles, llevaron esta cruz en procesión por las calles de Jerusalén. En el camino había una mujer viuda que llevaba a enterrar a su hijo, por lo que acercaron la Cruz al fallecido y éste resucitó.
Por varios siglos se ha celebrado en Jerusalén y muchos pueblos del mundo el 3 de mayo como la fiesta de la invención o hallazgo de la Santa Cruz. En toda la Iglesia Católica la celebración litúrgica de la Exaltación de la Santa Cruz se festeja el 14 de septiembre.
San José fue el esposo de María, padre putativo de Jesús y un trabajador humilde y honesto y, por tanto, conocido por ser el Santo patrono de los trabajadores. Debido a esto, la Iglesia le celebra una segunda fiesta el 1 de mayo, como el día de San José Obrero. Además, San José también comparte otros patronatos, es el patrono de los Padres, carpinteros, trabajadores, del buen Morir, de los Tesoreros y de los Abogados
Fiesta: 01 de mayo
Martirologio romano: San José Obrero, que, siendo un humilde carpintero de Nazaret, proveyó con su esfuerzo y trabajo a las necesidades de Jesús y María, e inició al Hijo de Dios, a trabajar entre los hombres. En el día en que, en muchas partes de la Tierra se celebra el Día del Trabajo, los trabajadores cristianos lo veneran como ejemplo y patrón.
En el año 1955, San Pío XII instituyó esta memoria litúrgica en el contexto del Día del Trabajo, que se celebra en todo el mundo el 1 de mayo.
¿Quién es San José?
San José, el esposo de María (Mateo 1,16), era el padre adoptivo de Jesús en la tierra. Sabemos San José, no fue uno de los grandes y poderosos hombres de Nazaret, tan sólo fue un humilde carpintero, algunos se sorprendieron cuando fueron testigos de las enseñanzas de Jesús y dijeron: "¿No es este el hijo del carpintero?" (Mateo 13,55). Esto demuestra que José era un hombre común que vivió una vida sencilla.
San José era un trabajador honesto y, por tanto, conocido por ser el «Santo patrón de los trabajadores». Debido a esto, la Iglesia le celebra una segunda fiesta el 1 de mayo, como el día de San José Obrero.
San José y las Escrituras
San José, era un hombre justo:
"José, el esposo de María, era un hombre justo" (Mateo 1,19)
Esto significa que San José era un hombre noble, bueno.Cuando se enteró de que María estaba embarazada, quiso abandonarla en los secreto, para que no sufriera así el castigo de ser lapidada hasta la muerte.
A San José, le importaba mucho María, la amaba y no quería exponerla al escarnio público o la muerte.
San José, hombre firme en la fe
En el mismo Evangelio de Mateo (1,20-25) nos dice que José era un hombre fuerte en la fe y confiado a la voluntad de Dios.
Cuando el ángel se le apareció en un sueño y le contó de quién era el hijo que estaba esperando María, San José no opuso ninguna resistencia, de inmediato recibió a María por esposa y la protegió.
Eso demuestra la fe incuestionable de San José y la confianza plena que tenía en Dios.
San José, hombre cumplidor de la ley
San José era un hombre que guardó la ley. Tuvo que hacer un largo viaje difícil de Belén con su esposa embarazada con el fin de registrar su nombre, una solicitud formulada por las autoridades gubernamentales (Lucas 2,4)
También, San José obedeció la ley de la iglesia cuando tomó a María y a Jesúsy lo fueron a presentar al Templo (Lucas 2,22 - Lucas 2,41) como estaba previsto en la ley de Moisés
San José, hombre confiado
El Evangelio de Lucas (2,7) nos narra que, cuando estaban como familia haciendo su peregrinación hacia Belén, ellos no encontraron dónde alojarse, por lo que tuvieron que aceptar quedarse en un pesebre lleno de animales para ver nacer al niño Jesús.
Eso demuestra que eran personas humildes, sin amigos influyentes. Esto demuestra la total confianza de José en Dios antes de emprender este viaje.
Sin embargo, San José allí sería recompensado recibiendo a reyes y pastores que anunciaban haber visto ángeles en el cielo.
San José, hombre protector
Los retos de San José en la vida no terminaron. En el Evangelio de Mateo (2,13-14) nos dice que tuvo que llevar a su familia y huye a Egipto como refugiados, con el fin de proteger a su hijo y a María.
Más adelante (2,19-20) el ángel le pide a San José que regrese a Israel. Estas las lecturas de la Biblia muestran una confianza total de San José en la voluntad de Dios para él y su familia. Además, San José estaba siempre dispuesto a proteger a su familia.
San José, padre de presencia
Esto se demuestra en la Biblia, donde la gente de Nazaret dicen:
"¿No es éste el hijo de José?" (Lucas 4,22)
De nuevo a San José se le conoce como el padre de Jesús; un padre que era bien conocido en la ciudad, con presencia
San José era un hombre que puso toda su confianza en Dios, e hizo lo que tenía que hacer para cuidar de su familia.
¿Por qué celebramos a San José como Obrero?
La fiesta de San José Obrero fue establecida en el calendario el día primero de mayo por el Papa Pío XII en 1955 con el fin de cristianizar el concepto de trabajo y dar a todos los trabajadores un modelo y un protector.
El Papa Pío XII expresó la esperanza de que esta fiesta acentuaría la dignidad del trabajo y traería una dimensión espiritual a todos los trabajadores que incansablemente dedicaban su tiempo y esfuerzo a llevar el sustento a sus hogares.
En verdad, era realmente necesario que San José, un hombre justo y trabajador, protector, fiel, cumplidor, que además se convirtió en el padre adoptivo de Jesús y es patrono de la Iglesia universal, sea honrado en este día como el Santo Patrono de todos los trabajadores.
Oración a San José Obrero
Glorioso San José, modelo de todos los trabajadores, te ruego que me alcances la gracia de trabajar con conciencia, anteponiendo la llamada de mis deberes por encima de mis faltas.
Quiero trabajar con alegría, teniendo en cuenta que, por medio del trabajo, usaré los dones que en su bondad Dios me ha regalado, para trabajar con orden, prudencia y mucha paciencia.
Que nunca me rinda ante el cansancio o las dificultades. Que pueda soportar las cargas y responsabilidades con la fuerza la cruz.
Quiero que mi esfuerzo en el trabajo sea realizado, sobre todo, con pureza de intención y con desprendimiento, concientizándome de que la muerte me espera en algún momento y deberé rendir cuenta del tiempo perdido, de los talentos desperdiciados, de las cosas buenas que omití hacer.
Oh patriarca San José, junto con María no te olvides de presentar mis obras a Jesús y condúceme siempre para que éstas siempre le sean agradable a Él, al Padre y al Espíritu Santo.
Amén.
El Papa Francisco recordó la necesidad de que los cristianos dejen espacio a la acción del Espíritu Santo en la vida de fe, porque una vida cristiana sin presencia del Espíritu “es una vida pagana disfrazada de cristiana”.
En su homilía de la Misa celebrada este martes 30 de abril en Casa Santa Marta, el Santo Padre subrayó que para renacer de “nuestra existencia pecadora” es necesaria la ayuda de Dios, para lo cual “nos ha enviado al Espíritu Santo”.
“Nosotros no podemos hacer nada sin el Espíritu. Es el Espíritu el que nos hace resurgir de nuestros límites, de nuestras muertes, porque nosotros tenemos muchas necrosis en nuestra vida, en el alma”, señaló Francisco.
El Santo Padre centró su enseñanza en la conversación entre Jesús y Nicodemo presente en el fragmento evangélico de hoy. En Él, el Señor habla de “renacer de lo alto”. El Pontífice señaló que “el mensaje de la resurrección es el que comunica Jesús a Nicodemo: es necesario renacer”.
“Pero, ¿cómo no le voy a dejar espacio al Espíritu? Una vida cristiana, que se dice cristiana, que no deja espacio al Espíritu y no se deja llevar adelante por el Espíritu es una vida pagana disfrazada de cristiana”.
Más bien, “el Espíritu es el protagonista de la vida cristiana, el Espíritu Santo, que está con nosotros, nos acompaña, nos transforma, vence con nosotros. Nadie ha subido nunca al cielo su no es con Aquel que ha bajado del cielo, es decir, Jesús. Él bajó del cielo y Él, en el momento de la resurrección, nos dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo’, será el compañero de la vida, de la vida cristiana”.
Nota retomada de Aci Prensa
Hoy no meditamos un evangelio en particular, puesto que es un día que carece de liturgia. Pero, con María, la única que ha permanecido firme en la fe y en la esperanza después de la trágica muerte de su Hijo, nos preparamos, en el silencio y en la oración, para celebrar la fiesta de nuestra liberación en Cristo, que es el cumplimiento del Evangelio.
La coincidencia temporal de los acontecimientos entre la muerte y la resurrección del Señor y la fiesta judía anual de la Pascua, memorial de la liberación de la esclavitud de Egipto, permite comprender el sentido liberador de la cruz de Jesús, nuevo cordero pascual cuya sangre nos preserva de la muerte.
Otra coincidencia en el tiempo, menos señalada pero sin embargo muy rica en significado, es la que hay con la fiesta judía semanal del “Sabbat”. Ésta empieza el viernes por la tarde, cuando la madre de familia enciende las luces en cada casa judía, terminando el sábado por la tarde. Esto recuerda que después del trabajo de la creación, después de haber hecho el mundo de la nada, Dios descansó el séptimo día. Él ha querido que también el hombre descanse el séptimo día, en acción de gracias por la belleza de la obra del Creador, y como señal de la alianza de amor entre Dios e Israel, siendo Dios invocado en la liturgia judía del Sabbat como el esposo de Israel. El Sabbat es el día en que se invita a cada uno a acoger la paz de Dios, su “Shalom”.
De este modo, después del doloroso trabajo de la cruz, «retoque en que el hombre es forjado de nuevo» según la expresión de Catalina de Siena, Jesús entra en su descanso en el mismo momento en que se encienden las primeras luces del Sabbat: “Todo se ha cumplido” (Jn 19,3). Ahora se ha terminado la obra de la nueva creación: el hombre prisionero antaño de la nada del pecado se convierte en una nueva criatura en Cristo. Una nueva alianza entre Dios y la humanidad, que nada podrá jamás romper, acaba de ser sellada, ya que en adelante toda infidelidad puede ser lavada en la sangre y en el agua que brotan de la cruz.
La carta a los Hebreos dice: «Un descanso, el del séptimo día, queda para el pueblo de Dios» (Heb 4,9). La fe en Cristo nos da acceso a ello. Que nuestro verdadero descanso, nuestra paz profunda, no la de un solo día, sino para toda la vida, sea una total esperanza en la infinita misericordia de Dios, según la invitación del Salmo 16: «Mi carne descansará en la esperanza, pues tu no entregarás mi alma al abismo». Que con un corazón nuevo nos preparemos para celebrar en la alegría las bodas del Cordero y nos dejemos desposar plenamente por el amor de Dios manifestado en Cristo.
P. Jacques PHILIPPE
(Cordes sur Ciel, Francia)
Este domingo observamos “la entrada triunfal” de Jesús a Jerusalén días antes de su crucifixión. Y nos preguntamos: ¿Cómo puede la gente cambiar tan rápido, de adorar a Jesús y pocas horas después gritar, “¡Crucifícalo!”?
Yo creo que la respuesta tiene que ver con expectativas. La gente estaba buscando un Rey y un Salvador. Pero no llega a su reino como quisiéramos.
Y no debemos pensar que solamente se trata de las personas en aquel tiempo. Esta historia nos toca a nosotros también. ¿Qué espero de Jesús? ¿Cuáles son mis expectativas? Si somos honestos, muchas veces nuestras expectativas no se logran, no se cumplen, ¿verdad? ¿Por qué murió mi abuela de cáncer, siendo una mujer de oración y fe profunda? ¿Por qué se divorciaron mis padres cuando tenía 15 años? ¡¿Dónde estabas, Jesús?! ¿No te importaba? Mis expectativas eran otras… Este domingo reflexiona sobre tus expectativas. ¿Estás dispuesto a recibir de Jesús lo que él quiere dar? ¿Estás dispuesto para que Jesús derribe todas tus expectativas durante esta Semana Santa?
De todos los pecados, “la soberbia es la actitud más negativa para la vida cristiana”, advirtió el Papa Francisco durante la Audiencia General celebrada este miércoles 10 de abril en la Plaza de San Pedro del Vaticano.
En su catequesis, pronunciada bajo una intensa lluvia que no asustó a las decenas de miles de personas que llenaban la Plaza, el Santo Padre llamó la atención sobre “la primera verdad de toda oración: aunque fuésemos personas perfectas, santos cristalinos que no se desvían nunca de una vida de bien, siempre seremos hijos que se lo deben todo al padre”.
En ese sentido, explicó el Papa, se debe interpretar la petición que se realiza en el Padre Nuestro: “Perdona nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Las deudas, es decir, “los pecados, las cosas malas que hace”, matizó.
Por ese motivo, “la actitud más peligrosa de toda vida cristiana es el orgullo. Es la actitud de quien se pone delante de Dios pensando siempre que tiene en orden todas las cuentas con Él. El orgulloso piensa que todo está bien”.
“La gente que se cree perfecta, la gente que critica a los demás, es gente orgullosa. Ninguno de nosotros es perfecto, ninguno”.
Por el contrario, “hay pecados que se ven y pecados que no se ven. Hay pecados enormes que hacen mucho ruido, pero también hay pecados sutiles que anidan en el corazón sin que ni siquiera nos demos cuentas”.
El peor de esos pecados es la soberbia, “que incluso puede contagiar a aquellas personas que viven una intensa vida religiosa”. La soberbia “es el pecado que divide la fraternidad, que nos hace presumir de ser mejores que los demás, que nos hace creer que somos parecidos a Dios”.
Y, sin embargo, “delante de Dios todos somos pecadores”. Pero, sobre todo, “somos deudores porque, en esta vida, hemos recibido mucho: la existencia, un padre y una madre, la amistad, las maravillas de la creación… Incluso si todos pasásemos por días difíciles, siempre debemos recordar que la vida es una gracia”.
En segundo lugar, “somos deudores también porque, incluso si conseguimos amar, ninguno de nosotros es capaz de hacerlo únicamente con sus fuerzas. Ninguno de nosotros brilla con luz propia”.
“Si amas es porque alguien, alguien externo a ti, te ha sonreído cuando eras un niño, enseñándote a responder con una sonrisa. Si amas es porque alguien a tu lado te ha despertado al amor, haciéndote comprender cómo reside en ella el sentido de la existencia”.
El Papa concluyó: “Amamos, sobre todo, porque hemos sido amados; perdonamos, porque hemos sido perdonados. Y si alguno no ha sido iluminado por la luz del sol, se vuelve gélido como la tierra en invierno”.
(Nota retomada de Aci Prensa)
El Papa Francisco reflexionó, durante la Misa celebrada este martes 9 de abril en Casa Santa Marta, sobre “el cansancio” del pueblo de Israel tras el éxodo de Egipto, y advirtió que, al igual que los israelitas, en ocasiones los cristianos “prefieren el fracaso” porque permite refugiarse en el lamento y la insatisfacción, “el campo perfecto para la siembra del diablo”.
Como se lee en la Primera Lectura del día, del Libro de los Números, “el pueblo de Dios no soportó el viaje” a través del desierto, explicó Francisco. Rápidamente desapareció el entusiasmo y la esperanza de la huida de Egipto, de la esclavitud.
En ellos, “el espíritu de cansancio les quitó la esperanza. El cansancio es selectivo: siempre nos hace ver lo malo del momento que estamos viviendo y olvidar las cosas buenas que hemos recibido”.
“Cuando nos encontramos en la desolación, no soportamos el viaje y buscamos refugio en los ídolos o en la murmuración”. “Ese espíritu de cansancio también nos lleva a nosotros, cristianos, a un modo de vivir insatisfecho: el espíritu de la insatisfacción. Nada nos gusta, todo va mal…”.
Advirtió que “el miedo a la esperanza”, “el miedo a la falta del Señor” lleva a ceder al fracaso, y esa “es la vida de muchos cristianos. Viven lamentándose, viven criticando, viven en la murmuración, viven insatisfechos”.
Dice la Biblia que el pueblo de Israel “no soportó el viaje”. Y al igual que los israelitas, el Papa aseguró que “nosotros los cristianos muchas veces tampoco soportamos el viaje. Y nuestra preferencia el agarrarnos a la derrota, es decir, a la desolación. Y la desolación es la serpiente, la vieja serpiente, la del Paraíso terrestre. Es un símbolo: la misma serpiente que sedujo a Eva es la misma serpiente que tenemos dentro, que habita en la desolación”.
El Papa finalizó su homilía pidiendo que “el Señor nos libere de esta enfermedad”.
En la Cuaresma 2015, el Papa Francisco obsequió a los fieles en la Plaza de San Pedro un folleto especial titulado “Custodia el corazón”, que fue entregado por varios indigentes de Roma y que contiene importantes recursos para el camino de conversión hacia la Semana Santa.
Entre estos recursos está un examen de conciencia de 30 preguntas planteadas por el Papa para hacer una buena confesión, así como una breve explicación sobre por qué acudir al sacramento de la Reconciliación.
Este recurso cobra interés en el tiempo de Cuaresma y una nueva edición de “24 horas para el Señor”, a la que invita el Pontífice este 29 y 30 de marzo para que los católicos, especialmente los más alejados de la Iglesia, se reconcilien con Dios en preparación para la Pascua.
A la pregunta "¿por qué confesarse?", el folleto contesta: “¡Porque somos pecadores! Es decir, pensamos y actuamos de modo contrario al Evangelio. Quien dice estar sin pecado es un mentiroso o un ciego. En el sacramento Dios Padre perdona a quienes, habiendo negado su condición de hijos, se confiesan de sus pecados y reconocen la misericordia de Dios”.
Para confesarse, prosigue el texto, es necesario comenzar “por la escucha de la voz de Dios” seguido del “examen de conciencia, el arrepentimiento y el propósito de la enmienda, la invocación de la misericordia divina que se nos concede gratuitamente mediante la absolución, la confesión de los pecados al sacerdote, la satisfacción o cumplimiento de la penitencia impuesta, y finalmente, con la alabanza a Dios por medio de una vida renovada”.
El examen de conciencia
A continuación las 30 preguntas propuestas por el Papa Francisco para hacer una buena confesión:
En relación a Dios
¿Solo me dirijo a Dios en caso de necesidad? ¿Participo regularmente en la Misa los domingos y días de fiesta? ¿Comienzo y termino mi jornada con la oración? ¿Blasfemo en vano el nombre de Dios, de la Virgen, de los santos? ¿Me he avergonzado de manifestarme como católico? ¿Qué hago para crecer espiritualmente, cómo lo hago, cuándo lo hago? ¿Me rebelo contra los designios de Dios? ¿Pretendo que Él haga mi voluntad?
En relación al prójimo
¿Sé perdonar, tengo comprensión, ayudo a mi prójimo? ¿Juzgo sin piedad tanto de pensamiento como con palabras? ¿He calumniado, robado, despreciado a los humildes y a los indefensos? ¿Soy envidioso, colérico, o parcial? ¿Me avergüenzo de la carne de mis hermanos, me preocupo de los pobres y de los enfermos?
¿Soy honesto y justo con todos o alimento la cultura del descarte? ¿Incito a otros a hacer el mal? ¿Observo la moral conyugal y familiar enseñada por el Evangelio? ¿Cómo cumplo mi responsabilidad de la educación de mis hijos? ¿Honro a mis padres? ¿He rechazado la vida recién concebida? ¿He colaborado a hacerlo? ¿Respeto el medio ambiente?
En relación a mí mismo
¿Soy un poco mundano y un poco creyente? ¿Como, bebo, fumo o me divierto en exceso? ¿Me preocupo demasiado de mi salud física, de mis bienes? ¿Cómo utilizo mi tiempo? ¿Soy perezoso? ¿Me gusta ser servido? ¿Amo y cultivo la pureza de corazón, de pensamientos, de acciones? ¿Nutro venganzas, alimento rencores? ¿Soy misericordioso, humilde, y constructor de paz?
"En cuanto a mí ¡Dios me libre gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo…" (Gal. 6, 14).
La Cruz: Única gloria de Padre Pío
Padre Pío de Pietrelcina, como el apóstol Pablo, centró su vida y su apostolado en la Santa Cruz, que era su fuerza, su sabiduría y su gloria. Libre de las vanidades del mundo e inflamado de amor a Jesucristo, se ajustó a Él en la inmolación de la Cruz para la salvación del mundo. Fue tan generoso y perfecto en la secuencia y en la imitación de la Víctima Divina, que se podría decir: "En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado… (Gal. 2, 19).
Él lo consideraba como un tesoro de la gracia, que Dios le otorgó con una abundancia extraordinaria; así que, con su sagrado ministerio, sirvió a los hombres y mujeres que se apresuraban hacia él para atraer una muchedumbre inmensa de hijos e hijas espirituales.
Digno seguidor de San Francisco de Asís
Este digno seguidor de San Francisco de Asís nació el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina, en la arquidiócesis de Benevento. Sus padres eran Grazzio Forgione y María Giuseppa De Nunzio. Al día siguiente fue bautizado con el nombre de Francesco. Pasó su infancia y adolescencia en un ambiente sereno y calmado: hogar, iglesia, campos, y más tarde en la escuela. A la edad de doce años recibió los sacramentos de Confirmación y Primera Comunión.
A la edad de dieciséis, el 6 de enero de 1903, entró en el noviciado de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos en Morcone, donde el 22 de ese mismo mes recibió su hábito y fue llamado Hermano Pío. Terminó su año de noviciado felizmente, hizo su profesión de votos simples y el 27 de enero de 1907, los votos solemnes. Después de su ordenación sacerdotal, recibida el 10 de agosto de 1910 en Benevento, tomó un descanso junto a sus hermanos hasta 1916 por motivos de salud. En septiembre del mismo año fue enviado al convento de San Giovanni Rotondo y permaneció allí hasta su muerte donde se desarrolló un gran crecimiento de creyentes y seguidores. Éstos, desde el año 1918, vieron en él las señales de la Pasión del Señor y otros carismas.
Su misión especial
Encendido por el amor a Dios y por el amor al prójimo, Padre Pío vivió en plenitud su vocación para contribuir a la redención de la humanidad, de acuerdo a la misión especial que caracterizó toda su vida. Efectuó esta misión de tres maneras: a través de la dirección de las almas, a través de la reconciliación sacramental de los pecadores y a través de la celebración de la Santa Misa. No era tarea fácil lograr confesarse con el Padre Pío debido a la gran multitud de penitentes. El momento culminante de su actividad apostólica fue cuando él celebraba la Santa Misa. Los creyentes que participaban, percibían durante esta celebración el centro y plenitud de su espiritualidad.
En un plano social, Padre Pío procuraba aliviar el dolor y la pobreza de muchas familias, especialmente por medio de la fundación del "Hogar para el alivio del sufrimiento", inaugurado el 5 de mayo de 1956. En un plano espiritual, formó los "Grupos de Oración", que él mismo definió como " el terreno fértil de la fe y enfoques del amor", y el Sumo Pontífice Pablo VI define como: "Un gran río de personas que oran".
Su Fe
Para el Siervo de Dios su vida era una vida llena de fe: todo lo deseaba y realizaba a la luz de la fe. Se nutría de la oración constante. Durante el día y gran parte de la noche, estaba en conversación con Dios. Él dijo: "En los libros aprendemos sobre Dios, en la oración Lo encontramos. La oración es la llave que abre el corazón de Dios." En la fe, él siempre aceptaba la voluntad misteriosa de Dios. Era un religioso absorbido en las realidades sobrenaturales y contagió a todos con su fe, irradiándola a aquellos que se le acercaban.
El hombre de esperanza
No sólo era un hombre de esperanza y total confianza en Dios, sino infundía estas virtudes en las almas con sus palabras y con su ejemplo.
El amor de Dios lo llenaba tanto que satisfacía todos sus deseos; la caridad era el principio de inspiración de cada día: Amaba a Dios y Dios lo amaba a él. Su preocupación particular: crecer y comportarse según la caridad. Este era el secreto de su vida penitencial, la cual pasó en el confesionario y dirigiendo de las almas.
La grandeza de su caridad
Una expresión de su caridad hacia el prójimo era su forma de recibir, por más de cincuenta años, a tantas personas, que se apresuraban a buscar sus consejos y consuelos por medio de su sagrado ministerio. Era como un asedio de amor: Lo buscaban en la iglesia, en la sacristía, en el convento. Y dio todo su amor, trabajando para reavivar la fe, distribuyendo gracia, trayendo luz y consuelo evangélico. El veía el rostro de Jesús en los pobres, en aquellos que sufrían, en los pacientes y estaba especialmente dispuesto para ellos.
Prudencia
Él practicó de manera ejemplar la virtud de la prudencia, se comportaba y guiaba a todos a la luz de Dios.
Su interés era la gloria de Dios y el bien de las almas. Trataba a todos por igual, sin preferencias, con lealtad y gran respeto.
Fortaleza
La virtud de la fortaleza se manifestaba claramente en él. Él entendía bien que su caminar era el de la Cruz y aceptaba el sufrimiento con valentía y amor. Experimentó por muchos años los sufrimientos del alma. Por años llevó consigo los dolores de sus llagas con una fortaleza admirable. Aceptaba las numerosas intervenciones de las autoridades eclesiales y de su Orden en silencio y en oración. Ante la calumnia, siempre mantenía silencio.
Templanza
Solía alcanzar la virtud de la templanza mediante sus oraciones y mortificaciones, de acuerdo al estilo franciscano. Era moderado en su forma de pensar y estilo de vida.
Obediente
Consciente de los deberes que asumía en la vida consagrada, observó con generosidad sus votos religiosos. Los amaba porque le recordaba a Cristo y porque eran los medios de perfección. Obedecía todas las órdenes de sus superiores, aún cuando a veces le costaba. Su obediencia era sobrenatural en sus intenciones, universal en su extensión e íntegra en su ejecución.
Pobreza
Él ejercitaba el espíritu de pobreza con un total desprendimiento de sí mismo y de los bienes mundanos; de las conveniencias y de los honores.
Castidad
Él siempre tenía una gran predilección por la virtud de la castidad. Su comportamiento era siempre casto y con toda modestia.
Sinceramente se creía un inútil, indigno de los dones de Dios, lleno de debilidades y en necesidad del favor divino. En medio de tanta admiración del mundo, él repetía: "Sólo quiero ser un pobre fraile que reza."
Su salud, desde su juventud, no era muy buena y, sobre todo, en los últimos años de su vida fue empeorando.
La hermana muerte vino por él a la edad de 81 y lo encontró preparado y sereno el 23 de septiembre de 1968. Su funeral se caracterizó por una gran afluencia de personas.
Una representación de los estigmas de Nuestro Señor
El 20 de febrero de 1971, a sólo tres años de la muerte del Siervo de Dios, Pablo VI, hablando con el superior de la Orden Capuchina, dijo de él: "¡Mira cuánta fama ha tenido, qué gente se ha reunido a su alrededor! ¿Pero, por qué? ¿Era por ser un filósofo? ¿Por ser sabio? ¿Por ser un hombre de medios? Era porque celebraba la Misa humildemente, escuchaba confesiones desde por la mañana hasta la noche, y era una estampa representativa de las estigmas de Nuestro Señor. Era un hombre de oración y sufrimiento."
La Causa de Beatificación
De esta manera Dios manifestaba su deseo de glorificar en esta tierra a su fiel Servidor. La Orden de Hermanos Menores Capuchinos no esperó mucho tiempo para terminar con los pasos requeridos por las leyes canónicas para comenzar la causa de beatificación y canonización. Habiendo realizado los exámenes correspondientes, la Santa Sede, en la forma de la Motu Proprio Sanctitas Clarior, otorgó la nulla osta el 29 de noviembre de 1982. El arzobispo de Manfredonia pudo proceder entonces con el proceso de conocimiento (1983 - 1990). El 7 de diciembre de 1990, la Congregación para las Causas de Santos reconoció la validez del proceso. Habiendo completado el Positio (Voto Positivo), fue discutido entonces, como de costumbre, si el Siervo de Dios había practicado las virtudes en un grado heroico. El 13 de junio de 1997 el Congreso Especial de la comisión teológica fue llevada a cabo con resultados positivos. En la próxima Sesión Ordinaria del 21 de octubre el Proponedor de la Causa, su Excelencia Monseñor Andrea María Erba, Obispo de Velletri-Segni, los Padres Cardenales y Obispos, reconocieron que Padre Pío de Pietrelcina había practicado en grado heroico las virtudes teologales, cardinales y las virtudes que las acompañan.
En grado heroico todas las virtudes
El Prefecto favoreciendo la causa, que firma abajo, informó al Sumo Pontífice Juan Pablo II de los procedimientos completados por la Causa. Su Santidad acogiendo y aprobando el juicio hecho por la Congregación para las Causas de los Santos, ha ordenado que el Decreto de las virtudes del Siervo de Dios sea promulgada.
Hacia Dios y hacia el prójimo
Esto llevado a cabo, según las normas, enmarcándolo en la fecha de hoy, el Prefecto a favor de la causa que firma abajo, el Proponedor de la Causa, el Arzobispo Secretario de la Congregación, juntos con los restantes de acuerdo a la costumbre y estando todos presentes, el Santo Padre declaró solemnemente:
"Es seguro que el Siervo de Dios, Padre Pío de Pietrelcina, quien para el mundo es Francesco Forgione, sacerdote profeso de la Orden de Hermanos Menores Capuchinos, ha practicado en un grado heroico las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, ambos hacia Dios y hacia el prójimo, de igual manera las virtudes cardinales de prudencia, justicia, fortaleza, templanza y virtudes que les acompaña, para las metas y para los efectos de lo escrito. El Sumo Pontífice ordenó finalmente, que este decreto fuese publicado y registrado en las actas de la Congregación de las Causas para los Santos".
Dado en Roma el 18 de diciembre en el Año del Señor 1997
Firma:
Alberto Bovone
Arzobispo Titular de Caesarian de Numidia
Prefect a favor de la causa
Edward Nowak
Arzobispo Titular de Luni
Secretario
El Papa Francisco llamó la atención sobre la incoherencia de aquellos cristianos que viven sin aspirar a la santidad, reconociéndose cristianos, pero actuando como si no lo fueran.
“Dios es santo, pero si nosotros, si nuestra vida no es santa se produce una gran incoherencia. La santidad de Dios debe reflejarse en nuestras acciones, en nuestra vida. ‘Yo soy cristiano, Dios es Santo, pero yo hago muchas cosas malas’. No, esto no sirve, esto hace mal, esto escandaliza y no ayuda”, señaló el Santo Padre durante la Audiencia General de este miércoles 27 de febrero.
Durante su catequesis, el Pontífice continuó “el camino de redescubrimiento de la oración del Padre Nuestro”, “hoy profundizaremos en la primera de sus siete invocaciones, esto es, ‘sea santificado tu nombre’”.
Recordó que “las peticiones del Padre Nuestro son siete, fácilmente divisibles en dos subgrupos. Las primeras tienen al centro el ‘Tú’ de Dios Padre; las otras cuatro tienen en el centro el ‘nosotros’ y nuestras necesidades humanas”.
En la primera parte, “Jesús nos hace entrar en sus deseos, todos dirigidos al Padre: ‘sea santificado tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad’; en la segunda es Él el que entra en nosotros y se hace intérprete de nuestras necesidades: el pan de cada día, el perdón de los pecados, la ayuda en las tentaciones y la liberación del mal”.
“Aquí se encuentra la matriz de toda oración cristiana, diría que de toda oración humana, que siempre está hecha de, por una parte, contemplación de Dios, de su misterio, de su belleza y bondad, y, de otra, de sincera y valiente búsqueda de aquello que sirve para vivir, y vivir bien”.
De ese modo, “en su simplicidad y esencialidad, el Padre Nuestro educa a quien lo reza a no multiplicar palabras vanas”.
“Cuando hablamos con Dios, no lo hacemos para revelarle aquello que tenemos en el corazón: Él lo conoce mucho mejor que nosotros mismos. Si Dios es un misterio para nosotros, nosotros, en cambio, no somos un enigma a sus ojos. Dios es como esas madres a las que les basta una simple mirada para comprenderlo todo de sus hijos: si están contentos o tristes, si son sinceros o si esconden alguna cosa”.
Señaló Francisco que “el primer paso de la oración cristiana es, por lo tanto, confiarnos nosotros mismos a Dios, a su providencia”. “Las peticiones del cristiano expresan la confianza en el Padre, y es precisamente esta confianza la que nos hace pedir aquello de lo que tenemos necesidad sin ansia ni agitación”.
Por este motivo, “rezamos diciendo: ‘Santificado sea tu nombre’. En esta petición, la primera, se experimenta toda la admiración de Jesús por la belleza y la grandeza del Padre, y el deseo de que todos lo reconozcan y la amen como aquello que verdaderamente es. Y, al mismo tiempo, está la petición de que su nombre se santifique en nosotros, en nuestra familia, en nuestra comunidad, en el mundo entero”.
“Es Dios quien santifica, quien nos transforma con su amor, pero, al mismo tiempo, también somos nosotros los que, con nuestro testimonio, manifestamos la santidad de Dios en el mundo, haciendo presente su nombre”, concluyó el Papa su catequesis.
Redacción ACI Prensa
Ayuno, oración y limosna, estos son los tres ejes para prepararse adecuadamente para la Semana Santa, según subraya el Papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma de 2019, difundido este martes 26 de febrero.
En el mensaje titulado “La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios”, el Santo padre destaca que “el misterio de salvación, que ya obra en nosotros durante la vida terrena, es un proceso dinámico que incluye también a la historia y a toda la creación”.
Desde ese punto de vista, realiza una reflexión sobre tres puntos que acompañan el camino de conversión en Cuaresma.
La redención de la creación
Francisco señala que “la celebración del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, culmen del año litúrgico, nos llama una y otra vez a vivir un itinerario de preparación, conscientes de que ser conformes a Cristo es un don inestimable de la misericordia de Dios”.
“Si el hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que se deja llevar por el Espíritu Santo, y sabe reconocer y poner en práctica la ley de Dios, comenzando por la que está inscrita en su corazón y en la naturaleza, beneficia también a la creación, cooperando en su redención”.
Sin embargo, “en este mundo la armonía generada por la redención está amenazada, hoy y siempre, por la fuerza negativa del pecado y de la muerte”.
La fuerza destructiva del pecado
A continuación, el Papa explica que “cuando no vivimos como hijos de Dios, a menudo tenemos comportamientos destructivos hacia el prójimo y las demás criaturas, y también hacia nosotros mismos, al considerar, más o menos conscientemente, que podemos usarlos como nos plazca”.
“Como sabemos”, continúa, “la causa de todo mal es el pecado, que desde su aparición entre los hombres interrumpió la comunión con Dios, con los demás y con la creación, a la cual estamos vinculados ante todo mediante nuestro cuerpo”.
“Se trata del pecado que lleva al hombre a considerarse el dios de la creación, a sentirse su dueño absoluto y a no usarla para el fin deseado por el Creador, sino para su propio interés, en detrimento de las criaturas y de los demás”.
La fuerza regeneradora del arrepentimiento y del perdón
Finalmente, se llega al arrepentimiento y al perdón. “El camino hacia la Pascua nos llama precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual”.
“La Cuaresma es signo sacramental de esta conversión, es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su vida personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración y la limosna”.
El Papa Francisco concluye su mensaje de Cuaresma haciendo un llamado a abandonar “el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos”. “Dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales. Así, acogiendo en lo concreto de nuestra vida la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, atraeremos su fuerza transformadora también sobre la creación”.
La Iglesia celebra hoy la Fiesta de la Cátedra de San Pedro para recordar la autoridad del Vicario de Cristo en la tierra; por tal motivo, el sacerdote, escritor y funcionario de la Secretaría de Estado del Vaticano, Mons. Florian Kolfhaus, reflexionó sobre su importancia tanto en la Iglesia como en el mundo entero.
“La Santa Sede, cuyo concepto se remonta al banco de madera de un pescador, a quien el Señor nombró Pastor de su Iglesia, es la más alta autoridad moral en todo el mundo actual”.
“También los no cristianos prestan atención a las palabras del Papa sobre la paz, migración y protección climática”, escribió Mons. Kolfhaus en una columna publicada en CNA Deutsch –agencia alemana del Grupo ACI– el 22 de febrero de 2017.
El Papa “goza del reconocimiento de alrededor de 170 estados y 20 organizaciones internacionales” y “es reconocido en virtud de sus relaciones de siglos con otros estados”, añadió el experto, al recordar que el Pontífice es también un soberano sujeto de derecho internacional.
“El Papa, y solo él entre todos los demás líderes religiosos, es quien goza de la autoridad de un jefe de estado, equiparada a la de los presidentes. Y todo esto se lo debe, por así decir, al banquillo de madera sobre el que se sentó San Pedro, cuando enseñaba a la comunidad de Roma”, agregó.
No obstante, el sacerdote dijo que más importante que los temas políticos es “la preservación y auténtica interpretación de la fe, que le fue confiada a Pedro y a sus sucesores”.
“A él le fue prometida –tal como bellamente muestra el altar en San Pedro– la especial asistencia del Espíritu Santo al explicar el Evangelio de Cristo desde la Tradición de la Iglesia y sus padres”.
“El Papa, y solamente él, tiene la potestad de las llaves, para atar y desatar. Él tiene poder directo, inmediato, limitado solo por la Ley Divina sobre toda la Iglesia. Él es el pastor supremo a quien le es confiado la totalidad del rebaño del Señor. La Iglesia celebra hoy este elevado servicio del servidor de los siervos de Dios”, enfatizó.
A pesar de estas características, Mons. Kolfhaus recordó que cada Papa debe tener conciencia de que es un “hombre frágil y débil” y “necesita constantemente purificación y conversión”.
“Pero debe tener también conciencia de que del Señor le viene la fuerza para confirmar a sus hermanos en la fe y mantenerlos unidos en la confesión de Cristo crucificado y resucitado”, añadió.
Por otra parte, el sacerdote indicó que el Obispo de Roma se sienta en su cátedra para dar “testimonio de Cristo” y que ese poder conferido por Cristo a Él y a sus sucesores “es, en sentido absoluto, un mandato para servir”.
“La potestad de enseñar, en la Iglesia, implica un compromiso al servicio de la obediencia a la fe”, recalcó.
Finalmente, Mons. Kolfhaus recordó que el Papa “no es un soberano absoluto cuyo pensamiento y voluntad son ley”.
“Al contrario: el ministerio del Papa es garantía de la obediencia a Cristo y a su Palabra. No debe proclamar sus propias ideas, sino vincularse constantemente a sí mismo y la Iglesia a la obediencia a la Palabra de Dios, frente a todos los intentos de adaptación y alteración, así como frente a todo oportunismo”, concluyó.
(Nota retomada de Aci Prensa)
Durante la Misa celebrada este martes 19 de febrero en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco aseguró que Dios tiene sentimientos, “no es abstracto” ni es solo ideas, sino que “sufre” y esto “es el misterio del Señor”.
En su homilía, el Santo Padre invitó a tener un corazón similar al corazón de Dios, capaz de entristecerse ante el sufrimiento de los más débiles pero sobre todo de ser hermano con los hermanos, padre con los hijos; un corazón humano y divino.
“Los sentimientos de Dios, Dios Padre que nos ama -y ​​el amor es una relación- pero es capaz de enojarse… Es Jesús quien viene y nos da el camino, con el sufrimiento del corazón, todo… Pero nuestro Dios tiene sentimientos. Nuestro Dios nos ama con su corazón, no nos ama con ideas, nos ama con su corazón. Y cuando nos acaricia, nos acaricia con su corazón y cuando nos reprende, como un buen padre, nos reprende con su corazón, sufre más que nosotros”, dijo el Papa.
De este modo, el Pontífice explicó que “es una relación de corazón a corazón, de hijo a padre que se abre y si Él es capaz de entristecerse en su corazón, también nosotros podemos ser capaces de entristecernos delante a Él”. “No es sentimentalismo, es la verdad”, señaló.
“No creo que nuestros tiempos sean mejores que los tiempos del diluvio, no creo: las calamidades son más o menos las mismas, las víctimas son más o menos las mismas. Pensemos por ejemplo en los más débiles, los niños. La cantidad de niños hambrientos, de niños sin educación: no pueden crecer en paz. Sin padres porque fueron asesinados en las guerras… Niños soldados… Solo piensen en esos niños”.
Llorar como Jesús
Por ello, el Papa Francisco exhortó pedir al Señor la gracia de tener “un corazón como el corazón de Dios similar al corazón de Dios” para ser capaces de comprender, acompañar y consolar.
“Existe la gran calamidad del diluvio, existe la gran calamidad de las guerras de hoy donde pagan la cuenta de la fiesta los débiles, los pobres, los niños, aquellos que no tienen recursos para seguir adelante. Pensamos que el Señor está afligido en su corazón y acerquémonos al Señor y hablémosle, hablemos: ‘Señor, mira estas cosas, yo te comprendo’. Consolemos al Señor: ‘Te comprendo y te acompaño’, te acompaño en la oración, en la intercesión por todas estas calamidades que son fruto del diablo que quiere destruir la obra de Dios”, concluyó.
(Nota retomada de Aci Prensa)
Durante la Misa celebrada este lunes 18 de febrero en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco exhortó a preguntarnos dónde está nuestro hermano que sufre y a responder con sinceridad.
En su homilía, el Santo Padre recordó las preguntas que el Señor hizo a Adán y a Caín en el Libro del Génesis ¿dónde está tu hermano? ¿dónde estás? Y pidió responder personalmente “sin escapar del problema”.
El Papa Francisco explicó también el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo para hablar del hermano enfermo, encarcelado, hambriento y sobre las “preguntas incómodas” que Jesús ha realizado, como por ejemplo al apóstol Pedro cuando le preguntó en tres ocasiones: “¿me amas?”.
En esta línea, el Santo Padre quiso destacar como en la vida de todos los días a estas preguntas incómodas “respondemos un poco con principios generales que no dicen nada, pero dicen todo, todo lo que está en el corazón”. Por eso, el Papa aseguró que el Señor nos hace esta pregunta a cada uno de nosotros:
"¿Dónde está tu hermano?" - "No lo sé" - "¡Pero tu hermano tiene hambre!" - "Sí, sí, seguramente está almorzando en la parroquia de Caritas, sí, seguramente lo alimentarán", y con esta respuesta ‘compromiso’ salva la piel. "No, el otro, el enfermo ..." - "¡Claro que está en el hospital!" - "¡Pero no hay lugar en el hospital! ¿Y tiene algún medicamento? "-" Pero es lo suyo, no puedo entrometerme en la vida de los demás ... él tendrá parientes que le darán medicamentos ", y me lavo las manos. "¿Dónde está tu hermano, el prisionero?" - "Ah, él está pagando lo que merece. Lo hizo, que lo pague. Estamos cansados ​​de tantos criminales en la calle: que pague". Pero quizás nunca escuches esta respuesta que se te dice de la boca del Señor. Dónde esta tu hermano ¿Dónde está tu hermano explotado, el que trabaja en negro, nueve meses al año para reanudar, después de tres meses, otro año? Y entonces no hay seguridad, no hay vacaciones ... "Eh, hoy no hay trabajo y uno toma lo que puede...": otra respuesta de compromiso”, afirmó.
Con estos ejemplos concretos el Papa pide a cada uno que tome esta palabra del Señor como si fuera hecha a cada uno de nosotros personalmente:
“El Señor me pregunta "¿dónde está tu hermano?", Y pon el nombre de los hermanos a quienes el Señor nombra en el capítulo 25 de Mateo: los enfermos, los hambrientos, los sedientos, los que no tienen ropa, ese hermano pequeño, niño pequeño que no puede ir a la escuela, al drogadicto, al prisionero ... ¿dónde está? ¿Dónde está tu hermano en tu corazón? ¿Hay espacio para estas personas en nuestros corazones? O hablamos, sí, de la gente, descargamos un poco la conciencia dando una limosna”, dijo.
Ante esto, el Santo Padre denuncia a quienes consideran que son demasiado “estas cosas sociales de la Iglesia” y aseguró que “estamos acostumbrados a dar respuestas de compromiso, respuestas para escapar del problema, para no ver el problema, para no tocar el problema”.
Al finalizar, el Papa recordó la otra pregunta que el Señor le hizo a Adán ¿dónde estás? “Y Adán se escondió de la vergüenza, del miedo. Tal vez sentimos esta vergüenza. Dónde esta tu hermano, dónde estás tú. ¿En qué mundo vives, para no notar estas cosas, estos sufrimientos, estos dolores? Dónde esta tu hermano... dónde estas. ¡No te escondas de la realidad! -exclamó-. ¡Responde abiertamente, con lealtad, con alegría a estas dos preguntas del Señor!, concluyó.
En su homilía en Casa Santa Marta, el Papa pidió a los católicos que jamás se sientan superiores a los demás. Les dijo que para convertirse y para ayudar a las personas hay que ser humildes.
FRANCISCO
“Si un apóstol, un enviado, cualquiera de nosotros – muchos de nosotros somos enviados– va con la nariz para arriba, creyéndose superior a los demás o buscando algún interés humano o – no sé – buscando cargos en la Iglesia, jamás curará a nadie, no logrará abrir el corazón de nadie, porque su palabra no tendrá autoridad”.
El Papa concluyó diciendo que todos tenemos la capacidad “de curar con una buena palabra, con la paciencia, con un consejo dado a tiempo o con una mirada”, si se hace humildemente.
EXTRACTOS DE LA HOMILÍA
Fuente: Vatican News
Jesús envía a sus discípulos a “curar”, tal como Él mismo vino a hacer en el mundo, “Curar la raíz del pecado en nosotros, el pecado original”. Y “curar es un poco recrear”, señaló el Papa. “Jesús ha recreado desde la raíz, y después nos ha hecho ir adelante con su enseñanza, con su doctrina, que es una doctrina que cura”.
La primera curación es la conversión, en el sentido de abrir el corazón a fin de que entre la Palabra de Dios. Convertirse es mirar hacia otra parte, coincidir en otra parte. Y esto abre el corazón, hace ver otras cosas. Pero si el corazón está cerrado no puede ser curado. Si alguien está enfermo y por tenacidad no quiere ir al médico, no será curado. Y a ellos dice, primero: “Conviértanse, abran el corazón”. Nosotros los cristianos hacemos muchas cosas buenas, pero si el corazón está cerrado, es todo un barniz exterior.
Un barniz que con la primera lluvia desaparecerá. Por eso el Papa ha invitado a plantearse esta pregunta: “¿Yo siento esta invitación a convertirme, a abrir el corazón para ser curado, para encontrar al Señor, para ir adelante?”.
Para proclamar que la gente se convierta, se necesita autoridad. Y para ganársela, Jesús dice que “hay que llevar para el viaje sólo un bastón: ni pan, ni alforja, ni dinero”. En una palabra, la pobreza: “El apóstol, el pastor que no busca la leche de las ovejas, que no busca la lana de las ovejas”.
El Papa aludió a cuanto afirma San Agustín quien “dice que al que busca la leche, busca el dinero y al que busca la lana, le gusta vestirse con la vanidad de su oficio. Es un escalador de honores”.
El Papa, en cambio, invitó a la “pobreza”, a la “humildad” y a la “mansedumbre”. Y decir, tal como Jesús exhorta en el Evangelio, “si no los reciben, ¡vayan a otra parte!”, haciendo el gesto de sacudirse las sandalias. Pero hacerlo con mansedumbre y con humildad, porque ésta es la actitud del apóstol.
Si un apóstol, un enviado, cualquiera de nosotros – muchos de nosotros somos enviados– va con la nariz para arriba, creyéndose superior a los demás o buscando algún interés humano o – no sé – buscando cargos en la Iglesia, jamás curará a nadie, no logrará abrir el corazón de nadie, porque su palabra no tendrá autoridad.
El discípulo tendrá autoridad si sigue los pasos de Cristo. ¿Y cuáles son los pasos de Cristo? La pobreza. ¡De Dios que era, se hizo hombre! ¡Se ha aniquilado! ¡Se ha despojado! La pobreza que conduce a la mansedumbre, a la humildad. Jesús humilde que va por la calle para curar. Y así un apóstol con esta actitud de pobreza, de humildad, de mansedumbre, es capaz de tener autoridad para decir: “Conviértanse”, para abrir los corazones.
Y tras haber exhortado a la conversión, los enviados expulsaban muchos demonios, con la autoridad de decir: “No, ¡éste es un demonio! Y esto es pecado. ¡Ésta es una actitud impura! Tú no puedes hacerlo”. Pero hay que decirlo con “la autoridad del propio ejemplo, no con la autoridad de uno que habla desde arriba, sin interesarse por la gente”, subrayó Francisco.
Y explicó que “ésta no es autoridad: es autoritarismo”. “Ante la humildad, ante el poder del nombre de Cristo con el que el apóstol realiza su oficio si es humilde, los demonios escapan”, porque no soportan, que curen los pecados.
Después, los enviados también curaban el cuerpo, ungiendo con óleo a muchos enfermos. “La unción es la caricia de Dios”, dijo el Papa. Y el óleo es siempre una caricia, ablanda la piel y hace que se esté mejor. Por lo tanto, los apóstoles deben aprender “esta sabiduría de las caricias de Dios”.
“Así un cristiano se cura, no sólo un sacerdote, un obispo”. Y recordó que “cada uno de nosotros tiene el poder de curar” al hermano o a la hermana “con una buena palabra, con la paciencia, con un consejo dado a tiempo, con una mirada, pero como el óleo, humildemente”.
Todos necesitamos ser curados, todos, porque todos tenemos enfermedades espirituales. Todos. Y también todos tenemos la posibilidad de curar a los demás, pero con esta actitud. Que el Señor nos dé esta gracia de curar como Él curaba: con la mansedumbre, con la humildad, con la fuerza contra el pecado, contra el diablo, y vayamos adelante en este hermoso "oficio" de curarnos entre nosotros: “Yo curo a otro, y me dejo curar por el otro”. Entre nosotros. Ésta es una comunidad cristiana.
El Papa Francisco celebró este martes 5 de febrero una multitudinaria Misa ante cerca de 120 mil fieles católicos y alrededor de 4 mil musulmanes en el Estadio Zayed Sports City de Abu Dhabi, en el contexto de su viaje apostólico a los Emiratos Árabes Unidos.
En su homilía, el Santo Padre reconoció sentirse asombrado por el modo en que la comunidad católica de Emiratos Árabes Unidos vive el Evangelio.
“He venido también a daros las gracias por el modo como vivís el Evangelio que hemos escuchado. Se dice que entre el Evangelio escrito y el que se vive existe la misma diferencia que entre la música escrita y la interpretada. Vosotros aquí conocéis la melodía del Evangelio y vivís el entusiasmo de su ritmo”, afirmó.
A continuación, el texto completo de la homilía pronunciada por el Papa Francisco:
Bienaventurados: es la palabra con la que Jesús comienza su predicación en el Evangelio de Mateo. Y es el estribillo que él repite hoy, casi como queriendo fijar en nuestro corazón, ante todo, un mensaje fundamental: si estás con Jesús; si amas escuchar su palabra como los discípulos de entonces; si buscas vivirla cada día, eres bienaventurado.
No serás bienaventurado, sino que eres bienaventurado: esa es la primera realidad de la vida cristiana. No consiste en un elenco de prescripciones exteriores para cumplir o en un complejo conjunto de doctrinas que hay que conocer. Ante todo, no es esto; es sentirse, en Jesús, hijos amados del Padre. Es vivir la alegría de esta bienaventuranza, es entender la vida como una historia de amor, la historia del amor fiel de Dios que nunca nos abandona y quiere vivir siempre en comunión con nosotros.
Este es el motivo de nuestra alegría, de una alegría que ninguna persona en el mundo y ninguna circunstancia de la vida nos puede quitar. Es una alegría que da paz incluso en el dolor, que ya desde ahora nos hace pregustar esa felicidad que nos aguarda para siempre. Queridos hermanos y hermanas, en la alegría de encontraros, esta es la palabra que he venido a deciros: bienaventurados.
Ahora bien, Jesús llama bienaventurados a sus discípulos, sin embargo, llaman la atención los motivos de las diversas bienaventuranzas. En ellas vemos una transformación total en el modo de pensar habitual, que considera bienaventurados a los ricos, los poderosos, los que tienen éxito y son aclamados por las multitudes.
Para Jesús, en cambio, son bienaventurados los pobres, los mansos, los que se mantienen justos aun corriendo el riesgo de ser ridiculizados, los perseguidos. ¿Quién tiene razón, Jesús o el mundo?
Para entenderlo, miremos cómo vivió Jesús: pobre de cosas y rico de amor, devolvió la salud a muchas vidas, pero no se ahorró la suya. Vino para servir y no para ser servido; nos enseñó que no es grande quien tiene, sino quien da. Fue justo y dócil, no opuso resistencia y se dejó condenar injustamente.
De este modo, Jesús trajo al mundo el amor de Dios. Solo así derrotó a la muerte, al pecado, al miedo y a la misma mundanidad, solo con la fuerza del amor divino. Todos juntos, pidamos hoy en este lugar, la gracia de redescubrir la belleza de seguir a Jesús, de imitarlo, de no buscar más que a él y a su amor humilde. Porque el sentido de la vida en la tierra está aquí, en la comunión con él y en el amor por los otros. ¿Creéis esto?
He venido también a daros las gracias por el modo como vivís el Evangelio que hemos escuchado. Se dice que entre el Evangelio escrito y el que se vive existe la misma diferencia que entre la música escrita y la interpretada. Vosotros aquí conocéis la melodía del Evangelio y vivís el entusiasmo de su ritmo.
Sois un coro compuesto por una variedad de naciones, lenguas y ritos; una diversidad que el Espíritu Santo ama y quiere armonizar cada vez más, para hacer una sinfonía. Esta alegre sinfonía de la fe es un testimonio que dais a todos y que construye la Iglesia. Me ha impactado lo que Mons. Hinder dijo una vez, que no solo él se siente vuestro Pastor, sino que vosotros, con vuestro ejemplo, sois a menudo pastores para él.
Ahora bien, vivir como bienaventurados y seguir el camino de Jesús no significa estar siempre contentos. Quien está afligido, quien sufre injusticias, quien se entrega para ser artífice de la paz sabe lo que significa sufrir. Ciertamente, para vosotros no es fácil vivir lejos de casa y quizá sentir la ausencia de las personas más queridas y la incertidumbre por el futuro. Pero el Señor es fiel y no abandona a los suyos.
Nos puede ayudar un episodio de la vida de san Antonio abad, el gran fundador del monacato en el desierto. Él había dejado todo por el Señor y se encontraba en el desierto. Allí, durante un largo tiempo, sufrió una dura lucha espiritual que no le daba tregua, asaltado por dudas y oscuridades, tentado incluso de ceder a la nostalgia y a las cosas de la vida pasada. Después de tanto tormento, el Señor lo consoló y san Antonio le preguntó: «¿Dónde estabas? ¿Por qué no apareciste antes para detener los sufrimientos?». Entonces percibió con claridad la respuesta de Jesús: «Antonio, yo estaba aquí» (S. ATANASIO, Vida de Antonio, 10).
El Señor está cerca. Frente a una prueba o a un período difícil, podemos pensar que estamos solos, incluso después de estar tanto tiempo con el Señor. Pero en esos momentos, aun si no interviene rápidamente, él camina a nuestro lado y, si seguimos adelante, abrirá una senda nueva. Porque el Señor es especialista en hacer nuevas las cosas, y sabe abrir caminos en el desierto (cf. Is 43,19).
Queridos hermanos y hermanas: Quisiera deciros también que para vivir las Bienaventuranzas no se necesitan gestos espectaculares. Miremos a Jesús: no dejó nada escrito, no construyó nada imponente. Y cuando nos dijo cómo hemos de vivir no nos ha pedido que levantemos grandes obras o que nos destaquemos realizando hazañas extraordinarias.
Nos ha pedido que llevemos a cabo una sola obra de arte, al alcance de todos: la de nuestra vida. Las Bienaventuranzas son una ruta de vida: no nos exigen acciones sobrehumanas, sino que imitemos a Jesús cada día. Invitan a tener limpio el corazón, a practicar la mansedumbre y la justicia a pesar de todo, a ser misericordiosos con todos, a vivir la aflicción unidos a Dios.
Es la santidad de la vida cotidiana, que no tiene necesidad de milagros ni de signos extraordinarios. Las Bienaventuranzas no son para súper-hombres, sino para quien afronta los desafíos y las pruebas de cada día. Quien las vive al modo de Jesús purifica el mundo. Es como un árbol que, aun en la tierra árida, absorbe cada día el aire contaminado y devuelve oxígeno. Os deseo que estéis así, arraigados en Jesús y dispuestos a hacer el bien a todo el que está cerca de vosotros. Que vuestras comunidades sean oasis de paz.
Por último, quisiera detenerme brevemente en dos Bienaventuranzas. La primera: «Bienaventurados los mansos» (Mt 5,4). No es bienaventurado quien agrede o somete, sino quien tiene la actitud de Jesús que nos ha salvado: manso, incluso ante sus acusadores. Me gusta citar a san Francisco, cuando da instrucciones a sus hermanos sobre el modo como han de presentarse ante los sarracenos y los no cristianos. Escribe: «No entablen litigios ni contiendas, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios y confiesen que son cristianos» (Regla no bulada, XVI). No entablen litigios ni contiendas: en ese tiempo, mientras tantos marchaban revestidos de pesadas armaduras, san Francisco recordó que el cristiano va armado solo de su fe humilde y su amor concreto. Es importante la mansedumbre: si vivimos en el mundo al modo de Dios, nos convertiremos en canales de su presencia; de lo contrario, no daremos frutos.
La segunda Bienaventuranza: «Bienaventurados los que trabajan por la paz» (v. 9). El cristiano promueve la paz, comenzando por la comunidad en la que vive. En el libro del Apocalipsis, hay una comunidad a la que Jesús se dirige, la de Filadelfia, que creo se parece a la vuestra. Es una Iglesia a la que el Señor, a diferencia de casi todas las demás, no le reprocha nada.
En efecto, ella ha conservado la palabra de Jesús, sin renegar de su nombre, y ha perseverado, es decir que, a pesar de las dificultades, ha seguido adelante. Y hay un aspecto importante: el nombre Filadelfia significa amor entre hermanos. El amor fraterno. Una Iglesia que persevera en la palabra de Jesús y en el amor fraterno es agradable a Dios y da fruto.
Pido para vosotros la gracia de conservar la paz, la unidad, de haceros cargo los unos de los otros, con esa hermosa fraternidad que hace que no haya cristianos de primera y de segunda clase.
Jesús, que os llama bienaventurados, os da la gracia de seguir siempre adelante sin desanimaros, creciendo en el amor mutuo y en el amor a todos (cf. 1 Ts 3,12).
La última catequesis del Papa Francisco sobre el Bautismo en la Audiencia General del miércoles fue sobre la “fuerza de vencer el mal” y explicó cómo este sacramento es un arma eficaz para ello.
Francisco habló de los catecúmenos que de adultos se preparan también para recibir el Bautismo y que se encuentran realizando la iniciación cristiana. “Educados en la escucha de Jesús, de su enseñanza y de sus obras, los catecúmenos reviven la experiencia de la mujer samaritana sedienta de agua viva, del ciego de nacimiento que abre los ojos a la luz, de Lázaro que sale del sepulcro”.
“El Evangelio lleva consigo la fuerza de transformar a quien lo acoge con fe, arrancándolo del maligno para que aprenda a servir al Señor con alegría y novedad de vida”.
El Pontífice destacó que “a la pila bautismal no se va nunca solos, sino acompañados por la oración de toda la Iglesia, como recuerdan las letanías de los santos que preceden a la oración del exorcismo y la unción prebautismal con el óleo de los catecúmenos”.
“Son gestos que desde la antigüedad aseguran a cuántos se prestan a renacer como hijos de Dios a que la oración de la Iglesia los asiste en la lucha contra el mal, los acompaña en el camino del bien, los ayuda a sustraerse del pecado para pasar del reino de la gracia divina”.
El Papa recordó que este es el motivo por el que el camino de los catecúmenos adultos “está marcado por repetidos exorcismos pronunciados por el sacerdote, es decir, oraciones que invocan la liberación de todo aquello que separa de Cristo e impide la íntima unión con Él”.
También destacó que el Bautismo “no es una fórmula mágica”, sino “un don del Espíritu Santo que habilita a quien lo recibe a luchar contra el espíritu del mal, creyendo que Dios ha mandado al mundo a su Hijo para destruir el poder de satanás y transferir al hombre de las tinieblas en su reino de luz infinita”.
“La vida cristiana está siempre sujeta a las tentaciones de separarse de Dios, de su querer, de la comunión, con él, para recaer en los lazos de la seducción mundana”.
En el Bautismo, el catecúmeno también es ungido con el óleo, que significa que “la potencia de Cristo Salvador fortifica para luchar contra el mal y vencerlo”.
A su vez, reconoció que “es fatigoso combatir contra el mal, huir de sus engaños, volver a tomar fuerzas después de una lucha agotadora, pero tenemos que saber que toda la vida cristiana es un combate”.
“Pero tenemos que saber también que no estamos solos: la Madre Iglesia ora para que sus hijos, regenerados por el Bautismo, no sucumban, a las insidias del maligno, peor le venzan por la potencia de la Pascua de Cristo”.
En la Misa que presidió en la capilla de Santa Marta a primera hora de la mañana, el Papa Francisco habló en contra de los cristianos “aguados” que apenas se acuerdan de la obra que Dios ha hecho con ellos.
“Muchas veces los pecados, los compromisos, el miedo nos hacen olvidar este primer encuentro, del encuentro que nos ha cambiado la vida. Nos da un recuerdo, pero un recuerdo aguado. Nos hace convertirnos en cristianos, pero de ‘agua de rosas’. Aguados, superficiales”.
Francisco pidió recordar el primer encuentro con Jesús que “ha cambiado la vida” y explicó que una buena ocasión son los 50 días del tiempo pascual, que para los apóstoles fueron “tiempo de alegría”.
El Papa habló de la obediencia y dijo que “una vida de obediencia” es la que caracterizó a los apóstoles, que recibieron el Espíritu Santo para continuar su misión. Por eso, los cristianos son “los que obedecen a Dios”.
Comentado las lecturas del día, recordó que las cosas mundanas eran “el dinero” y rememoró cómo el mismo Jesús dijo que no se podía servir al Señor y al dinero.
Pero los apóstoles también dan “testimonio” y un “testimonio cristiano molesta”. “El testimonio cristiano no conoce las vías del compromiso” y “conoce la paciencia de acompañar a las personas que no comparten nuestro modo de pensar, nuestra fe, son tolerantes, acompañan”.
“Primero la obediencia, segundo el testimonio, que da tanto fastidio. Y todas las persecuciones que existen, desde ese momento hasta hoy… Pensad en los cristianos perseguidos en África, Oriente Medio… Hay más hoy que en los primeros tiempos, en la cárcel, degollados, ahorcados por confesar a Jesús. Testimonios hasta el final”.
El Papa también destacó que los apóstoles hablaban de cosas concretas y “no de fantasías”.
“Hay que pedir siempre la gracia del Espíritu Santo de la concreción. Jesús ha pasado en mi vida, por mi corazón. El Espíritu ha entrado en mí. Después, quizás, he olvidado, la gracia de la memoria del primer encuentro”.
Por tanto, “es tiempo de pedir la alegría pascual”. “Pidámosla los unos para los otros, pero esta alegría que viene del Espíritu Santo, que da el Espíritu Santo: la alegría de la obediencia pascual, la alegría del testimonio pascual y la alegría de la concreción pascual”.
Después de reunirse con los Misioneros de la Misericordia, el Papa Francisco celebró una Misa con ellos en el altar de la cátedra en la Basílica de San Pedro. Una celebración en la que concelebraron los 550 misioneros de los cinco continentes que estos días están en Roma, a los que invitó a ser “sencillos” y “mansos”.
En su homilía, el Santo Padre pidió “sacerdotes normales, simples, mansos, equilibrados, pero capaces de dejarse constantemente regenerar del Espíritu, dóciles a su fuerza, interiormente libres –sobre todo de sí mismos– para que sean movidos por el ‘viento’ del espíritu que sopla donde quiere”.
Además, habló del servicio a las personas y el servicio de las comunidades. Y para eso, el sacerdote debe nacer de lo alto” porque si no uno termina convirtiéndose como Nicodemo que, a pesar de ser maestro en Israel, no entendía las palabras de Jesús cuando decía que para “ver el reino de Dios” se necesita “nacer de lo alto”.
“Nicodemo no entendía la lógica de Dios, que es la lógica de la gracia de la misericordia, por la cual quien se hace pequeño es grande, quien se hace último es el primero, quien se reconoce enfermo es curado”, dijo el Papa.
La segunda indicación que dirigió a los Misioneros de la Misericordia fue el servicio a la comunidad. Ser sacerdotes “capaces de elevar en el desierto del mundo el signo de la salvación, es decir, la Cruz de Cristo, como fuente de conversión y de renovación para toda la comunidad y para el propio mundo”.
“El Señor muerto y resucitado es la fuerza que crea la comunión en la Iglesia y, a través de la Iglesia, en toda la humanidad”, añadió.
A su vez, el Obispo de Roma habló de la comunión entre los cristianos y cómo hacían las primeras comunidades cristianas. “Era una comunión que se hacía compartiendo los bienes de manera concreta”. “Pero este estilo de vida de la comunidad era también contagioso al exterior: la presencia viva del Señor Resucitado produce una fuerza de atracción que, a través del testimonio de la Iglesia y a través de las diferentes formas de anuncio de la Buena Noticia, tiende a alcanzar a todos y no excluye a ninguno”.
Por último, manifestó que “tanto la Iglesia como el mundo de hoy tienen una necesidad particular de Misericordia porque la unidad deseada por Dios en Cristo prevalece sobre la acción negativa del malvado que aprovecha muchos medios actuales, en sí mismos buenos, pero que, mal utilizados, en lugar de unir, dividen”.
El estatuismo religioso forma parte de las actividades de evangelización que LUMEN desarrolla en este Tiempo de Cuaresma, muy importante en el calendario litúrgico de la Iglesia, ya prepara a los cristianos para conmemorar la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Razón por la cual se invita al público en general a ser más que espectadores, es decir, protagonistas de la propia salvación; mencionó el Padre Luis Alvarado, director espititual de la Asociación.
• Primera presentación: LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE CRISTO, miércoles 21 de marzo a las 5:30 p.m. en CC. Galerías (Frente a Fuente Simán)
• Segunda presentación: LA ORACIÓN DE JESÚS EN EL HUERTO, jueves 22 de marzo a las 3:45 p.m. en C.C. Multiplaza (Frente a Súper Selectos)
• Tercera presentación: LA MUERTE DE JESUCRISTO, viernes 23 de marzo a las 3:45 p.m. en C.C. Multiplaza (Frente a Súper Selectos)
• Cuarta presentación: LA RESURRECCIÓN DE JESÚS, sábado 24 de marzo a las 3:45 p.m. en C.C. Multiplaza (Frente a Súper Selectos).
El estatuismo religioso es una técnica de teatro, mediante la cual actores de teatros simulan ser estatua y representan personajes bíblicos. Anteriormente LUMEN ya ha realizado este tipo de presentaciones, pero este año innovarán, porque presentarán por primera vez la técnica en bronce.
LUMEN invita a que hagan masiva esta información y que acompañen a las presentaciones de estatuismo religioso para llevar así, a tanta personas necesitadas, el mensaje del Amor de Cristo, desde su Pasión, Muerte y Resurrección.
La Iglesia Católica proclamará santo a Mons. Óscar Romero después de que el Papa Francisco firmara, este martes 6 de marzo, el decreto que reconoce el milagro atribuido a su intercesión.
El Arzobispo de San Salvador nació en la Ciudad de Barrios, El Salvador, el 15 de agosto de 1917 y murió mártir por odio a la fe en la capital del país el 24 de marzo de 1980 cuando fue baleado mientras celebraba la Misa en medio de una naciente guerra civil entre la guerrilla de izquierda y el gobierno dictatorial de derecha.
Según las investigaciones, la autoría del asesinato apunta a un grupo de aniquilación vinculado a la dictadura militar, para la que la preocupación de Mons. Romero por los pobres lo hacía cercano a la guerrilla marxista, algo del todo falso.
Mons. Óscar Romero se ordenó sacerdote en Roma en el año 1942. Al año siguiente, de regreso en El Salvador, recibió el nombramiento como párroco del Anamorós, departamento de La Unión, y luego como párroco de Santo Domingo, en la Diócesis de San Miguel.
En 1974 fue nombrado Obispo de Santiago de María. Desde ese encargo pastoral emprendió una intensa labor en favor de los campesinos más pobres de la Diócesis, a los que visitaba con regularidad.
Fue precisamente durante ese ministerio cuando vivió el primer episodio dramático relacionado con el conflicto civil que comenzaba a fraguarse en el país: varios campesinos que regresaban de una celebración religiosa fueron asesinados por la Guardia Nacional.
El 8 de febrero de 1977 fue designado Arzobispo de San Salvador. La persecución, que incluían expulsiones y asesinatos, contra sacerdotes y laicos, le llevó a enfrentarse abiertamente con la dictadura, a la que responsabilizó de las muertes.
En sus diferentes homilías en la catedral, Mons. Romero no se cansó de denunciar los atentados contra los derechos humanos cometidos por el gobierno militar. Denunciado por algunos miembros de la Iglesia, Mons. Romero acudió a Roma, donde recibió el apoyo del Papa Pablo VI, por lo que se sintió respaldado en su defensa de los más débiles de El Salvador, oprimidos por el gobierno.
Posteriormente, también el Papa San Juan Pablo II respaldó su posición y le animó a continuar por la senda de la justicia y de la pacificación de El Salvador. El 24 de marzo de 1980 fue asesinado por un francotirador frente al altar donde celebraba Misa.
El Papa Francisco recordó, en la homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta este martes 6 de marzo, que Dios siempre perdona los pecados cuando se acude al sacramento de la penitencia, sin embargo, señaló esta condición para que ese perdón sea efectivo: “Para ser perdonado debes perdonar a los demás”.
En la homilía, el Santo Padre reflexionó sobre el perdón. Para ello, recurrió a la primera lectura del día, del Libro de Daniel, en la que se narra cómo Azarías, en medio de las llamas a las que fue arrojado por no haber renegado de Dios, profesa la grandeza del Señor: “No nos abandones para siempre (…), hoy estamos humillados en toda la tierra por causa de nuestros pecados”.
Francisco destacó que Azarías acusa a su propio pueblo de los males que padece: “Acusarnos a nosotros mismos es el primer paso hacia el perdón”.
“Acusarse a sí mismos es parte de la sabiduría cristiana; no acusar a los demás, no… A uno mismo. Yo he pecado. Y cuando nosotros nos acercamos al sacramento de la penitencia debemos tener esto en mente: Dios es grande y nos ha dado muchas cosas, pero lamentablemente he pecado, he ofendido al Señor y pido la salvación”.
En este punto, el Pontífice contó la anécdota de una mujer que en el confesionario contaba los pecados de la suegra, tratando de justificarse, hasta que el sacerdote le dijo: ‘Muy bien, y ahora confiesa tus pecados’.
Confesar los pecados “agrada al Señor, porque el Señor recibe el corazón contrito, porque, como Azarías, ‘no hay confusión para los que en ti confían’, el corazón contrito que dice la verdad al Señor: ‘He hecho esto, Señor. He pecado contra ti’. El Señor les tapa la boca, como el padre al hijo pródigo, no lo deja hablar. Su amor lo cubre. Lo perdona todo”.
Por ello, el Papa Francisco invitó a no avergonzarse en el confesionario a la hora de decir los pecados, porque el Señor nos perdona siempre, aunque hay una condición: “El perdón de Dios es fuerte en nosotros siempre que nosotros perdonemos a los demás”.
“Esto no es fácil –subrayó–, porque el rencor anida en nuestro corazón, y siempre queda esa amargura. En muchas ocasiones llevamos en nosotros un elenco de cosas que me han hecho: ‘Y este me ha hecho aquello, me ha hecho aquello y me ha hecho esto…’”.
Por ello, en conclusión, advirtió contra la esclavitud del odio: “Estas son las dos cosas que nos ayudarán a comprender el camino del perdón: ‘Tú eres grande Señor, pero por desgracia, he pecado’, y ‘sí, te perdono setenta veces siete, a condición de que tú perdones a los demás’”.
Hoy, la Iglesia celebra la liturgia del Primer Domingo de Cuaresma. El Evangelio presenta a Jesús preparándose para la vida pública. Va al desierto donde pasa cuarenta días haciendo oración y penitencia. Allá es tentado por Satanás.
Nosotros nos hemos de preparar para la Pascua. Satanás es nuestro gran enemigo. Hay personas que no creen en él, dicen que es un producto de nuestra fantasía, o que es el mal en abstracto, diluido en las personas y en el mundo. ¡No!
La Sagrada Escritura habla de él muchas veces como de un ser espiritual y concreto. Es un ángel caído. Jesús lo define diciendo: «Es mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44). San Pedro lo compara con un león rugiente: «Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe» (1Pe 5,8). Y Pablo VI enseña: «El Demonio es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos que este ser obscuro y perturbador existe realmente y que continúa actuando».
¿Cómo? Mintiendo, engañando. Donde hay mentira o engaño, allí hay acción diabólica. «La más grande victoria del Demonio es hacer creer que no existe». Y, ¿cómo miente? Nos presenta acciones perversas como si fuesen buenas; nos estimula a hacer obras malas; y, en tercer lugar, nos sugiere razones para justificar los pecados. Después de engañarnos, nos llena de inquietud y de tristeza. ¿No tienes experiencia de eso?
¿Nuestra actitud ante la tentación? Antes: vigilar, rezar y evitar las ocasiones. Durante: resistencia directa o indirecta. Después: si has vencido, dar gracias a Dios. Si no has vencido, pedir perdón y adquirir experiencia. ¿Cuál ha sido tu actitud hasta ahora?
La Virgen María aplastó la cabeza de la serpiente infernal. Que Ella nos dé fortaleza para superar las tentaciones de cada día.
Por otro lado, ¿te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que salió victorioso? Reconócete a ti mismo tentado en él, y reconócete también vencedor en él. Él hubiera podido evitar que el diablo se le acercara, pero si no hubiera sido tentado, ¿cómo te habría enseñado la manera de vencer en la tentación?
Es también momento de reflexionar en el objetivo primordial de la Cuaresma, que es preparar a los fieles para celebrar la Pascua, la fiesta cristiana por excelencia, con el corazón purificado para poder revivir ese misterio y hacer fecunda su fuerza salvadora.
La Cuaresma antigua se caracterizaba por una liturgia que reunía cada día o casi cada día a toda la comunidad cristiana, consciente de su solidaridad en la obra de la renovación espiritual que se quería realizar. Tenía, por tanto, un fuerte carácter comunitario. Estaba concebida como «el verdadero retiro anual de toda la familia cristiana». Este mismo espíritu pervive aún hoy en nuestra liturgia.
En su catequesis de la Audiencia General de este miércoles 14 de febrero en la Plaza de San Pedro del Vaticano, el Papa Francisco animó a rezar con fe, pues “todo es posible para el que pide con fe”, e invitó a aquellos que no tienen una fe suficientemente fuerte a rezar con esta fórmula: “Creo, Señor. Pero aumenta mi poca fe”.
“Recordemos, de hecho, cuanto nos ha dicho el Señor Jesús: ‘Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y será concedido’”, subrayó.
El Santo Padre continuó con las catequesis sobre la Santa Misa. En esta ocasión, reflexionó sobre el Credo y la Oración de los fieles.
El Credo “manifiesta la respuesta común de la asamblea a todo lo que se ha escuchado de la Palabra de Dios. Existe un nexo vital entre la escucha y la fe. De hecho, ésta no nace de la fantasía de mentes humanas, sino que, como recuerda San Pablo, ‘viene de escuchar la Palabra de Cristo’. La fe se alimenta, por lo tanto, de la escucha, y conduce al Sacramento”.
“De esa manera, el rezo del Credo hace que la asamblea litúrgica vuelva a meditar y a profesar los grandes misterios de la fe antes de la celebración eucarística”.
Destacó el vínculo existente entre el Credo y la liturgia de la Palabra, y afirmó que “la escucha de las lecturas bíblicas, prolongadas en la homilía, responde al derecho espiritual del pueblo de Dios a recibir con abundancia”.
“Cuando la Palabra de Dios no se lee bien, no se predica con fervor por el diácono, el sacerdote o el Obispo, se les está privando a los fieles de un derecho, porque los fieles tienen derecho a recibir la Palabra de Dios”, advirtió.
El Credo “vincula la Eucaristía al Bautismo, recibido ‘en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’, y nos recuerda que los Sacramentos son comprensibles a la luz de la fe de la Iglesia: son ‘signos’ de la fe, la presuponen y la suscitan”.
En este sentido, “me agrada mencionar, el Credo, llamado ‘de los Apóstoles’, como el Símbolo bautismal de la Iglesia de Roma, fórmula que se puede adoptar en la Misa, especialmente en Cuaresma y en el Tiempo Pascual, en el lugar del Credo niceno-constantinopolitano. En la misma fe recibida por los Apóstoles se aplica la fe de cada bautizado, cuya unión a Cristo se actualiza en la celebración Eucarística”.
Tras reflexionar sobre el Credo, el Papa habló también sobre la Oración de los fieles: “La respuesta a la Palabra de Dios acogida con fe se expresa después en la súplica común denominada ‘Oración universal’, porque abraza las necesidades de la Iglesia y del mundo”.
“También se la denomina ‘Oración de los fieles’ –explicó–. De hecho, en los primeros siglos, después de la homilía, los catecúmenos abandonaban la iglesia, mientras los fieles, es decir, los bautizados, unían sus voces para suplicar juntos al Señor”.
El Papa también explicó que “los Padres del Concilio Vaticano II quisieron restaurar esta oración después del Evangelio y de la homilía, especialmente en el domingo y en las fiestas, con el objetivo de que con la participación del pueblo se haga la oración por la Santa Iglesia, por aquellos que nos gobiernan, por aquellos que se encuentran en necesidad, por todos los hombres y por la salvación de todo el mundo”.
“Tras las intenciones particulares, propuestas por un diácono o por un lector, la asamblea une su voz invocando: ‘Escúchanos, o Señor’, o con una súplica similar. Esta es la oración que los fieles elevan a Dios, confiando en que serán escuchados en las peticiones que presentan, por el bien de todos, según su voluntad”.
Por el contrario, “aquellas pretensiones que responden a la lógica mundana, no suben al Cielo, al igual que tampoco son acogidas las peticiones de auto-referencialidad”.
El Pontífice finalizó la catequesis recordando que “las intenciones por las cuales se invita al pueblo fiel a rezar deben dar voz a necesidades concretas de la comunidad eclesial y del mundo, evitando recurrir a fórmulas convencionales o miopes”.
(Nota retomada originalmente de Aci Prensa)
Este miércoles el Papa Francisco dirigió su tradicional Audiencia General desde el Aula Pablo VI, donde reflexionó sobre la importancia de la homilía y exhortó a los sacerdotes a prepararla en oración, porque están predicando la Palabra de Jesús.
A continuación el texto completo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Seguimos con las catequesis sobre la Santa Misa. Habíamos llegado a las lecturas.
El diálogo entre Dios y su pueblo, desarrollado en la Liturgia de la Palabra en la Misa, llega al culmen en la proclamación del Evangelio. Lo precede el canto del Aleluya - o, en Cuaresma, otra aclamación - con el cual "la asamblea de los fieles acoge y saluda al Señor quién le hablará en el Evangelio".
Como los misterios de Cristo iluminan toda la revelación bíblica, así, en la Liturgia de la Palabra, el Evangelio es la luz para entender el significado de los textos bíblicos que lo preceden, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Efectivamente "Cristo es el centro y plenitud de toda la Escritura, y también de toda celebración litúrgica". Jesucristo está siempre en el centro, siempre.
Por lo tanto, la misma liturgia distingue el Evangelio de las otras lecturas y lo rodea de un honor y una veneración particular. En efecto, sólo el ministro ordenado puede leerlo y cuando termina besa el libro; hay que ponerse en pie para escucharlo y hacemos la señal de la cruz sobre la frente, la boca y el pecho; las velas y el incienso honran a Cristo que, mediante la lectura evangélica, hace resonar su palabra eficaz.
A través de estos signos, la asamblea reconoce la presencia de Cristo que le anuncia la "buena noticia" que convierte y transforma. Es un diálogo directo, como atestiguan las aclamaciones con las que se responde a la proclamación, “Gloria a Ti, Señor”, o “Alabado seas, Cristo”. Nos levantamos para escuchar el Evangelio: es Cristo que nos habla, allí. Y por eso prestamos atención, porque es un coloquio directo. Es el Señor el que nos habla.
Así, en la Misa no leemos el Evangelio para saber cómo han ido las cosas, sino que escuchamos el Evangelio para tomar conciencia de que Jesús hizo y dijo una vez; y esa Palabra está viva, la Palabra de Jesús que está en el Evangelio está viva y llega a mi corazón. Por eso escuchar el Evangelio es tan importante, con el corazón abierto, porque es Palabra viva.
San Agustín escribe que "la boca de Cristo es el Evangelio". Él reina en el cielo, pero no deja de hablar en la tierra". Si es verdad que en la liturgia "Cristo sigue anunciando el Evangelio", se deduce que, al participar en la Misa, debemos darle una respuesta. Nosotros escuchamos el Evangelio y tenemos que responder con nuestra vida.
Para que su mensaje llegue, Cristo también se sirve de la palabra del sacerdote que, después del Evangelio, pronuncia la homilía. Vivamente recomendada por el Concilio Vaticano II como parte de la misma liturgia, la homilía no es un discurso de circunstancias, -ni tampoco una catequesis como la que estoy haciendo ahora- ni una conferencia, ni tampoco una lección: la homilía es otra cosa.
¿Qué es la homilía? Es “un retomar ese diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo", para que encuentre su cumplimiento en la vida. ¡La auténtica exégesis del Evangelio es nuestra vida santa! La palabra del Señor termina su carrera haciéndose carne en nosotros, traduciéndose en obras, como sucedió en María y en los santos. Acordaos de lo que dije la última vez, la Palabra del Señor entra por los oídos, llega al corazón y va a las manos, a las buenas obras. Y también la homilía sigue a la Palabra del Señor y hace este recorrido para ayudarnos a que la Palabra del Señor llegue a las manos pasando por el corazón.
Ya he tratado el tema de la homilía en la Exhortación Evangelii gaudium, donde recordé que el contexto litúrgico " exige que la predicación oriente a la asamblea, y también al predicador, a una comunión con Cristo en la Eucaristía que transforme la vida."
El que pronuncia la homilía deben cumplir bien su ministerio – el que predica, el sacerdote, el diácono o el obispo- ofreciendo un verdadero servicio a todos los que participan en la misa, pero también quienes lo escuchan deben hacer su parte. En primer lugar, prestando la debida atención, es decir, asumiendo la justa disposición interior, sin pretensiones subjetivas, sabiendo que cada predicador tiene sus méritos y sus límites.
Si a veces hay motivos para aburrirse por la homilía larga, no centrada o incomprensible, otras veces es el prejuicio el que constituye un obstáculo. Y el que pronuncia la homilía debe ser consciente de que no está diciendo algo suyo, está predicando, dando voz a Jesús, está predicando la Palabra de Jesús. Y la homilía tiene que estar bien preparada, tiene que ser breve ¡breve!
Me decía un sacerdote que una vez había ido a otra ciudad donde vivían sus padres y su papá le había dicho: “¿Sabes? Estoy contento porque mis amigos y yo hemos encontrado una iglesia donde si dice misa sin homilía”. Y cuántas veces vemos que durante la homilía algunos se duermen, otros charlan o salen a fumarse un cigarrillo…Por eso, por favor, que la homilía sea breve, pero esté bien preparada. Y ¿cómo se prepara una homilía, queridos sacerdotes, diáconos, obispos? ¿Cómo se prepara? Con la oración, con el estudio de la Palabra de Dios y haciendo una síntesis clara y breve; no tiene que durar más de diez minutos, por favor.
En conclusión, podemos decir que en la Liturgia de la Palabra, a través del Evangelio y la homilía, Dios dialoga con su pueblo, que lo escucha con atención y veneración y, al mismo tiempo, lo reconoce presente y activo. Si, por lo tanto, escuchamos la "buena noticia", ella nos convertirá y transformará y así podremos cambiarnos a nosotros mismos y al mundo. ¿Por qué? Porque la Buena Noticia, la Palabra de Dios entra por los oídos, va al corazón y llega a las manos para hacer buenas obras.
La Santa Sede ha dado a conocer el Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2018 que lleva por título “Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría”.
En él, el Pontífice advierte de la cantidad de “hombres y mujeres” que “viven como encantados por la ilusión del dinero” y “que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos”.
Una de las recomendaciones que hace es la de dar limosna, porque “nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano”.
A continuación, el mensaje completo del Papa Francisco:
«Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12)
Queridos hermanos y hermanas:
Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión», que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida. Como todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12). Esta frase se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor. Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio.
Los falsos profetas
Escuchemos este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas?
Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.
Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.
Un corazón frío
Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo; su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?
Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos. Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.
También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.
El amor se enfría también en nuestras comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium traté de describir las señales más evidentes de esta falta de amor. estas son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero.
¿Qué podemos hacer?
Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.
El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.
El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los corintios a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?
El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.
Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos
El fuego de la Pascua
Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.
Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística. En el 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental.
En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu», para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.
Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí.
Queridísima Virgen de la Candelaria:
nos reunimos junto a ti con humildad y esperanza
pues sabemos nos amas, nos escuchas y nos das luz
en todo momento y situación,
sobre todo cuando estamos agobiados por los problemas;
hoy llegamos ante tu Imagen llenos de ilusión
con nuestra fe y confianza puestas en ti Señora,
y te traemos nuestra devoción y nuestro cariño,
acéptalos amada Virgen Santísima,
y no nos dejes sufrir más, dulce Madre nuestra.
Déjanos contemplar tus virtudes
y enséñanos a imitarlas para que seamos mejores.
Que nos parezcamos a ti cada día más,
para agradar al Señor como tú lo hiciste
y vivamos así, en paz, amor y alegría
y lleguemos luego a compartir contigo
la dicha eterna de la Gloria Celestial.
Virgen Inmaculada de la Candelaria
apiádate, Señora, y danos tus bendiciones,
porque de cuantos en ti confían y esperan,
Tú eres el mejor puerto de salvación
y con tus maternales caricias
todos recibimos los tesoros de los Cielos.
Oh, María, nuestra esperanza
nuestro amparo y nuestro auxilio,
nuestro refugio, claridad y camino
nuestra madre atenta que nos guardas y guías,
te suplicamos una vez más seas nuestro consuelo,
nuestra bendita mediadora con el Señor
y nos ayudes a conseguir solución en nuestros problemas.
Oh Virgen Santísima de la Candelaria:
más que todas las criaturas bienaventuradas:
te rogamos que hoy tu alma esté con nosotros,
líbranos, Señora, de todos los peligros,
aléjanos de enemigos, enfermedad y todo mal
y danos tu ayuda para salir de esta difícil situación
que hoy nos embarga el ánimo y nos hace padecer,
te suplicamos que nos alcances de tu Hijo amado,
Nuestro Señor Jesucristo,
remedio para salir con bien de estas dificultades:
(hacer ahora con mucha esperanza la petición)
Oh, Virgen de la Candelaria,
te damos gracias, Madre y Señora nuestra;
conscientes de nuestras debilidades acudimos a ti,
somos tus hijos y nos ponemos en tus manos,
haz que con tu poderosa intercesión
sea concedido lo que solicitamos,
y no nos dejes sin tu amparo y maternal cuidado
para que nos eduques y logres hacer de nosotros
verdaderos hijos de Dios.
Amada Virgencita haz que también nosotros suspiremos
por tener a Cristo en nuestro corazón
y así tú puedas entregarlo a Dios.
Así sea.
Rezar la siete Avemarías, Padrenuestro y Gloria.
Hacer la oración y los rezos tres días seguidos.
“La muerte es un hecho que nos impacta a todos. Llega más tarde o más temprano, pero llega”, afirmó el Papa Francisco en la homilía de la Misa celebrada este jueves 1 de febrero en la Casa Santa Marta. Por eso invitó a reflexionar sobre la muerte, porque “nos hará bien a todos”.
El Santo Padre recordó que “no somos ni eternos, ni efímeros: somos hombres y mujeres en el tiempo, tiempo que comienza y tiempo que termina”.
Sin embargo, advirtió contra “la ‘tentación del momento’ que se apodera de la vida y te lleva a andar por ese laberinto de egoísmo del momento sin futuro, siempre de ida y vuelta, de ida y vuelta. Y el camino termina en la muerte, todos lo sabemos. Y por eso la Iglesia siempre ha tratado de hacer reflexionar sobre este fin nuestro: la muerte”.
El Papa animó a repetirse: “Yo no soy dueño del tiempo”. Aseguró que “repetir esto ayuda, porque nos salva de la ilusión del momento, de tomar la vida como si fuera una cadena de anillos de momentos sin sentido. Estoy en camino y debo mirar hacia adelante, considerando que la muerte es una herencia”.
También animó a preguntarse: “Si hoy Dios me llamase, ¿qué herencia dejaré como testimonio de vida? Es una bella pregunta para hacerse. De ese modo nos preparamos, porque ninguno de nosotros se quedará aquí como una reliquia. No, todos iremos sobre ese camino”.
Además, explicó que “la muerte es una memoria, una memoria anticipada” que ayuda a reflexionar. “Cuando muera, ¿qué decisión me habría gustado tomar hoy, en mi modo de vivir de hoy? Es una memoria anticipada que ilumina el momento de hoy. Iluminar con el hecho de la muerte la decisión que debo tomar cada día”, finalizó.
El Papa Francisco pidió a los sacerdotes, durante la Misa celebrada en Casa Santa Marta este martes 30 de enero, que sean pastores cercanos en medio del pueblo de Dios, y que no sean como el “patrón de la finca” que “bastonea a las ovejas”.
El Santo Padre comentó, en su homilía, el episodio evangélico de la resurrección de la hija de Jairo y la curación de una mujer que sufría flujo de sangre. El Pontífice destacó “la gran multitud que seguía a Jesús” a lo largo del camino.
En este sentido, destacó que a Jesús le gustaba sentirse en medio del pueblo, eliminar toda distancia entre él y aquellos que le seguían con esperanza.
Francisco ironizó: “Jesús no abre una oficina de asesoría espiritual con un cartel que diga: ‘El profeta recibe lunes, miércoles, viernes de 3 a 5. La entrada cuesta esto o, si prefiere, podemos hacer una oferta’. No, Jesús no hace eso. Tampoco abre un estudio médico con un cartel que ponga: ‘Los enfermos deben venir tal día, tal día y tal día y se curarán’. No. Jesús se pone en medio del pueblo”.
“Esa es la figura de pastor que Jesús nos propone: un sacerdote santo que acompaña a su pueblo”, explicó el Santo Padre.
Es así cómo la mujer enferma consigue acercarse a Jesús y curarse después de tocar su manto. “El pastor, en el día de su ordenación, tanto sacerdotal como episcopal, es ungido con el santo óleo. Pero el verdadero óleo, el interior, es el óleo de la cercanía y de la ternura”.
“Al pastor que no se hace cercano, le falta algo. Puede que sea un ‘patrón de la finca’, pero no un pastor. Un pastor al que le falta la ternura es un pastor rígido que bastonea a sus ovejas. Cercanía y ternura: lo vemos aquí. Así era Jesús”.
El Pastor que sigue a Jesús “termina su día agotado de hacer el bien”, afirmó el Papa. De esa manera, el pueblo sentirá la presencia de Dios vivo.
El Papa Francisco finalizó la homilía proponiendo rezar por los pastores, “para que el Señor les de esta gracia de caminar con el pueblo, de estar presentes en medio del pueblo con ternura y cercanía. Y cuando el pueblo encuentra al pastor, siente esa cosa especial que sólo se siente en presencia de Dios, que es como termina el pasaje del Evangelio de hoy: ‘Quedaron fuera de sí, llenos de estupor’. El estupor de sentir la cercanía y la ternura de Dios en el pastor”.
(Nota retomada originalmente por Aci Prensa)
En la Audiencia General celebrada este miércoles 24 de enero en la plaza de San Pedro del Vaticano, el Papa Francisco realizó un breve balance de su reciente viaje apostólico a Chile y Perú: “Doy gracias a Dios porque todo ha ido bien”.
El Santo Padre subrayó que durante su visita “pude reunirme con el Pueblo de Dios en camino en aquellas tierras, y he animado al desarrollo social de esos países”.
Chile
De su viaje a Chile destacó su encuentro con víctimas de los abusos sexuales por parte del clero, el encuentro con miembros del pueblo Mapuche, el encuentro con mujeres encarceladas y el encuentro con miembros de la iglesia local.
“Mi llegada a Chile estuvo precedido de diferentes manifestaciones de protesta por diversos motivos”, señaló. “Eso hizo todavía más actual y vivo el lema de mi visita: ‘Mi paz os doy’. Son palabras que Jesús dirige a los discípulos, que repetimos hoy en la Misa: el don de la paz, que solo Jesús muerto y resucitado puede dar a quienes se confían a Él”.
Francisco resaltó su apoyo a la democracia chilena: “En el encuentro con las autoridades políticas y civiles del país, apoyé el camino de la democracia chilena como espacio de encuentro solidario capaz de incluir la diversidad. Para este desafío, indiqué como método el camino de la escucha: en particular la escucha a los pobres, a los jóvenes y a los ancianos, a los inmigrantes y, también, la escucha a la tierra”.
Un momento especialmente destacado por el Pontífice fue la visita a una cárcel femenina en Santiago de Chile: “en sus rostros he visto una gran esperanza. Les he animado y exigido que avancen en el camino de la reinserción”.
Otro momento de especial importancia fue el encuentro con los miembros de la Iglesia en Chile. “Con los sacerdotes y los consagrados, y con los Obispos de Chile, he vivido dos encuentros muy intensos, que se hicieron todavía más fecundos mediante el sufrimiento compartido por algunas heridas que afligen a la Iglesia en aquel país”.
“En particular, reforcé a mis hermanos en el rechazo a los abusos sexuales a menores, al mismo tiempo que les reforcé en la confianza en Dios, que por medio de esta dura prueba purifica y renueva a sus ministros”.
Por último, recordó la Misa “en la Araucanía, tierra donde viven los indios Mapuche, que transformó en alegría los dramas y fatigas de este pueblo, lanzando un llamado a una paz que sea armonía de la diversidad y rechazo de toda violencia”.
Perú
En Perú, “el lema de la visita era ‘Unidos por la esperanza’. Unidos no en una uniformidad estéril, sino en la riqueza de la diferencia que heredamos de la historia y de la cultura. Lo ha testimoniado emblemáticamente el encuentro con los pueblos de la Amazonía peruana, que ha dado comienzo al camino del Sínodo Pan amazónico convocado para octubre de 2019”.
“Hablando con las autoridades políticas y civiles de Perú, he apreciado el patrimonio ambiental, cultural y espiritual de ese país, y he puesto bajo el foco las dos realidades que más gravemente lo amenazan: la degradación ecológico-social y la corrupción. He resaltado que nadie está exento de la responsabilidad ante estas dos plagas y que el empeño por combatirles nos compromete a todos”.
Finalmente, el Papa empleó una frase de Jesús para resumir el mensaje que dejó en su viaje a Chile y Perú: “Convertíos y creed en el Evangelio”.
(Nota retomada de Aci Prensa)
El Papa Francisco se encontró esta tarde con miles de jóvenes, a quienes les propuso guardar una especial contraseña en el corazón que les ayudará en su camino a la fe.
El Santo Padre les dio a los miles de fieles una contraseña, tomada de una pregunta que con frecuencia se hacía el conocido santo chileno, San Alberto Hurtado: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”
En medio de un gran ambiente de fiesta en el Santuario Nacional de Maipú en Santiago de Chile, el Santo Padre fue recibido por el himno de la visita del Papa a Chile “Mi paz les doy”, entonado por el cantante Américo y una pequeña niña.
Allí, el Papa se encontró con miles de jóvenes que lo esperaron desde la mañana para poder estar con él y que lo recibieron con el lema instaurado por los participantes de la JMJ Madrid 2011: “¡Esta es la juventud del Papa!”
Tras el saludo inicial, tres jóvenes presentaron a Francisco una cruz de color azul a la que el Papa le colocó una cinta roja, en señal del compromiso de los jóvenes de trabajar “por un Chile mejor”.
Antes de las palabras del Pontífice, los presentes oyeron el testimonio de Ariel Rojas, quien compartió algunas reflexiones con Francisco sobre la vivencia de su generación en el Chile de hoy, “distinto al que recibió a Juan Pablo II hace 30 años”.
En sus palabras, Rojas prometió al Santo Padre las oraciones de todos los jóvenes para que sean “su respaldo cuando se sienta agotado por sus infinitas tareas como Sucesor de Pedro, el Papa, nuestro Papa”.
En el encuentro se leyó un pasaje del Evangelio de San Juan en el que Jesús les dice a unos jóvenes que quieren saber dónde vive y el Señor les responde “vengan y lo verán”; y en el que el Hijo de Dios elige a Pedro como su apóstol.
La contraseña para la vida
En su meditación, el Pontífice compartió una anécdota de una ocasión en que le preguntó a un joven que era lo que más le molestaba.
“’Cuando al celular se le acaba la batería o cuando pierdo la señal de internet’. Le pregunté: ‘¿Por qué?’. Me responde: ‘Padre, es simple, me pierdo todo lo que está pasando, me quedo fuera del mundo, como colgado. En esos momentos, salgo corriendo a buscar un cargador o una red de wifi y la contraseña para volverme a conectar’”.
Esta experiencia, dijo el Papa, le hizo pensar “que con la fe nos puede pasar lo mismo. Después de un tiempo de camino o del ‘embale’ inicial, hay momentos en los que sin darnos cuenta comienza a bajar ‘nuestro ancho de banda’ y empezamos a quedarnos sin conexión, sin batería, y entonces nos gana el mal humor, nos volvemos descreídos, tristes, sin fuerza, y todo lo empezamos a ver mal”.
“Al quedarnos sin esa ‘conexión’ que le da vida a nuestros sueños, el corazón comienza a perder fuerza, a quedarse también sin batería y como dice esa canción (“Aquí”, del conocido grupo chileno La Ley): ‘el ruido ambiente y soledad de la ciudad nos aíslan de todo. El mundo que gira al revés pretende sumergirme en él ahogando mis ideas”.
Francisco explicó que “sin conexión, sin la conexión con Jesús, terminamos ahogando nuestras ideas, nuestros sueños, nuestra fe y nos llenamos de mal humor. De protagonistas —que lo somos y lo queremos ser— podemos llegar a sentir que vale lo mismo hacer algo que no hacerlo. Quedamos desconectados de lo que está pasando en ‘el mundo’. Comenzamos a sentir que quedamos ‘fuera del mundo’, como me decía ese joven. Me preocupa cuando, al perder ‘señal’, muchos sienten que no tienen nada que aportar y quedan como perdidos”.
Luego, el Papa arengó a cada joven: “nunca pienses que no tienes nada que aportar o que no le haces falta a nadie. Nunca. Ese pensamiento, como le gustaba decir a Hurtado, ‘es el consejo del diablo’ que quiere hacerte sentir que no vales nada… pero para dejar las cosas como están. Todos somos necesarios e importantes, todos tenemos algo que aportar”.
El Papa destacó asimismo una regla de oro de San Alberto Hurtado, una “contraseña” esencial para afrontar la vida, que era una pregunta: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?’. En la escuela, en la universidad, en la calle, en casa, entre amigos, en el trabajo; frente al que le hacen bullying: ‘¿Qué haría Cristo en mi lugar?’. Cuando salen a bailar, cuando están haciendo deportes o van al estadio: ‘¿Qué haría Cristo en mi lugar?’”.
Esa, dijo, “es la contraseña, la batería para encender nuestro corazón, encender la fe y la chispa en los ojos. Eso es ser protagonistas de la historia. Ojos chispeantes porque descubrimos que Jesús es fuente de vida y alegría”.
Tras recordar que los jóvenes deben ser protagonistas de la historia, el Papa alentó a que “salgan ‘al tiro’ al encuentro de sus amigos, de aquellos que no conocen o que están en un momento de dificultad”.
“Vayan con la única promesa que tenemos: en medio del desierto, del camino, de la aventura, siempre habrá ‘conexión’, existirá un ‘cargador’. No estaremos solos. Siempre gozaremos de la compañía de Jesús, de su Madre y de una comunidad”, exhortó.
Francisco dijo también a los jóvenes que “si no usan la contraseña se van a olvidar. Cárguenla en el corazón. Repítanla y úsenla ‘¿Qué haría Cristo en mi lugar?’”
“La usarán todos los días, y llegará el momento en el que se la van a saber de memoria, y llegará el día en que, sin darse cuenta, el corazón de cada uno de ustedes latirá como el de Jesús”, subrayó.
(Nota publicada originalmente en Aci Prensa)
«Mari, Mari» (Buenos días)
«Küme tünngün ta niemün» (La paz esté con ustedes) (Lc 24,36).
Doy gracias a Dios por permitirme visitar esta linda parte de nuestro continente, la Araucanía: Tierra bendecida por el Creador con la fertilidad de inmensos campos verdes, con bosques cuajados de imponentes araucarias —el quinto elogio realizado por Gabriela Mistral a esta tierra chilena—, sus majestuosos volcanes nevados, sus lagos y ríos llenos de vida.
Este paisaje nos eleva a Dios y es fácil ver su mano en cada criatura. Multitud de generaciones de hombres y mujeres han amado y aman este suelo con celosa gratitud. Y quiero detenerme y saludar de manera especial a los miembros del pueblo Mapuche, así como también a los demás pueblos originarios que viven en estas tierras australes: rapanui (Isla de Pascua), aymara, quechua, atacameños, y tantos otros.
Esta tierra, si la miramos con ojos de turista, nos dejará extasiados, y luego seguiremos nuestro rumbo sin más; y acordándonos de los lindos paisajes, pero si nos acercamos a su suelo, lo escucharemos cantar y cantar con tristeza: «Arauco tiene una pena que no la puedo callar, son injusticias de siglos que todos ven aplicar».
En este contexto de acción de gracias por esta tierra y por su gente, pero también de pena y dolor, celebramos la Eucaristía. Y lo hacemos en este aeródromo de Maquehue, en el cual tuvieron lugar graves violaciones de derechos humanos. Esta celebración la ofrecemos por todos los que sufrieron y murieron, y por los que cada día llevan sobre sus espaldas el peso de tantas injusticias.y recordando estas cosas nos quedamos un instante de silencio, ante tanto dolor y ante tanta injusticia.
La entrega de Jesús en la cruz carga con todo el pecado y el dolor de nuestros pueblos, un dolor para ser redimido.
En el Evangelio que hemos escuchado, Jesús ruega al Padre para que «todos sean uno» (Jn 17,21). En una hora crucial de su vida se detiene a pedir por la unidad. Su corazón sabe que una de las peores amenazas que golpea y golpeará a los suyos y a la humanidad toda será la división y el enfrentamiento, el avasallamiento de unos sobre otros. ¡Cuántas lágrimas derramadas!
Hoy nos queremos agarrar a esta oración de Jesús, queremos entrar con Él en este huerto de dolor, también con nuestros dolores, para pedirle al Padre con Jesús: que también nosotros seamos uno. No permitas que nos gane el enfrentamiento ni la división.
Esta unidad, clamada por Jesús, es un don que hay que pedir con insistencia por el bien de nuestra tierra y de sus hijos. Y es necesario estar atentos a posibles tentaciones que pueden aparecer y «contaminar desde la raíz» este don que Dios nos quiere regalar y con el que nos invita a ser auténticos protagonistas de la historia. ¿Cuáles son esas tentaciones?
1. Los falsos sinónimos
Una de las principales tentaciones a enfrentar es confundir unidad con uniformidad. Jesús no le pide a su Padre que todos sean iguales, que todos sean idénticos; ya que la unidad no nace ni nacerá de neutralizar o silenciar las diferencias. La unidad no es un simulacro ni de integración forzada ni de marginación armonizada.
La riqueza de una tierra nace precisamente de que cada parte se anime a compartir su sabiduría con los demás. No es ni será una uniformidad asfixiante que nace normalmente del predominio y la fuerza del más fuerte, ni tampoco una separación que no reconozca la bondad de los demás.
La unidad pedida y ofrecida por Jesús reconoce lo que cada pueblo, cada cultura está invitada a aportar en esta bendita tierra. La unidad es una diversidad reconciliada porque no tolera que en su nombre se legitimen las injusticias personales o comunitarias. Necesitamos de la riqueza que cada pueblo tenga para aportar, y dejar de lado la lógica de creer que existen culturas superiores o culturas inferiores.
Un bello «chamal» requiere de tejedores que sepan el arte de armonizar los diferentes materiales y colores; que sepan darle tiempo a cada cosa y a cada etapa. Se podrá imitar industrialmente, pero todos reconoceremos que es una prenda sintéticamente compactada. El arte de la unidad necesita y reclama auténticos artesanos que sepan armonizar las diferencias en los «talleres» de los poblados, de los caminos, de las plazas y paisajes.
No es un arte de escritorio la unidad ni tampoco de documentos, es un arte de la escucha y del reconocimiento. En eso radica su belleza y también su resistencia al paso del tiempo y de las inclemencias que tendrá que enfrentar.
La unidad que nuestros pueblos necesitan reclama que nos escuchemos, pero principalmente que nos reconozcamos, que no significa tan solo «recibir información sobre los demás, sino de recoger lo que el Espíritu ha sembrado en ellos como un don también para nosotros».
Esto nos introduce en el camino de la solidaridad como forma de tejer la unidad, como forma de construir la historia; esa solidaridad que nos lleva a decir: nos necesitamos desde nuestras diferencias para que esta tierra siga siendo bella. Es la única arma que tenemos contra la «deforestación» de la esperanza. Por eso pedimos: Señor, haznos artesanos de unidad.
2. Otra tentación puede venir en consideración de cuáles son las armas de la unidad.
La unidad, si quiere construirse desde el reconocimiento y la solidaridad, no puede aceptar cualquier medio para lograr este fin. Existen dos formas de violencia que más que impulsar los procesos de unidad y reconciliación terminan amenazándolos. En primer lugar, debemos estar atentos a la elaboración de «bellos» acuerdos que nunca llegan a concretarse. Bonitas palabras, planes acabados, sí —y necesarios—, pero que al no volverse concretos terminan «borrando con el codo, lo escrito con la mano». Esto también es violencia, y ¿Por qué? porque frustra la esperanza.
En segundo lugar, es imprescindible defender que una cultura del reconocimiento mutuo no puede construirse en base a la violencia y destrucción que termina cobrándose vidas humanas. No se puede pedir reconocimiento aniquilando al otro, porque esto lo único que despierta es mayor violencia y división.
La violencia llama a la violencia, la destrucción aumenta la fractura y separación. La violencia termina volviendo mentirosa la causa más justa. Por eso decimos «no a la violencia que destruye», en ninguna de sus dos formas.
Estas actitudes son como lava de volcán que todo arrasa, todo quema, dejando a su paso solo esterilidad y desolación. Busquemos, en cambio, y no nos cansemos de buscar el diálogo para la unidad. Por eso decimos con fuerza: Señor, haznos artesanos de unidad.
Todos nosotros que, en cierta medida, somos pueblo de la tierra (Gn 2,7) estamos llamados al (Küme Mongen) al Bien vivir, al Buen vivir, como nos lo recuerda la sabiduría ancestral del pueblo Mapuche.
¡Cuánto camino a recorrer, cuánto para aprender el Küme Mongen! Un anhelo hondo que brota no solo de nuestros corazones, sino que resuena como un grito, como un canto en toda la creación. Por eso, hermanos, por los hijos de esta tierra, por los hijos de sus hijos, digamos con Jesús al Padre: que también nosotros seamos uno. ¡Señor haznos artesanos de unidad!
En su segundo día de visita en Chile, el Papa Francisco celebró una multitudinaria Misa en el Parque O’Higgins, en Santiago, donde alentó a los presentes a vivir las bienaventuranzas, que son el horizonte del cristiano y que nacen “del corazón misericordiosos que no se cansa de esperar”.
La Eucaristía comenzó a las 10:30 a.m. y congregó unas 400 mil personas, según cifras oficiales. Estuvo marcada por la coronación de la imagen de la Virgen del Carmen, Patrona de Chile.
En su homilía, el Santo Padre destacó las actitudes con las que Jesús sale al encuentro del hombre, de las cuales la primera es “ver, es mirar el rostro de los suyos”.
“No fueron ideas o conceptos los que movieron a Jesús… son los rostros, son personas; es la vida que clama a la Vida que el Padre nos quiere transmitir”, destacó el Papa.
A partir de ese encuentro entre Jesús y el rostro del hombre nacen las bienaventuranzas “que son el horizonte hacia el cual somos invitados y desafiados a caminar”.
Estas bienaventuranzas no nacen de una actitud pasiva, ni de espectador, ni de desventuras, ni de espejismos, sino de “del corazón compasivo de Jesús que se encuentra con el corazón de hombres y mujeres que quieren y anhelan una vida bendecida”.
“De hombres y mujeres que saben de sufrimiento (...), pero más saben de tesón y de lucha para salir adelante; más saben de reconstrucción y de volver a empezar”, agregó.
“¡Cuánto conoce el corazón chileno de reconstrucciones y de volver a empezar”, destacó el Papa Francisco, “cuánto conocen ustedes de levantarse después de tantos derrumbes! ¡A ese corazón apela Jesús; para ese corazón son las bienaventuranzas!”.
El Papa Francisco alentó a los chilenos a “¡sembrar la paz a golpe de proximidad, de vecindad!”, es decir salir al encuentro de los demás, “de aquel que lo está pasando mal, que no ha sido tratado como persona, como un digno hijo de esta tierra”.
“El trabajador de la paz”, explicó, “sabe que muchas veces es necesario vencer grandes o sutiles mezquindades y ambiciones, que nacen de pretender crecer y ‘darse un nombre’, de tener prestigio a costa de otros”.
Quien trabaja por la paz “sabe que no alcanza con decir: no le hago mal a nadie”, sino que “construir la paz es un proceso que nos convoca y estimula nuestra creatividad para gestar
relaciones capaces de ver en mi vecino no a un extraño, a un desconocido, sino a un hijo de esta tierra”.
El Papa pidió a la Virgen Inmaculada que desde el Cerro San Cristóbal “nos ayude a vivir y a desear el espíritu de las bienaventuranzas; para que en todos los rincones de esta ciudad se escuche como un susurro: ‘Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios’”.
Al terminar la Eucaristía el Arzobispo de Santiago, Cardenal Ricardo Ezzati, agradeció al Papa Francisco por su visita a Chile “en cuyo corazón brilla la vocación del entendimiento y no del enfrentamiento”.
“Le damos gracias Papa Francisco, porque de sus labios hemos escuchado la voz de Jesús ‘mi paz les dejo’ y en un gesto de fraternidad nos ha invitado a hacernos mutuamente don de esa misma paz”, expresó el Cardenal Ezzati
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
En la matutina Misa en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco habló este viernes de la importancia de orar bien y subrayó que “si la oración no es valiente no es cristiana”.
Francisco recordó los relatos evangélicos de la curación de un leproso y de un paralítico en la que ambos rezan con valentía. “Siempre, cuando nos acercamos al Señor para pedir algo, se debe partir de la fe y hacerlo en la fe: ‘Yo tengo fe en que tú puedes sanarme, yo creo que tú puedes hacer esto’”, dijo en la homilía.
El Papa pidió entonces no rezar como “papagayos” y sin “interés” en lo que se pide, sino pedir al Señor que “nos ayude en nuestra poca fe” porque “la voluntad hace encontrar una solución” y hace “ir más allá de las dificultades”.
“Valentía para acercarse al Señor cuando hay problemas. Muchas veces se requiere paciencia y saber esperar los tiempos, pero no desfallecer, ir siempre adelante. Pero si con fe me acerco al Señor y digo: ‘Si tú quieres, puedes darme esta gracia’, y después como quizás esa gracia no ha llegado me olvido...”.
Francisco puso de ejemplo a la madre de San Agustín, Santa Mónica, que “lloró tanto” por la conversión de su hijo. Tuvo “valentía para desafiar al Señor”, para “ponerse en juego”.
“La oración cristiana nace de la fe en Jesús y va siempre con la fe más allá de las dificultades. Una frase para llevarla hoy en nuestro corazón que nos ayudará es la de nuestro padre Abraham, al cual le fue prometida la herencia, es decir, tener un hijo a los 100 años”.
“Dice el apóstol Pablo: ‘Creed’ y con esto fue justificado. La fe ‘se puso en camino’: fe y hacer todo para llegar a esa gracia que estoy pidiendo. El Señor nos ha dicho: ‘Pedid y se os dará’. Tomemos esta Palabra y tengamos confianza, pero siempre con fe, y poniéndola en juego”, dijo el Papa.
“Este es el coraje que tiene la oración cristiana. Si una oración no es valiente no es cristiana”, repitió de nuevo.
En su catequesis de este miércoles 10 de enero durante la Audiencia General celebrada en el Aula Pablo VI del Vaticano, el Papa Francisco reflexionó sobre la importancia del silencio en la liturgia de la celebración eucarística e invitó a los sacerdotes a cuidar esos momentos: “Recomiendo vivamente a los sacerdotes que observen este momento de silencio, que sin quererlo podemos arriesgarnos a descuidar”.
El Santo Padre meditó sobre el canto del “Gloria” y la oración de la colecta en la celebración de la Misa, y se centró en el significado de los momentos de silencio.
“En la liturgia, la naturaleza del santo silencio depende del momento específico”, afirmó. Explicó que, durante el acto penitencial, ese silencio ayuda al recogimiento, mientras que tras la lectura o tras la homilía el silencio llama a meditar brevemente sobre aquello que se ha escuchado. Asimismo, después de la comunión, la oración favorece la oración interior de agradecimiento.
Por otra parte, “antes de la oración inicial, el silencio ayuda a recogerse en nosotros mismos y a pensar por qué estamos ahí”.
El Santo Padre destacó la importancia de escuchar nuestro ánimo y de abrirlo después al Señor: “Tal vez hemos tenido unos días de cansancio, de alegría, de dolor y queremos compartirlo con el Señor y pedir su ayuda, o pedirle que permanezca cercano a nosotros”.
Puede que “queramos pedirle por familiares o amigos enfermos, o que estemos atravesando pruebas difíciles”, o simplemente “pedirle por la Iglesia y por el mundo. Para eso sirve el breve silencio antes de que el sacerdote, recogiendo las intenciones de cada uno, dirija en Voz alta a Dios, en nombre de todos, la oración común que concluye los ritos de introducción, y haciendo la ‘colecta’ de las intenciones individuales”.
“El silencio –continuó– no se reduce a la ausencia de palabras, sino en la disposición a escuchar otras voces: la de nuestro corazón y, sobre todo, la voz del Espíritu Santo”.
“Precisamente, del encuentro entre la miseria humana y la misericordia divina toma vida la gratitud expresada en el ‘Gloria’, ‘un himno antiquísimo y venerable mediante el cual la Iglesia, reunida en el Espíritu Santo, glorifica y suplica a Dios Padre y al Cordero’”, explicó el Pontífice citando el Misal Romano.
“Podemos decir que el ‘Gloria’, cantado o recitado el domingo, excepto en el tiempo de Adviento y de Cuaresma, y en las solemnidades y fiestas, constituye una apertura de la tierra hacia el cielo, en respuesta a la inclinación del cielo hacia la tierra”.
Recordó que “tras el ‘Gloria’, o también cuando éste no hay, tiene lugar el Acto penitencial. El rezo toma forma particular en la oración denominada ‘colecta’, por medio de la cual se expresa el carácter propio de la celebración, variable en función del día o del tiempo del año”.
Además, destacó que “el Acto penitencial nos ayuda a despojarnos de nuestras presunciones y a presentarnos ante Dios como realmente somos, conscientes de ser pecadores, en la esperanza de ser perdonados”.
“Con la invitación de ‘oremos’, el sacerdote exhorta al pueblo a recogerse con él en un momento de silencio con el fin de tomar conciencia de estar en presencia de Dios y de hacer surgir en cada uno, en su propio corazón, las intenciones personales con las cuales participa en la Misa”.
Finalmente, invitó a que este silencio reflexivo se extienda más allá de la Misa: “En el rito romano las oraciones son concisas, pero ricas de significado”. Por ello, animó a “volver a meditar los textos fuera de la Misa”, pues “puede ayudarnos a aprender cómo dirigirnos a Dios, qué pedirle y qué palabras usar”.
Nos encontramos celebrando este día 24 de diciembre, por la mañana, el IV domingo del Tiempo de Adviento. Por la noche celebraremos la Nochebuena, donde conmemoraremos el nacimiento del Hijo de Dios en el portal de Belén.
El Evangelio según San Lucas nos presenta el texto bíblico donde aparece narrado el acontecimiento del Anuncio del nacimiento de Jesús. “En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazareth, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María” (Cfr. V. 26 y 27)
El tiempo de la promesa ha terminado: Dios ha enviado un ángel para anunciarle a la doncella elegida que será la madre de su Hijo, no sin antes, contar con su consentimiento. El Evangelista detalla: “En el sexto mes…” (V. 26), se refiere en realidad al sexto mes desde la concepción de Juan el Bautista en el seno de Santa Isabel. El ángel Gabriel lleva el anuncio a la virgen María de que sería la madre del Mesías: “El ángel, entrando en su presencia, dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc. 1, 28)
El Papa emérito, Benedicto XVI en su libro “Jesús de Nazareth”, se detiene a meditar en este pasaje y a hacerse una pregunta respecto al saludo del ángel. El saludo religioso en ese tiempo era “Shalom” y, el saludo “Ave” o “Alégrate” era, en realidad, proveniente del paganismo. El ángel saluda a María, no de manera religiosa, es decir “Shalom”, sino de manera pagana: “Ave”. Se pregunta entonces el Papa Emérito: Si el anuncio era lo más importante en la historia de la salvación hasta ese momento ¿Por qué razón dicho saludo no fue religioso, sino pagano? ¿No merecía tal acontecimiento que fuese lo más religioso posible?
El mismo Papa Benedicto XVI se responde. Los planes de Dios son para quienes están cerca suyo, pero también incluyen a quienes están o se consideran lejos de su presencia. Ahora podemos interpretar que María es madre para quienes están lejos de Dios, pero también para quienes se sienten o están lejos de la gracia que viene del Cielo.
¿Cómo considera estar usted en su relación con Dios? ¿Lejos? ¿Cerca? De estar lejos, ahora es un magnífico día para acercarse a la Gracia. De estar cerca, es un buen momento para crecer en dicha cercanía. Que la paz del nacimiento del Hijo reine en su vida y, recuerde, el mejor belén es el de su corazón.
Lumen El Salvador desarrolla un proyecto navideño desde hace 3 años con el fin de evangelizar y recordar el verdadero significado de la navidad: EL NACIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR JESÚS, dicho proyecto lo hemos denominado EL PORTAL DE BELÉN, el cual dio inicio el pasado 5 de diciembre 2017 y culminará el 7 de enero 2018. Abierto al público todos los días de 10:00 a.m. a 7:00 p.m.
El Portal de Belén comprende de 3 áreas:
1. Exposición y 2do. Concurso Nacional de Nacimientos, dichos nacimientos han sido elaborados con diferentes materiales como tuza, telas, semillas, barro, durapax, entre otros de forma artesanal y creativa por personas de diversas partes del país. Se premiarán los primeros tres lugares el próximo viernes 22 de diciembre, los premios consisten en:
• 1er premio $400.00 en efectivo + $100.00 en combustible canjeables en TEXACO EL MIRADOR O TEXACO CARIBE + un desatornillador eléctrico marca Makita (valorado en $145.00, gracias a VIDUC),
• 2do premio $300.00 canjeables en MIKE MIKE un desatornillador eléctrico marca Makita (valorado en $145.00 gracias a VIDUC) y
• 3er premio $200.00 canjeables en MIKE MIKE un desatornillador eléctrico marca Makita (valorado en $145.00 gracias a VIDUC).
Los interesados en participar aún pueden inscribirse de forma gratuita y entregar su nacimiento hasta el 15 de diciembre.
2. Proyección de Video Navideño animado para niños sobre el verdadero significado de la navidad, historia que es narrada por un “angelito”. Dicho video tiene una duración de 8 minutos y se está reproduciendo durante todo el día.
3. Dinámicas temporales, éstas son actividades temporales para recordar el nacimiento de Jesús, consiste en:
• Estatuismo Religioso: Representaciones de 3 escenas del nacimiento de Jesús por 45 min., los días: sábado 9 (La Anunciación de María); sábado 16 (La visitación de María a su prima Isabel) y viernes 22 (El nacimiento de Jesús) a partir de las 3:30 p.m., frente a Fuente Simán.
• Pintura de figuritas navideñas para niños, con ayuda de artesanos de Ilobasco los niños que visiten el Centro Comercial tendrán la oportunidad de pintar una figurita navideña y llevárselo a su casa para ser colocado en el nacimiento familiar, el sábado 16 a las 11:00 a.m.
• Concierto de villancicos, gracias a Ministerio Vida Nueva
• Musical navideño, gracias a la Comunidad Católica Cristo Joven
El concierto de villancicos y musical navideño se desarrollaron el domingo 10 de diciembre.
Las personas podrán disfrutar de las diferentes áreas del Portal de Belén sin ningún costo, por lo que les invitamos a que hagan masiva esta información y compartir en familia un momento especial.
El Papa Francisco reflexionó sobre la importancia de la Misa dominical durante la catequesis de la Audiencia General que tuvo lugar en el Aula Pablo VI del Vaticano este miércoles 13 de diciembre.
El Santo Padre recordó que “los cristianos vamos a Misa el domingo para encontrar al Señor resucitado, o mejor, para dejarse encontrar por Él, escuchar su palabra, alimentarse en su mesa, y así hacerse Iglesia, es decir, hacerse parte del Cuerpo místico viviente hoy en el mundo”.
A continuación, el texto completo de la catequesis del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Retomando el camino de catequesis sobre la Misa, hoy nos preguntamos: ¿Por qué ir a Misa el domingo?
La celebración dominical de la Eucaristía está al centro de la vida de la Iglesia (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2177). Nosotros los cristianos vamos a Misa el domingo para encontrar al Señor resucitado, o mejor dicho para dejarnos encontrar por Él, escuchar su palabra, nutrirnos en su mesa, y así hacernos Iglesia, es decir, su Cuerpo místico viviente en el mundo.
Lo han comprendido, desde el primer momento, los discípulos de Jesús, los cuales han celebrado el encuentro eucarístico con el Señor en el día de la semana que los judíos llamaban “el primero de la semana” y los romanos “día del sol”, porque ese día Jesús había resucitado de los muertos y se había aparecido a los discípulos, hablando con ellos, comiendo con ellos, donándoles a ellos el Espíritu Santo (Cfr. Mt 28,1; Mc 16,9.14; Lc 24,1.13; Jn 20,1.19), como hemos escuchado en la Lectura bíblica. Incluso la gran efusión del Espíritu en Pentecostés sucede el domingo, el quincuagésimo día después de la resurrección de Jesús.
Por estas razones, el domingo es un día santo para nosotros, santificado por la celebración eucarística, presencia viva del Señor entre nosotros y para nosotros. ¡Es la Misa, pues, lo que hace al domingo cristiano! El domingo cristiano gira alrededor de la Misa. ¿Qué domingo es, para un cristiano, aquel en el cual falta el encuentro con el Señor?
Existen comunidades cristianas que, lamentablemente, no pueden gozar de la Misa cada domingo; sin embargo ellas, en este santo día, están llamadas a recogerse en oración en el nombre del Señor, escuchando la Palabra de Dios y teniendo vivo el deseo de la Eucaristía.
Algunas sociedades secularizadas han perdido el sentido cristiano del domingo iluminado por la Eucaristía. Es un pecado, esto. En este contexto es necesario reavivar esta conciencia, para recuperar el significado de la fiesta – no perder el sentido de la fiesta –, el significado de la alegría, de la comunidad parroquial, de la solidaridad, del descanso que repone el alma y el cuerpo (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2177-2188).
De todos estos valores nos es maestra la Eucaristía, domingo tras domingo. Por esto el Concilio Vaticano II ha querido reafirmar que «el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo» (Const. Sacrosanctum Concilium, 106).
La abstención dominical del trabajo no existía en los primeros siglos: es un aporte específico del cristianismo. Por tradición bíblica los judíos descansan el sábado, mientras en la sociedad romana no estaba previsto un día semanal de abstención de los trabajos serviles. Fue el sentido cristiano del vivir como hijos y no como esclavos, animado por la Eucaristía, a hacer del domingo – casi universalmente – el día de descanso.
Sin Cristo somos condenados a ser dominados por el cansancio del cotidiano, con sus preocupaciones, y del temor del mañana. El encuentro dominical con el Señor nos da la fuerza de vivir el hoy con confianza y valentía e ir adelante con esperanza. Por esto los cristianos vamos a encontrar al Señor el domingo, en la celebración eucarística.
La Comunión eucarística con Jesús, Resucitado y Vivo en eterno, anticipa el domingo sin ocaso, cuando no existirá más fatiga ni dolor ni luto ni lágrimas, sino sólo la alegría de vivir plenamente y por siempre con el Señor. También de este beato descanso nos habla la Misa del domingo, enseñándonos, en el fluir de la semana, a encomendarnos en las manos del Padre que está en los cielos.
¿Qué cosa podemos responder a quien dice que no sirve ir a Misa, ni siquiera el domingo, porque lo importante es vivir bien, amar al prójimo? Es verdad que la calidad de la vida cristiana se mide por la capacidad de amar, como ha dicho Jesús: «En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13,35); pero, ¿Cómo podemos practicar el Evangelio sin tomar la energía necesaria para hacerlo, un domingo detrás del otro, de la fuente inagotable de la Eucaristía?
No vamos a Misa para dar algo a Dios, sino para recibir de Él lo que de verdad tenemos necesidad. Lo recuerda la oración de la Iglesia, que así se dirige a Dios: «Pues aunque no necesitas nuestra alabanza, ni nuestras bendiciones te enriquecen, tú inspiras y haces tuya nuestra acción de gracias, para que nos sirva de salvación» (Misal Romano, Prefacio Común IV).
En conclusión, ¿Por qué ir a Misa el domingo? No es suficiente responder que es un precepto de la Iglesia; esto ayuda a cuidar el valor, pero esto sólo no es suficiente. Nosotros los cristianos tenemos necesidad de participar en la Misa dominical porque sólo con la gracia de Jesús, con su presencia viva en nosotros y entre nosotros, podemos poner en práctica su mandamiento, y así ser sus testigos creíbles. Gracias.
El Papa Francisco volvió a criticar a las personas que pasan todo el día lamentándose y sumidos en el rencor por ser incapaces de perdonar y les dio una solución al respecto.
En la Misa que celebró a primera hora de la mañana en la Casa Santa Marta, reflexionó sobre la primera lectura del día en la que Dios promete a Israel ser consolado. “El Señor ha venido a consolarnos”, remarcó el Papa.
“Tantas veces el consuelo del Señor nos parece una maravilla”, reafirmó. “Pero no es fácil dejarse consolar; es más difícil consolar a los otros que dejarse consolar. Porque, muchas veces, nosotros estamos pegados a lo negativo, apegados a la herida del pecado dentro de nosotros, y, muchas veces tenemos la preferencia de permanecer ahí, solos, como en la camilla, como ese del Evangelio, aislado, allí, y no levantarnos. ‘¡Levántate!’ es la palabra de Jesús. Siempre: ‘¡Levántate!’”.
Pero el problema es que “somos maestros de lo negativo” por la herida del pecado, mientras que “en lo positivo somos mendigos”.
Por ejemplo, cuando se prefiere “el rencor” y “cocinamos nuestros sentimientos” hay un “corazón amargo”. “Para estos corazones amargos es más hermoso lo amargo que lo dulce”, manifestó.
Muchos prefieren esta amargura y poseen una “raíz amarga”, “que nos lleva con la memoria al pecado original. Y esto es un modo de no dejarse consolar”.
Pero aún hay más: la amargura que “siempre nos lleva a expresiones de lamento”. Recordó entonces el Papa a Santa Teresa que decía: “Ay e la hermana que dice: ‘me han hecho una injusticia, me han hecho algo que no es razonable’”. También mencionó al profeta Jonás, “premio Nobel del quejarse”.
“También en el lamentarse hay algo contradictorio”, dijo al contar que una vez conoció a un sacerdote que se quejaba por todo. “Tenía el don de encontrar la mosca en la leche”.
“Era un buen sacerdote, en el confesionario decían que era muy misericordioso, era anciano y sus compañeros de presbiterado hablaban de cómo sería su muerte y que pasaría cuando fuese al cielo. Decían: ‘Lo primero que dirá a San Pedro, en lugar de saludarlo, es: ‘¿Dónde está el infierno?’, siempre lo negativo. Y San Pedro le haría ver el infierno. Una vez visto preguntaría: ‘¿Cuántos condenados hay en él?’. ‘Solo uno’. ‘Ah, que desastre de redención’, diría él. Siempre pasa esto. Y ante la amargura, el rencor, los lamentos, la palabra de la Iglesia de hoy es ‘¡ánimo!, ‘¡ánimo!’”.
A este punto, Francisco recordó que “Dios viene a salvarte” e invitó a “dejarse consolar por el Señor”. “Y no es fácil porque para dejarse consolar por el Señor uno necesita desnudarse de sus propios egoísmos, de esas cosas que son nuestro tesoro: la amargura, el lamentarse, u otras muchas cosas”, aseguró.
“Nos hará bien a cada uno de nosotros –concluyó el Santo Padre–, hacer un examen de conciencia. ¿Cómo es mi corazón? ¿Tengo alguna amargura? ¿Tengo alguna tristeza? ¿Cómo es mi lenguaje? ¿Es de alabar a Dios, de belleza o de lamentarme siempre? Y pedir al Señor la gracia del coraje, porque en el coraje viene Él a consolarnos, y a pedir al Señor: ‘Señor, ven a consolarnos’”.
SEGUNDO CONCURSO NACIONAL DE NACIMIENTOS «EL PORTAL DE BELEN»
1. DESCRIPCIÓN DEL EVENTO
La primera celebración navideña, en la que se montó un belén para recordar el nacimiento del Hijo de Dios, fue en la Nochebuena de 1223, realizado por San Francisco de Asís, en una cueva próxima a la ermita de Greccio (Italia). Es basándose en esta tradición franciscana que Lumen El Salvador lanza en noviembre de 2017 la convocatoria al Segundo Concurso Nacional de Nacimientos denominado “El Portal de Belén”.
Con las obras realizadas se dará a conocer la creatividad, tradición y raíces católicas de los participantes, quienes unidos a la misión de Lumen El Salvador, contribuirán a la vez a evangelizar a las personas que sus obras admiren.
2. PATROCINADORES OFICIALES:
Centro Comercial Galerías, TEXACO, MIKE MIKE Y VIDUC.
3. PARTICIPANTES:
Concurso nacional abierto, dirigido a todas las personas con creatividad, con gusto al Belenismo o construcción de belenes (también llamados nacimientos). La muestra de estos nacimientos servirá como insumo para el desarrollo de una exposición de forma permanente del 5 de diciembre del 2017 al 7 de enero de 2018 en el Centro Comercial Galerías, área de La Casona. Los participantes deberán entregar la obra entre el 5 y 15 de diciembre en el CC Galería, área de La Casona.
4. BASES
• El tema que guiará el concurso es el nacimiento del Niño Jesús, Hijo de Dios, en Belén.
• PodráÌ concursar cualquier persona, de cualquier edad y nacionalidad.
• La obra deberá ser original.
• La inscripción al concurso y exposición de la obra es gratuita.
• Cada concursante podráÌ presentar una sola obra con la que no haya participado en ningún otro concurso de características similares.
• El número mínimo de piezas es de tres, siendo obligatorias presentar las figuras del Niño Jesús, Santa María y San José.
• Se permiten utilizar otros elementos como la estrella de belén, pesebre, ángel, etc., los elementos que cada participante desee incluir siempre y cuando, éstos, vayan acorde a la temática sin desvirtuar el concepto religioso.
• Las propuestas deben ser elaboradas de forma tridimensional.
• El área del montaje debe de tener como máximo 60 cms de alto y 60 cms de ancho. Se debe incluir una base de cartón, plywood, madera o material similar y cada pieza de la obra deberá ser adherida sólidamente a dicha base.
• El material a utilizar es libre, puede ser de tipo natural, orgánico, cerámica, metal o sintético (tela, tusa, cartón, madera, plástico) u otros; con capacidad de conservación a temperatura ambiente para un plazo no menor a 2 meses desde la fecha de presentación. Su exhibición será en el área interna del Centro Comercial.
• Paleta cromática libre.
• Todos los requerimientos del montaje deben ser presentados con la obra y resuelto por cada participante.
• No se contará con energía eléctrica.
• Lumen El Salvador podrá utilizar los diferentes medios de comunicación para la difusión de las obras presentadas y/o premiadas; la participación en este concurso implica la autorización para este fin.
• Las obras participantes podrán ser utilizadas como cartel anunciador de las siguientes ediciones del concurso.
• Junto a la obra se presentará una breve reseña descriptiva del Nacimiento, indicando:
o Título de la obra
o Racional: Concepto (qué representa la pieza creativa con sus elementos)
o Materia prima utilizada
o Breve descripción del proceso de preparación y elaboración
o Tiempo que demandó la preparación de la obra
o Valor económico estimado de la obra
o Cualquier dato que el concursante crea oportuno señalar
5. PREMIOS
• Primer premio: $400.00 en efectivo + $100.00 en certificado (Canjeable en TEXACO CARIBE Salvador del Mundo y TEXACO EL MIRADOR Redondel Luceiro) + 1 Desatornillador eléctrico Makita de VIDUC valorada en $145.00.
• Segundo premio: $300.00 en certificado (Canjeable en MIKE MIKE) + 1 Desatornillador eléctrico Makita de VIDUC valorada en $145.00.
• Tercer premio: $200.00 en certificado (Canjeable en MIKE MIKE) + 1 Desatornillador eléctrico Makita de VIDUC valorada en $145.00.
6. JURADO
La evaluación se realizará por medio de 6 jurados, con igual ponderación de voto. El jurado está compuesto por un representante de Lumen El Salvador, un representante del patrocinador oficial MIKE MIKE Y VIDUC, un representante del CENAR, un representante del Centro Comercial Galerías y una persona de la sociedad civil reconocida por sus conocimientos en arte y cultura; seleccionada por Lumen El Salvador.
7. CRITERIOS DE EVALUACIÓN
El jurado evaluará los siguientes puntos, en una escala del 1 al 10:
• Creatividad
• Valor espiritual
• Diseño y técnica
• Diversidad de materiales
• Limpieza y montaje
La evaluación se llevará a cabo en el lugar de la exposición. El jurado pasará por cada uno de los nacimientos completando un formulario con los puntos antes mencionados; siendo ellos los que totalicen el mayor puntaje los acreedores del primer, segundo y tercer lugar.
La evaluación se realizará por escrito y deberá ser firmado por cada uno de los miembros del jurado e introducida en un sobre, que será entregado a la organización del concurso.
El fallo del jurado será inapelable.
8. DISPOSICIONES FINALES
Lumen El Salvador y Centro Comercial Galerías no se hace responsable de la pérdida o deterioro que alguna obra pudiera sufrir durante el proceso de montaje, exhibición, entrega o devolución de las mismas.
Lumen El Salvador se reserva el derecho de retirar de la participación del concurso aquellas obras que considere atentan contra la moral, principios católicos, tradición, seguridad, estética o cualquier razón que así consideren.
El incumplimiento de estas bases podrá descalificar el trabajo presentado.
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Nos encontramos celebrando la Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, como finalización del presente ciclo litúrgico.
Nuestra Madre, la Iglesia nos permite celebrar esta solemnidad cada año, recordando que nuestro Señor Jesucristo es dueño de todo cuanto existe. Dicha celebración es la más importante del tiempo litúrgico ordinario, ya que nos muestra la omnipotencia del Señor sobre toda la creación, incluyendo nuestros corazones.
El texto bíblico de ahora está tomado del Evangelio según San Mateo, en el capítulo 25, versos del 31 al 46. En él descubrimos a Jesús hablando sobre un acontecimiento muy singular: La parusía. En la doctrina de la Iglesia, encontramos dos realidades: el juicio particular y el juicio final.
El juicio particular se realiza en el momento de nuestra muerte. Al morir, Dios juzga nuestros actos, si fueron en su presencia o en su lejanía. Sin lugar a dudas, no hay mayor bendición que haberse encontrado con la gracia en el momento de la llamada personal de Cristo a cada uno de nosotros.
El juicio final se realizará al final de los tiempos, cuando Cristo vuelva como juez y Señor del universo. Separando a aquellos que vivieron bajo la sombra de su gracia y la lejanía de su enemistad.
Sin lugar a dudas, esta solemnidad nos invita a reflexionar sobre qué tipo de vida estamos llevando y cuál Cristo nos enseña de manera personal a cada uno de nosotros.
La misericordia es un don que podemos recibir y, a la vez, una gracia que podemos compartir. De ella nace nuestro destino final. Con Cristo o sin Cristo
Finalizar el presente ciclo litúrgico se vuelve para nosotros en un examinarnos sobre cómo estamos sobrellevando y, a la vez, administrando este don que Cristo nos ha confiado de manera personal a cada uno de nosotros.
Viviendo entonces el don de la Misericordia, clamemos al Señor para que, en el final y, a la vez, inicio del presente año litúrgico podamos ser aquellos reflejos sinceros del amor y misericordia de Dios Padre.
Pbro. Luis Alvarado
Asesor espiritual de Lumen El Salvador.
“Tú reinaras este es el grito
Que ardiente exhala nuestra fe.
Tú reinaras oh Rey Bendito
Pues Tú dijiste reinaré.
REINE JESÚS POR SIEMPRE,
REINE SU CORAZÓN
EN NUESTRA PATRIA
EN NUESTRO SUELO
ES DE MARÍA LA NACIÓN
Hoy 2 de noviembre, en la conmemoración de todos los fieles difuntos, se puede ganar una indulgencia plenaria para el alma de un ser querido, familiar o amigo.
El Papa Francisco explicó el 30 de octubre de 2013 que así como los santos interceden ante Dios por nosotros, podemos rogar al Señor por las almas del purgatorio.
“Todos los bautizados en la tierra, las almas del Purgatorio y todos los beatos que están ya en el Paraíso forman una única gran Familia. Esta comunión entre tierra y cielo se realiza sobre todo en la oración de intercesión”, dijo en esa ocasión.
Según la Indulgentiarum Doctrina (Norma 15), un católico puede ganar indulgencia plenaria por un difunto “en todas las iglesias, oratorios públicos o —por parte de quienes los empleen legítimamente— semipúblicos” y siguiendo las condiciones habituales de confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice.
Las condiciones habituales para ganar una indulgencia plenaria son la confesión sacramental, la comunión eucarística y la oración por las intenciones del Papa.
(Nota retomada de Aci Prensa)
Joseph Malegue -ese gran novelista cristiano que en España no ha sido ni siquiera traducido- dejó a medio escribir una novela cuyo título era el mismo que yo he puesto a este artículo. Y en ella -por los pocos fragmentos que se conocen- desarrollaba una idea ya varias veces apuntada en sus obras anteriores: que para profundizar en los fenómenos religiosos no hay que explorar solo en el alma de los grandes santos, de los santos de primera, de los aristócratas de la santidad, sino que «las almas modestas contaban también; contaban además las clases medias de la santidad».
Nada más cierto. Porque tal vez estamos demasiado acostumbrados a trazar una distinción excesivamente neta entre la santidad y la mediocridad. A un lado estarían esas diez docenas de titanes del espíritu que tomaron el evangelio por donde más quemaba y realizaron una vida incandescente. Al otro estaríamos nosotros, los que vegetamos en el cristianismo.
Y esta es una distinción, además de falsa, terriblemente desalentadora. Pensamos: como yo no tendré jamás el coraje de ser un Francisco de Asís, vamos a limitarnos a cumplir y a esperar que Dios nos meta al final en el cielo por la puerta de servicio. La santidad se nos presenta así como una zarza incombustible, imposible no sólo para nosotros, sino incluso para cualquiera que viva en nuestras circunstancias. Además, pensamos para agravar las cosas, los santos hacen milagros y nosotros ya tenemos bastante con no hacer pecados. La solución es la siesta.
Pero, si abrimos con más atención los ojos, vemos que además de los santos de primera hay por el mundo algunos santos de segunda y bastantes de tercera. Esa buena gente que ama a Dios, esas personas que, cuando estamos con ellas, nos dan el sentimiento casi físico de la presencia viva de Dios; almas sencillas, pero entregadas; normales, pero fidelísimas. Auténticas clases medias de la santidad.
Quien más, quien menos, todos hemos encontrado en el mundo dos o tres docenas de almas así. Y hemos sido felices de estar a su lado. Y hemos pensado que, con un poco más de esfuerzo, hasta nosotros podríamos parecemos un poco a ellas. Y sentimos que este tipo de personas sostienen nuestra fe y que, en definitiva, en su sencillez, son una de las grandes señales de la presencia de Dios en la Iglesia.
Yo he conocido a muchos de estos santos de tercera o segunda -empezando por mis padres- a quienes no canonizaría. Incluso me daría un poco de risa imaginármelos con un arito en torno a la cabeza y ellos se pondrían muy colorados si alguien se lo colocara. Pero, sin embargo, me han parecido almas tan verdaderas, que en ellas he visto siempre reflejado lo que más me gusta de Dios: su humildad.
Creo que de esto se habla poco. Y, no obstante, yo creo que tiene razón Moeller cuando escribe que «el centro del cristianismo es el misterio de esta humildad de Dios». Es cierto: en el catecismo nos hablaron mucho del Dios todopoderoso y a veces llegamos a imaginarnos a un Dios soberbio, cuajado de pedrerías, actuando siempre a través de milagros y hablando con voz tonante.
Pero la realidad es que, cuando Dios se hizo visible, todo fue humilde y sencillo. Se hizo simplemente un hombre a quien sus enemigos pudieron abofetear sin que sacara terribles relámpagos del cielo.
Un Dios que es humilde en su revelación, hecha a través de textos también humildes, difíciles de interpretar, expuestos a tergiversaciones, mucho menos claros de los que escribiría un matemático perfeccionista.
Un Dios humilde en su Iglesia, que no construyó como una élite de perfectos, sino como una esposa indefensa y mil veces equivocada, tartamudeante y armada con una modesta honda y unos pocos guijarros frente al Goliat del mundo. Humilde también en la tierra en que quiso nacer, en esa Palestina que ni es un prodigio de belleza física ni un paraíso de orden, una especie de Suiza del espíritu.
«El Señor de la gloria -escribe también Moeller- no ha querido ni el poder ni la nada, ni el trueno ni el silencio del abismo, pues el poder tiránico o la sombría nada son lo contrario del amor. El amor quiere la dulzura humilde y gratuita, no se defiende, ofrece de antemano su cuello a los verdugos y, sin embargo, es más poderoso que la muerte y mil torrentes de agua no podrán extinguir el fuego de la caridad. El amor quiere también la vida, la dulce vida; el amor da la vida y no la nada».
Por eso a este Dios humilde le van muy bien los santos humildes y pequeños, los santos del aprobadillo. Y es una suerte que nos permite no desanimarnos a quienes tenemos un amor de hoguera (¡o de cerilla!) y jamás llegaremos a su amor de volcán.
Incluso el camino hacia Dios está muy bien hecho. Es como un monte al que hay que subir. Y tiene dos caminos: uno de cabras, que va en derechura desde la falda a la cima, escarpado, durísimo, empinadísimo, y un camino carretero, que sube también, pero en zig-zag, dando vueltas y vueltas en espiral hacia la cumbre.
Los santos, los verdaderos santos, suben por el de cabras, dejándose la piel en las esquinas de las rocas. Ellos lo dan todo de una vez, viven hora a hora en la tensión del amor perfecto.
Pero los demás temblamos ante ese camino. No porque no tengamos pulmones para ello -porque los santos no tienen mejor «madera» que nosotros-, sino porque somos cobardes y le damos a Dios trozos de amor, guardándonos en el zurrón buenos pedazos de amor propio.
Naturalmente, a quien Dios le dé el coraje del camino de cabras, que san Pedro se lo bendiga y multiplique. Pero, en definitiva, lo que importa es subir, lo necesario es amar, aunque sea con un amor tartamudo. Y, entonces, bendito sea el camino carretero.
Con la ventaja, además, de que, en cada vuelta del camino, el camino carretero se cruza un momento con el de cabras: son esos instantes de verdadera santidad que todos, por fortuna, tenemos. Hay incluso veces en las que -sobre todo en la juventud- nos atrevemos a hacer algún trecho por la senda de cabras, aunque luego regrese la flojera y volvamos a tomar el camino en espiral. Bien, lo importante es seguir subiendo, seguir amando, aunque se haga mal.
Lo que no hay que olvidar es que, al final de la escalada, cuando ya se está cerca de la cima, los dos caminos, el carretero y el de cabras, desaparecen. Y entonces ya solo queda la roca viva. Por la que solo se puede subir con guía. O llevados en brazos. Como Dios nos llevará a todos en el último repechón que conduce al abrazo en la muerte.
(Retomado del Blog del Padre Eduardo)
Si la semana anterior el Papa Francisco dedicó su catequesis en la Audiencia General del miércoles a la “muerte”, en esta ocasión hizo lo propio con el “Paraíso”.
El Pontífice explicó que “el paraíso no es un lugar como en las fábulas, ni mucho menos un jardín encantado. El paraíso es el abrazo con Dios, Amor infinito, y entramos gracias a Jesús, que ha muerto en la cruz por nosotros”.
A continuación, el texto completo de la catequesis:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Esta es la última catequesis sobre el tema de la esperanza cristiana, que nos ha acompañado desde el inicio de este año litúrgico. Y concluiré hablando del paraíso, como meta de nuestra esperanza.
«Paraíso» es una de las últimas palabras pronunciadas por Jesús en la cruz, dirigido al buen ladrón. Detengámonos un momento en esta escena. En la cruz, Jesús no está sólo. Junto a Él, a la derecha y a la izquierda, están dos malhechores. Tal vez, pasando delante de esas tres cruces izadas en el Gólgota, alguien exhaló un suspiro de alivio, pensando que finalmente se hacía justicia condenando a muerte a gente así.
Junto a Jesús esta también un reo confeso: uno que reconoce haber merecido aquel terrible suplicio. Lo llamamos el “buen ladrón”, el cual, oponiéndose al otro, dice: nosotros recibimos lo que hemos merecido por nuestras acciones (Cfr. Lc 23,41).
En el Calvario, ese viernes trágico y santo, Jesús llega al extremo de su encarnación, de su solidaridad con nosotros pecadores. Ahí se realiza lo que el profeta Isaías había dicho del Siervo sufriente: «fue contado entre los culpables» (53,12; Cfr. Lc 22,37).
Es ahí, en el Calvario, que Jesús tiene la última cita con un pecador, para abrirle también a él las puertas de su Reino. Esto es interesante: es la única vez que la palabra “paraíso” aparece en los evangelios. Jesús lo promete a un “pobre diablo” que en la madera de la cruz ha tenido la valentía de dirigirle el más humilde de los pedidos: «Acuérdate de mí cuando entraras en tu Reino» (Lc 23,42). No tenía obras de bien por hacer valer, no tenía nada, sino se encomienda a Jesús, que lo reconoce como inocente, bueno, así diverso de él (v. 41). Ha sido suficiente esta palabra de humilde arrepentimiento, para tocar el corazón de Jesús.
El buen ladrón nos recuerda nuestra verdadera condición ante Dios: que nosotros somos sus hijos, que Él siente compasión por nosotros, que Él se derrumba cada vez que le manifestamos la nostalgia de su amor. En las habitaciones de tantos hospitales o en las celdas de las prisiones este milagro se repite numerosas veces: no existe una persona, por cuanto haya vivido mal, al cual le quede sólo la desesperación y le sea prohibida la gracia. Ante Dios nos presentamos todos con las manos vacías, un poco como el publicano de la parábola que se había detenido a orar al final del templo (Cfr. Lc 18,13). Y cada vez que un hombre, haciendo el último examen de conciencia de su vida, descubre que las faltas superan largamente a las obras de bien, no debe desanimarse, sino confiar en la misericordia de Dios. ¡Y esto nos da esperanza, esto nos abre el corazón!
Dios es Padre, y hasta el último espera nuestro regreso. Y al hijo prodigo que ha regresado, que comienza a confesar sus culpas, el padre le cierra la boca con un abrazo (Cfr. Lc 15,20). ¡Este es Dios: así nos ama!
El paraíso no es un lugar como en las fábulas, ni mucho menos un jardín encantado. El paraíso es el abrazo con Dios, Amor infinito, y entramos gracias a Jesús, que ha muerto en la cruz por nosotros. Donde esta Jesús, hay misericordia y felicidad; sin Él existe el frio y las tinieblas. A la hora de la muerte, el cristiano repite a Jesús: “Acuérdate de mí”. Y aunque no existiese nadie que se recuerde de nosotros, Jesús está ahí, junto a nosotros. Quiere llevarnos al lugar más bello que existe. Quiere llevarnos allá con lo poco o mucho de bien que existe en nuestra vida, para que nada se pierda de lo que ya Él había redimido. Y a la casa del Padre llevará también todo lo que en nosotros tiene todavía necesidad de redención: las faltas y las equivocaciones de una entera vida. Es esta la meta de nuestra existencia: que todo se cumpla, y sea transformado en el amor.
Si creemos en esto, la muerte deja de darnos miedo, y podemos incluso esperar partir de este mundo de manera serena, con mucha confianza. Quien ha conocido a Jesús, no teme más nada. Y podremos repetir también nosotros las palabras del viejo Simeón, también él bendecido por el encuentro con Cristo, después de una entera vida consumida en la espera: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación» (Lc 2,29-30).
Y en ese instante, finalmente, no tendremos más necesidad de nada, no veremos más de manera confusa. No lloraremos más inútilmente, porque todo es pasado; incluso las profecías, también el conocimiento. Pero el amor no, es lo que queda. Porque «el amor no pasará jamás» (Cfr. 1 Cor 13,8).
(Nota retomada de Aci Prensa)
Frente a la justificación de la “santidad de imagen”, propia de los hipócritas, el Papa Francisco propuso la justificación traída por Jesús, que es la que hace “que Dios nos perdone”.
Esa justificación de Jesús, exige obras, porque “nuestras obras son la respuesta al amor gratuito de Dios, que nos ha justificado y que nos perdona siempre. Nuestra santidad es recibir siempre ese perdón”.
“El Señor es el que nos ha perdonado el pecado original y el que nos perdona cada vez que vamos donde Él. No podemos perdonarnos nuestros pecados con nuestras obras, porque solo Él perdona. Sin embargo, sí que podemos responder con nuestras obras a ese perdón”, explicó el Santo Padre.
El Papa se remitió al Evangelio del día, de San Lucas, para citar “otra forma de buscar la justificación”, una muy diferente a la explicada por Jesús, al ofrecer la imagen de “aquellos que se creen justos de apariencia”, que “saben poner caras como si fuesen santos”.
Francisco se refirió a ellos como “los hipócritas en cuyo interior todo está sucio, pero que externamente pretenden aparentar justos y buenos, haciéndose notar cuando ayunan, rezan o dan limosna”. Esos hipócritas “en cuyo corazón no hay nada, no hay sustancia, su verdad es nula”.
Esos hipócritas “disfrazan el alma, viven una farsa, para ellos la santidad no es más que un disfraz. Jesús siempre nos pide que seamos verdaderos, pero verdaderos de corazón. Por eso da este consejo: cuando reces, hazlo en secreto; cuando ayunes, pon buena cara para que nadie vea la debilidad del ayuno; cuando des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha, hazlo escondido”.
“Jesús nos pide coherencia de vida –subrayó el Pontífice–. Coherencia entre aquello que hacemos y aquello que vivimos dentro. La falsedad hace mucho mal, la hipocresía hace mucho mal, es un modo de vivir”.
El Papa concluyó su homilía pidiendo que ante Dios “la verdad siempre por delante, siempre. Y esa verdad ante Dios es la que genera el espacio para que Dios nos perdone”.
(Nota retomada de Aci Prensa)
En la Audiencia General de este miércoles 18 de octubre, el Papa Francisco habló sobre la esperanza cristiana ante la realidad de la muerte.
En su catequesis recordó que Jesús salvó a la humanidad de la muerte. El Santo Padre también animó a no tener miedo en los últimos momentos de la vida, pues “Jesús nos tomará de la mano, del mismo modo que tomó de la mano a la hija de Jairo, y nos dirá: ‘¡Levántate, álzate!’”.
Francisco recordó las propias palabras de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida, quien crea en mí, incluso si muere, vivirá. ¿Crees en esto?”. “¡Eso es lo que Jesús nos repite a cada uno de nosotros siempre que la muerte viene a desgarrar los tejidos de la vida y los afectos!”.
A continuación, texto completo de la catequesis del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy quisiera poner en contraste la esperanza cristiana con la realidad de la muerte, una realidad que nuestra civilización moderna tiende siempre más a cancelar.
Tanto así que, cuando la muerte llega, para quien nos está cerca o para nosotros mismos, no nos encontramos preparados, privados incluso de un “alfabeto” adecuado para esbozar palabras de sentido en relación a su misterio, que de todos modos permanece. Y sin embargo los primeros signos de civilización humana han transitado justamente a través de este enigma. Podríamos decir que el hombre ha nacido con el culto a los muertos.
Otras civilizaciones, antes de la nuestra, han tenido la valentía de mirarla en la cara. Era un acontecimiento narrado por los viejos a las nuevas generaciones, como una realidad ineludible que obligaba al hombre a vivir para algo de absoluto. Recita el salmo 90: «Enséñanos a calcular nuestros años, para que nuestro corazón alcance la sabiduría» (v. 12).
Contar los propios días como el corazón se hace sabio. Palabras que nos conducen a un sano realismo, expulsando el delirio de omnipotencia. ¿Qué cosa somos nosotros? Somos «casi nada», dice otro salmo (Cfr. 88,48); nuestros días transcurren velozmente: si viviéramos incluso cien años, al final nos parecerá que todo haya sido un soplo. Tantas veces yo he escuchado a los ancianos decir: “La vida se me ha pasado como un soplo”.
Así la muerte pone al desnudo nuestra vida. Nos hace descubrir que nuestros actos de orgullo, de ira y de odio eran vanidad: pura vanidad. Nos damos cuenta con tristeza de no haber amado lo suficiente y de no haber buscado lo que era esencial. Y, por el contrario, vemos lo que verdaderamente bueno hemos sembrado: los afectos por los cuales nos hemos sacrificado, y que ahora nos sujetan la mano.
Jesús ha iluminado el misterio de nuestra muerte. Con su comportamiento, nos autoriza a sentirnos dolidos cuando una persona querida se va. Él se conmovió «profundamente» ante la tumba de su amigo Lázaro, y «lloró» (Jn 11,35). En esta actitud, sentimos a Jesús muy cerca, nuestro hermano. Él lloró por su amigo Lázaro.
Y entonces Jesús pide al Padre, fuente de la vida, y ordena a Lázaro salir del sepulcro. Y así sucede. La esperanza cristiana recurre a esta actitud que Jesús asume contra la muerte humana: si ella está presente en la creación, pero ella es un signo que desfigura el diseño de amor de Dios, y el Salvador quiere sanarla.
En otro pasaje los evangelios narran de un padre que tenía una hija muy enferma, y se dirige con fe a Jesús para que la salve (Cfr. Mc 5,21-24.35-43). Y no existe una figura más conmovedora de aquella de un padre o de una madre con un hijo enfermo. Y enseguida Jesús se dirige con aquel hombre, que se llamaba Jairo.
A cierto momento llega alguien de la casa de Jairo y le dice que la niña está muerta, y no hay más necesidad de molestar al Maestro. Pero Jesús dice a Jairo: «No temas, basta que creas» (Mc 5,36). Jesús sabe que este hombre está tentado de reaccionar con rabia y desesperación, porque ha muerto la niña, y le pide custodiar la pequeña llama que está encendida en su corazón: fe. “¡No temas, sólo ten fe!”. “¡No tengas miedo, continúa solamente teniendo encendida esa llama!”. Y después, llegados a la casa, despierta a la niña de la muerte y la restituirá viva a sus seres queridos.
Jesús nos pone sobre esta “cima” de la fe. A Marta que llora por la desaparición del hermano Lázaro presenta la luz de un dogma: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». (Jn 11,25-26).
Es lo que Jesús repite a cada uno de nosotros, cada vez que la muerte viene a arrancar el tejido de la vida y de los afectos. Toda nuestra existencia se juega aquí, entre el lado de la fe y el precipicio del miedo. “Yo no soy la muerte, dice Jesús, yo soy la resurrección y la vida, ¿crees tú esto?, ¿crees tú esto?”. Nosotros, que hoy estamos aquí en la Plaza, ¿creemos en esto?
Somos todos pequeños e indefensos ante el misterio de la muerte. ¡Pero, que gracia si en ese momento custodiamos en el corazón la llama de la fe! Jesús nos tomará de la mano, como tomó de la mano a la hija de Jairo, y repetirá todavía una vez: “Talitá kum”, “¡Niña, levántate!” (Mc 5,41).
Lo dirá a nosotros, a cada uno de nosotros: “¡Levántate, resurge!”. Yo los invito, ahora, tal vez a cerrar los ojos y a pensar en aquel momento: de la nuestra muerte. Cada uno de nosotros piense a su propia muerte, y se imagine ese momento que llegará, cuando Jesús nos tomará de la mano y nos dirá: “Ven, ven conmigo, levántate”.
Ahí terminará la esperanza y será la realidad, la realidad de la vida. Piensen bien: Jesús mismo vendrá a cada uno de nosotros y nos tomará de la mano, con su ternura, su humildad, su amor. Y cada uno repita en su corazón la palabra de Jesús: “¡Levántate, ven! ¡Levántate, ven! ¡Levántate, resurge!”.
Esta es nuestra esperanza ante la muerte. Para quién cree, es una puerta que se abre completamente; para quién duda es un resquicio de luz que filtra de una puerta que no se ha cerrado del todo. Pero para todos nosotros será una gracia, cuando esta luz, del encuentro con Jesús, nos iluminará. Gracias.
(Nota retomada de Aci Prensa)
En la homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta este martes 17 de octubre, el Papa Francisco hizo un llamado a no caer en la “insensatez” que consiste en la incapacidad de escuchar la Palabra de Dios, y que lleva a la corrupción.
Siguiendo la lectura del Evangelio del día y de la primera carta de San Pablo a los Romanos, el Santo Padre identificó a 3 grupos citados en el Evangelio como “insensatos” por dejarse arrastrar hacia la corrupción.
Por un lado, señaló a los doctores de la Ley, “que se vuelven corruptos porque se preocupaban de hacer bellas las cosas por fuera, pero no por dentro, donde surge la corrupción”. Eran “corruptos de la vanidad, de la apariencia, de la belleza exterior, de la justicia exterior”, explicó el Papa.
En segundo lugar, el Pontífice citó a los paganos, “corruptos de la idolatría, que cambiaron la gloria de Dios por la de los ídolos”. Francisco señaló que esta corrupción se da también en el mundo actual, con idolatrías de hoy como el consumismo, o tratar de construir un dios cómodo.
Por último, también como insensatos que caen en la corrupción a aquellos cristianos que se dejan corromper por la ideología, aquellos que dejan de ser cristianos para convertirse en “ideólogos del cristianismo”.
Esta insensatez mostrada por estos tres grupos consiste en “no escuchar, en una incapacidad para escuchar la Palabra, cuando la Palabra no entra porque no la dejo entrar voluntariamente, porque no la escucho”.
“El insensato no escucha –afirmó el Santo Padre–. Piensa que escucha, pero no escucha. Siempre hace lo que quiere y por eso la Palabra de Dios no puede entrar en su corazón y elimina todo lugar para el amor. Y si finalmente entra, entra descafeinada, entra transformada por mi visión de la realidad. Los insensatos no saben escuchar. Esa sordera es la que les lleva a la corrupción. Si no entra la Palabra de Dios, no hay lugar para el amor y, finalmente, no hay lugar para la libertad y lleva a la esclavitud”.
El Papa, finalmente, invitó a los presentes a preguntarse: “¿Escucho yo la Palabra de Dios? ¿La dejo entrar?”.
(Nota retomada de Aci Prensa)
Esta primavera marcará 100 años desde las apariciones de Fátima y una oportunidad para reflexionar profundamente sobre su mensaje. El Ángel de la Paz apareció tres veces a los pastores, Lucía, Jacinta y Francisco, comenzando en la primavera de 1916 en Fátima, Portugal. Estas visitas prepararon el camino para las seis apariciones de Nuestra Señora de Fátima al año siguiente.
El mensaje de Fátima puede perderse a veces en lo misterioso y lo espectacular: las apariciones, los “tres secretos”, el “baile del sol”. Sin embargo, las principales súplicas del Cielo se referían a nuestras actividades terrenales cotidianas y cómo éstas forjarían nuestro destino eterno.
La consecuencia eterna del pecado mortal no arrepentido es el infierno; sabiendo esto, debemos vivir nuestras vidas según las leyes de Dios, en obediencia, pureza y virtud. El mensaje central de Fátima es una súplica urgente para permanecer en el camino estrecho al cielo.
Por eso el papa Francisco ha decidido visitar todo este fin de semana este gran Santuario Mariano y canonizar a dos de los pastorcitos: Jacinta y Francisco y solo quedaría pendiente Lucía para próxima oportunidad.
Es importante entender que Fátima nos llama a la conversión, y también a un alejamiento diario del pecado. Con el fin de convertir a los impenitentes, el Ángel primero enseñó a los niños el gran valor de la oración de intercesión.
Subrayando la importancia de nuestra intercesión, la única cosa que la Virgen María pidió en las seis apariciones fue para nosotros rezar el Rosario, todos los días.
Ella les dijo que nuestras oraciones pueden ayudar a salvar almas, “Oren, oren mucho, y hagan sacrificios por los pecadores; Porque muchas almas van al infierno, porque no hay nadie que se pueda sacrificar y orar por ellos “. No es sólo la oración de intercesión, sino también nuestros sacrificios y sufrimientos intercesores que son eficaces.
En virtud de nuestro Bautismo, todos somos llevados al Cuerpo de Cristo y participamos en Su sacerdocio, como parte del sacerdocio común de los fieles. Actuando en nuestro papel sacerdotal, podemos ofrecernos como “sacrificios espirituales” aceptables a Dios y en expiación por los pecados. (CCC 1141)
Al unirnos más al Cuerpo de Cristo, el Ángel y la Virgen María dijeron que debemos buscar consolar a Dios mediante la recepción y adoración digna de la Eucaristía.
Si bien la idea de consolar a un Dios todopoderoso puede parecer contraintuitiva, el papa Pío XI nos recuerda que “podemos y debemos consolar a ese Sagrado Corazón”, que está continuamente herido por nuestros pecados (Miserentissimus Redemptor, 13) .
De manera similar, el ángel ofreció a los niños la santa Eucaristía para reparar los pecados y para “consolar a su Dios”. Esto se repitió más tarde en la oración eucarística de Nuestra Señora: “¡Oh Santísima Trinidad, te adoro! “La Eucaristía es la fuente y la cumbre de la vida cristiana (CCC 1324), y las apariciones de Fátima nos recuerdan que recibir dignamente a Jesús en la Comunión tiene la gracia de salvar almas y consolar a nuestro Dios.
La Virgen María también nos pidió que reparáramos a través de la devoción de los “Primeros Cinco Sábados”. Nuestra Señora prometió a la Hermana Lucía “asistir a la hora de la muerte con las gracias necesarias para la salvación” a los que practicarán esta devoción de Confesión, Eucaristía, recitación del Rosario y meditación sobre sus misterios.
La Iglesia honra correctamente a la Madre de Dios, porque fue a través de ella, y con el consentimiento de su libre albedrío, hágase a mí, que el Salvador nació en el mundo. (Lumen Gentium, VIII) Esto es lo que proclamamos en las palabras del Rosario: el momento de la Encarnación de Dios.
Como señaló el papa Pablo VI en su exhortación apostólica de 1967 Signum Magnum, en el 50 aniversario de Fátima, es conveniente que nos consagremos al Inmaculado Corazón de María, como Madre espiritual de la Iglesia, por su papel mediador en la salvación del mundo.
Ahora, en este 100 aniversario de Fátima, el papa Francisco nos recuerda nuevamente que es importante contemplar su mensaje y abrazar sus devociones.
A pesar de que el Ángel de la Paz y Nuestra Señora de Fátima aparecieron durante el contexto de la Primera Guerra Mundial, los mensajes divinos son quizá más relevantes hoy en día, en una era de armas nucleares y de renovada militancia en todo el mundo, ateísmo desenfrenado, materialismo y pérdida de fe, una Iglesia decreciente en Occidente y una sociedad permisiva que crece rápidamente.
Como discípulos fieles, somos llamados a ser santos, e intercesores el uno para el otro. Fátima era una llamada de atención. En ella, las últimas palabras de Jesús de la Cruz cobran vida: “He aquí tu madre” (Juan 19,27).
En medio de un mundo pasajero, necesitamos acertar con cosas eternas: la penitencia, la confesión, la Eucaristía, oración, especialmente el Rosario. Nuestra Señora de Fátima renueva esta llamada, para permanecer en el estrecho camino hacia el Cielo.
(Artículo retomado de Misioneros Digitales Católios)
Este jueves, el Papa Francisco comenzó la jornada con una visita al Pontificio Instituto Oriental para saludar a la Congregación para las Iglesias Orientales, que cumple 100 años de su fundación.
Después, celebró una Misa en la basílica de Santa María la Mayor precisamente para agradecer este aniversario.
En su homilía, destacó que “hoy vivimos una guerra mundial a pedazos” y “vemos a muchos hermanos y hermanas nuestros de las Iglesias orientales experimentar persecuciones dramáticas y una diáspora cada vez más inquietante”.
Francisco invitó a preguntarse “¿Por qué?” suceden estas cosas y reflexionó sobre cuántas veces al confesar “vemos a los malvados, aquellos que sin escrúpulos se ocupan de sus propios intereses, aplastan a los otros, y parece que a ellos las cosas les van bien: obtienen aquello que quieren y piensan solo en gozar la vida”.
“No obstante, Dios no olvida a sus hijos, su memoria es para los justos, para los que sufren, que son oprimidos y se preguntan ‘¿por qué?’ y sin embargo no cesan de confiar en el Señor”.
“Cuántas veces la Virgen María, en su camino, se ha preguntado ‘¿Por qué?’, pero en su corazón, que meditaba cada cosa, la gracia de Dios hacía resplandecer la fe y la esperanza”.
El Papa aseguró que “hay una manera de entrar en la memoria de Dios: nuestra oración, como nos enseña el pasaje evangélico que hemos escuchado”.
“Cuando se reza se requiere el coraje de la fe: tener confianza de que el Señor nos escucha, la valentía de llamar a la puerta”.
Pero, "¿nuestra oración es verdaderamente así?, ¿nos involucra realmente, involucra nuestro corazón y nuestra vida?, ¿sabemos llamar al corazón de Dios?”, preguntó.
(Nota publicada originamente por Aci Prensa)
La conocida parábola del Buen Samaritano centró la homilía del Papa Francisco en la Casa Santa Marta, un ejemplo de cómo debe actuar todo cristiano cuando alguien necesita ayuda, según dijo.
Jesús responde con esta historia a los doctores de la ley que querían probar, como en otras ocasiones, a Jesús.
El Papa describió el comportamiento de las personas que pasan delante del herido sin prestarle ayuda: “Es una actitud muy habitual entre nosotros: observar una calamidad, mirar algo feo y pasar de largo. Y después, leerla en los periódicos, un poco adornada de escándalo o sensacionalismo”, dijo.
Sin embargo, el pecador “lo ve y no pasa de largo, tiene compasión”. “No se alejó, se acercó. Le curó las heridas vertiendo en ellas aceite y vino, pero no lo dejó ahí diciendo ‘he hecho mi trabajo y le dejo’”.
Este “es el misterio de Cristo”, que “se ha hecho siervo, se abajó, se hizo nada y murió por nosotros”. “No es un cuento para niños” sino “el misterio de Jesucristo”.
“Y viendo esta parábola entenderemos mejor la profundidad, hasta donde llega el misterio de Jesucristo. El doctor de la ley se fue, callado, lleno de vergüenza, no entendió. No entendió el misterio de Cristo. Quizás habrá entendido el principio humano que nos acerca a entender el misterio de Cristo: que cada hombre mira a otro hombre desde arriba hacia abajo, solo cuando debe ayudarlo a alzarse. Y si alguno hace esto, está en el buen camino, hacia Jesús”.
“¿Qué hago yo?, ¿soy un bandido, un impostor, un corrupto?”, invitó a cuestionarse. “¿Soy un sacerdote que observa, ve y mira hacia otro lado y pasa de largo?; ¿o un dirigente católico que hace lo mismo?; ¿O soy un pecador?, ¿uno que tiene que ser condenado por sus propios pecados?"
"¿Y me acerco, me hago próximo, presto atención al que tiene necesidad?, ¿cómo hago ante tantas heridas, ante tantas personas heridas con las que me encuentro todos los días?, ¿hago como Jesús?, ¿Tomo la forma de siervo?”.
“Nos hará bien esta reflexión, leyendo y releyendo este pasaje. Aquí se manifiesta el misterio de Jesucristo, que siendo pecadores ha venido por nosotros, para sanarnos y dar la vida por nosotros”.
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
Avergonzarse del pecado es algo bueno según dijo el Papa en la homilía que compartió con los fieles que asistieron a la misa en la Casa Santa Marta.
"Ninguno puede decir. ‘yo soy justo’ o ‘yo no soy como ese o como esa’. Soy un pecador. Diría que casi es el primer nombre que tenemos todos: pecadores", afirmó.
Francisco fue tajante al asegurar que “el pecado estropea el corazón, estropea la vida, estropea el alma, la debilita y la enferma”.
Pero, ¿por qué somos pecadores? Hemos desobedecido: Él ha dicho una cosa y nosotros hemos hecho otra. No hemos escuchado la voz del Señor: Él nos ha hablado tantas veces. En nuestra vida, cada uno puede pensar: ‘¡cuántas veces el Señor me ha hablado a mí… y cuántas veces no he escuchado!’ Ha hablado con los padres, con la familia, con el catequista, en la iglesia, en las predicaciones, también ha hablado en nuestro corazón”.
Pero “nos hemos rebelado” fruto de la “obstinación” por seguir las “perversas inclinaciones de nuestro corazón”. Esto ha hecho que caigamos en “pequeñas idolatrías de cada día”, “codicia, “envidia”, “odio” y sobre todo “maledicencia” que es “hablar mal” y se trata de una “guerra del corazón para destruir al prójimo”.
“No es una mancha que haya que quitarse. Si fuese una mancha, bastaría acudir a la tintorería y hacérsela limpiar. No. El pecado es una relación de rebelión contra el Señor Es algo muy feo en sí mismo, pero feo contra el Señor que es bueno. Y si yo pienso así de mis pecados, en lugar de entrar en depresión siento ese sentimiento grande: la vergüenza, el deshonor. La vergüenza es una gracia”.
(Nota retomada de Aci Prensa)
Durante la Audiencia General celebrada este miércoles 4 de octubre en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco recordó en diversos momentos a San Francisco de Asís en el día en que la Iglesia celebra su fiesta.
En su catequesis, el Santo Padre señaló su satisfacción por poder pronunciar su enseñanza, titulada “Misioneros de la esperanza hoy”, en el día que “la Iglesia ha dedicado de forma particular a la misión, y también a la fiesta de San Francisco de Asís, que fue un gran santo de la esperanza”.
En sus saludos a los peregrinos polacos y franceses, el Pontífice también hizo referencia al santo de quien tomó su nombre: “En esta fiesta de San Francisco de Asís dejad que el Señor os convierta en verdaderos misioneros de esperanza en medio de vuestros hermanos y hermanas”.
Por último, en el mensaje pronunciado en lengua italiana, dedicó “un pensamiento afectuoso a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy celebramos la fiesta de San Francisco de Asís”.
“Que su ejemplo de vida refuerce en cada uno de vosotros, queridos jóvenes, la atención hacia la creación; a vosotros, queridos enfermos, os sostenga aliviando vuestra fatiga cotidiana; y sea de ayuda a vosotros, queridos recién casados, en la construcción de vuestra familia sobre el amor caritativo”.
(Retomada de Aci Prensa)
En la homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta este martes 3 de octubre en el Vaticano, el Papa Francisco invitó a “dedicar un poco de tiempo a meditar en Jesús camino a la Cruz, en su soledad, en la incomprensión de los suyos y ver cuánto nos ha amado y darle las gracias por su decisión valiente y si actitud de obediencia al Padre”.
El Santo Padre destacó cómo Jesús obedece al Padre y se pone en camino hacia la Cruz, a pesar de haber sido abandonado por todos.
“Únicamente en una ocasión se permite pedir al Padre que aleje un poco esa Cruz: ‘Padre, si es posible, aleja de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya’, pidió en el Huerto de los Olivos”, indicó Francisco.
Jesús, continuó, fue obediente, y “eso es lo que quiere el Padre. Obediente, con decisión, y nada más. Es así hasta el fin. El Señor acepta la voluntad del Padre con paciencia. Es un ejemplo de camino que consiste no solo en morir sufriendo en la Cruz, sino también en caminar con paciencia”.
El Pontífice explica que los discípulos de Jesús no comprendieron al principio la decisión de ir a Jerusalén sabiendo que allí le esperaba la Cruz, “no entendían qué quería decir, o no querían entender, porque estaban asustados y desconocían la verdad”.
Por lo tanto, “Jesús estaba solo. Nadie le acompañó en esta decisión porque nadie comprendía el misterio de Jesús. Jesús estuvo solo en el camino hacia Jerusalén hasta el fin. Pensemos en el abandono de sus discípulos, en la traición de Pedro… Estaba solo. El Evangelio nos dice que únicamente le consuela un ángel del cielo en el Huerto de los Olivos. Únicamente tenía esa compañía. Por lo demás, estaba solo”.
El Papa también invitó a meditar sobre las veces que los cristianos abandonan al Señor: “¿Cuántas veces intento hacer tantas cosas y no te miro a ti, que has hecho tantas cosas por mí? ¿A ti, que con tanta paciencia toleras mis pecados, mis fallos? Hablemos así con Jesús”.
“Él decidió seguir siempre adelante, dar la cara, y a dar las gracias. Dediquemos hoy unos pocos minutos, cinco, diez, quince, ante el Crucifijo quizás, o viendo a Jesús con la imaginación caminando con decisión hacia Jerusalén y pidámosle la gracia de tener la valentía de seguirlo de cerca”, concluyó.
(Nota retomada de Aci Prensa)
El Papa Francisco animó, durante la Misa celebrada en la Casa Santa Marta, a reflexionar sobre qué significa formar parte de la familia de Jesús, e invitó a cultivar esa cercanía y familiaridad propia de los que son discípulos suyos.
En su homilía, el Papa afirmó que “aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” forman parte de “una familia más amplia que aquella en la que se viene al mundo”, es la familia del pueblo de Dios.
En el Evangelio, Jesús afirma que su “madre”, sus “hermanos”, su “familia” son aquellos que le rodean y le escuchan. “Esto nos hace pensar en el concepto de familiaridad con Dios y con Jesús”, apuntó.
En este sentido, se preguntó qué significa esa familiaridad a la que los padres espirituales en la Iglesia se han referido en tantas ocasiones.
Explica Francisco que, principalmente, significa “entrar en la casa de Jesús, entrar en aquella atmósfera, vivir en aquella atmósfera que es la casa de Jesús. Vivir allí, contemplarle, ser libre allí. Porque sus hijos son libres, aquellos que viven en la casa del Señor son libres, aquellos que tienen familiaridad con Él son libres. Los demás, usando una palabra de la Biblia, son los hijos de la esclava. Son cristianos, pero no se atreven a acercarse, no se atreven a tener esa familiaridad con el Señor. Siempre hay una distancia que los separa del Señor”.
El Pontífice añadió más elemento que caracterizan esa familiaridad con Dios, y señaló que también implica “estar con Él, mirarlo, escuchar su Palabra, tratar de ponerla en práctica, hablar con Él”.
Porque también se hace oración hablando, con la palabra, es “esa oración que se hace por la calle. Esa oración que los santos hacen. Santa Teresa decía que encontraba al Señor en todos sitios. Tenía esa familiaridad con el Señor allí donde estuviera, incluso entre las ollas de la cocina”.
“Demos ese paso de familiaridad con el Señor”, invitó el Papa. “Ese cristiano, con problemas, que va en el bus, en el metro, e interiormente habla con el Señor, o al menos sabe que el Señor le mira. Esa familiaridad, esa cercanía es sentirse parte de la familia de Jesús”.
“Pidamos esa gracia para todos nosotros”, concluyó. “Esa gracia de entender qué significa la familiaridad con el Señor”.
(Nota retomada de Aci Prensa)
El Papa Francisco recordó que el cristiano vive en constante espera del encuentro con el Señor, y destacó que esta visita del Señor hay que esperarla con esperanza, “que es la virtud más humilde de todas”.
En la Misa celebrada en la Casa Santa Marta este lunes, el Santo Padre reflexionó sobre lo que significa el verbo “visitar” en las Sagradas Escrituras y sus implicaciones en la historia de la salvación.
Esa esperanza de recibir la visita del Señor sitúa al cristiano en un estado de tensión, sin embargo, lejos de ser algo negativo es un síntoma de buena salud espiritual, ya que un cristiano que no está en tensión esperando ese encuentro con el Señor, “es un cristiano cerrado, inmerso en el trastero de la vida, sin saber qué hacer”.
A partir de la lectura bíblica en la que, tras la liberación del pueblo de Israel de su esclavitud en Egipto, Dios visita a los israelitas y los lleva a la tierra prometida, el Pontífice destacó que “cada liberación, cada acción redentora de Dios, es una visita”.
“Cuando el Señor nos visita nos da alegría, es decir, nos proporciona un estado de consuelo. Eso nos lleva a la alegría. Sí, se han sembrado lágrimas, pero ahora el Señor nos consuela y nos da ese consuelo espiritual. El consuelo no sólo se produjo en aquella época, es un estado de vida espiritual de todo cristiano. Toda la Biblia nos enseña esto”.
El Papa, en su homilía, animó a esperar esa visita de Dios, “en los momentos de más debilidad, pero también en los de fortaleza, porque el Señor nos hará sentir su presencia siempre, con el consuelo espiritual, llenándonos de alegría”.
“El consuelo del Señor toca dentro de ti y te impulsa a aumentar la caridad, la fe y la esperanza, y también te lleva a llorar por tus pecados que han llevado a la cruz a Jesús”, señaló.
“Cuando miramos a Jesús, a la Pasión de Jesús, nos hace llorar por Él. Te eleva el alma hacia las cosas del Cielo, hacia las cosas de Dios y, también, tranquiliza el alma en la paz del Señor. Este es el verdadero consuelo”.
El consuelo “no es un divertimento”, aunque recordó que “el divertimento no es una cosa mala, sino que es buena, somos humanos y debemos tener divertimentos”, pero “el consuelo te lleva y te hace experimentar la presencia de Dios y reconocerle como el Señor”, concluyó.
(Nota retomada de Aci Prensa)
Durante la Misa celebrada en la Casa Santa Marta, en el Vaticano, este martes, el Papa Francisco subrayó que la compasión no es lo mismo que la pena, “la compasión te implica con el que sufre, te remueve las entrañas y te lleva a acercarte a esa persona”.
“La compasión es un sentimiento que te implica, es un sentimiento del corazón, de las entrañas, que te implica por completo. La compasión no es lo mismo que la pena, no es lo mismo que decir: ‘qué pena, pobre gente’. No, no es lo mismo”.
Por el contrario, “la compasión hace que te impliques. Es un ‘compartir con’. Eso es la compasión”. El Pontífice explicó que eso es lo que hace Jesús en el Evangelio del día, cuando camino de Naín, rodeado por una multitud que esperaba sus palabras, se encontró con el entierro de un niño. Jesús, al ver a la madre, una mujer viuda, sintió lastima, se acercó al ataúd y al tocarlo el niño resucitó.
“El Señor se implicó con aquella viuda, con aquel huérfano –observó Francisco–. Estaba rodeado por una multitud: ¿Por qué dedicarle el tiempo a aquella viuda, a aquel huérfano pudiendo hablar a toda una multitud? Podemos pensar que lo que le pasó a aquella viuda es la vida: ‘Así es la vida, son tragedias que suceden…’. ¡No! Para Él era más importante aquella viuda o aquel huérfano muerto que la multitud a la cual estaba hablando y que le seguía. ¿Por qué? Porque su corazón, sus entrañas, se habían implicado. El Señor, con su compasión, se implicó en este caso. Tenía compasión”.
La compasión también exige acercarse al que sufre: “acercarse y palpar la realidad. Tocar esa realidad. No limitarse a mirarla desde lo lejos. Primera palabra: ‘tuvo compasión’. Segunda palabra: ‘se acercó’. Después hace el milagro y no dice: ‘Hasta pronto, yo continúo mi camino’. No. Toma en brazos al muchacho, ¿y qué hace?: ‘Lo restituye a su madre’. ‘Restituir’, esa es la tercera palabra. Jesús hace el milagro para restituir, para devolver a la persona a su lugar. Y eso es lo que hizo mediante la redención. Tuvo compasión, se acercó a nosotros en su hijo, y nos restituyó a todos la dignidad de los hijos de Dios. Nos ha rehecho a todos”.
Con esta acción, Jesús incita a que sus discípulos a que hagan lo mismo, que muestren esa compasión que exige acercarse al que sufre, implicarse en su sufrimiento. “Tantas veces miramos en los telediarios o en las portadas de los periódicos las tragedias que suceden en el mundo: ‘En aquel país los niños padecen hambre, en aquel otro los niños son reclutados como soldados, en aquel otro las mujeres sufren la esclavitud, en aquel otro… ¡Cuánta calamidad! Pobre gente… ‘. Pero luego paso de página, o cambio de canal y me pongo una serie o la telenovela. Eso no es cristiano”.
“La pregunta que debo hacerme al ver todas esas tragedias –concluyó el Papa– es: ‘¿Soy capaz de tener compasión? ¿De rezar? Cuando veo todas esas cosas que me llegan a casa a través de los medios de comunicación… ¿se me remueven las entrañas?”.
(Nota retomada de Aci Prensa)
En la homilía pronunciada durante la Misa celebrada en la Casa Santa Marta este lunes, el Papa Francisco pidió a los cristianos que recen por sus gobernantes porque no hacerlo “es pecado”.
El Santo Padre también pidió a los gobernantes que recen para ser capaces de cumplir con su cometido y no cerrarse en sí mismos, ya que “los gobernantes que son conscientes de su responsabilidad ante el pueblo y ante Dios, rezan”.
En su enseñanza, el Pontífice animó a hacer examen de conciencia: “Los gobernantes, que se pregunten: ‘¿Rezo a Aquel que me ha dado el poder transmitido por el pueblo?’. Los que no son gobernantes, que se pregunten: ‘¿Rezo por todos los gobernantes?’. Y si descubrís que no habéis rezado por los gobernantes, llevadlo a la confesión, porque no rezar por los gobernantes es pecado”.
“Pero padre, ¿cómo puedo rezar por esta persona que hace tantas cosas malas?”, planteó el Papa como posible réplica a esa petición de oración por los que gobiernan, incluso si son malos gobernantes. En ese caso, “tiene incluso más necesidad de oración. Reza, haz penitencia por el gobernante”.
El Papa insistió: “No podemos dejar a los gobernantes solos. Debemos acompañarlos mediante la oración. Los cristianos deben rezar por los gobernantes”.
En la homilía, también se centró en el episodio evangélico en el que un centurión romano, un gobernante, reza por su siervo enfermo.
“Este hombre –indicó Francisco en referencia al centurión–, sentía la necesidad de la oración porque tenía la conciencia de no ser el padrón de todo, de no ser la última instancia. Sabía que sobre él había otro ante el que debía rendir cuentas. Tenía subalternos, los soldados, pero él mismo tenía la conciencia de ser un subalterno. Y esto es lo que le lleva a rezar”.
El gobernante que no reza “se cierra en su propia auto-referencialidad, o en la de su partido, en ese círculo del que no se puede salir y termina siendo un hombre cerrado en sí mismo. Pero cuando contempla los verdaderos problemas, desarrolla esa conciencia de ser un subalterno, de que hay otro con más poder que él”.
“¿Y quién tiene más poder que un gobernante?”, se preguntó el Santo Padre: “El pueblo, que le ha dado ese poder, y Dios, del cual procede el poder transmitido por el pueblo. Cuando un gobernante tiene esa conciencia de subalternidad, reza”.
La importancia de la oración del gobernante, insistió Francisco, reside en “la oración por el bien común del pueblo que ha confiado en él”. En este sentido, puso como ejemplo a Salomón, que no pedía a Dios oro o riquezas, sino sabiduría para gobernar. “Los gobernantes deben pedirle al Señor esa sabiduría”, afirmó el Papa.
¿Y qué pasa si el gobernante es agnóstico o ateo?, se preguntó el Pontífice. “Si no puede rezar, que confronte sus actos con su conciencia, con la sabiduría del pueblo, pero que no permanezca cerrado en el pequeño grupo del partido político”.
(Nota retomada de Aci Prensa)
En el último día de su estadía en Colombia, el Papa Francisco recorrió la ciudad de Cartagena donde visitó dos instituciones dedicadas a la caridad, la casa santuario de San Pedro Claver y celebró una multitudinaria Misa.
Aquí algunos momentos inolvidables que marcaron la jornada de la fase final del viaje del Pontífice.
1. Los niños que le colocaron el sombrero ‘vueltiao’ al Papa
A su llegada al aeropuerto de Cartagena, un grupo de niños vestidos con trajes típicos de la zona y elegidos por la Iglesia, se acercaron al Santo Padre para obsequiarle el tradicional sombrero ‘vueltiao’, que fue elaborado por expertos artesanos.
#LaVisitaDelPapa | El papa Francisco volvió a lucir un tradicional sombrero vueltiao que le entregaron niños en su llegada a Cartagena
2. El tierno abrazo de una niña a su llegada al aeropuerto
Al descender del avión, el Papa recibió el tierno abrazo de una niña colombiana vestida con un traje típico de Cartagena. Esta se arrodilló frente al Pontífice para darle el abrazo.
#ElPapaEnColombia | Momento en que el @Pontifex_es recibe el abrazo de una colombiana en su llegada a Cartagena | Foto: Colprensa
3. El mural del Papa Francisco que preparó un barrio de Cartagena
El barrio San Francisco, en Cartagena, preparó un mural para la visita del Santo Padre.
Con un mural del papa Francisco, el barrio San Francisco, en Cartagena, se prepara para la visita del Sumo Pontífice https://goo.gl/iWLRz7
4. Los felices pilotos de avión que transportaron al Papa a Cartagena
Para el trayecto desde el aeropuerto militar de Bogotá a Cartagena, el Papa voló en un avión de Avianca de última generación. El piloto y copiloto decidieron tomarse una fotografía para expresar la alegría de transportar al Pontífice.
En su catequesis pronunciada este miércoles en la Plaza de San Pedro durante la Audiencia General, el Papa Francisco señaló que para ser predicador de Jesús es más efectivo transmitir la fe con la alegría de la mirada que con las herramientas de la retórica.
“Uno se convierte en predicador de Jesús, no afinando las herramientas de la retórica, sino custodiando en los ojos el brillo de la verdadera felicidad. Muchos cristianos, muchos de nosotros, vemos que con los ojos se transmite la alegría de la fe”, subrayó el Santo Padre.
A continuación, el texto completo de la catequesis del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy quisiera regresar sobre un tema importante: la relación entre la esperanza y la memoria, con particular referencia a la memoria de la vocación. Y tomo como ícono la llamada de los primeros discípulos de Jesús. En sus memorias se quedó tan marcada esta experiencia, que alguno registró incluso la hora: «Era alrededor de las cuatro de la tarde» (Jn 1,39). El evangelista Juan narra el episodio como un nítido recuerdo de juventud, que se quedó intacto en su memoria de anciano: porque Juan escribió estas cosas cuando era anciano.
El encuentro había sucedió cerca del río Jordán, donde Juan Bautista bautizaba; y aquellos jóvenes galileos habían escogido al Bautista como guía espiritual. Un día llega Jesús, y se hizo bautizar en el río. Al día siguiente pasó de nuevo, y entonces el que bautizaba – es decir, Juan Bautista – dijo a dos de sus discípulos: «Este es el Cordero de Dios» (v. 36).
Y para estos dos fue la “centella”. Dejaron a su primer maestro y se pusieron en el seguimiento de Jesús. Por el camino, Él se gira hacia ellos y les plantea la pregunta decisiva: «¿Qué quieren?» (v. 38). Jesús aparece en los Evangelio como un experto del corazón humano. En ese momento había encontrado a dos jóvenes en búsqueda, sanamente inquietos.
De hecho, ¿qué juventud es una juventud satisfecha, sin una pregunta de sentido? Los jóvenes que no buscan nada, no son jóvenes, son jubilados, han envejecido antes de tiempo. Es triste ver jóvenes jubilados. Y Jesús, a través de todo el Evangelio, en todos los encuentros que le suceden a lo largo del camino, se presenta como un “incendiario” de corazones.
De ahí ésta pregunta que busca hacer emerger el deseo de vida y de felicidad que cada joven se lleva dentro: “¿Qué cosa buscas?”. Hoy quisiera preguntarles a los jóvenes que están aquí en la Plaza y a aquellos que nos escuchan a través de los medios de comunicación: “¿Tú, que eres joven, qué cosa buscas? ¿Qué cosa buscas en tu corazón?”.
La vocación de Juan y de Andrés comienza así: es el inicio de una amistad con Jesús tan fuerte que impone una comunión de vida y de pasiones con Él. Los dos discípulos comienzan a estar con Jesús y enseguida se transforman en misioneros, porque cuando termina el encuentro no regresan a casa tranquilos: tanto es así que sus respectivos hermanos – Simón y Santiago – son enseguida incluidos en el seguimiento. Fueron donde estaban ellos y les han dicho: “¡Hemos encontrado al Mesías, hemos encontrado a un gran profeta!”, dan la noticia. Son misioneros de ese encuentro. Fue un encuentro tan conmovedor, tan feliz que los discípulos recordaran por siempre ese día que iluminó y orientó su juventud.
¿Cómo se descubre la propia vocación en este mundo? Se puede descubrir de varios modos, pero esta página del Evangelio nos dice que el primer indicador es la alegría del encuentro con Jesús. Matrimonio, vida consagrada, sacerdocio: cada vocación verdadera inicia con un encuentro con Jesús que nos dona una alegría y una esperanza nueva; y nos conduce, incluso a través de pruebas y dificultades, a un encuentro siempre más pleno, crece, ese encuentro, más grande, ese encuentro con Él y a la plenitud de la alegría.
El Señor no quiere hombres y mujeres que caminan detrás de Él de mala gana, sin tener en el corazón el viento de la felicidad. Ustedes, que están aquí en la Plaza, les pregunto – cada uno responda a sí mismo – ustedes, ¿tienen en el corazón el viento de la felicidad? Cada uno se pregunte: ¿Yo tengo dentro de mí, en el corazón, el viento de la felicidad? Jesús quiere personas que han experimentado que estar con Él nos da una felicidad inmensa, que se puede renovar cada día de la vida.
Un discípulo del Reino de Dios que no sea gozoso no evangeliza este mundo, es uno triste. Se convierte en predicador de Jesús no afinando las armas de la retórica: tú puedes hablar, hablar, hablar pero si no hay otra cosa. ¿Cómo se convierte en predicador de Jesús? Custodiando en los ojos el brillo de la verdadera felicidad. Vemos a tantos cristianos, incluso entre nosotros, que con los ojos te transmiten la alegría de la fe: con los ojos.
Por este motivo el cristiano – como la Virgen María – custodia la llama de su enamoramiento: enamorados de Jesús. Cierto, hay pruebas en la vida, existen momentos en los cuales se necesita ir adelante no obstante el frío y el viento contrario, no obstante tantas amarguras. Pero los cristianos conocen el camino que conduce a aquel sagrado fuego que los ha encendido una vez por siempre.
Y por favor, le pido: no escuchemos a personas desilusionadas e infelices; no escuchemos a quien recomienda cínicamente no cultivar la esperanza en la vida; no confiemos en quien apaga desde el inicio todo entusiasmo diciendo que ningún proyecto vale el sacrificio de toda una vida; no escuchemos a los “viejos” de corazón que sofocan la euforia juvenil. Vayamos donde los viejos que tienen los ojos brillantes de esperanza.
Cultivemos en cambio, sanas utopías: Dios nos quiere capaces de soñar como Él y con Él, mientras caminamos bien atentos a la realidad. Soñar en un mundo diferente. Y si un sueño se apaga, volver a soñarlo de nuevo, recurriendo con esperanza a la memoria de los orígenes, a esas brazas que, tal vez después de una vida no tan buena, están escondidas bajo las cenizas del primer encuentro con Jesús.
Es esta pues, una dinámica fundamental de la vida cristiana: recordarse de Jesús. Pablo decía a su discípulo: “Recuérdate de Jesucristo” (2 Tim 2,8); este es el consejo del gran San Pablo: “Recuérdate de Jesucristo”. Recordarse de Jesús, del fuego de amor con el cual un día hemos concebido nuestra vida como un proyecto de bien, y a vivificar con esta llama nuestra esperanza. Gracias.
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
Hoy se celebra la fiesta de san Agustín, el más genial de los Padres de la Iglesia y uno de los escritores más fecundos de toda la historia de la humanidad: inteligente, imaginativo, apasionado y elocuente.
Triunfó en Madaura y Cartago, en el norte de África, y también en Roma y Milán, donde dice de sí mismo que abrió "escuela de verbosidad y de vana elocuencia".
Las oraciones y lágrimas de su madre, santa Mónica, la predicación de san Ambrosio de Milán, el estudio de san Pablo y el ejemplo de los cristianos fervorosos le llevó a abrirse a Cristo. Se hizo bautizar con 33 años de edad.
En sus escritos nos ofrece un precioso testimonio de la dramática lucha que se da en su persona entre lo humano y lo divino, entre la libertad y la gracia, entre los deseos de la carne y el anhelo del espíritu.
Después de su conversión vende todo lo que tiene, reparte sus bienes entre los pobres y se retira a vivir como monje con otros amigos en su ciudad natal: Tagaste.
Sus paisanos le obligan a ordenarse de presbítero y después le hacen obispo de Hipona. Oficio al que se entregó con toda el alma durante los últimos 35 años de su vida, predicando, escribiendo, convocando y presidiendo concilios, respondiendo a cartas que le llegaban de todo el mundo conocido planteándole todo tipo de problemas...
Comentó todos los libros de la Biblia, escribió sobre Dios y su Providencia, sobre la libertad y la gracia, sobre la fe y la justificación, sobre las leyes y el estado... con un lenguaje apasionado y conmovedor.
Benedicto XVI escribió de él:
"Este gran santo y doctor de la Iglesia a menudo es conocido incluso por quienes ignoran el cristianismo o no tienen familiaridad con él, porque dejó una huella profundísima en la vida cultural de Occidente y de todo el mundo.
Por su singular relevancia, san Agustín ejerció una influencia enorme y podría afirmarse, por una parte, que todos los caminos de la literatura latina cristiana llevan a Hipona (hoy Anaba, en la costa de Argelia), lugar donde era obispo; y, por otra, que de esta ciudad del África romana, de la que san Agustín fue obispo desde el año 395 hasta su muerte, en el año 430, parten muchas otras sendas del cristianismo sucesivo y de la misma cultura occidental.
Pocas veces una civilización ha encontrado un espíritu tan grande, capaz de acoger sus valores y de exaltar su riqueza intrínseca, inventando ideas y formas de las que se alimentarían las generaciones posteriores, como subrayó también Pablo VI: «Se puede afirmar que todo el pensamiento de la antigüedad confluye en su obra y que de ella derivan corrientes de pensamiento que empapan toda la tradición doctrinal de los siglos posteriores»".
(Padre Eduardo Sanz de Miguel)
En un mensaje hecho público con motivo de la Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado, el Papa Francisco pidió a los diferentes gobiernos de las naciones facilitar la acogida y la integración de los migrantes y refugiados en los países de acogida.
En su mensaje, el Santo Padre reclama que simplifiquen los requisitos de concesión de visados por motivos humanitarios, que se les conceda libertad de movimiento en los países de acogida, que puedan acceder a la asistencia sanitaria del país, que se les garantice su derecho a la libertad religiosa, que se les facilite su inserción laboral y que se les facilite el acceso a la ciudadanía.
A continuación, el texto completo del mensaje del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas. “El emigrante que reside entre vosotros será para vosotros como el indígena: lo amarás como a ti mismo, porque emigrantes fuisteis en Egipto. Yo soy el Señor vuestro Dios” (Lv 19,34).
Durante mis primeros años de pontificado he manifestado en repetidas ocasiones cuánto me preocupa la triste situación de tantos emigrantes y refugiados que huyen de las guerras, de las persecuciones, de los desastres naturales y de la pobreza. Se trata indudablemente de un «signo de los tiempos» que, desde mi visita a Lampedusa el 8 de julio de 2013, he intentado leer invocando la luz del Espíritu Santo.
Cuando instituí el nuevo Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, quise que una sección especial —dirigida temporalmente por mí— fuera como una expresión de la solicitud de la Iglesia hacia los emigrantes, los desplazados, los refugiados y las víctimas de la trata.
Cada forastero que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con Jesucristo, que se identifica con el extranjero acogido o rechazado en cualquier época de la historia (cf. Mt 25,35.43). A cada ser humano que se ve obligado a dejar su patria en busca de un futuro mejor, el Señor lo confía al amor maternal de la Iglesia.
Esta solicitud ha de concretarse en cada etapa de la experiencia migratoria: desde la salida y a lo largo del viaje, desde la llegada hasta el regreso. Es una gran responsabilidad que la Iglesia quiere compartir con todos los creyentes y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que están llamados a responder con generosidad, diligencia, sabiduría y amplitud de miras —cada uno según sus posibilidades— a los numerosos desafíos planteados por las migraciones contemporáneas.
A este respecto, deseo reafirmar que “nuestra respuesta común se podría articular en torno a cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar”.
Considerando el escenario actual, acoger significa, ante todo, ampliar las posibilidades para que los emigrantes y refugiados puedan entrar de modo seguro y legal en los países de destino. En ese sentido, sería deseable un compromiso concreto para incrementar y simplificar la concesión de visados por motivos humanitarios y por reunificación familiar.
Al mismo tiempo, espero que un mayor número de países adopten programas de patrocinio privado y comunitario, y abran corredores humanitarios para los refugiados más vulnerables. Sería conveniente, además, prever visados temporales especiales para las personas que huyen de los conflictos hacia los países vecinos
Las expulsiones colectivas y arbitrarias de emigrantes y refugiados no son una solución idónea, sobre todo cuando se realizan hacia países que no pueden garantizar el respeto a la dignidad ni a los derechos fundamentales. Vuelvo a subrayar la importancia de ofrecer a los emigrantes y refugiados un alojamiento adecuado y decoroso. “Los programas de acogida extendida, ya iniciados en diferentes lugares, parecen sin embargo facilitar el encuentro personal, permitir una mejor calidad de los servicios y ofrecer mayores garantías de éxito”.
El principio de la centralidad de la persona humana, expresado con firmeza por mi amado predecesor Benedicto XVI, nos obliga a anteponer siempre la seguridad personal a la nacional. Por tanto, es necesario formar adecuadamente al personal encargado de los controles de las fronteras.
Las condiciones de los emigrantes, los solicitantes de asilo y los refugiados, requieren que se les garantice la seguridad personal y el acceso a los servicios básicos. En nombre de la dignidad fundamental de cada persona, es necesario esforzarse para preferir soluciones que sean alternativas a la detención de los que entran en el territorio nacional sin estar autorizados.
El segundo verbo, proteger, se conjuga en toda una serie de acciones en defensa de los derechos y de la dignidad de los emigrantes y refugiados, independientemente de su estatus migratorio.
Esta protección comienza en su patria y consiste en dar informaciones veraces y ciertas antes de dejar el país, así como en la defensa ante las prácticas de reclutamiento ilegal. En la medida de lo posible, debería continuar en el país de inmigración, asegurando a los emigrantes una adecuada asistencia consular, el derecho a tener siempre consigo los documentos personales de identidad, un acceso equitativo a la justicia, la posibilidad de abrir cuentas bancarias y la garantía de lo básico para la subsistencia vital.
Si las capacidades y competencias de los emigrantes, los solicitantes de asilo y los refugiados son reconocidas y valoradas oportunamente, constituirán un verdadero recurso para las comunidades que los acogen. Por tanto, espero que, en el respeto a su dignidad, les sea concedida la libertad de movimiento en los países de acogida, la posibilidad de trabajar y el acceso a los medios de telecomunicación.
Para quienes deciden regresar a su patria, subrayo la conveniencia de desarrollar programas de reinserción laboral y social. La Convención internacional sobre los derechos del niño ofrece una base jurídica universal para la protección de los emigrantes menores de edad.
Es preciso evitarles cualquier forma de detención en razón de su estatus migratorio y asegurarles el acceso regular a la educación primaria y secundaria. Igualmente es necesario garantizarles la permanencia regular al cumplir la mayoría de edad y la posibilidad de continuar sus estudios. En el caso de los menores no acompañados o separados de su familia es importante prever programas de custodia temporal o de acogida.
De acuerdo con el derecho universal a una nacionalidad, todos los niños y niñas la han de tener reconocida y certificada adecuadamente desde el momento del nacimiento. La apatridia en la que se encuentran a veces los emigrantes y refugiados puede evitarse fácilmente por medio de “leyes relativas a la nacionalidad conformes con los principios fundamentales del derecho internacional”.
El estatus migratorio no debería limitar el acceso a la asistencia sanitaria nacional ni a los sistemas de pensiones, como tampoco a la transferencia de sus contribuciones en el caso de repatriación.
Promover quiere decir esencialmente trabajar con el fin de que a todos los emigrantes y refugiados, así como a las comunidades que los acogen, se les dé la posibilidad de realizarse como personas en todas las dimensiones que componen la humanidad querida por el Creador.
Entre estas, la dimensión religiosa ha de ser reconocida en su justo valor, garantizando a todos los extranjeros presentes en el territorio la libertad de profesar y practicar la propia fe. Muchos emigrantes y refugiados tienen cualificaciones que hay que certificar y valorar convenientemente.
Así como “el trabajo humano está destinado por su naturaleza a unir a los pueblos”, animo a esforzarse en la promoción de la inserción socio-laboral de los emigrantes y refugiados, garantizando a todos —incluidos los que solicitan asilo— la posibilidad de trabajar, cursos formativos lingüísticos y de ciudadanía activa, como también una información adecuada en sus propias lenguas.
En el caso de los emigrantes menores de edad, su participación en actividades laborales ha de ser regulada de manera que se prevengan abusos y riesgos para su crecimiento normal. En el año 2006, Benedicto XVI subrayaba cómo la familia es, en el contexto migratorio, “lugar y recurso de la cultura de la vida y principio de integración de valores”.
Hay que promover siempre su integridad, favoreciendo la reagrupación familiar —incluyendo los abuelos, hermanos y nietos—, sin someterla jamás a requisitos económicos. Respecto a emigrantes, solicitantes de asilo y refugiados con discapacidad hay que asegurarles mayores atenciones y ayudas. Considero digno de elogio los esfuerzos desplegados hasta ahora por muchos países en términos de cooperación internacional y de asistencia humanitaria.
Con todo, espero que en la distribución de esas ayudas se tengan en cuenta las necesidades —por ejemplo: asistencia médica y social, como también educación— de los países en vías de desarrollo, que reciben importantes flujos de refugiados y emigrantes, y se incluyan de igual modo entre los beneficiarios de las mismas comunidades locales que sufren carestía material y vulnerabilidad.
El último verbo, integrar, se pone en el plano de las oportunidades de enriquecimiento intercultural generadas por la presencia de los emigrantes y refugiados.
La integración no es “una asimilación, que induce a suprimir o a olvidar la propia identidad cultural. El contacto con el otro lleva, más bien, a descubrir su “secreto”, a abrirse a él para aceptar sus aspectos válidos y contribuir así a un conocimiento mayor de cada uno. Es un proceso largo, encaminado a formar sociedades y culturas, haciendo que sean cada vez más reflejo de los multiformes dones de Dios a los hombres”.
Este proceso puede acelerarse mediante el ofrecimiento de la ciudadanía, desligada de los requisitos económicos y lingüísticos, y de vías de regularización extraordinaria, a los emigrantes que puedan demostrar una larga permanencia en el país.
Insisto una vez más en la necesidad de favorecer, en cualquier caso, la cultura del encuentro, multiplicando las oportunidades de intercambio cultural, demostrando y difundiendo las “buenas prácticas” de integración, y desarrollando programas que preparen a las comunidades locales para los procesos integrativos.
Debo destacar el caso especial de los extranjeros obligados a abandonar el país de inmigración a causa de crisis humanitarias. Estas personas necesitan que se les garantice una asistencia adecuada para la repatriación y programas de reinserción laboral en su patria.
De acuerdo con su tradición pastoral, la Iglesia está dispuesta a comprometerse en primera persona para que se lleven a cabo todas las iniciativas que se han propuesto más arriba. Sin embargo, para obtener los resultados esperados es imprescindible la contribución de la comunidad política y de la sociedad civil —cada una según sus propias responsabilidades—.
Durante la Cumbre de las Naciones Unidas, celebrada en Nueva York el 19 de septiembre de 2016, los líderes mundiales han expresado claramente su voluntad de trabajar a favor de los emigrantes y refugiados para salvar sus vidas y proteger sus derechos, compartiendo esta responsabilidad a nivel global. A tal fin, los Estados se comprometieron a elaborar y aprobar antes de finales de 2018 dos pactos globales (Global Compacts), uno dedicado a los refugiados y otro a los emigrantes.
Queridos hermanos y hermanas, a la luz de estos procesos iniciados, los próximos meses representan una oportunidad privilegiada para presentar y apoyar las acciones específicas, que he querido concretar en estos cuatro verbos.
Los invito, pues, a aprovechar cualquier oportunidad para compartir este mensaje con todos los agentes políticos y sociales que están implicados —o interesados en participar— en el proceso que conducirá a la aprobación de los dos pactos globales.
Hoy, 15 de agosto, celebramos la solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María al Cielo. La Madre de Dios experimentó en sí la dureza del exilio (cf. Mt 2,13-15), acompañó amorosamente al Hijo en su camino hasta el Calvario y ahora comparte eternamente su gloria.
A su materna intercesión confiamos las esperanzas de todos los emigrantes y refugiados del mundo y los anhelos de las comunidades que los acogen, para que, de acuerdo con el supremo mandamiento divino, aprendamos todos a amar al otro, al extranjero, como a nosotros mismos.
(Publicado originalmente por Aci Prensa)
Cuando se cumplen cien años de algunos acontecimientos importantes vale la pena que no queden en el olvido. Conforme pasa el tiempo se percibe con más claridad la relevancia o influencia que tienen ciertas personas en una sociedad.
Con ocasión del Centenario la Iglesia en El Salvador preparó la peregrinación de las reliquias del Beato Romero por cada una de las parroquias de nuestro país. El recibimiento en las parroquias fue muy festivo: procesiones, Misas, catequesis, etc.
En el marco del Centenario, el Consejo Episcopal Latinoamericano, CELAM, decidió realizar su Asamblea General Ordinaria en El Salvador del 9 al 12 de mayo. Es la primera vez que nuestro país fue sede de tan importante organismo eclesial del continente. El beato Romero es reconocido en amplios sectores eclesiales de América, hasta es llamado el “Santo de América”.
Esta fecha también es una muy buena ocasión para preguntarnos: ¿Qué valoración tenemos cada uno de nosotros de Monseñor Romero?
75 años de sacerdocio
“¡Ya soy sacerdote!”, así anotaba en unas de sus apuntes personales. Era el 4 de abril de 1942. Fue ordenado en Roma, lugar que marcó su vida. Llegó a Roma para continuar su formación sacerdotal. Era un tiempo difícil porque estaba el germen de la Segunda Guerra Mundial.
Pero aquel 4 de abril iba a quedar grabado en su corazón. Había en él un vivo deseo de ser sacerdote. Siguiendo sus anotaciones personales leemos lo siguiente: “La fragancia del óleo derramado en las manos sacerdotales era la caridad de Cristo que se prodigaba a los elegidos. Con el yugo del Señor sobre los hombros, a una con el Pontífice, nuestra voz, omnipotente ya con la divina omnipotencia del sacerdocio reprodujeron sobre el altar el portento del cenáculo: ¡HOC EST CORPUS MEUM!”
“Por tu Sagrado Corazón yo prometo darme todo por tu gloria y por las almas. Quiero morir así, en medio del trabajo, fatigado del camino, rendido, cansado… me acordaré de tus fatigas y hasta ellas serán precio de redención, desde hoy te las ofrezco”. Son palabras que contienen el ardiente deseo de entregarse a Dios por completo en el ministerio sacerdotal. Y así fue. La mayor parte de su vida fue una entrega sacerdotal.
Durante veintitrés años estuvo en San Miguel desarrollando una amplia tarea pastoral: era párroco, confesor y director espiritual de religiosos y religiosas, redactor del semanario diocesano El Chaparrastique, colaborador en la radio diocesana, rector del seminario menor, presidente del comité para la construcción de la catedral, promotor de la devoción a la Virgen de la Paz de San Miguel, etc.
Fue un sacerdote diligente, austero, constante en la oración, examen de conciencia, rosarios, ayunos y penitencias. Fiel a su ministerio.
Mártir no se nace
Me parece oportuno recordar las palabras del Papa Francisco sobre el martirio y que nos ayudan a comprender mejor la entrega del arzobispo Romero. “Mártir no se nace. Es una gracia que el Señor concede, y que concierne en cierto modo a todos los bautizados”. Y agregaba: “El mártir no es alguien que quedó relegado en el pasado, una bonita imagen que engalana nuestros templos y que recordamos con cierta nostalgia. No, el mártir es un hermano, una hermana, que continúa acompañándonos en el misterio de la comunión de los santos, y que, unido a Cristo, no se desentiende de nuestro peregrinar terreno, de nuestros sufrimientos, de nuestras angustias”.
De manera que el mártir Oscar Romero sigue acompañándonos en nuestro diario caminar y su testimonio no lo podemos relegar como una historia pasada sin ninguna referencia a nuestra realidad salvadoreña. Por eso lo invocamos y lo estudiamos para entenderle mejor y aprender a construir la civilización del amor.
El Papa Francisco también recordaba las calumnias que recibió aún después de muerto: “una vez muerto fue difamado, calumniado, ensuciado, o sea que su martirio se continuó incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado”.
Pero ahora que estamos en el Centenario de su nacimiento se percibe mejor su grandeza espiritual, eclesial y social que brota del Evangelio. Quedan atrás las actitudes de miedo o desconfianza hacia su enseñanza de quienes lo rechazaron. Volvamos a escuchar sus homilías, su diario personal para conocerlo más a fondo. Invoquémosle con la certeza que está en el cielo e intercede por nosotros.
(Artículo escrito por el Padre Simeón Reyes)
El perdón como motor de la esperanza fue el tema que centró la catequesis del Papa Francisco en una nueva Audiencia General en la que recordó que la Iglesia está formada por pecadores y criticó que algunos cristianos crean que son perfectos y desprecian a los demás.
“Los pecadores son perdonados. No solamente vienen aliviados a nivel psicológico porque son liberados del sentido de culpa. Jesús hace mucho más: ofrece a las personas que se han equivocado la esperanza de una vida nueva, una vida marcada por el amor”, dijo el Santo Padre.
“Creo que muchos católicos piensan que son perfectos y por eso desprecian a otros. Esto es triste”, afirmó.
En su opinión, “nos hace bien pensar que Dios no ha elegido como primer material para formar su Iglesia a personas que no habían errado nunca. La Iglesia es un pueblo de pecadores que experimenta la misericordia y el perdón de Dios”.
“Desde los inicios de su ministerio en Galilea, Jesús se acerca a los leprosos, los endemoniados, a todos los enfermos y los marginados. Un comportamiento así (en aquella época) no era nada habitual, y es verdad que esta simpatía de Jesús por los excluidos, los ‘intocables’, será una de las cosas que más desconcertarán a sus contemporáneos”.
El Papa también dijo que “allí donde hay una persona que sufre, Jesús se hace cargo, y ese sufrimiento lo hace suyo. Jesús no predica que la condición de pena debe ser soportada con heroísmo, a la manera de los filósofos estoicos”, sino que “comparte el dolor humano y cuando lo hace, de su interior sale la actitud que caracteriza al cristianismo: la misericordia”.
Francisco aseguró que Jesús “abre los brazos a los pecadores” y manifestó que mucha gente “se encuentra hoy también en una vida equivocada porque no encuentra ninguno disponible para mirarlo o mirarla de manera distinta, con los ojos, mejor dicho, con el corazón de Dios, es decir, con esperanza”.
“Jesús ve una posibilidad de resurrección también en quien ha acumulado tantas decisiones equivocadas”, añadió.
El Papa recordó así que “la Iglesia no se formó por hombres intachables, sino por personas que pudieron experimentar el perdón de Dios. Pedro aprendió más de sí mismo cuando cayó en la cuenta, al cantar el gallo, de que había renegado a su maestro, que cuando se mostraba superior a los demás con sus ímpetus y formas espontáneas. También Mateo, Zaqueo y la Samaritana, pese a sus fallos, recibieron del Señor la esperanza de una nueva vida al servicio del prójimo”.
“Nosotros que estamos acostumbrados a experimentar el perdón de los pecados, quizás a buen precio, deberíamos alguna vez recordar cuánto ha costado el amor de Dios. Jesús no va a la cruz porque sana a los enfermos, porque predica la caridad, porque proclama las bienaventuranzas”.
“El Hijo de Dios va a la cruz sobre todo porque perdona los pecados, porque quiere la liberación total, definitiva del corazón del hombre”, subrayó.
El Santo Padre también explicó que Jesús “no acepta que el ser humano consuma toda su existencia con este ‘tatuaje’ imborrable, con el pensamiento de no poder ser acogido por el corazón misericordioso de Dios”.
“Somos todos pobres pecadores, necesitados de la misericordia de Dios que tiene la fuerza de transformarnos y darnos esperanza cada día” y “a la gente que ha entendido esta verdad básica, Dios le regala la misión más preciosa del mundo, a saber, el amor por los hermanos y hermanas, y el anuncio de una misericordia que Él no niega a ninguno”.
(Nota retomada de Aci Prensa)
Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Primer Día: Fe ardiente
San Juan María Bautista Vianney tu naciste de una madre profundamente religiosa; de ella recibiste la santa Fe, aprendiendo a amar a Dios y a rezar. Ya a temprana edad se te pudo ver arrodillado delante de una estatua de María. Tu alma fue arrebatada de forma sobrenatural hacia las cosas más elevadas. A pesar del alto coste respondiste a tu vocación.
Contra muchos obstáculos y contradicciones tuviste que luchar y sufrir para llegar a ser el perfecto cura que fuiste. Pero tu espíritu de profunda fe te sostuvo en todas estas batallas. Oh gran santo, tu conoces el deseo de mi alma. Quisiera servir a Dios mejor. De El he recibido muchas buenas cosas. Por esto, obtén para mi más valor y especialmente una profunda fe.
Muchos de mis pensamientos, palabras y acciones son inútiles para mi santificación y mi salvación porque ese espíritu sobrenatural no impulsa mi vida. Ayúdame a ser mejor en el futuro.
Oración:
Santo Cura de Ars, tengo confianza en tu intercesión.
Ruega por mi durante esta novena y especialmente por… (mencione aquí en silencio sus especiales intenciones).
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
¡Oh San Juan Vianney, patrón de los curas,
ruega por nosotros y por todos los curas!
(Retomado de Aci Prensa)
Divino Niño Jesús, dueño de mi corazón y mi vida,
mi tierno y adorado Niño,
llego hasta Ti lleno de esperanza,
llego a Ti suplicando tu misericordia,
quiero pedirte los abundantes bienes
que derramas sobre tus fieles devotos,
los que tus bracitos abiertos
reparten con amor y generosidad.
Oh Niño amado, bendito Salvador,
quédate siempre conmigo
para separarme del mal
y hacerme semejante a Ti,
haciendo que crezca en sabiduría y gracia
delante de Dios y de los hombres.
¡Oh dulce y pequeño Niño Jesús,
yo te amaré siempre con toda mi alma!
Divino Niño Jesús, bendícenos
Divino Niño Jesús, escúchanos
Divino Niño Jesús, ayúdanos.
Niño amable de mi vida,
consuelo del cristiano,
la gracia que necesito tanto
y que me causa desesperación y agobio,
que hace que sienta intranquilidad en mi vida
pongo en tus benditas manos:
(pedir con mucha fe lo que se desea conseguir).
Padrenuestro que estas en los cielos…
Tú que sabes mis pesares
pues todo te lo confío,
concede la paz a los angustiados
y dale alivio al corazón mío.
Dios te salve María llena eres de gracia...
Y aunque tu amor no merezco,
no recurriré a ti en vano,
pues eres hijo de Dios
y auxilio de los cristianos.
Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo…
Acuérdate oh Niño Santo amado,
que jamás se oyó decir,
que alguno haya implorado ante Ti
sin tu auxilio recibir,
por ello, con sencillez y confianza,
humilde y arrepentido,
lleno de amor y esperanza,
sabiendo los milagros que obras
y lo rápido que concedes remedio,
con ilusión este favor yo te pido:
(repetir lo que se quiere obtener).
Divino Niño Jesús, bendícenos,
Divino Niño Jesús, escúchanos,
Divino Niño Jesús, consuélanos,
Divino Niño Jesús, ayúdanos,
Divino Niño Jesús, protégenos,
Divino Niño Jesús defiéndenos,
Divino Niño Jesús, en ti confiamos.
Así sea.
Rezar el Credo, Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Hacer la oración y los rezos tres días seguidos.
El Papa Francisco lamentó “la indiferencia ante nuestra casa común” que ocasiona actitudes irresponsables hacia el medio ambiente, y pidió un mayor respeto por la creación de forma que se avance en la mejora de la calidad del aire y del agua.
El Pontífice realizó estas valoraciones en el mensaje que envió a los participantes en el Congreso internacional “Laudato si’ y Grandes Ciudades” que se está celebrando en Río de Janeiro, Brasil, del 13 al 15 de julio.
El Santo Padre reflexionó sobre las llamadas “tres R” en torno a las que gira su Carta encíclica Laudato si’: respeto, responsabilidad y relación. Son tres conceptos “que ayudan a interactuar de forma conjunta ante los imperativos más esenciales de nuestra convivencia”.
Respeto
“El respeto es la actitud fundamental que el hombre ha de tener con la creación –afirmó el Pontífice–. Ésta la hemos recibido como un don precioso y debemos esforzarnos para que las generaciones futuras puedan seguir admirándola y disfrutándola. Este cuidado debemos enseñarlo y transmitirlo”.
Señaló que “es un deber de todos crear en la sociedad una conciencia de respeto por nuestro entorno; esto nos beneficia a nosotros y a las generaciones futuras”.
En este sentido, citó el caso concreto del agua potable y limpia, “expresión del amor atento y providente de Dios por cada una de sus criaturas” y “un derecho fundamental, que toda sociedad debe garantizar”.
Responsabilidad
“La responsabilidad ante la creación es el modo con el que debemos interactuar con ella y constituye una de nuestras tareas primordiales”, explicó Francisco.
Indicó que “no podemos quedarnos con los brazos cruzados, cuando advertimos una grave disminución de la calidad del aire o el aumento de la producción de residuos que no son adecuadamente tratados”.
“Estas realidades son consecuencia de una forma irresponsable de manipular la creación y nos llaman a ejercer una responsabilidad activa para el bien de todos. Además, comprobamos una indiferencia ante nuestra casa común y, lamentablemente, ante tantas tragedias y necesidades que golpean a nuestros hermanos y hermanas”.
Como vía para promover una cultura de la responsabilidad, indicó que “cada territorio y gobierno debería incentivar modos de actuar responsables en sus ciudadanos para que, con inventiva, puedan interactuar y favorecer la creación de una casa más habitable y más saludable. Poniendo cada uno lo poco que le corresponde en su responsabilidad, se estará logrando mucho”.
Relación
Sobre la “relación” advirtió que el aumento de la población en las ciudades genera sociedades más plurales pero también más cerradas, lo cual genera “una reciente falta de relación”.
“La falta de raíces y el aislamiento de algunas personas son formas de pobreza, que pueden degenerar en guetos y originar violencia e injusticia. En cambio, el hombre está llamado a amar y a ser amado, estableciendo vínculos de pertenencia y lazos de unidad entre todos sus semejantes”, explicó.
“Es importante que la sociedad trabaje conjuntamente en ámbito político, educativo y religioso para crear relaciones humanas más cálidas, que rompan los muros que aíslan y marginan. Esto se puede lograr a través de agrupaciones, escuelas, parroquias, etc., que sean capaces de construir con su presencia una red de comunión y de pertenencia, para favorecer una mejor convivencia y lograr superar tantas dificultades”, concluyó.
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
En un mensaje enviado por el Papa Francisco a los participantes en el Primer Simposio Internacional sobre la Catequesis que se está celebrando en Buenos Aires entre el 11 y el 14 de julio de 2017, el Santo Padre señaló que las claves de todo catequesis deben ser la creatividad y la vocación de servicio a la Iglesia.
El Pontífice puso de ejemplo para los catequistas a San Francisco de Asís, quien “cuando uno de sus seguidores le insistía para que le enseñara a predicar, le respondía de esta manera: ‘Hermano, (cuando visitamos a los enfermos, ayudamos a los niños y damos comida a los pobres) ya estamos predicando’. En esta bella lección se encuentra encerrada la vocación y la tarea del catequista”.
“En primer lugar, la catequesis no es un ‘trabajo’ o una tarea externa a la persona del catequista –recordó Francisco–, sino que se ‘es’ catequista y toda la vida gira entorno a esta misión. De hecho, ‘ser’ catequista es una vocación de servicio en la Iglesia, lo que se ha recibido como don de parte del Señor debe a su vez transmitirse”.
Por ello, “el catequista deba volver constantemente a aquel primer anuncio o ‘kerygma’ que es el don que le cambió la vida”. “Este anuncio debe acompañar la fe que está ya presente en la religiosidad de nuestro pueblo”.
Es necesario “hacerse cargo de todo el potencial de piedad y amor que encierra la religiosidad popular para que se transmitan no sólo los contenidos de la fe, sino para que también se cree una verdadera escuela de formación en la que se cultive el don de la fe que se ha recibido, a fin de que los actos y las palabras reflejen la gracia de ser discípulos de Jesús”.
“El catequista es además creativo; busca diferentes medios y formas para anunciar a Cristo. Es bello creer en Jesús, porque Él es ‘el camino, y la verdad y la vida’ que colma nuestra existencia de gozo y de alegría”, afirmó.
Además, destacó que “esta búsqueda de dar a conocer a Jesús como suma belleza nos lleva a encontrar nuevos signos y formas para la transmisión de la fe. Los medios pueden ser diferentes pero lo importante es tener presente el estilo de Jesús, que se adaptaba a las personas que tenía ante Él para hacerles cercano el amor de Dios”.
“Hay que saber ‘cambiar’, adaptarse, para hacer el mensaje más cercano, aun cuando es siempre el mismo, porque Dios no cambia sino que renueva todas las cosas en Él. En la búsqueda creativa de dar a conocer a Jesús no debemos sentir miedo porque Él nos precede en esa tarea. Él ya está en el hombre de hoy, y allí nos espera”.
El Papa Francisco finalizó su mensaje animando a los catequesis a “que sean alegres mensajeros, custodios del bien y la belleza que resplandecen en la vida fiel del discípulo misionero”.
(Nota pubicada originalmente por Aci Prensa)
El Papa Francisco afirmó que los cristianos, a diferencia de los fariseos, no deben avergonzarse de ser pecadores, ya que “Jesús vino a llamar a los pecadores, no a los justos”, y por lo tanto reconocerse imperfectos “nos da la oportunidad de que Jesús venga a buscarnos”.
El Santo Padre realizó esta afirmación durante la homilía de la Misa que celebró este viernes junto a los trabajadores del centro industrial del Vaticano, donde afirmó que “Jesús sabe en qué consiste el trabajo, lo entiende bien”.
El Papa reflexionó sobre el Evangelio del día en el que se narra la vocación del apóstol San Mateo. Francisco recordó que Mateo era un publicano que se encargaba de recaudar impuestos para los romanos. Era considerado un traidor, y sin embargo Jesús le llama: “Jesús eligió un apóstol…, entre toda la gente, eligió al peor”.
El Santo Padre recordó que cuando se alojaba en la vía romana de Scrofa, “me gustaba ir a la iglesia de San Luis de los Franceses para mirar la pintura de Caravaggio, La conversión de Mateo, donde el apóstol figuraba agazapado sobre el dinero y Jesús lo señala con el dedo”.
“Viendo aquello, los fariseos, que se creían justos y que lo juzgaban todo, decían: ‘Pero, ¿cómo es posible que vuestro maestro busque esa compañía?’. Y Jesús contesta: ‘Yo no he venido para llamar a los justos, sino a los pecadores’”.
Francisco reconoció que esta escena del Evangelio “me consuela mucho, porque pienso que Jesús vino por mí. Porque todos somos pecadores. Todos. Todos tenemos esa marca. Estamos marcados. Cada uno de nosotros sabe dónde es más fuerte su pecado, su debilidad”.
“Lo primero de todo que debemos hacer es reconocer esto: ninguno de nosotros, ninguno de los que estamos aquí, puede decir: ‘Yo no soy pecador’. Los fariseos sí que lo decían, y Jesús los condena. Eran soberbios, vanidosos, se creían superiores a los demás. En cambio, todos somos pecadores. Ese es nuestro título y es también la oportunidad que tenemos de atraer a Jesús a nosotros. Jesús viene junto a nosotros, junto a mí, porque soy pecador”.
El Papa concluyó su homilía insistiendo en que “nuestro consuelo, nuestra confianza, es que Jesús perdona siempre, siempre sana el alma, siempre”.
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
El Papa Francisco abogó por “una educación libre de juicios previos” que permita soñar a los jóvenes, ya que “nosotros los adultos no podemos quitarle a nuestros niños y jóvenes la capacidad de soñar”.
El Santo Padre realizó esta valoración en un mensaje de video emitido en la ceremonia de clausura del Congreso “Entre la Universidad y la Escuela, construyendo la paz a través de la cultura del encuentro”, que se ha celebrado en la Universidad Hebrea de Jerusalén, del 2 al 5 de julio, organizado por Scholas Occurrentes.
En el mensaje, el Pontífice valoró el encuentro entre jóvenes y adultos palestinos e israelíes propiciado por el Congreso. “En este momento, jóvenes y adultos de Israel, de Palestina y de otras partes del mundo, de diferentes nacionalidades, credos y realidades, todos respiramos el mismo aire, todos pisamos la misma tierra, nuestra casa común”, subrayó.
“Las historias son muchas, cada uno tiene la suya. Hay tantas historias como personas, pero la vida es una. Por eso quiero celebrar estos días vividos allí en Jerusalén, porque ustedes mismos, desde sus diferencias, lograron unidad. No se los enseñó nadie. Lo vivieron. Ustedes se animaron a mirarse a los ojos, se animaron a desnudar la mirada y esto es imprescindible para que se produzca un encuentro”.
Francisco explicó que “en la desnudez de la mirada no hay respuestas, hay apertura. Apertura a todo lo otro que no soy yo. En la desnudez de la mirada nos volvemos permeables a la vida. La vida no nos pasa de largo. Nos atraviesa y nos conmueve y esa es la pasión”.
En este sentido, destacó el sentido a la vida que ofrece el “encuentro”, un encuentro propiciado por la apertura a los demás. Indicó que “una vez abiertos a la vida y a los otros, al que tengo al lado, se produce el encuentro y en ese encuentro se da un sentido. Todos tenemos sentido”.
“Todos tenemos un sentido en la vida. Ninguno de nosotros es un no. Todos somos sí, por eso cuando encontramos el sentido es como si se nos ensanchara el alma. Y necesitamos ponerle palabras a este sentido. Darle una forma que lo contenga. Expresar de algún modo eso que nos pasó. Y esa es la creación”.
El Papa animó a descubrir el sentido de la vida y a “celebrar” ese descubrimiento. Afirmó que “cuando nos damos cuenta de que la vida tiene sentido, y de que ese sentido nos desborda, necesitamos celebrarlo. Necesitamos la fiesta como expresión humana de la celebración del sentido. Entonces encontramos el sentimiento más profundo que se puede tener. Un sentimiento que existe en nosotros por y a pesar de todo, por todo y a pesar de todo. Este sentimiento es la gratitud”.
Asimismo, llamó a promover una educación “libre de prejuicios. Es decir, libre de juicios previos que nos bloquean, para desde allí soñar y buscar nuevos caminos. De ahí que nosotros, los adultos, no podemos quitarle a nuestros niños y jóvenes la capacidad de soñar, ni de jugar, que en cierta manera es un soñar despiertos”.
“Si no dejamos que el niño juegue es porque nosotros no sabemos jugar y si nosotros no sabemos jugar no entendemos ni la gratitud, ni la gratuidad, ni la creatividad. Este encuentro nos ha enseñado que nuestra obligación es escuchar a los chicos y generar un contexto de esperanza para que esos sueños crezcan y se compartan. Un sueño cuando es compartido se convierte en la utopía de un pueblo, en la posibilidad de crear una nueva manera de vivir”.
Además, animó también a crear con la educación una cultura del encuentro. “En las personas podemos unirnos valorando la diversidad de culturas para alcanzar, no la uniformidad, no, sino la armonía, y ¡cuánto necesita este mundo tan atomizado!”.
“Este mundo que le teme al diferente, que a partir de ese temor a veces construye muros que terminan haciendo realidad la peor pesadilla que es vivir como enemigos. ¡Cuánto necesita este mundo salir a encontrarse!”.
Finalmente, agradeció “a los jóvenes de Israel y de Palestina, y a los invitados de otros países del mundo, por animarse a soñar, a buscar el sentido, a crear, a agradecer, a festejar, a poner la mente, las manos y el corazón para hacer realidad la cultura del encuentro”.
(Nota retomada originalmente por Aci Prensa)
El Pontífice recibió en audiencia a los miembros de la Organización Italo-Latinoamericana con motivo del 50 aniversario de su fundación y les habló de los principales problemas a los que debe enfrentarse América Latina y algunas posibles soluciones.
Este es un organismo internacional creado en Roma en 1966 y cuyos países miembros son: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Italia, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela.
Entre sus objetivos, promover el desarrollo y la coordinación, como también individuar las posibilidades de asistencia recíproca y de acción común en los países miembros.
En su discurso, el Pontífice se refirió a 3 puntos importantes: individualizar, coordinar y promover.
Individualizar
“Los países de América latina son ricos en historia, cultura, recursos naturales; además sus gentes son ‘buenas’ y solidarias con los demás pueblos” lo que “se ha comprobado ante las recientes catástrofes naturales, cómo se han ayudado unos a otros, siendo un ejemplo para toda la comunidad internacional”, dijo Francisco.
Pero el Papa reconoció que “la actual crisis económica y social ha golpeado a la población y ha hecho que crezca la pobreza, la desocupación, la desigualdad social, como también que se explote y se abuse nuestra casa común”. “Ante esta situación se necesita un análisis que tenga en cuenta la realidad de las personas concretas, la realidad de nuestro pueblo” porque “nos ayudará a darnos cuenta de las necesidades reales que existen, como también a apreciar la riqueza que cada persona y pueblo encierra en sí misma”.
Coordinar
El Santo Padre destacó la importancia de aunar esfuerzos. “Coordinar no es dejar hacer al otro, y al final dar el visto bueno; sino que conlleva mucho tiempo y esfuerzo; es un trabajo escondido y poco valorado, pero necesario”.
En su opinión, América latina debe hacer frente al “fenómeno de la emigración” que “en los últimos años se ha incrementado de una manera nunca antes vista”.
“Nuestra gente, impulsada por la necesidad, va en busca de ‘nuevos oasis’, donde puedan encontrar mayor estabilidad y un trabajo que dé mayor dignidad a sus vidas”.
“Pero en esa búsqueda, muchas personas sufren la violación de sus derechos; muchos niños y jóvenes son víctimas de la trata y son explotados, o caen en las redes de la criminalidad y la violencia organizada”, manifestó.
Es más, “la emigración es un drama de división: se dividen las familias, los hijos se separan de sus padres, se alejan de su tierra de origen, hasta los mismos gobiernos y los países se dividen ante esta realidad”.
El Papa pidió a este respecto “una política conjunta de cooperación para abordar este tema. No se trata de buscar culpables y de eludir la responsabilidad, sino que todos estamos llamados a trabajar de manera coordinada y conjunta”.
Promover
Una “cultura del diálogo” es necesaria puesto que “algunos países están atravesando momentos difíciles a nivel político, social y económico”. “Los ciudadanos que tienen menos recursos –dijo Francisco–son los primeros en notar la corrupción que existe en las distintas capas sociales y la mala distribución de las riquezas”.
En este sentido, “la promoción del diálogo político es esencial, ya sea entre los distintos miembros de esta Asociación, así como también con países de otros continentes, de modo especial con los de Europa, por los lazos que los unen”. Y “en esta colaboración y diálogo se encuentra la diplomacia como instrumento fundamental y de solidaridad para alcanzar la paz”, afirmó.
Pero no un “diálogo de sordos”, sino el que conlleva una actitud “receptora que acoja sugerencias y comparta inquietudes”. “Es un intercambio recíproco de confianza, que sabe que al otro lado está un hermano con la mano tendida para ayudar, que desea el bien de las partes y estrechar vínculos de fraternidad y amistad para avanzar por caminos de justicia y de paz”, indicó.
El Papa Francisco celebró la Misa por la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, patronos de Roma. Estuvo acompañado por los cinco nuevos cardenales creados el día anterior en el Consistorio celebrado en la Basílica de San Pedro. Además, el Papa bendijo los palios destinados a los Arzobispos metropolitanos nombrados a lo largo del año y que les serán impuestos en sus respectivas diócesis.
En su homilía, el Papa dijo: "Preguntémonos si somos cristianos de salón, de esos que comentan cómo van las cosas en la Iglesia y en el mundo, o si somos apóstoles en camino, que confiesan a Jesús con la vida porque lo llevan en el corazón".
A continuación, el texto completo de la homilía del Pontífice:
La liturgia de hoy nos ofrece tres palabras fundamentales para la vida del apóstol: confesión, persecución, oración.
La confesión es la de Pedro en el Evangelio, cuando el Señor pregunta, ya no de manera general, sino particular. Jesús, en efecto, pregunta primero: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?» (Mt 16,13). Y de esta «encuesta» se revela de distintas maneras que la gente considera a Jesús un profeta. Es entonces cuando el Maestro dirige a sus discípulos la pregunta realmente decisiva: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v. 15). A este punto, responde sólo Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (v. 16). Esta es la confesión: reconocer que Jesús es el Mesías esperado, el Dios vivo, el Señor de nuestra vida.
Jesús nos hace también hoy a nosotros esta pregunta esencial, la dirige a todos, pero especialmente a nosotros pastores. Es la pregunta decisiva, ante la que no valen respuestas circunstanciales porque se trata de la vida: y la pregunta sobre la vida exige una respuesta de vida. Pues de poco sirve conocer los artículos de la fe si no se confiesa a Jesús como Señor de la propia vida. Él nos mira hoy a los ojos y nos pregunta: «¿Quién soy yo para ti?». Es como si dijera: «¿Soy yo todavía el Señor de tu vida, la orientación de tu corazón, la razón de tu esperanza, tu confianza inquebrantable?». Como san Pedro, también nosotros renovamos hoy nuestra opción de vida como Jesús nos hace también hoy a nosotros esta pregunta esencial, la dirige a todos, pero especialmente a nosotros pastores. Es la pregunta decisiva, ante la que no valen respuestas circunstanciales porque se trata de la vida: y la pregunta sobre la vida exige una respuesta de vida. Pues de poco sirve conocer los artículos de la fe si no se confiesa a Jesús como Señor de la propia vida.
Él nos mira hoy a los ojos y nos pregunta: «¿Quién soy yo para ti?». Es como si dijera: «¿Soy yo todavía el Señor de tu vida, la orientación de tu corazón, la razón de tu esperanza, tu confianza inquebrantable?». Como san Pedro, también nosotros renovamos hoy nuestra opción de vida como discípulos y apóstoles; pasamos nuevamente de la primera a la segunda pregunta de Jesús para ser «suyos», no sólo de palabra, sino con las obras y con nuestra vida.
Preguntémonos si somos cristianos de salón, de esos que comentan cómo van las cosas en la Iglesia y en el mundo, o si somos apóstoles en camino, que confiesan a Jesús con la vida porque lo llevan en el corazón. Quien confiesa a Jesús sabe que no ha de dar sólo opiniones, sino la vida; sabe que no puede creer con tibieza, sino que está llamado a «arder» por amor; sabe que en la vida no puede conformarse con «vivir al día» o acomodarse en el bienestar, sino que tiene que correr el riesgo de ir mar adentro, renovando cada día el don de sí mismo. Quien confiesa a Jesús se comporta como Pedro y Pablo: lo sigue hasta el final; no hasta un cierto punto sino hasta el final, y lo sigue en su camino, no en nuestros caminos. Su camino es el camino de la vida nueva, de la alegría y de la resurrección, el camino que pasa también por la cruz y la persecución.
Y esta es la segunda palabra, persecución. No fueron sólo Pedro y Pablo los que derramaron su sangre por Cristo, sino que desde los comienzos toda la comunidad fue perseguida, como nos lo ha recordado el libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. 12,1). Incluso hoy en día, en varias partes del mundo, a veces en un clima de silencio —un silencio con frecuencia cómplice—, muchos cristianos son marginados, calumniados, discriminados, víctimas de una violencia incluso mortal, a menudo sin que los que podrían hacer que se respetaran sus sacrosantos derechos hagan nada para impedirlo.
Por otra parte, me gustaría hacer hincapié especialmente en lo que el Apóstol Pablo afirma antes de «ser —como escribe— derramado en libación» (2 Tm 4,6). Para él la vida es Cristo (cf. Flp 1,21), y Cristo crucificado (cf. 1 Co 2,2), que dio su vida por él (cf. Ga 2,20). De este modo, como fiel discípulo, Pablo siguió al Maestro ofreciendo también su propia vida. Sin la cruz no hay Cristo, pero sin la cruz no puede haber tampoco un cristiano. En efecto, «es propio de la virtud cristiana no sólo hacer el bien, sino también saber soportar los males» (Agustín, Disc. 46.13), como Jesús. Soportar el mal no es sólo tener paciencia y continuar con resignación; soportar es imitar a Jesús: es cargar el peso, cargarlo sobre los hombros por él y por los demás. Es aceptar la cruz, avanzando con confianza porque no estamos solos: el Señor crucificado y resucitado está con nosotros. Así, como Pablo, también nosotros podemos decir que estamos «atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados» (2 Co 4,8-9).
Soportar es saber vencer con Jesús, a la manera de Jesús, no a la manera del mundo. Por eso Pablo —lo hemos oímos— se considera un triunfador que está a punto de recibir la corona (cf. 2 Tm 4,8) y escribe: «He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe» (v. 7). Su comportamiento en la noble batalla fue únicamente no vivir para sí mismo, sino para Jesús y para los demás. Vivió «corriendo», es decir, sin escatimar esfuerzos, más bien consumándose.
Una cosa dice que conservó: no la salud, sino la fe, es decir la confesión de Cristo. Por amor a Jesús experimentó las pruebas, las humillaciones y los sufrimientos, que no se deben nunca buscar, sino aceptarse. Y así, en el misterio del sufrimiento ofrecido por amor, en este misterio que muchos hermanos perseguidos, pobres y enfermos encarnan también hoy, brilla el poder salvador de la cruz de Jesús.
La tercera palabra es oración. La vida del apóstol, que brota de la confesión y desemboca en el ofrecimiento, transcurre cada día en la oración. La oración es el agua indispensable que alimenta la esperanza y hace crecer la confianza. La oración nos hace sentir amados y nos permite amar. Nos hace ir adelante en los momentos más oscuros, porque enciende la luz de Dios. En la Iglesia, la oración es la que nos sostiene a todos y nos ayuda a superar las pruebas. Nos lo recuerda la primera lectura: «Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12,5).
Una Iglesia que reza está protegida por el Señor y camina acompañada por él. Orar es encomendarle el camino, para que nos proteja. La oración es la fuerza que nos une y nos sostiene, es el remedio contra el aislamiento y la autosuficiencia que llevan a la muerte espiritual. Porque el Espíritu de vida no sopla si no se ora y sin oración no se abrirán las cárceles interiores que nos mantienen prisioneros.
Que los santos Apóstoles nos obtengan un corazón como el suyo, cansado y pacificado por la oración: cansado porque pide, toca e intercede, lleno de muchas personas y situaciones para encomendar; pero al mismo tiempo pacificado, porque el Espíritu trae consuelo y fortaleza cuando se ora. Qué urgente es que en la Iglesia haya maestros de oración, pero que sean ante todo hombres y mujeres de oración, que viven la oración.
El Señor interviene cuando oramos, él, que es fiel al amor que le hemos confesado y que nunca nos abandona en las pruebas. Él acompañó el camino de los Apóstoles y os acompañará también a vosotros, queridos hermanos Cardenales, aquí reunidos en la caridad de los Apóstoles que confesaron la fe con su sangre. Estará también cerca de vosotros, queridos hermanos Arzobispos que, recibiendo el palio, seréis confirmados en vuestro vivir para el rebaño, imitando al Buen Pastor, que os sostiene llevándoos sobre sus hombros. El mismo Señor, que desea ardientemente ver a todo su rebaño reunido, bendiga y custodie también a la Delegación del Patriarcado Ecuménico, y al querido hermano Bartolomé, que la ha enviado como señal de comunión apostólica.
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
Al menos 300 personas conforman la delegación salvadoreña que acompaña a Mons. Rosa Chávez para participar del Consistorio de mañana, donde el Papa Francisco nombrará oficialmente Cardenal al Obispo salvadoreño.
La delegación salvadoreña arribó ayer a las 10:00 p.m. y una parte de esta se encuentra hospedada
en la Casa de las Hermanas Oblatas del Divino Amor en Roma, Italia. Y otra parte de la delegación se encuentra alojada en diferentes Casas Religiosas.
Obispos, sacerdotes, familiares y laicos conforman la delegación salvadoreña que está dispuesta a vivir esta experiencia maravillosa, ya que por primera vez se nombrará un Cardenal salvadoreño.
Este martes los salvadoreños en Roma participaron de la una Santa Misa que fue presidida por el Padre Efrain Villalobos de la Diócesis de Sonsonate y por el Padre Reino Morán de la Diócesis de Santa Ana. En esta Celebración Eucarística encomendaron a todas las familias salvadoreñas, así lo expresó el Licenciado Mario Alfaro, presidente de Lumen El Salvador.
El Papa Francisco criticó en la homilía en la Casa Santa Marta a los cristianos que consultan los horóscopos y adivinos y que se instalan demasiado en la vida, en lugar de buscar en todo la voluntad de Dios y bendecir a Dios, también en las cosas malas.
Un cristiano “que está parado” no es un “verdadero cristiano”, por lo que advirtió del peligro de “instalarse demasiado” en lugar de “fiarse de Dios”.
Francisco reflexionó sobre la lectura del Génesis de la liturgia del día, en la que se habla de Abraham: “este es el estilo de la vida cristiana, el estilo de nosotros como pueblo” que se basa en 3 puntos: “despojarse”, la “promesa” y la “bendición”.
“Ser cristiano lleva siempre esta dimensión de despojarse que encuentra su plenitud en el despojarse de Jesús en la Cruz. Siempre hay un ‘ir’, ‘deja’, para dar el primer paso: ‘deja y vete de tu tierra, de tu parentela, de la casa de tu padre’. Si hacemos un poco de memoria veremos que en los evangelios la vocación de los discípulos es un ‘ve’, ‘deja’, ‘ven’”.
Por tanto, los cristianos deben tener “la capacidad” de ser despojados porque si no se dejan “despojar y crucificar con Jesús”, no son cristianos auténticos.
“El cristiano no tiene el horóscopo para ver el futuro; no va al adivino que tiene la bola de cristal, o a que le lean la mano. No, no. No sabe dónde va. Es guiado. Y esto es como una primera dimensión de nuestra vida cristiana: el despojarse”, dijo el Papa.
“¿Pero despojarse para qué? Para ir hacia una promesa. Y esta es la segunda. Somos hombres y mujeres que caminamos hacia una promesa, hacia un encuentro, hacia algo que debemos recibir en herencia”.
El Papa recordó que Abraham se “fía de Dios”, y “siempre está en camino”. “El camino comienza todos los días desde la mañana; el camino de fiarse del Señor, el camino abierto a las sorpresas del Señor, muchas veces no son buenas, son feas. Pensemos en una enfermedad, en una muerte. Pero es un camino abierto porque yo sé que Tú me llevarás a un lugar seguro, a una tierra que has preparado para mí: el hombre en camino, el hombre que vive en una tienda, una tienda espiritual”.
El Papa también dio el aviso de que cuando el alma “se acomoda demasiado, se instala demasiado, pierde esa dimensión de ir hacia la promesa y en lugar de caminar hacia la promesa, lleva la promesa y posee la promesa, y esto no funciona, no es cristiano”.
El tercer punto es la “bendición”. El cristiano “bendice”, es decir, “dice bien de Dios y dice bien de los otros” y “se hace bendecir por Dios y por los demás”.
Y este es el esquema “de nuestra vida cristiana”, porque todos “debemos bendecir a los otros, ‘decir bien de los demás’ y ‘decir bien a Dios de los demás’.
Francisco también advirtió de que estamos acostumbrados “a no decir bien” del prójimo cuando “la lengua se mueve un poco como quiere”, en lugar de seguir a “nuestro Padre”.
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
Durante la Audiencia General celebrada en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, el Papa Francisco explicó que para ser santos "no es necesario estar rezando todo el día", y aseguró que lo que hay que hacer es "cumplir con nuestro deber con el corazón abierto a Dios".
“Pensamos que es algo difícil, ser santos. Que es más fácil ser delincuente que santo. ¡No! Ser santo se puede porque nos ayuda el Señor. Es Él quien nos ayuda”.
En una nueva catequesis centrada en la esperanza, el Santo Padre reflexionó sobre los santos, “testimonios y compañeros de la esperanza”. Recordó cómo “en el día de nuestro Bautismo resonó, por nosotros, la invocación de los santos. Muchos de nosotros, en aquel momento, éramos niños, y nos llevaban en los brazos de nuestros padres”.
Esa ocasión, subrayó el Pontífice, “fue la primera en la que, en el transcurso de nuestra vida, se nos regaló esta compañía de nuestros hermanos y hermanas mayores que pasaron por el mismo camino que nosotros, que conocieron nuestras mismas fatigas y que viven para siempre en el abrazo de Dios”.
“Dios no nos abandona jamás”, aseguró. “En toda ocasión en que estemos necesitados, vendrá uno de sus ángeles a infundirnos consuelo”. “Los santos de Dios están siempre aquí, ocultos en medio de nosotros”.
Ahora bien, planteó el Papa, “alguno de vosotros podrá preguntarme: ‘Pero Padre, ¿se puede ser Santo en la vida de cada día?’. ‘Sí, se puede’. ‘¿Pero eso significa que tengo que rezar todo el día?’. ‘No. Eso significa que tú tienes que cumplir con tu deber todo el día: rezar, ir al trabajo, cuidar a los hijos… Y hacerlo todo con el corazón abierto a Dios. Con esa alegría de que ese trabajo, también en la enfermedad, el sufrimiento, la dificultad, esté abierto a Dios. Y así seremos santos”.
Francisco destacó que “los cristianos, en la lucha contra el mal, no desesperan. El cristianismo cultiva una confianza ciega: no cree que las fuerzas negativas y destructoras puedan prevalecer. La última palabra de la historia del hombre no es el odio, no es la muerte, no es la guerra. En todo momento de la vida nos asiste la mano de Dios, y también la discreta presencia de todos los creyentes que nos han precedido en el signo de la fe”.
“Su asistencia nos dice, ante todo, que la vida cristiana no es un ideal inalcanzable. Y al mismo tiempo nos conforta: no estamos solos, la Iglesia está hecha de innumerables hermanos, con frecuencia anónimo, que nos han precedido y que, por la acción del Espíritu Santo, están involucrados en los asuntos de los que todavía viven aquí”.
El Obispo de Roma insistió en que la invocación de los santos durante el Bautismo “no es la única invocación de los santos que muestra el camino de la vida cristiana”; y como ejemplo citó los sacramentos del matrimonio y del sacerdocio:
“Cuando dos novios consagran su amor en el sacramento del Matrimonio –afirmó–, se invoca de nuevo para ellos, en esta ocasión como pareja, la intercesión de los santos. Y esta invocación es fuente de fe para los dos jóvenes que inician el viaje de la vida conyugal”.
En relación al matrimonio, indicó que “quien ama verdaderamente tiene el deseo y la valentía de decir ‘para siempre’”, y si no están dispuestos a decir “para siempre”, “¡que no se casen! O para siempre, o nada. No obstante, saben que tiene necesidad de la gracia de Cristo y de la ayuda de los santos. Por eso, en la liturgia nupcial se invoca su presencia”.
Sobre el sacramento del sacerdocio, recordó que “también los sacerdotes custodiamos el recuerdo de una invocación de santos pronunciada ante ellos. Es uno de los momentos más importantes de la liturgia de la ordenación. Los candidatos se echan sobre tierra, con la cara hacia el suelo. Y toda la asamblea, guiada por el Obispo, invoca la intercesión de los santos”.
“Somos polvo que aspira al cielo. Débiles de fuerzas, pero potentes en el misterio de la gracia que está presente en la vida de los cristianos”, finalizó.
La pequeña visita del Papa Francisco a Barbiana (Florencia) culminó en la iglesia de la localidad con el saludo a diversas personas después de rezar en privado ante la tumba de don Lorenzo Milani. Habló a los educadores, jóvenes y sacerdotes, y los invitó a amar a la Iglesia y donarse a Dios.
“Una fe total que se convierte en un donarse completamente al Señor y que en el misterio sacerdotal encuentra la forma plena y realizada para el joven convertido”.
El Papa advirtió a los sacerdotes presentes de que “sin sed del Absoluto se puede ser buenos funcionarios de lo sagrado, pero no se puede ser sacerdotes capaces de ser servidores de Cristo en los hermanos”.
De esta manera, los invitó a ser “hombres de fe, una fe franca, no aguada; y hombres de caridad, caridad pastoral hacia todos aquellos que el Señor nos confía como hermanos e hijos”.
“Amemos a la Iglesia, queridos hermanos, y hagámosla amar, mostrándola como madre premurosa de todos, sobre todo de los más pobres y frágiles, tanto en la vida social como en la persona y religiosa”.
Pero el Papa también explicó el motivo de su visita: “he venido a Barbiana para rendir homenaje a la memoria de un sacerdote que ha testimoniado como en el don de su sí a Cristo se encuentran los hermanos en sus necesidades y se sirve, para que sea defendida y promovida su dignidad de personas, con la misma donación que Jesús nos ha mostrado hasta la cruz”.
Al hablar de la labor educativa, el Santo Padre manifestó que la palabra “es la que podrá abrir el camino a la plena ciudadanía en la sociedad, mediante el trabajo, y a la plena pertenencia a la Iglesia, con una fe consciente”.
“Esto vale para nuestros tiempos, en los que solo poseer la palabra puede permitir discernir entre tantos y a menudo confusos mensajes que nos llueven encima, y dar expresión a las instancias profundas del propio corazón, como a las esperas de justicia de tantos hermanos y hermanas”.
Dirigiéndose a los jóvenes, afirmó que “vivís –como tantos otros en el mundo– en situación de marginación” pero “alguno está cerca vuestro para no dejaros solos e indicaros el camino para un posible rescate, un futuro que se abra sobre horizontes más positivos”.
A los educadores dijo que la suya “es una misión llena de obstáculos, pero también de alegrías”. “Es una misión de amor porque no se puede enseñar sin amar y sin la consciencia de que aquello que se dona es solo un derecho que se reconoce, algo que aprender”.
Francisco hizo un llamado a la “libertad de conciencia” que sea capaz “de confrontarse con la realidad y orientarse guiada por el amor”. “Vivir la libertad de conciencia de modo auténtico, como búsqueda de los verdadero, de lo hermoso y del bien, dispuestos a pagar el precio que conlleva”.
A lo largo de los siglos la Iglesia y los santos han animado a los fieles a amar la Eucaristía, e incluso hay quienes han dado su vida por protegerla. Hoy en la Solemnidad del “Corpus Christi” te presentamos 10 cosas que todo cristiano de saber en torno a este gran milagro:
1. Jesús instituyó la Eucaristía
Jesús reunido con sus apóstoles en la última cena instituyó el sacramento de la Eucaristía: “Tomen y coman; esto es mi cuerpo…” (Mt, 26, 26-28). De esta manera hizo partícipes de su sacerdocio a los apóstoles y les mandó que hicieran lo mismo en memoria suya.
2. Eucaristía significa "Acción de gracias"
La palabra Eucaristía, derivada del griego ε?χαριστ?α (eucharistía), significa "Acción de gracias" y se aplica a este sacramento porque nuestro Señor dio gracias a su Padre cuando la instituyó. Además, porque el Santo Sacrificio de la Misa es el mejor medio de dar gracias a Dios por sus beneficios.
3. Cristo se encuentra de forma íntegra en el Sacramento del Altar
El Concilio de Trento (siglo XVI) define claramente: "En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo, juntamente con su Alma y Divinidad. En realidad Cristo íntegramente". Asimismo, en el Derecho Canónico de la Iglesia ninguna otra festividad recibe tanta atención como la Solemnidad del Corpus Christi.
4. Los sucesores de los apóstoles convierten el pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Cristo
En la Santa Misa, los obispos y sacerdotes convierten realmente el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo durante la consagración; el proceso es llamado Transubstanciación. La Solemnidad del Corpus Christi es una de las cinco ocasiones en el año en que un Obispo no puede estar fuera de su diócesis, salvo por una urgente y grave razón.
5. Se debe recibir la Eucaristía al menos una vez al año
La Comunión es recibir a Jesucristo sacramentado en la Eucaristía. La Iglesia manda comulgar al menos una vez al año, en estado de gracia, y recomienda la comunión frecuente. Es muy importante recibir la Primera Comunión cuando se llega al uso de razón, con la debida preparación.
6. Para comulgar se necesita del ayuno eucarístico y confesarse
El ayuno eucarístico consiste en abstenerse de tomar cualquier alimento o bebida, al menos desde una hora antes de la Sagrada Comunión, a excepción del agua y las medicinas. Los enfermos y sus asistentes pueden comulgar aunque hayan tomado algo en la hora inmediatamente anterior. El que comulga en pecado mortal comete un grave pecado llamado sacrilegio. El que desea comulgar y está en pecado mortal no puede recibir la Comunión sin haber acudido antes al sacramento de la Penitencia, pues no basta el acto de contrición.
7. Es Mandamiento de la Iglesia asistir a Misa domingos y días de precepto
Frecuentar la Santa Misa es un acto de amor a Dios que debe brotar naturalmente de cada cristiano. Es también obligatorio asistir los domingos y feriados religiosos de precepto, a menos que se esté impedido por una causa grave.
8. La Eucaristía es alimento espiritual para enfermos y agonizantes
La Eucaristía en el Sagrario es un signo por el cual Nuestro Señor está constantemente presente en medio de su pueblo y es alimento espiritual para enfermos y moribundos. Se le debe agradecimiento, adoración y devoción a la real presencia de Cristo reservado en el Santísimo Sacramento.
9. La fiesta del Corpus Christi se celebra el jueves posterior al domingo de la Santísima Trinidad
La Solemnidad del Corpus Christi fue establecida en 1246 por el Obispo Roberto de Thorete y a sugerencia de Santa Juliana de Mont Cornillon. Después del milagro eucarístico de Bolsena, a mediados del Siglo XIII, el Papa Urbano IV expandió esta celebración a toda la Iglesia Universal en 1264 con la bula “Transiturus”, fijándola para el jueves posterior al domingo de la Santísima Trinidad. El Pontífice encomendó a Santo Tomás de Aquino que compusiera un oficio litúrgico propio e himnos que se entonan hasta nuestros días.
10. También es posible celebrarla el domingo posterior a la Santísima Trinidad
En el Vaticano, el Corpus Christi se celebra el jueves después de la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Mientras que en varias diócesis se traslada al domingo posterior a la Santísima Trinidad por una cuestión pastoral. El Papa San Juan Pablo II fue quien llevó la procesión anual del Corpus Christi de la Plaza de San Pedro a las calles de Roma.
(Artículo publicado originalmente por Aci Prensa)
El Papa Francisco invitó esta mañana a ser “consciente” de que somos “débiles, pecadores” y sin el poder de Dios "no podemos ir adelante”.
En la Misa que celebró en Santa Marta, el Pontífice explicó que “somos de barro” porque “es la potencia de Dios, la fuerza que salva, que cura, que nos pone en pie”.
“Todos nosotros somos vulnerables, frágiles, débiles, y tenemos necesidad de ser curados. Y San Pablo lo dice: 'somos atribulados, somos perseguidos, golpeados', como manifestación de nuestra debilidad, de la debilidad de Pablo, manifestación del barro. Y esta es nuestra vulnerabilidad”.
“A veces buscamos cubrir la vulnerabilidad, que no se vea; o maquillarla, para que no se vea; o disimular… el mismo Pablo, al inicio de este capítulo dice: ‘Cuando he caído en el disimulo vergonzoso’. Los disimulos son vergonzosos, siempre. Son hipócritas”, dijo el Papa.
En la homilía también advirtió del peligro de creer “ser otra cosa” y pensar que “no tenemos necesidad de sanar y de ser ayudados”. Y decimos: ‘no estoy hecho de barro” porque tengo “un tesoro que es mío”.
“Este es el camino hacia la vanidad, la soberbia, la autorreferencialidad de aquellos que no sintiéndose barro buscan la salvación, la plenitud de sí mismos. Pero la potencia de Dios es aquella que nos salva porque nuestra vulnerabilidad Pablo la reconoce: ‘Somos atribulados, pero no aplastados’. No aplastados porque la potencia de Dios nos salva.
“Somos puestos en apuros, pero no desesperamos. Hay algo de Dios que nos da esperanza. Somos perseguidos, pero no abandonados; golpeados, pero no aniquilados. Siempre existe esta relación entre el barro y la potencia, el barro y el tesoro”.
“Tenemos un tesoro en vasos de barro. Pero la tentación es siempre la misma: cubrir, disimular, no creer que somos de barro. Esa es la hipocresía frente a nosotros mismos”, añadió.
Francisco habló del sacramento de la Confesión “cuando decimos los pecados como si fuese una lista de precios en el mercado” pensando en “blanquear un poco el barro” en lugar de aceptar la debilidad y avergonzarnos.
“Y la vergüenza, esa que se alarga en el corazón para que entre la potencia de Dios, la fuerza de Dios. La vergüenza de ser de barro y no ser un vaso de plata o de oro. De ser barro. Y si nosotros llegamos a este punto seremos felices. Seremos muy felices. El diálogo entre la potencia de Dios y el barro: pensemos en el lavatorio de los pies, cuando Jesús se acerca a Pedro y Pedro le dice: ‘No, a mí no Señor’. No había entendido Pedro que era de barro, que tiene necesidad de la potencia del Señor para ser salvado”.
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
El Papa Francisco habló, en su catequesis de la Audiencia General del miércoles, sobre el amor de Dios hacia los hombres, que es el fundamento de la esperanza de la humanidad.
El Santo Padre comparó el amor de Dios con el amor de una madre, y señaló que es un amor gratuito.
“Dios no nos ama porque nosotros tengamos ninguna razón que suscite amor. Dios nos ama porque Él mismo es amor, y el amor tiende, por su naturaleza, a difundirse, a entregarse. Dios tampoco vincula su benevolencia a nuestra conversión, más bien es una consecuencia del amor de Dios”.
A continuación, el texto completo de la catequesis del Papa:
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Hoy hacemos esta Audiencia en dos sitios, unidos a través de las pantallas gigantes: los enfermos están en el Aula pablo VI para que no sufran tanto el calor, y nosotros aquí. Pero todos juntos. Y nos une el Espíritu Santo, que es el que hace siempre la unidad. Saludemos a los que están en el Aula...
Ninguno de nosotros puede vivir sin amor. Y una de las más feas esclavitudes en la que podemos caer es la de creer que el amor se merece. Seguramente gran parte de la angustia del hombre contemporáneo deriva de esto: creer que si no somos fuertes, atrayentes y bellos, nadie se ocupará de nosotros. ¿Es la vía de la “meritocracia” no?
Tantas personas hoy día buscan una visibilidad sólo para colmar el vacío interior: como si fuéramos personas eternamente necesitadas de ser confirmados. Pero ¿imagináis un mundo donde todos mendigan la atención de los demás, y nadie está dispuesto a amar gratuitamente a otra persona? Imaginad un mundo así…un mundo sin la gratuidad del querer bien… Parece un mundo humano, pero en realidad está enfermo.
Tantos narcisismos del ser humano, nacen de un sentimiento de soledad. Y también de orfandad. Detrás de tantos comportamientos aparentemente inexplicables se esconde una pregunta: ¿puede ser que yo no merezca ser llamado por mi nombre; o lo que es lo mismo, no merezca ser amado? Porque el amor siempre te llama por tu nombre…
Cuando el que no se siente ser, no se siente querido, es un adolescente; entonces es cuando puede nacer la violencia. Detrás de tantas formas de odio social y de vandalismo, se esconde con frecuencia un corazón que no ha sido reconocido.
No existen los niños malos, como tampoco existen los adolescentes del todo malvados, existen personas infelices. ¿Y qué nos puede hacer felices más que la experiencia de dar y recibir amor? La vida del ser humano es un intercambio de miradas: alguien que al mirarnos, nos arranca una primera sonrisa, y en la sonrisa que ofrecemos gratuitamente a quien está encerrado en la tristeza, y así es cómo abrimos el camino. Intercambio de miradas: mirarse a los ojos….y así se abren las puertas del corazón.
El primer paso que Dios realiza en nosotros, es un amor que se anticipa, incondicional. Dios siempre ama el primero. Dios no nos ama porque en nosotros hay motivos para ser amados. Dios nos ama porque El mismo es amor, y el amor por su propia naturaleza tiende a difundirse, a darse. Dios no vincula su benevolencia a nuestra conversión: aunque ésta sea una consecuencia del Amor de Dios. San Pablo lo dice de manera perfecta: “Dios demuestra su amor hacia nosotros, en el hecho de que aunque éramos todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5,8).
Mientras aún éramos pecadores. Un amor incondicional. Estábamos lejos, como el hijo pródigo de la parábola: “cuando todavía estaba lejos, su padre lo vió, tuvo compasión….” (Lc 15,20). Por amor hacia nosotros, Dios ha realizado un éxodo de Si Mismo, para venir a nuestro encuentro, en esta tierra, dónde no era previsible encontrarle. Dios nos ha amado, aun cuando estábamos equivocados.
¿Quién de nosotros ama de esta manera, si no quien es madre o padre? Una madre sigue amando a su hijo aunque éste hijo esté en la cárcel. Yo recuerdo tantas madres, haciendo la fila para entrar en la cárcel, en la primera diócesis dónde estuve: tantas madres. Y no se avergonzaban. El hijo estaba en la cárcel, pero era su hijo. Y sufrían tantas humillaciones en la antesala, antes de entrar, pero “es hijo mío”. “¡Pero señora, su hijo es un delincuente! – “Es hijo mío”.
Sólo este amor de madre y de padre, nos hace comprender cómo es el amor de Dios. Una madre, no pide que no se aplique la justicia de los hombres, porque todo error necesita de una redención, pero una madre no deja nunca de sufrir por el propio hijo. Lo ama a pesar de saber que es pecador. Dios hace lo mismo con nosotros: somos sus amados hijos. ¿Pero puede ser que Dios tenga algún hijo al que no ame? No. Todos somos hijos amados de Dios. No hay ninguna maldición sobre nuestra vida, solamente la Palabra de Dios, que ha sacado nuestra existencia de la nada.
La verdad de todo está en esa relación de amor que liga al Padre con el Hijo mediante el Espíritu Santo, relación en la cual, nosotros somos acogidos mediante la Gracia. En El, en Cristo Jesús, hemos sido queridos, amados, deseados. Es El quien ha impreso en nosotros una belleza primordial, que ningún pecado, ninguna elección equivocada podrá nunca borrar del todo. Nosotros, ante los ojos de Dios, somos siempre pequeños manantiales hechos para dejar brotar agua buena. Lo dijo Jesús a la samaritana: “ El agua que yo te daré, se hará en ti una corriente de agua, de la que fluye la vida eterna”. (Jn. 4,14)
Para cambiar el corazón de una persona infeliz, ¿cuál es la medicina? ¿Cuál es la medicina para cambiar el corazón de una persona que no es feliz? (responden: el amor) ¡Más fuerte! (gritan: ¡el amor!) ¡Muy listos!, muy listos, ¡todos muy listos! ¿Y cómo hacemos sentir a una persona que la amamos? Hace falta sobretodo abrazarla. Hacerle sentir que es deseada, que es importante, y dejará de estar triste.
El amor llama al amor, de un modo mucho más fuerte de cuanto el odio llama a la muerte. Jesús no murió y resucitó para si mismo, sino por nosotros, para que nuestros pecados sean perdonados. Así que es tiempo de Resurrección para todos: tiempo de levantar a los pobres de la desesperanza, sobre todo a aquellos que yacen en el sepulcro muchos más días de tres. Sopla aquí, sobre nuestros rostros, un viento de liberación. Haz que germine aquí, el don de la esperanza. Y la esperanza es la de Dios padre que nos ama como somos: nos ama siempre, a todos. Buenos y malos. ¿De acuerdo? ¡Gracias!
(Nota retomada originalmente de Aci Prensa)
Una de las principales misiones que tiene el cristiano es ser luz y sal para el mundo, y el Papa Francisco se refirió precisamente a ello en la Misa que celebró en Santa Marta al recordar lo que es capaz de hacer Dios en la vida de las personas.
El Pontífice invitó a no buscar las “seguridades artificiales” si no a tener como objetivo el anuncio del Evangelio que es “decisivo”.
“En Jesús se cumple todo lo que ha sido prometido y por este Él es la plenitud”, aseguró. “En Jesús no hay un ‘no’: siempre ‘sí’, por la gloria del Padre. Pero también nosotros participamos de este ‘sí’ de Jesús, porque Él nos ha conferido la unción, nos ha puesto el sello, nos ha dado el ‘depósito’ del Espíritu”.
“Nosotros participamos porque somos ungidos, sellados y tenemos en la mano la seguridad. El Espíritu que nos llevará al ‘sí’ definitivo, también a nuestra plenitud. También, el mismo Espíritu nos ayudará a ser luz y sal, es decir, el Espíritu que nos lleva al testimonio cristiano”.
El Papa afirmó que “el testimonio cristiano” es “sal y luz”. “Luz para iluminar, y quien esconde la luz hace un contra-testimonio”. “Tiene luz, pero no la dona, no la hace ver y si no la hacer ver no glorifica al Padre que está en los cielos”. Y “tiene la sal, pero la toma para sí mismo y no la dona para que se evite la corrupción”.
Así, destacó que “lo superfluo proviene del maligno” y, al contrario, “la actitud de la seguridad y del testimonio es lo que el Señor ha confiado a la Iglesia y a todos nosotros bautizados”.
“Seguridad en la plenitud de las promesas en Cristo: en Cristo todo se ha cumplido. Testimonio hacia los demás; don recibido de Dios en Cristo, que nos ha dado la unción del Espíritu por el testimonio. Y esto es ser cristiano: iluminar, ayudar a que el mensaje y las personas no se corrompan, como hace la sal; pero si se esconden, la luz y la sal se convierte en insípidas, sin fuerza, se debilita. El testimonio será débil. Pero esto sucede cuando yo no acepto la unción, no acepto el sello, no acepto ese ‘depósito’ del Espíritu que está en mí. Y esto se hace cuando no acepto el ‘sí’ en Jesucristo”.
La propuesta cristiana “es decisiva y hermosa, y da mucha esperanza”. “¿Yo soy luz –podemos preguntarnos– para los otros?, ¿soy sal para los demás que da sabor la vida y la defiende de la corrupción?”.
El Santo Padre observó que “cuando una persona está llena de luz, decimos que ‘es una persona soleada’. Esto nos puede ayudar a entenderlo”.
“Pidamos esta gracia de estar aferrados, radicados en la plenitud de las promesas en Cristo Jesús que es ‘sí’, totalmente ‘sí’, es llevar esta plenitud con la sal y la luz de nuestro testimonio a los otros para dar gloria al Padre que está en los cielos”.
El “consuelo de Dios” fue el centro de la homilía que el Papa Francisco pronunció este lunes en la Misa que celebró en Santa Marta, donde también explicó cómo pasar de recibir este don a compartirlo con los demás y así ser felices.
El Santo Padre invitó a dejar al menos abierta “un poquito” la puerta del corazón porque de esta manera “Él se las arregla para entrar”.
“La experiencia del consuelo, que es una experiencia espiritual, tiene necesidad siempre de una alteridad para ser plena: ninguno puede consolarse a sí mismo, ninguno”, explicó el Papa.
“Quien busca hacerlo –continuó– termina mirándose al espejo, se mira al espejo, busca maquillarse a sí mismo, aparentar. Se consuela con estas cosas cerradas que no lo dejan crecer y el aire que respira es ese aire narcisista de la autorreferencialidad. Este es el consuelo maquillado que no deja crecer. Y esto no es el consuelo, porque está cerrado, le falta una alteridad”.
Una vez más, Francisco puso de ejemplo de este comportamiento a los doctores de la ley “llenos de su propia suficiencia” o al rico Epulón que iba de fiesta en fiesta pensando ser así consolado.
“Estos se miraban al espejo” y “miraba su propia alma maquillada por ideologías y daba gracias al Señor”. Pero Jesús hacía ver que con este modo de vivir “jamás llegarían a la plenitud, como máximo llegarían a la vanagloria”.
El consuelo se recibe porque “es Dios quien consuela” y da este “don”. Pero “el consuelo es un estado de paso del don recibido al servicio donado”, explicó.
“El verdadero consuelo tiene esta doble alteridad: es don y servicio. Y así si yo dejo entrar el consuelo del Señor como don es porque tengo necesidad de ser consolado. Estoy necesitado: para ser consolado es necesario reconocer que se tiene necesidad. Solamente así el Señor viene, nos consuela y nos da la misión de consolar a los otros. Y no es fácil tener el corazón abierto para recibir el don y hacer el servicio, las dos alteridades que hacen posible el consuelo”.
El Papa comentó también el Evangelio del día, el Sermón de la Montaña, y afirmó que “quienes son felices tienen un corazón abierto”. “A los pobres, el corazón se les abre con una actitud de pobreza, de pobreza de espíritu. Aquellos que saben llorar, los mansos, la mansedumbre de corazón; los hambrientos de justicia, que luchan por la justicia; aquellos que son misericordiosos, que tienen misericordia hacia los demás; los puros de corazón; los que obran la paz y los que son perseguidos por la justicia, por amor a la justicia. Así el corazón se abre y el Señor viene con el don del consuelo y la misión de consolar a los otros”.
Pero también están los que tienen el corazón “cerrado” y se sientes “ricos de espíritu, es decir, autosuficientes”. “No tienen necesidad de llorar porque se sientes justos”, añadió. Son, por ejemplo, los “sucios de corazón”, los “obradores de guerras”.
Evangelio comentado por el Papa:
Mateo 5:1-12
1 Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron.
2 Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
3 «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
4 Bienaventurados los mansos , porque ellos poseerán en herencia la tierra.
5 Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
8 Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
9 Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
10 Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
11 Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
12 Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
Rezar y tener paciencia. Esta es la receta que el Papa Francisco ofreció en la homilía de la Misa en la Casa Santa Marta para hacer frente a momentos difíciles y de oscuridad.
El Pontífice alertó además contra la vanidad que es una “belleza maquillada” que no dejar entrar en el corazón la “alegría que es de Dios”.
En la Misa en la capilla de la Casa Santa Marta, el Pontífice invitó a dar gracias por la “salvación” que nos da al comentar la primera lectura de la liturgia del día.
Dios “lleva adelante la historia” y “la vida de las personas, también la nuestra”, afirmó. A continuación recordó que Tobías y Sara vivieron “momentos difíciles” y “momentos hermosos”, como en “toda la vida”.
“Todos nosotros hemos pasado por momentos feos, fuertes; sabemos lo que se siente en un momento de oscuridad, en el momento de dolor, en el momento de las dificultades, lo sabemos”.
Pero Tobías y Sara rezan y “esta es la actitud que nos salva de los momentos feos: la oración. La paciencia: porque ambas son pacientes con el propio dolor. Y la esperanza de que Dios nos escuche y nos haga pasar estos momentos feos. En los momentos de tristeza, poca o mucha, en los momentos de oscuridad: oración, paciencia y esperanza. No hay que olvidar esto”, dijo el Papa.
“Después de la prueba, el Señor se hace cercano a ellos y los salva. Pero hay momentos hermosos, auténticos, como este, no momentos con la belleza maquillada, que todo es artificial, fuegos artificiales, pero no es la belleza del corazón”.
“¿Y qué hacen estos dos momentos hermosos?”, se preguntó. “Dan gracias a Dios, alargan el corazón en la oración y en el agradecimiento”.
En este sentido, invitó a discernir que en la vida hay momentos de “cruz” en los que es necesario “orar, tener paciencia y tener al menos un poco de esperanza”: se necesita evitar caer “en la vanidad” porque “siempre está el Señor” con nosotros.
“Pidamos la gracia de saber discernir qué sucede en los momentos feos de nuestra vida y como ir adelante, y qué ocurre en los momentos hermosos y no dejarnos engañar por la vanidad”.
Lectura comentada por el Papa:
Primera lectura
Tobías 11:5-17
5 Estaba Ana sentada, con la mirada fija en el camino de su hijo.
6 Tuvo la corazonada de que él venía y dijo al padre: «Mira, ya viene tu hijo y el hombre que le acompañaba.»
7 Rafael iba diciendo a Tobías, mientras se acercaban al padre: «Tengo por seguro que se abrirán los ojos de tu padre.
8 Untale los ojos con la hiel del pez, y el remedio hará que las manchas blancas se contraigan y se le caerán como escamos de los ojos. Y así tu padre podrá mirar y ver la luz.»
9 Corrió Ana y se echó al cuello de su hijo, diciendo: «¡Ya te he visto, hijo! ¡Ya puedo morir!» Y rompió a llorar.
10 Tobit se levantó y trompicando salió a la puerta del patio.
11 Corrió hacia él Tobías, llevando en la mano la hiel del pez; le sopló en los ojos y abrazándole estrechamente le dijo: «¡Ten confianza, padre!» Y le aplicó el remedio y esperó;
12 y luego, con ambas manos le quitó las escamas de la comisura de los ojos.
13 Entonces él se arrojó a su cuello, lloró y le dijo: «¡Ahora te veo, hijo, luz de mis ojos!»
14 Y añadió: ¡Bendito sea Dios! ¡Bendito su gran Nombre! ¡Bendito todos sus santos ángeles! ¡Bendito su gran Nombre por todos los siglos!
15 Porque me había azotado, pero me tiene piedad y ahora veo a mi hijo Tobías. Tobías entró en casa lleno de gozo y bendiciendo a Dios con toda su voz; luego contó a su padre el éxito de su viaje, cómo traía el dinero y cómo se había casado con Sarra, la hija de Ragüel, y que venía ella con él y estaba ya a las puertas de Nínive.
16 Tobit salió al encuentro de su nuera hasta las puertas de Nínive, bendiciendo a Dios, lleno de gozo. Cuando los de Nínive le vieron caminar, avanzando con su antigua firmeza, sin necesidad de lazarillo, se maravillaron. Tobit proclamó delante de ellos que Dios se había compadecido de él y le había abierto los ojos.
17 Se acercó Tobit a Sarra, la mujer de su hijo, y la bendijo diciendo: «¡Bienvenida seas, hija! Y bendito sea tu Dios, hija, que te ha traído hasta nosotros. Bendito sea tu padre, y bendito Tobías, mi hijo, y bendita tú misma, hija. Bienvenida seas, entra en tu casa con gozo y bendición.»
En su catequesis de la Audiencia General del miércoles, el Papa Francisco reflexionó sobre la oración del Padre Nuestro, que Jesús enseño a sus discípulos, y sobre lo que implica llamar “Padre” a Dios.
Llamar a Dios “Padre”, dijo el Santo Padre, nos revela “el misterio de Dios, que siempre nos fascina y nos hace sentirnos pequeños, pero que nunca nos produce miedo, que no nos desalienta, que no nos angustia. Esta es una revolución difícil de asumir en nuestro ánimo humano”.
A continuación, el texto completo de la catequesis del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Había algo de atractivo en la oración de Jesús, era tan fascinante que un día sus discípulos le pidieron que les enseñara. El episodio se encuentra en el Evangelio de Lucas, que entre los Evangelistas es quien ha documentado mayormente el misterio del Cristo “orante”: el Señor oraba. Los discípulos de Jesús están impresionados por el hecho de que Él, especialmente en la mañana y en la tarde, se retira en la soledad y se “inmerge” en la oración. Y por esto, un día, le piden de enseñarles también a ellos a orar. (Cfr. Lc 11,1).
Es entonces que Jesús transmite aquello que se ha convertido en la oración cristiana por excelencia: el “Padre Nuestro”. En verdad, Lucas, en relación a Mateo, nos transmite la oración de Jesús en una forma un poco abreviada, que inicia con una simple invocación: «Padre» (v. 2).
Todo el misterio de la oración cristiana se resume aquí, en esta palabra: tener el coraje de llamar a Dios con el nombre de Padre. Lo afirma también la liturgia cuando, invitándonos a recitar comunitariamente la oración de Jesús, utiliza la expresión «nos atrevemos a decir».
De hecho, llamar a Dios con el nombre de “Padre” no es para nada un hecho sobre entendido. Somos conducidos a usar los títulos más elevados, que nos parecen más respetuosos de su trascendencia. En cambio, invocarlo como “Padre” nos pone en una relación de confianza con Él, como un niño que se dirige a su papá, sabiendo que es amado y cuidado por él. Esta es la gran revolución que el cristianismo imprime en la psicología religiosa del hombre. El misterio de Dios, que siempre nos fascina y nos hace sentir pequeños, pero no nos da más miedo, no nos aplasta, no nos angustia. Esta es una revolución difícil de acoger en nuestro ánimo humano; tanto es así que incluso en las narraciones de la Resurrección se dice que las mujeres, después de haber visto la tumba vacía y al ángel, «salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí» (Mc 16,8). Pero Jesús nos revela que Dios es Padre bueno, y nos dice: “No tengan miedo”.
Pensemos en la parábola del padre misericordioso (Cfr. Lc 15,11-32). Jesús narra de un padre que sabe ser sólo amor para sus hijos. Un padre que no castiga al hijo por su arrogancia y que es capaz incluso de entregarle su parte de herencia y dejarlo ir fuera de casa. Dios es Padre, dice Jesús, pero no a la manera humana, porque no existe ningún padre en este mundo que se comportaría como el protagonista de esta parábola. Dios es Padre a su manera: bueno, indefenso ante el libre albedrio del hombre, capaz sólo de conjugar el verbo “amar”. Cuando el hijo rebelde, después de haber derrochado todo, regresa finalmente a su casa natal, ese padre no aplica criterios de justicia humana, sino siente sobre todo la necesidad de perdonar, y con su brazo hace entender al hijo que en todo ese largo tiempo de ausencia le ha hecho falta, ha dolorosamente faltado a su amor de padre.
¡Qué misterio insondable es un Dios que nutre este tipo de amor en relación con sus hijos!
Tal vez es por esta razón que, evocando el centro del misterio cristiano, el Apóstol Pablo no se siente seguro de traducir en griego una palabra que Jesús, en arameo, pronunciaba: “abbà”. En dos ocasiones San Pablo, en su epistolario (Cfr. Rom 8,15; Gal 4,6), toca este tema, y en las dos veces deja esa palabra sin traducirla, de la misma forma en la cual ha surgido de los labios de Jesús, “abbà”, un término todavía más íntimo respecto a “padre”, y que alguno traduce “papá, papito”.
Queridos hermanos y hermanas, no estamos jamás solos. Podemos estar lejos, hostiles, podemos también profesarnos “sin Dios”. Pero el Evangelio de Jesucristo nos revela que Dios no puede estar sin nosotros: Él no será jamás un Dios “sin el hombre”; es Él quien no puede estar sin nosotros, y esto es un gran misterio. Dios no puede ser Dios sin el hombre: ¡este es un gran misterio! Y esta certeza es la fuente de nuestra esperanza, que encontramos conservada en todas las invocaciones del Padre Nuestro. Cuando tenemos necesidad de ayuda, Jesús no nos dice de resignarnos y cerrarnos en nosotros mismos, sino de dirigirnos al Padre y pedirle a Él con confianza. Todas nuestras necesidades, desde las más evidentes y cotidianas, como el alimento, la salud, el trabajo, hasta aquellas de ser perdonados y sostenidos en la tentación, no son el espejo de nuestra soledad: existe en cambio un Padre que siempre nos mira con amor, y que seguramente no nos abandona.
Ahora les hago una propuesta: cada uno de nosotros tiene tantos problemas y tantas necesidades. Pensemos un poco, en silencio, en estos problemas y en estas necesidades. Pensemos también en el Padre, en nuestro Padre, que no puede estar sin nosotros, y que en este momento nos está mirando. Y todos juntos, con confianza y esperanza, oremos: “Padre nuestro, que estas en los cielos…”. Gracias.
En la homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta, en el Vaticano, el Papa Francisco advirtió contra los hipócritas y llamó a estar vigilantes, pues “el hipócrita puede destruir una comunidad” cristiana.
El Papa señaló que Jesús llama hipócritas a los “doctores de la Ley” porque “enseñaban una cosa, pero luego pensaban otra”. Por el contrario, “la hipocresía no es el lenguaje de Jesús. La hipocresía no es el lenguaje de los cristianos”.
“Un cristiano no puede ser hipócrita, y un hipócrita no puede ser cristiano”, advirtió. “Esto es así de claro. Este es el adjetivo que Jesús usa con esa gente: hipócrita. Veamos cómo proceden. El hipócrita siempre es un adulador, en tono mayor o en tono menor, pero es un adulador”.
Así, puso como ejemplo cuando los doctores de la Ley quieren poner a prueba a Jesús y comienzan adulándolo para, a continuación, hacerle una pregunta para que caiga en una trama: “¿Es justo pagar al César?”.
“El hipócrita tiene esa doble cara –señaló–. Pero Jesús, conociendo su hipocresía, dice claramente: ‘¿Por qué me queréis poner a prueba? Dadme un denario, quiero verlo’. A los hipócritas, Jesús siempre les responde con la realidad. La realidad es esta, que es lo contrario a la hipocresía o a la ideología. Y el Señor, con sabiduría, les muestra la realidad: ‘Dad al César lo que es del César –porque la realidad es que el denario tenía grabado el rostro del César– y a Dios lo que es de Dios”.
El Pontífice continuó explicando los elementos que caracterizan al hipócrita. “El lenguaje de la hipocresía es el lenguaje del engaño, es el mismo lenguaje de la serpiente que engañó a Eva”. “Desgarra la personalidad y el alma de una persona. Mata la comunidad. Cuando hay un hipócrita en la comunidad, hay un peligro muy grande”, advirtió.
En contra, animó a que “vuestro lenguaje sea ‘sí, sí’, o ‘no, no’. Lo superfluo procede del maligno”. Francisco lamentó el mal que hace la hipocresía a la Iglesia y pidió a los cristianos estar alerta ante “aquellos que caen en esa actitud pecaminosa que mata”.
“El hipócrita es capaz de destruir una comunidad. Está hablando dulcemente, y al mismo tiempo está juzgando brutalmente a una persona. El hipócrita es un asesino. Su lenguaje es el mismo lenguaje del diablo que propaga esa lengua bífida en la comunidad para destruirla”.
El Santo Padre finalizó la homilía aconsejando cómo responder al hipócrita: “cuando comience con la adulación se le responde con la realidad. Que no venga con esas historias, la realidad es esta. Lo mismo cuando vienen con la ideología: la realidad es esta”.
Lectura comentada por el Papa Francisco:
Marcos 12:13-17
13 Y envían donde él algunos fariseos y herodianos, para cazarle en alguna palabra.
14 Vienen y le dicen: «Maestro, sabemos que eres veraz y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas, sino que enseñas con franqueza el camino de Dios: ¿Es lícito pagar tributo al César o no? ¿Pagamos o dejamos de pagar?»
15 Mas él, dándose cuenta de su hipocresía, les dijo: «¿Por qué me tentáis? Traedme un denario, que lo vea.»
16 Se lo trajeron y les dice: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?» Ellos le dijeron: «Del César.»
17 Jesús les dijo: «Lo del César, devolvédselo al César, y lo de Dios, a Dios.» Y se maravillaban de él.
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa
En la homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco detalló las tres dimensiones que caracterizan la vida de San Pablo: “predicación, persecución y oración”.
En su misión evangelizadora, San Pablo mostró tres actitudes, señaló el Santo Padre: “Celo apostólico para anunciar a Jesucristo, la resistencia ante las persecuciones, y la oración para encontrarse con el Señor y para dejarse encontrar por el Señor”.
“La vida del Apóstol Pablo es una vida siempre en movimiento. Es difícil pensar en Pablo tomando el sol en una playa, relajándose”, observó el Pontífice.
1. La predicación
La primera actitud que podemos observar en Pablo es “la predicación, el anuncio”. Pablo, explicó el Papa, “va de un lado a otro para anunciar a Cristo. Cuando recibe la llamada para predicar, para anunciar a Jesucristo, esa misión ¡se convierte en su pasión!”.
San Pablo “no se sienta delante del escritorio, no. Siempre permanece en movimiento. Siempre lleva adelante el anuncio de Jesucristo. Tenía dentro un fuego, un celo…, un celo apostólico que le empujaba a continuar. Y no se apartaba de su camino. Siempre adelante”.
2. Las persecuciones
La segunda dimensión de la vida de Pablo son “las dificultades. Más en concreto, las persecuciones”.
Francisco puso un ejemplo de cómo el apóstol hacía frente a esas dificultades. En un momento dado, fariseos y saduceos se unieron para acusar a San Pablo. Pero entonces, “el Espíritu inspiró a Pablo un poco de astucia”.
Pablo “sabía que los que le acusaban no estaban unidos, que entre ellos había muchas luchas internas. Sabía que los saduceos no creían en la Resurrección y que los fariseos sí. Y él, para escapar de esa situación, dice con voz potente: ‘Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos. He sido sometido a juicio por la esperanza en la resurrección de los muertos’”.
“Apenas dijo esto, se desarrolló una disputa entre los fariseos y los saduceos, porque los saduceos no creían en la resurrección. Aquellos que aparentaban unidad, se dividieron”.
El problema de estos fariseos y saduceos, indicó Francisco, es que “habían convertido la doctrina en ideología. Cogieron la ley, cogieron la doctrina, cogieron la fe y la transformaron en ideología”.
3. La oración
La tercera dimensión de la predicación de San Pablo, según el Obispo de Roma, es “la oración. Pablo tenía una intimidad con el Señor”.
“En una ocasión –destacó el Papa– dijo que había sido llevado al séptimo cielo por medio de la oración, y no sabía cómo decir las cosas bellas que había sentido allí. Este luchador, este anunciador sin fin ni horizonte tenía aquella dimensión mística del encuentro con Jesús”.
“La fuerza de Pablo era ese encuentro con el Señor que hacía en la oración, como en aquel primer encuentro camino de Damasco cuando andaba persiguiendo a los cristianos. Pablo es el hombre que encontró al Señor, y no se olvida de aquello, y se deja encontrar por el Señor, y busca al Señor para encontrarlo. Un hombre de oración”, finalizó Francisco.
Lectura comentada por el Papa Francisco:
Hechos 22:30; 23:6-11
30 Al día siguiente, queriendo averiguar con certeza de qué le acusaban los judíos, le sacó de la cárcel y mandó que se reunieran los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín; hizo bajar a Pablo y le puso ante ellos.
6 Pablo, dándose cuenta de que una parte eran saduceos y la otra fariseos, gritó en medio del Sanedrín: «Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos; por esperar la resurrección de los muertos se me juzga.»
7 Al decir él esto, se produjo un altercado entre fariseos y saduceos y la asamblea se dividió.
8 Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; mientras que los fariseos profesan todo eso.
9 Se levantó, pues, un gran griterío. Se pusieron en pie algunos escribas del partido de los fariseos y se oponían diciendo: «Nosotros no hallamos nada malo en este hombre. ¿Y si acaso le habló algún espíritu o un ángel?»
10 Como el altercado iba creciendo, temió el tribuno que Pablo fuese despedazado por ellos y mandó a la tropa que bajase, que le arrancase de entre ellos y le llevase al cuartel.
11 A la noche siguiente se le apareció el Señor y le dijo: «¡Animo!, pues como has dado testimonio de mí en Jerusalén, así debes darlo también en Roma.»
(nota tomada de Aci Prensa)
En un cierto momento de la vida, cualquier Obispo debe “despedirse”, como San Pablo enseña a la Iglesia de Éfeso en una de las lecturas de la liturgia del día y que el Papa Francisco comentó en la homilía en Santa Marta.
El Santo Padre habló de las actitudes que debe tener todo pastor e invitó a todos a no sentirse el centro de la historia y a seguir al Espíritu Santo allá donde quiera.
“Todos los obispos debemos despedirnos. Llega un momento en el que el Señor nos dice: ‘ve a otro sitio, ve allí, ven aquí, ven conmigo’. Y uno de los pasos que debe dar un pastor es también prepararse para irse bien, no irse a la mitad. El pastor que no aprende a despedirse es porque tiene algún lazo de unión no bueno con la grey, una unión que no está purificada por la Cruz de Jesús”.
El Pontífice explicó que San Pablo da una serie de “consejos” a los presbíteros de Éfeso y aprovechó para recordar las “3 actitudes” del apóstol.
“No es un acto de vanidad” porque “él dice que es el peor de los pecadores, lo sabe y lo dice”, pero simplemente “cuenta su historia”. “Y “una de las cosas que dará mucha paz al pastor cuando se despida es acordarse de que nunca ha sido un pastor de compromisos”, es decir, “que no ha guiado a la Iglesia con los compromisos. No se ha echado para atrás”. “Y se necesita coraje para esto”, afirmó.
La segunda actitud es abandonarse al Espíritu Santo, como San Pablo que “forzado por el Espíritu Santo” fue a Jerusalén. “El pastor sabe que está en camino”: “mientras conducía a la Iglesia estaba con la actitud de no comprometerse; ahora el Espíritu le pide ponerse en camino, sin saber qué ocurrirá.
“‘¿Ahora quiere Dios que yo me vaya? Me voy sin saber qué me sucederá. Solo se –el Espíritu le había hecho saber eso– que el Espíritu Santo de ciudad en ciudad da testimonio de que me esperan cadenas y tribulaciones’. Eso lo sabía. ‘No me jubilo. Voy a otra parte a servir a otras Iglesias’. Siempre con el corazón abierto a la voluntad de Dios: ‘dejo esto, veré que me pide el Señor’. Y ese pastor sin compromisos es ahora un pastor en camino”.
Por último, Francisco comentó las palabras de San Pablo: “No considero mi vida digna de estima” porque “no es el centro de la historia, de la historia grande o de la historia pequeña”, sino que es “un servidor”.
El Papa citó un dicho popular que dice: “Como se vive, se muere; como se vive uno se despide”. Y San Pablo se despide con una “libertad sin compromisos”. “Así se despide un pastor”, subrayó.
“Con este ejemplo tan hermoso oremos por los pastores, por nuestros pastores, por los párrocos, por los obispos, por el Papa, para que su vida sea una vida sin compromisos, una vida en camino, y una vida donde no se crean que están en el centro de la historia y así aprendan a despedirse. Oremos por nuestros pastores”.
Lectura comentada por el Papa Francisco:
Primera lectura
Hechos 20:17-27
17 Desde Mileto envió a llamar a los presbíteros de la Iglesia de Efeso.
18 Cuando llegaron donde él, les dijo: «Vosotros sabéis cómo me comporté siempre con vosotros, desde el primer día que entré en Asia,
19 sirviendo al Señor con toda humildad y lágrimas y con las pruebas que me vinieron por las asechanzas de los judíos;
20 cómo no me acobardé cuando en algo podía seros útil; os predicaba y enseñaba en público y por las casas,
21 dando testimonio tanto a judíos como a griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en nuestro Señor Jesús.
22 «Mirad que ahora yo, encadenado en el espíritu, me dirijo a Jerusalén, sin saber lo que allí me sucederá;
23 solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones.
24 Pero yo no considero mi vida digna de estima, con tal que termine mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido del Señor Jesús, de dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios.
25 «Y ahora yo sé que ya no volveréis a ver mi rostro ninguno de vosotros, entre quienes pasé predicando el Reino.
26 Por esto os testifico en el día de hoy que yo estoy limpio de la sangre de todos,
27 pues no me acobardé de anunciaros todo el designio de Dios.
El Papa Francisco dedicó la homilía de la Misa en la capilla de la residencia Santa Marta a hablar del Espíritu Santo, por lo que invitó a escucharle para saber qué es lo bueno y qué es lo malo.
Francisco comentó la Primera lectura del día y recordó que la comunidad de Éfeso “era gente buena, gente de fe” pero no conocía el don del Espíritu Santo.
“¿Soy capaz de escuchar al Espíritu Santo?; ¿soy capaz de pedir inspiración antes de tomar una decisión o de decir una palabra o hacer algo?; ¿mi corazón está tranquilo, sin emociones, es un corazón fijo?”, se preguntó.
“Hay algunos corazones, si hiciésemos un electrocardiograma espiritual el resultado sería lineal, que no tienen emociones. También en los evangelios están estos, pensemos en los doctores de la ley: eran creyentes en Dios, sabían todos los mandamientos, pero su corazón estaba cerrado, parado, no se dejaban inquietar”.
A este punto, el Papa invitó a “dejarse preocupar por el Espíritu Santo: ‘He sentido esto… pero Padre, ¿eso es sentimentalismo?’. ‘No, puede ser, pero no. Si vas por el camino correcto no es sentimentalismo’. ‘He sentido el deseo de hacer esto, de ir a visitar a ese enfermo o de cambiar de vida y dejar esto…’. Sentir y discernir: discernir aquello que siente mi corazón, porque el Espíritu Santo es el maestro del discernimiento”.
“Una persona que no tiene estos movimientos en el corazón, que no discierne qué sucede, es una persona que tiene una fe fría, una fe ideológica. Su fe es una ideología”, añadió el Papa.
“¿Pido que me guíe por el camino que debo escoger en mi vida y también todos los días?, ¿pido que me de la gracia de distinguir lo bueno de lo menos bueno? Porque lo bueno de lo malo se distingue rápido. Pero existe ese mal escondido que es el menos bueno, pero esconde el mal. ¿Pido esta gracia? Estas preguntas querría sembrarlas hoy en vuestro corazón”, afirmó.
“Pidamos también nosotros la gracia de escuchar lo que el Espíritu dice a nuestra Iglesia, a nuestra comunidad, a nuestra parroquia, a nuestra familia y a cada uno de nosotros, la gracia de aprender este lenguaje de escuchar al Espíritu Santo”.
Lectura comentada por el Papa:
Primera lectura
Hechos 19:1-8
1 Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó las regiones altas y llegó a Efeso donde encontró algunos discípulos;
2 les preguntó: «¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando abrazasteis la fe?» Ellos contestaron: «Pero si nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo.»
3 El replicó: «¿Pues qué bautismo habéis recibido?» - «El bautismo de Juan», respondieron.
4 Pablo añadió: «Juan bautizó con un bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyesen en el que había de venir después de él, o sea en Jesús.»
5 Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús.
6 Y, habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar.
7 Eran en total unos doce hombres.
8 Entró en la sinagoga y durante tres meses hablaba con valentía, discutiendo acerca del Reino de Dios e intentando convencerles.
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
El Papa Francisco advirtió, en la homilía de la Misa celebrada este viernes en la Casa Santa Marta, en el Vaticano, que no sirve de nada dar testimonio de Jesús si luego se vive como un pagano. Por ello, pidió a los cristianos que sean coherentes.
El Santo Padre señaló tres palabras que son como puntos de referencia en el camino cristiano. La primera palabra es la “memoria”. “Para ser un buen cristiano es necesario siempre tener memoria del primer encuentro con Jesús o de los sucesivos encuentros”.
El Papa citó el mandato de Jesús resucitado a los discípulos de ir a Galilea, donde se produjo el primer encuentro con el Señor. “Cada uno de nosotros tiene su propia Galilea”, aseguró el Pontífice.
La segunda palabra, o punto de referencia para todo cristiano, señalado por Francisco, es la “oración”. La oración es la vía para entrar en comunicación con el Señor, aseguró. “Físicamente, el Señor se alejó, pero permanece siempre conectado con nosotros para interceder por nosotros. Hace ver al Padre las heridas, el precio pagado por nosotros, por nuestra salvación. Debemos pedir la gracia de contemplar el cielo, la gracia de la oración, la relación con Jesús en la oración en este momento de escucha”.
“Después hay un tercer punto de referencia –continuó el Papa–: el mundo, la misión. Jesús, antes de irse, dice a los discípulos: ‘Id al mundo entero y anunciad el Evangelio’. Ir: el lugar del cristiano es el mundo para anunciar la Palabra de Jesús, para decir que hemos sido salvados, que Él ha venido para dar la gracia, para llevarnos a todos con Él ante el Padre”.
Según explicó Francisco, “un cristiano debe moverse en estas tres dimensiones y pedir la gracia de la memoria: ‘Que no me olvide del momento en el que Tú me elegiste, que no me olvide del momento en el que nos encontramos’. Eso es lo que hay que decirle al Señor”.
“Después, rezar, mirar al Cielo porque Él está para interceder, allí. Él intercede por nosotros. Y por último, ir en misión: no quiere decir que todos debamos ir al extranjero, sino hacer la misión y dar testimonio del Evangelio, y hacer saber a la gente cómo es Jesús”.
En este sentido, subrayó la importancia de la coherencia de vida cristiana: “Esa misión debe hacerse con el testimonio y con la Palabra, porque si yo explico cómo es Jesús, y cómo es la vida cristiana, y luego vivo como un pagano, entonces no sirve de nada. La misión no funciona”.
Vivir según esos tres ejes de vida cristiana, aseguró el Santo Padre, proporciona la alegría que busca toda persona. Para explicarlo, se remitió a esta frase del Evangelio: “Ese día, el día en que viváis así la vida cristiana, lo sabréis todo y nadie os podrá quitar vuestra alegría”.
“Nadie –aseguró el Papa–, porque entonces tendréis la memoria del encuentro con Jesús, la certeza de que Jesús está en el cielo y que intercede por nosotros en este mismo momento. Entonces tendré el coraje de rezar y de decir a los demás, de dar testimonio con la vida, de que el Señor ha resucitado, que está vivo”.
“Memoria, oración y misión”, concluyó el Obispo de Roma: “Que el Señor nos de la gracia de comprender esta topografía de la vida cristiana y de andar adelante con alegría, con esa alegría que nadie podrá quitarnos”.
(Publicado originalmente por Aci Prensa)
En sus saludos a los peregrinos presentes en la audiencia general de este miércoles, el Papa Francisco recordó que hoy 24 de mayo se celebra a María Auxiliadora, e hizo votos para que confiemos nuestra vida a ella, especialmente en los momentos difíciles.
Dirigiéndose a los peregrinos polacos, el Santo Padre afirmó que “todo hombre, en los momentos difíciles de la vida, se siente perdido y no sabe qué cosa hacer. Necesitamos el apoyo de alguno, de una ayuda y de un consejo, sobre todo en el campo espiritual”.
“La memoria de la Virgen María Auxiliadora, que recordamos hoy, nos hace conscientes de la grandeza del don de la protección de la Madre del Hijo de Dios sobre cada uno de nosotros. Por eso confiamos a ella nuestra vida”.
“En las dudas invocamos con frecuencia su protección. Que María Auxiliadora interceda por nosotros”, concluyó.
En su visita apostólica a Turín en 2015 por los 200 años del nacimiento del fundador de los salesianos, San Juan Bosco, el Santo Padre contó que durante su infancia fue educado en un colegio salesiano y aprendió a amar a María Auxiliadora:
“Yo allí aprendí a amar a la Virgen, los salesianos me formaron en la belleza, en el trabajo, y esto creo que es un carisma suyo, me formaron en la afectividad y esto era una característica de Don Bosco”, aseguró.
(Publicado originalmente por Aci Prensa)
El Papa Francisco invitó en la Misa matutina en Santa Marta a pasar de una vida tibia a una vida plena en la que se anuncie el Evangelio con alegría.
Francisco explicó que en la Biblia cuando un pueblo servía a la mundanidad Dios les mandaba profetas que eran perseguidos porque “incomodaban”, como lo fue San Pablo.
“En la Iglesia, cuando alguno denuncia tantos modos de mundanidad es mirado con malos ojos y esto no va, mejor que se alejen. Recuerdo que en mi tierra muchos, muchos hombres y mujeres, consagrados y buenos, no ideológicos, decían: ‘No, la Iglesia de Jesús es así…’. ¡Estos comunistas fuera!’, y los echaban. Los perseguían. Pensemos en el beato Romero. Lo que le ocurrió por decir la verdad. Y a muchos, muchos en la historia de la Iglesia, también aquí en Europa. Porque el espíritu malvado prefiere una Iglesia tranquila sin riesgos, una Iglesia de los negocios, una Iglesia cómoda en la comodidad del calor, tibia”.
“Cuando la Iglesia es tibia, está tranquila, toda organizada, no hay problemas, mirad donde están los negocios, advirtió”.
Pero además del “dinero” el Papa habló de la “alegría”. “Este es el camino de nuestra conversión diaria: pasar de un estado de vida mundano, tranquilo sin riesgos, católico, sí, pero así, tibio, a un estado de vida del verdadero anuncio de Jesucristo, a la alegría del anuncio de Cristo”.
“Pasar de una religiosidad que mira demasiado a las ganancias a otra que mire a la fe y proclame que Jesús es el Señor”, pidió.
El Pontífice también aseguró que “una Iglesia sin mártires no da confianza”. “Una Iglesia que no se arriesga da desconfianza; una Iglesia que tiene miedo de anunciar a Jesucristo y echar a los demonios, a los ídolos, a los otros señores que son el dinero y que no es la Iglesia de Jesús”.
“En la oración hemos pedido la gracia y también hemos dado gracias al Señor por la renovada juventud que nos da con Jesús y hemos pedido la gracia de que Él conserve esta renovada juventud. Esta Iglesia de los Filipenses fue renovada y se convirtió en una Iglesia joven. Que todos nosotros tengamos esto: una juventud renovada, una conversión de un modo de vivir tibio al anuncio gozoso de que Jesús es el Señor”, concluyó.
(Nota publicada originalemte por Aci Prensa)
Durante la homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta este lunes, el Papa Francisco propuso una oración para que los cristianos pidan a Dios que les ayude a tener un corazón abierto a los dones del Espíritu Santo:
“Señor, ábreme el corazón para que pueda entender aquello que Tú nos has enseñado. Para que pueda recordar aquello que Tú nos has enseñado. Para que pueda recordar tus palabras. Para que pueda seguir tus palabras. Para que llegue a la verdad plena”.
El Santo Padre explicó que el Espíritu Santo “nos enseña a decir: ‘Jesús es el Señor’”. “Sin el Espíritu, ninguno de nosotros sería capaz de decirlo, de sentirlo, de vivirlo. Jesús, en otro fragmento de este largo discurso –recogido en el Evangelio de San Juan–, dice del Espíritu: ‘Os conducirá a la Verdad plena’, os acompañará hacia la Verdad plena. ‘Os hará recordar todas las cosas que he dicho; os lo enseñará todo’”.
“Por lo tanto, el Espíritu Santo es el acompañante en el camino de todo cristiano, también el acompañante en el camino de la Iglesia. Y este es el regalo que Jesús nos da”.
Para explicar dónde habita el Espíritu Santo, Francisco recurrió a la figura de Lidia, “comerciante de púrpura”, que aparece en la Lectura de los Hechos de los Apóstoles.
A Lidia, “el Señor le abrió el corazón para que entrase el Espíritu Santo y la hiciese discípulo. Por lo tanto, es justamente en el corazón donde debemos llevar al Espíritu Santo”.
“La Iglesia lo llama ‘el dulce habitante del corazón’: ahí es. Pero en un corazón cerrado no puede entrar. ‘Ah, ¿y dónde se compran las llaves para abrir el corazón?’. No: es también un regalo. Es un regalo de Dios. ‘Señor, ábreme el corazón para que entre el Espíritu y me haga comprender que Jesús es el Señor’”.
El Papa Francisco planteó dos preguntas implícitas en las lecturas del día. “La primera: ¿pido al Señor la Gracia de que mi corazón permanezca abierto? La segunda: ¿intento escuchar al Espíritu Santo, sus inspiraciones, las cosas que dice a mi corazón para que vaya adelante en la vida cristiana y que pueda dar testimonio de que Jesús es el Señor?”
“Pensad hoy en estas dos cosas: ¿Mi corazón está abierto y hago el esfuerzo de escuchar al Espíritu Santo, de escuchar lo que me dice?”.
Si es así, “iremos adelante en la vida cristiana y daremos testimonio de Jesucristo”, concluyó.
Evangelio comentado por el Papa Francisco:
Juan 15:26--16:4
26 Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí.
27 Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio.
1 Os he dicho esto para que no os escandalicéis.
2 Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios.
3 Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí.
4 Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho. «No os dije esto desde el principio porque estaba yo con vosotros.
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
El Papa Francisco estableció la diferencia entre la doctrina de la Iglesia y la ideología: “La doctrina une, los Concilios unen a la comunidad cristiana, mientras que la ideología divide”.
En su homilía de la Misa en Casa Santa Marta celebrada este viernes, el Santo Padre advirtió contra aquellos que transforman la doctrina en ideología y “se dedican a turbar a la comunidad cristiana con discursos que trastornan el alma”.
“Siempre hay gente que dice: ‘Eh, no. Eso que ha dicho ese es herético, aquello no se puede decir, aquello no, la doctrina de la Iglesia es esta…’. Son fanáticos de cosas que no están claras, como esos fanáticos que sembraban la cizaña para dividir a la comunidad cristiana”.
El Pontífice identificó el problema cuando “la doctrina de la Iglesia, aquella que viene del Evangelio, aquella que inspira el Espíritu Santo, se convierte en ideología. Ese es el gran error de esa gente”.
En este sentido, aseguró que aquellos que transforman la doctrina en ideología “no son creyentes”. No es lo mismo “ser creyente que estar ideologizado”, indicó el Pontífice.
Para ejemplificar esta diferencia, Francisco reflexionó sobre el fragmento de los Hechos de los Apóstoles, leído en la Primera Lectura, para señalar que en las primeras comunidades cristianas “tenían celos y luchas de poder. Algunos astutos querían ganar y comprar poder”.
En el texto de los Hechos de los Apóstoles se habla de dos grupos de personas que participaban en fuertes discusiones: “El grupo de los apóstoles, que quería discutir el problema, y los otros que iban y creaban problemas, dividían, dividían a la Iglesia y decían que aquello que predicaban los apóstoles no era lo que Jesús había dicho, que no era la verdad”.
Ante esta hostilidad, la actitud de los apóstoles es hablar para llegar a un acuerdo, “pero no es un acuerdo político –matizó el Papa–, es la inspiración del Espíritu Santo la que les lleva a decir: nada de estas cosas, nada de exigencias. Solo piden esto: no comáis carne durante ese tiempo, la carne sacrificada a los ídolos porque eso significa hacer comunión con los ídolos, abstenerse de la sangre, de los animales estrangulados y de las uniones ilegítimas”.
La ideología de aquellos que sembraban discordia “cierra el corazón a las obras del Espíritu Santo”. Por el contrario, los apóstoles no estaban ideologizados, “tenían el corazón abierto a aquello que el Espíritu les indicaba”.
Por lo tanto, “siempre ha habido problemas. Somos humanos, somos pecadores”. Ese rasgo que caracteriza a todas las personas, el ser pecadores, “debe llevarnos a la humildad, a acercarnos al Señor como salvador de nuestros pecados”.
El Papa concluyó insistiendo en que “la Iglesia tiene su propio magisterio, el magisterio del Papa, de los Obispos, de los Concilios”. Ese magisterio debe ir por el camino “que marcó Jesús en su predicación, y de la enseñanza del Espíritu Santo”. “La doctrina une, los Concilios unen a la comunidad cristiana, mientras que la ideología divide”.
(Tomado originalmente de Aci Prensa)
El Papa Francisco continuó reflexionando sobre la esperanza y sobre el misterio pascual en su catequesis de la Audiencia General del miércoles en la Plaza de San Pedro.
El Pontífice destacó cómo se transforma la tristeza de María Magdalena en una alegría infinita cuando Jesús resucitado la llama por su nombre. En ese momento, María Magdalena, que no era capaz de comprender la Resurrección, es la primera en conocer el evento más importante de la historia.
“Y Jesús la llama: «¡María!»: la revolución de su vida, la revolución destinada a transformar la existencia de todo hombre y de toda mujer, comienza con un nombre que resuena en el jardín del sepulcro vació. Los Evangelios nos describen la felicidad de María: la resurrección de Jesús no es una alegría dada con cuentagotas, sino una cascada que arrolla toda la vida”.
A continuación, el texto completo de la catequesis del Papa Francisco:
«Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
En estas semanas, nuestra reflexión se mueve, por decir así, en la órbita del misterio pascual. Hoy, encontramos a aquella que, según los Evangelios, fue la primera en ver a Jesús Resucitado: María Magdalena. Acababa de terminar el descanso del sábado. El día de la pasión no había habido tiempo para completar los ritos fúnebres; por ello, en ese amanecer lleno de tristeza, las mujeres van a la tumba de Jesús, con los ungüentos perfumados.
La primera que llega es ella: María de Magdala, una de las discípulas que habían acompañado a Jesús desde Galilea, poniéndose al servicio de la Iglesia naciente. En su camino hacia el sepulcro, se refleja la fidelidad de tantas mujeres, que durante años acuden con devoción a los cementerios, recordando a alguien que ya no está. Los lazos más auténticos no se quiebran ni siquiera con la muerte: hay quien sigue amando, aunque la persona amada se haya ido para siempre.
El Evangelio (cfr Jn 20, 1-2-11-18) describe a la Magdalena subrayando enseguida que no era una mujer que se entusiasmaba con facilidad. En efecto, después de la primera visita al sepulcro, vuelve desilusionada al lugar donde los discípulos se escondían; refiere que la piedra ha sido movida de la entrada del sepulcro y su primera hipótesis es la más sencilla que se pueda formular: alguien debe haberse llevado el cuerpo de Jesús.
Así, el primer anuncio que María lleva no es el de la resurrección, sino el de un robo que algunos desconocidos han perpetrado, mientras toda Jerusalén dormía.
Luego, los Evangelios cuentan otra ida de la Magdalena al sepulcro de Jesús. Era una testaruda ésta, ¿eh? Fue, volvió… y no, no se convencía…Esta vez su paso es lento, muy pesado. María sufre doblemente: ante todo por la muerte de Jesús, y luego por la inexplicable desaparición de su cuerpo.
Es mientras está inclinada cerca de la tumba, con los ojos llenos de lágrimas, cuando Dios la sorprende de la manera más inesperada. El evangelista Juan subraya cuán persistente es su ceguera: no se da cuenta de la presencia de los dos ángeles que la interrogan y ni siquiera sospecha viendo al hombre a sus espaldas, creyendo que era el guardián del jardín. Y, sin embargo, descubre el acontecimiento más sobrecogedor de la historia humana cuando finalmente es llamada por su nombre: ¡«María!» (v. 16)
¡Qué lindo es pensar que la primera aparición del Resucitado – según los evangelios - fue de una forma tan personal! Que hay alguien que nos conoce, que ve nuestro sufrimiento y desilusión, que se conmueve por nosotros, y nos llama por nuestro nombre.
Es una ley que encontramos grabada en muchas páginas del Evangelio. Alrededor de Jesús hay tantas personas que buscan a Dios; pero la realidad más prodigiosa es que, mucho antes, es ante todo Dios el que se preocupa por nuestra vida, que quiere volverla a levantar, y para hacer esto nos llama por nuestro nombre, reconociendo el rostro personal de cada uno.
Cada hombre es una historia de amor que Dios escribe en esta tierra. Cada uno de nosotros es una historia de amor de Dios. A cada uno de nosotros, Dios nos llama por nuestro nombre: nos conoce por nombre, nos mira, nos espera, nos perdona, tiene paciencia con nosotros. ¿Es verdad o no es verdad? Cada uno de nosotros tiene esta experiencia.
Y Jesús la llama: «¡María!»: la revolución de su vida, la revolución destinada a transformar la existencia de todo hombre y de toda mujer, comienza con un nombre que resuena en el jardín del sepulcro vació. Los Evangelios nos describen la felicidad de María: la resurrección de Jesús no es una alegría dada con cuentagotas, sino una cascada que arrolla toda la vida.
La existencia cristiana no está entretejida con felicidades blandas, sino con oleadas que lo arrollan todo. Intenten pensar también ustedes, en este instante, con el bagaje de desilusiones y derrotas que cada uno de nosotros lleva en el corazón, que hay un Dios cercano a nosotros, que nos llama por nuestro nombre y nos dice: «¡Levántate, deja de llorar, porque he venido a liberarte!». Esto es muy bello.
Jesús no es uno que se adapta al mundo, tolerando que perduren la muerte, la tristeza, el odio, la destrucción moral de las personas… Nuestro Dios no es inerte, sino que nuestro Dios – me permito la palabra – es un soñador: sueña la transformación del mundo y la ha realizado en el misterio de la Resurrección.
María quisiera abrazar a su Señor, pero Él ya está orientado hacia el Padre celeste, mientras que ella es enviada a llevar el anuncio a los hermanos. Y así aquella mujer, que antes de encontrar a Jesús estaba en manos del maligno (cfr Lc 8,2), ahora se ha vuelto apóstol de la nueva y mayor esperanza.
Que su intercesión nos ayude a vivir también nosotros esa experiencia: en la hora del llanto, en la hora del abandono, escuchar a Jesús Resucitado que nos llama por nombre y, con el corazón lleno de alegría, ir a anunciar: «¡He visto al Señor!». ¡He cambiado vida porque he visto al Señor! Ahora soy diferente a como era antes, soy otra persona. He cambiado porque he visto al Señor. Ésta es nuestra fortaleza y ésta es nuestra esperanza. Gracias».
(Tomado por Aci Prensa)
En la homilía de la Misa que celebró a primera hora de la mañana, el Papa Francisco explicó el significado de la paz de Dios, aseguró que para llegar a ella hay que pasar por tribulaciones y por la Cruz y denunció que el mundo esto lo quiere ocultar.
“La paz que nos ofrece el mundo es una paz sin tribulaciones: nos ofrece una paz artificial”, aseguró. Es una paz “que solo mira sus propias cosas, sus propias seguridades, que no falte de nada” pero que provoca que uno esté “cerrado” y no vea “más allá”.
“El mundo nos enseña el camino de la paz con la anestesia: nos anestesia para no ver otra realidad de la vida: la cruz. Por eso Pablo dice que se debe entrar en el Reino del cielo en el camino con muchas tribulaciones”.
“¿Pero se puede tener paz en la tribulación?”, se preguntó. “Por nuestra parte no: nosotros no somos capaces de tener una paz que sea tranquilidad, una paz psicológica, una paz hecha por nosotros, porque las tribulaciones existen: un dolor, una enfermedad, una muerte…. existen. La paz que da Jesús es un regalo, es un don del Espíritu Santo”.
El Papa añadió: "y esta paz va en medio de las tribulaciones y va adelante. No es una especie de estoicismo, no. Es otra cosa”.
Francisco comentó que Jesús, después de donar la paz a sus discípulos, “les ofrece todo a la voluntad del Padre y sufre, pero no le falta el consuelo de Dios”. Y en el Huerto de los Olivos “aparece un ángel que le consuela”.
“La paz de Dios es una paz real, que va en la realidad de la vida, que no niega la vida: la vida es así. Existe el sufrimiento, hay enfermos, hay muchas cosas feas, existen las guerras… pero la paz de dentro, que es un regalo, no se pierde, sino que va adelante llevando la cruz y el sufrimiento”.
“Una paz sin cruz no es la paz de Jesús: es una paz que se puede comprar. Podemos fabricarla nosotros. Pero no es duradera, se acaba”, comentó.
El Papa afirmó que cuando uno se enfada dice “pierdo la paz”. Y cuando el corazón “se turba es porque no estoy abierto a la paz de Jesús” y no se es capaz “de llevar la vida como viene, con las cruces y los dolores que vienen”.
Para terminar, Francisco invitó a los fieles a pedir la gracia de “entrar en el Reino de Dios a través de las muchas tribulaciones. La gracia de la paz, de no perder esa paz interior”.
(Nota retoma de Aci Prensa)
El Salvador es la sede de la XXXVI Asamblea General Ordinaria del CELAM. En este evento están participando obispos de los 22 países que integran el CELAM, organismo de la iglesia de América latina y el Caribe. Pero también participan obispos de la conferencia Episcopal de la Iglesia Canadiense y obispos de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos. Además están presentes como invitados algunos delegados de la Conferencia de Religiosos de Latinoamérica CLAR.
La asamblea del CELAM inicio este día y finalizará el 12 de mayo.
La razón por la que se está realizando en El Salvador, esta importante asamblea, es porque este año se celebrará el centenario del natalicio del Beato Óscar Arnulfo Romero y el 150º aniversario de la creación de la arquidiócesis de San Salvador. Se suman a éstos eventos los 10 años de Aparecida, los 50 años del documento de Medellín y los 75 años de la fundación del Secretariado del Episcopado de Centroamérica.
Uno de los aspectos importantes de la Asamblea consiste en “fortalecer los lazos de comunión entre los Episcopados de Estados Unidos, Canadá y América Latina y el Caribe.
El último día de la XXVI Asamblea General Ordinaria del CELAM, se vivirá con densidad espiritual la CELEBRACION DEL CENTENARIO DEL NATALICIO DEL BEATO OSCAR ARNULFO ROMERO, quien fuera Beatificado en Nombre del Papa Francisco el 23 de mayo de 2015 en la plaza Salvador del Mundo de San Salvador.
La celebración de los 100 años del nacimiento de Monseñor Romero tendrá como centro la Celebración Eucarística que será presidida por Monseñor Luis Escobar Alas, Arzobispo de San Salvador, Presidente de la Conferencia Episcopal del Salvador y Presidente del SEDAC.
¡Oh Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.
¡Oh santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo! Yo os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en reparación de los ultrajes con que El es ofendido; y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón e intercesión del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pecadores.
Oración preparatoria
Oh santísima Virgen María, Reina del Rosario y Madre de misericordia, que te dignaste manifestar en Fátima la ternura de vuestro Inmaculado Corazón trayéndonos mensajes de salvación y de paz. Confiados en vuestra misericordia maternal y agradecidos a las bondades de vuestro amantísimo Corazón, venimos a vuestras plantas para rendiros el tributo de nuestra veneración y amor. Concédenos las gracias que necesitamos para cumplir fielmente vuestro mensaje de amor, y la que os pedimos en esta Novena, si ha de ser para mayor gloria de Dios, honra vuestra y provecho de nuestras almas. Así sea.
Oración de este día
¡Oh santísima Virgen María, Madre nuestra dulcísima!, que escogiste a los pastorcitos de Fátima para mostrar al mundo las ternuras de vuestro Corazón misericordioso, y les propusiste la devoción al mismo como el medio con el cual Dios quiere dar la paz al mundo, como el camino para llevar las almas a Dios, y como una prenda suprema de salvación. Haced, ¡oh Corazón de la más tierna de las madres!, que sepamos comprender vuestro mensaje de amor y de misericordia, que lo abracemos con filial adhesión y que lo practiquemos siempre con fervor; y así sea vuestro Corazón nuestro refugio, nuestro consuelo y el camino que nos conduzca al amor y a la unión con vuestro Hijo Jesús.
Oración final
¡Oh Dios, cuyo Unigénito, con su vida, muerte y resurrección, nos mereció el premio de la salvación eterna! Os suplicamos nos concedas que, meditando los misterios del santísimo rosario de la bienaventurada Virgen María, imitemos los ejemplos que nos enseñan y alcancemos el premio que prometen. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
(Publicado originalmente por Aci Prensa)
Ofrecimiento para todos los días
¡Oh Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.
¡Oh santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo! Yo os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en reparación de los ultrajes con que El es ofendido; y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón e intercesión del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pecadores.
Oración preparatoria
Oh santísima Virgen María, Reina del Rosario y Madre de misericordia, que te dignaste manifestar en Fátima la ternura de vuestro Inmaculado Corazón trayéndonos mensajes de salvación y de paz. Confiados en vuestra misericordia maternal y agradecidos a las bondades de vuestro amantísimo Corazón, venimos a vuestras plantas para rendiros el tributo de nuestra veneración y amor. Concédenos las gracias que necesitamos para cumplir fielmente vuestro mensaje de amor, y la que os pedimos en esta Novena, si ha de ser para mayor gloria de Dios, honra vuestra y provecho de nuestras almas. Así sea.
Oración de este día
¡Oh santísima Virgen María!, que en vuestra última aparición te diste a conocer como la Reina del Santísimo Rosario, y en todas ellas recomendaste el rezo de esta devoción como el remedio más seguro y eficaz para todos los males y calamidades que nos afligen, tanto del alma como del cuerpo, así públicas como privadas. Infundid en nuestras almas una profunda estima de los misterios de nuestra Redención que se conmemoran en el rezo del Rosario, para así vivir siempre de sus frutos. Concédenos la gracia de ser siempre fieles a la práctica de rezarlo diariamente para honraros a Vos, acompañando vuestros gozos, dolores y glorias, y así merecer vuestra maternal protección y asistencia en todos los momentos de la vida, pero especialmente en la hora de la muerte.
Oración final
¡Oh Dios, cuyo Unigénito, con su vida, muerte y resurrección, nos mereció el premio de la salvación eterna! Os suplicamos nos concedas que, meditando los misterios del santísimo rosario de la bienaventurada Virgen María, imitemos los ejemplos que nos enseñan y alcancemos el premio que prometen. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
(Publicado originalmente por Aci Prensa)
Ofrecimiento para todos los días
¡Oh Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.
¡Oh santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo! Yo os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en reparación de los ultrajes con que El es ofendido; y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón e intercesión del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pecadores.
Oración preparatoria
Oh santísima Virgen María, Reina del Rosario y Madre de misericordia, que te dignaste manifestar en Fátima la ternura de vuestro Inmaculado Corazón trayéndonos mensajes de salvación y de paz. Confiados en vuestra misericordia maternal y agradecidos a las bondades de vuestro amantísimo Corazón, venimos a vuestras plantas para rendiros el tributo de nuestra veneración y amor. Concédenos las gracias que necesitamos para cumplir fielmente vuestro mensaje de amor, y la que os pedimos en esta Novena, si ha de ser para mayor gloria de Dios, honra vuestra y provecho de nuestras almas. Así sea.
Oración de este día
¡Oh santísima Virgen María, Reina del purgatorio!, que enseñaste a los pastorcitos de Fátima a rogar a Dios por las almas del purgatorio, especialmente por las más abandonadas. Encomendamos a la inagotable ternura de vuestro maternal Corazón todas las almas que padecen en aquel lugar de purificación, en particular las de todos nuestros allegados y familiares y las más abandonadas y necesitadas; alíviales sus penas y llévalas pronto a la región de la luz y de la paz, para cantar allí perpetuamente vuestras misericordias.
Oración final
¡Oh Dios, cuyo Unigénito, con su vida, muerte y resurrección, nos mereció el premio de la salvación eterna! Os suplicamos nos concedas que, meditando los misterios del santísimo rosario de la bienaventurada Virgen María, imitemos los ejemplos que nos enseñan y alcancemos el premio que prometen. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
(Publicado originalmente por Aci Prensa)
Ofrecimiento para todos los días
¡Oh Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.
¡Oh santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo! Yo os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en reparación de los ultrajes con que El es ofendido; y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón e intercesión del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pecadores.
Oración preparatoria
Oh santísima Virgen María, Reina del Rosario y Madre de misericordia, que te dignaste manifestar en Fátima la ternura de vuestro Inmaculado Corazón trayéndonos mensajes de salvación y de paz. Confiados en vuestra misericordia maternal y agradecidos a las bondades de vuestro amantísimo Corazón, venimos a vuestras plantas para rendiros el tributo de nuestra veneración y amor. Concédenos las gracias que necesitamos para cumplir fielmente vuestro mensaje de amor, y la que os pedimos en esta Novena, si ha de ser para mayor gloria de Dios, honra vuestra y provecho de nuestras almas. Así sea.
Oración de este día
¡Oh santísima Virgen María, refugio de los pecadores!, que enseñaste a los pastorcitos de Fátima a rogar incesantemente al Señor para que esos desgraciados no caigan en las penas eternas del infierno, y que manifestaste a uno de los tres que los pecados de la carne son los que más almas arrastran a aquellas terribles llamas. Infundid en nuestras almas un gran horror al pecado y el temor santo de la justicia divina, y al mismo tiempo despertad en ellas la compasión por la suerte de los pobres pecadores y un santo celo para trabajar con nuestras oraciones, ejemplos y palabras por su conversión.
Oración final
¡Oh Dios, cuyo Unigénito, con su vida, muerte y resurrección, nos mereció el premio de la salvación eterna! Os suplicamos nos concedas que, meditando los misterios del santísimo rosario de la bienaventurada Virgen María, imitemos los ejemplos que nos enseñan y alcancemos el premio que prometen. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
Ofrecimiento para todos los días
¡Oh Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.
¡Oh santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo! Yo os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en reparación de los ultrajes con que El es ofendido; y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón e intercesión del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pecadores.
Oración preparatoria
Oh santísima Virgen María, Reina del Rosario y Madre de misericordia, que te dignaste manifestar en Fátima la ternura de vuestro Inmaculado Corazón trayéndonos mensajes de salvación y de paz. Confiados en vuestra misericordia maternal y agradecidos a las bondades de vuestro amantísimo Corazón, venimos a vuestras plantas para rendiros el tributo de nuestra veneración y amor. Concédenos las gracias que necesitamos para cumplir fielmente vuestro mensaje de amor, y la que os pedimos en esta Novena, si ha de ser para mayor gloria de Dios, honra vuestra y provecho de nuestras almas. Así sea.
Oración de este día
¡Oh santísima Virgen María, salud de los enfermos y consoladora de los afligidos!, que movida por el ruego de los pastorcitos, obraste ya curaciones en vuestras apariciones en Fátima, y habéis convertido este lugar, santificado por vuestra presencia, en oficina de vuestras misericordias maternales en favor de todos los afligidos. A vuestro Corazón maternal acudimos llenos de filial confianza, mostrando las enfermedades de nuestras almas y las aflicciones y dolencias todas de nuestra vida. Echad sobre ellas una mirada de compasión y remediadlas con la ternura de vuestras manos, para que así podamos serviros y amaros con todo nuestro corazón y con todo nuestro ser.
Oración final
¡Oh Dios, cuyo Unigénito, con su vida, muerte y resurrección, nos mereció el premio de la salvación eterna! Os suplicamos nos concedas que, meditando los misterios del santísimo rosario de la bienaventurada Virgen María, imitemos los ejemplos que nos enseñan y alcancemos el premio que prometen. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
(Publicación retomada de Aci Prensa)
Ofrecimiento para todos los días
¡Oh Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.
¡Oh santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo! Yo os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en reparación de los ultrajes con que El es ofendido; y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón e intercesión del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pecadores.
Oración preparatoria
Oh santísima Virgen María, Reina del Rosario y Madre de misericordia, que te dignaste manifestar en Fátima la ternura de vuestro Inmaculado Corazón trayéndonos mensajes de salvación y de paz. Confiados en vuestra misericordia maternal y agradecidos a las bondades de vuestro amantísimo Corazón, venimos a vuestras plantas para rendiros el tributo de nuestra veneración y amor. Concédenos las gracias que necesitamos para cumplir fielmente vuestro mensaje de amor, y la que os pedimos en esta Novena, si ha de ser para mayor gloria de Dios, honra vuestra y provecho de nuestras almas. Así sea.
Oración de este día
¡Oh santísima Virgen María, Reina de la Iglesia!, que exhortaste a los pastorcitos de Fátima a rogar por el Papa, e infundiste en sus almas sencillas una gran veneración y amor hacia él, como Vicario de vuestro Hijo y su representante en la tierra. Infunde también a nosotros el espíritu de veneración y docilidad hacia la autoridad del Romano Pontífice, de adhesión inquebrantable a sus enseñanzas, y en él y con él un gran amor y respeto a todos los ministros de la santa Iglesia, por medio de los cuales participamos la vida de la gracia en los sacramentos.
Oración final
¡Oh Dios, cuyo Unigénito, con su vida, muerte y resurrección, nos mereció el premio de la salvación eterna! Os suplicamos nos concedas que, meditando los misterios del santísimo rosario de la bienaventurada Virgen María, imitemos los ejemplos que nos enseñan y alcancemos el premio que prometen. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Ofrecimiento para todos los días
¡Oh Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.
¡Oh santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo! Yo os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en reparación de los ultrajes con que El es ofendido; y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón e intercesión del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pecadores.
Oración preparatoria
Oh santísima Virgen María, Reina del Rosario y Madre de misericordia, que te dignaste manifestar en Fátima la ternura de vuestro Inmaculado Corazón trayéndonos mensajes de salvación y de paz. Confiados en vuestra misericordia maternal y agradecidos a las bondades de vuestro amantísimo Corazón, venimos a vuestras plantas para rendiros el tributo de nuestra veneración y amor. Concédenos las gracias que necesitamos para cumplir fielmente vuestro mensaje de amor, y la que os pedimos en esta Novena, si ha de ser para mayor gloria de Dios, honra vuestra y provecho de nuestras almas. Así sea.
Oración de este día
¡Oh santísima Virgen María, vaso insigne de devoción!, que te apareciste en Fátima teniendo pendiente de vuestras manos el santo Rosario, y que insistentemente repetías: «Orad, orad mucho», para alejar por medio de la oración los males que nos amenazan. Concédenos el don y el espíritu de oración, la gracia de ser fieles en el cumplimiento del gran precepto de orar, haciéndolo todos los días, para así poder observar bien los santos mandamientos, vencer las tentaciones y llegar al conocimiento y amor de Jesucristo en esta vida y a la unión feliz con Él en la otra.
Oración final
¡Oh Dios, cuyo Unigénito, con su vida, muerte y resurrección, nos mereció el premio de la salvación eterna! Os suplicamos nos concedas que, meditando los misterios del santísimo rosario de la bienaventurada Virgen María, imitemos los ejemplos que nos enseñan y alcancemos el premio que prometen. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén
(Publicada originalmente por Aci Prensa)
Ofrecimiento para todos los días
¡Oh Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.
¡Oh santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo! Yo os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en reparación de los ultrajes con que El es ofendido; y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón e intercesión del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pecadores.
Oración preparatoria
Oh santísima Virgen María, Reina del Rosario y Madre de misericordia, que te dignaste manifestar en Fátima la ternura de vuestro Inmaculado Corazón trayéndonos mensajes de salvación y de paz. Confiados en vuestra misericordia maternal y agradecidos a las bondades de vuestro amantísimo Corazón, venimos a vuestras plantas para rendiros el tributo de nuestra veneración y amor. Concédenos las gracias que necesitamos para cumplir fielmente vuestro mensaje de amor, y la que os pedimos en esta Novena, si ha de ser para mayor gloria de Dios, honra vuestra y provecho de nuestras almas. Así sea.
Oración de este día
¡Oh santísima Virgen María, Madre de la divina gracia, que vestida de nívea blancura te apareciste a unos pastorcitos sencillos e inocentes, enseñándonos así cuánto debemos amar y procurar la inocencia del alma, y que pediste por medio de ellos la enmienda de las costumbres y la santidad de una vida cristiana perfecta. Concédenos misericordiosamente la gracia de saber apreciar la dignidad de nuestra condición de cristianos y de llevar una vida en todo conforme a las promesas bautismales.
Oración final
¡Oh Dios, cuyo Unigénito, con su vida, muerte y resurrección, nos mereció el premio de la salvación eterna! Os suplicamos nos concedas que, meditando los misterios del santísimo rosario de la bienaventurada Virgen María, imitemos los ejemplos que nos enseñan y alcancemos el premio que prometen. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
Ofrecimiento para todos los días
¡Oh Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.
¡Oh santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo! Yo os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en reparación de los ultrajes con que El es ofendido; y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón e intercesión del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pecadores.
Oración preparatoria
Oh santísima Virgen María, Reina del Rosario y Madre de misericordia, que te dignaste manifestar en Fátima la ternura de vuestro Inmaculado Corazón trayéndonos mensajes de salvación y de paz. Confiados en vuestra misericordia maternal y agradecidos a las bondades de vuestro amantísimo Corazón, venimos a vuestras plantas para rendiros el tributo de nuestra veneración y amor. Concédenos las gracias que necesitamos para cumplir fielmente vuestro mensaje de amor, y la que os pedimos en esta Novena, si ha de ser para mayor gloria de Dios, honra vuestra y provecho de nuestras almas. Así sea.
Oración de este día
¡Oh santísima Virgen María, Madre de los pobres pecadores!, que apareciendo en Fátima, dejaste transparentar en vuestro rostro celestial una leve sombra de tristeza para indicar el dolor que os causan los pecados de los hombres y que con maternal compasión exhortaste a no afligir más a vuestro Hijo con la culpa y a reparar los pecados con la mortificación y la penitencia. Dadnos la gracia de un sincero dolor de los pecados cometidos y la resolución generosa de reparar con obras de penitencia y mortificación todas las ofensas que se infieren a vuestro Divino Hijo y a vuestro Corazón Inmaculado.
Oración final
¡Oh Dios, cuyo Unigénito, con su vida, muerte y resurrección, nos mereció el premio de la salvación eterna! Os suplicamos nos concedas que, meditando los misterios del santísimo rosario de la bienaventurada Virgen María, imitemos los ejemplos que nos enseñan y alcancemos el premio que prometen. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
(Nota retomada de Aci Prensa)
El Papa Francisco recibirá al Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, el miércoles 24 de mayo a las 8:30 a.m. en el Palacio Apostólico en el Vaticano, informó este jueves la Santa Sede.
Luego de su encuentro con el Pontífice, el mandatario estadounidense se reunirá con el Secretario de Estado Vaticano, Cardenal Pietro Parolin; quien estará acompañado por el Secretario para las Relaciones con los Estados, Mons. Paul Gallagher.
Este es el primer viaje al exterior de Trump como Presidente de Estados Unidos. La gira también incluye Arabia Saudita, Israel, así como Bélgica e Italia.
Trump visitará Bruselas (Bélgica) el 25 de mayo para la cumbre de la OTAN y el viernes 26 irá a Sicilia (Italia) para el encuentro del G7.
Desde que era candidato por el Partido Republicano, Trump y el Papa Francisco han tenido desacuerdos en temas como la inmigración y el deseo del Presidente de Estados Unidos de levantar un muro en la frontera con México.
El 18 de febrero de 2016, durante la conferencia de prensa realizada en el vuelo que llevó a Francisco de regreso a Roma, tras visitar México, el reportero de la agencia Reuters, Philip Pullella, pidió al Pontífice responder sobre la política migratoria propuesta por el entonces candidato Trump.
“Una persona que piensa solo en hacer muros, sea donde sea, y no hacer puentes, no es cristiano. Esto no está en Evangelio”, expresó el Santo Padre. Luego añadió que daría “el beneficio de la duda” al entonces candidato.
Por su parte, Trump acusó al gobierno de México de usar al Papa como un “peón” porque solo ha escuchado “una parte de la historia”. Además dijo que el Pontífice es "una persona muy política" que no entiende los problemas de Estados Unidos.
El 19 de febrero del mismo año, el entonces vocero de la Santa Sede, P. Federico Lombardi, dijo a Radio Vaticana que el comentario del Papa “nunca intentó ser, de forma alguna, un ataque personal o una indicación de cómo votar” y que había repetido un tema constante en su pontificado, que es el de construir puentes.
Por su parte, los obispos de Estados Unidos han tenido respuestas mixtas durante los primeros cien días de la administración Trump, criticando su plan para los refugiados e inmigrantes, y alabando sus medidas provida.
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
En una audiencia a la “Papal Foundation”, una asociación caritativa católica estadounidense que colabora con la Santa Sede, el Papa Francisco advirtió de un mundo marcado por la violencia en el que los cristianos deben dar un testimonio de esperanza y reconciliación.
“El mundo actual, a menudo marcado por la violencia, la ambición y la indiferencia tiene gran necesidad de nuestro testimonio de mensaje de esperanza en la fuerza redentora y de reconciliación del amor de Dios, que proclama el Evangelio”.
El Santo Padre aseguró estar agradecido “por su propósito de ayudar a los esfuerzos de la Iglesia en proclamar ese mensaje de esperanza hasta los confines de la tierra y de trabajar por el progreso espiritual y material de nuestros hermanos y hermanas en el mundo, especialmente en los países en vías de desarrollo”.
“Cada uno de nosotros, como miembro vivo del Cuerpo de Cristo, está llamado a promover la unidad y la paz de la familia humana y de todos aquellos que la componen, según la voluntad del Padre, en Cristo”.
Francisco deseó que su peregrinación a Roma “les refuerce en la fe y en la esperanza, como también en su empeño por promover la misión de la Iglesia sosteniendo muchas iniciativas de naturaleza religiosa y caritativa que están en el corazón del Papa”.
A todos los miembros de esta Fundación, el Papa pidió “rezar por las necesidades de los pobres, por la conversión de los corazones, la difusión del Evangelio y el crecimiento de la Iglesia en la santidad y en el celo misionero”.
(Publicado originalmente por Aci Prensa)
El Papa Francisco exhortó a los cristianos, durante la homilía de la Misa celebrada el martes en la Casa Santa Marta, en el Vaticano, a anunciar el Evangelio con valentía, sin miedo a los peligros y con humildad, “porque el Hijo de Dios se ha humillado. El anuncio de Evangelio no es un carnaval”, advirtió.
El Papa subrayó la necesidad de estar dispuestos a “salir para anunciar el Evangelio”. Es necesario “ir a los lugares donde Jesús no es conocido, donde Jesús es perseguido, o donde Jesús es desfigurado, para proclamar el verdadero Evangelio”, señaló el Santo Padre.
Francisco advirtió que ese “salir” no está exento de riesgos, y que quien no esté dispuesto a asumir esos riesgos, no es un verdadero predicador. “En este ‘salir’ nos jugamos la vida, se juega la vida el predicador. No está seguro, no hay seguridad para su vida. Y si un predicador busca la seguridad de su vida, no es un verdadero predicador del Evangelio”.
“El Evangelio, el anuncio de Jesucristo, se hace siempre en salida, siempre. En camino, siempre. Ya sea en camino físico, en camino espiritual o en camino del sufrimiento. Pensemos en el anuncio del Evangelio que hacen tantos enfermos que ofrecen su dolor por la Iglesia, por los cristianos. Siempre salen de sí mismos”.
En este sentido, indicó que “el Evangelio no se puede anunciar con el poder humano”. “Todos estamos llamados a revestirnos de humildad hacia los demás, porque Dios se resiste a los soberbios pero da gracia a los humildes”.
El Obispo de Roma insistió en la idea de evangelizar con humildad. “¿Y por qué es necesaria esta humildad? Porque llevamos adelante un anuncio de humillación y gloria a través de la humillación”.
“El anuncio del Evangelio sufre la tentación: la tentación del poder, la tentación de la soberbia, la tentación de la mundanidad…, que lleva a predicar un Evangelio flojo, sin fuerza, un Evangelio sin Cristo resucitado. Por eso Pedro dice: ‘Vigilad, vigilad, vigilad… Vuestro enemigo, el diablo, como un león que ruge, busca en todo momento el modo de devoraros. Resistid, firmes en la fe, sabiendo que el mismo sufrimiento le es impuesto a vuestros hermanos dispersos por el mundo’”.
“El anuncio del Evangelio, si es sincero, resiste a la tentación”, señaló el Papa. “En toda predicación sincera, hay tentación y también hay persecución”.
Evangelio comentado por el Papa Francisco:
Marcos 16:15-20
15 Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación.
16 El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará.
17 Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas,
18 agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien.»
19 Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios.
20 Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban.
(Nota retomada de Aci Prensa)
El Papa Francisco retomó la Misa de la mañana en la capilla de la residencia Santa Marta y explicó que la fe se sostiene sobre hechos concretos, como que Dios se hizo carne.
Para su homilía, tomó el relato del encuentro de Nicodemo con Jesús y el testimonio de Pedro y Juan después de la curación del lisiado. Esto es “un hecho concreto”, “lo concreto de la fe” en contraposición a los doctores de la ley que “quieren negociar para llegar a compromisos”, explicó.
Sin embargo, Pedro y Juan “tienen el coraje, tienen la franqueza, la franqueza del Espíritu” que “significa hablar abiertamente, con valentía, la verdad sin compromisos”.
“A veces olvidamos que nuestra fe es concreta: el Verbo se ha hecho carne, no se ha hecho idea: se ha hecho carne. Y cuando recitamos el Credo, decimos todos cosas concretas: ‘Creo en Dios Padre, que ha hecho el cielo y la tierra, creo en Jesucristo que ha nacido, que ha muerto…’ son todo cosas concretas”.
Por eso el Credo no dice ‘creo que debo hacer esto, que tengo que hacer esto otro, que tengo que hacer esto o que las cosas son por esto…’ ¡no! Son cosas concretas. La concreción de la fe que lleva a la franqueza, al testimonio hasta el martirio, que está contra los compromisos o la idealización de la fe”.
Francisco reconoció que a veces la Iglesia ha caído también en una “teología del ‘sí se puede’ o del ‘no se puede”. Y para estos doctores de la ley, el Verbo “no se ha hecho carne, sino que se ha hecho ley: y se debe hacer esto hasta aquí y no más allá”.
“Y así estaban atrapados en esta mentalidad racionalista, que no ha terminado con ellos, ¿eh?, porque en la historia de la Iglesia muchas veces –la Iglesia misma que ha condenado el racionalismo, el iluminismo– después tantas veces ha caído en una teología del ‘sí se puede y no se puede’, ‘hasta aquí, hasta ahí’, y ha olvidado la fuerza, la libertad del Espíritu, este renacer del Espíritu que te da la libertad, la franqueza de la predicación, el anuncio de que Jesucristo es el Señor”.
Por tanto, “pidamos al Señor esta experiencia del Espíritu que va y viene y nos lleva adelante, del Espíritu que nos da la unción de la fe, la unción de la concreción de la fe”.
“El viento sopla donde quiere y escuchas su sonido, pero no sabes de donde viene y a donde va. Así es todo el que nace el Espíritu: siente su voz, sigue el viento, sigue la voz del Espíritu sin saber dónde terminará, porque ha tomado opción por la concreción de la fe y el renacer en el Espíritu”, manifestó el Papa.
“Que el Señor –pidió para concluir– nos dé a todos este Espíritu pascual, de ir sobre los caminos del Espíritu sin compromisos, sin rigidez, sino con la libertad de anunciar a Jesucristo como Él ha venido: haciéndose carne”.
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
El Papa canonizará a Francisco y Jacinta Marto el 13 de mayo en Fátima, el día del centenario de las apariciones de la Virgen María, durante su Viaje Apostólico.
Lo anunció hoy el Papa Francisco en el Consistorio Ordinario Público convocado también para la canonización de otros 35 beatos, añadiendo que
el 15 de octubre será canonizados:
Andrés de Soveral, Ambrosio Francisco Ferro, sacerdotes diocesanos, Mateo Moreira, laico, y 27 Compañeros mártires, de Brasil
Cristóbal, Antonio y Juan, adolescentes mártires, de México
Faustino Míguez, sacerdote escolapio, fundador del Instituto Calasancio de las Hijas de la Divina Pastora, español
Ángel de Acri, sacerdote profeso, de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, italiano
Como no podía ser de otra manera, el Papa Francisco dedicó la catequesis de la Audiencia General a la Pascua: “Cristo resucitado es nuestra esperanza” fue el tema elegido, con el que animó a ver a Cristo Resucitado ante los fracasos de la vida y señaló que el cristianismo es alegría, sorpresa y vida.
El cristianismo “no es tanto nuestra búsqueda hacia Dios, sino la búsqueda de Dios a nosotros”. “Jesús nos ha tomado, nos ha agarrado, nos ha conquistado para no dejarnos más. El cristianismo es gracia, es sorpresa, y por este motivo requiere un corazón capaz de asombrarse”.
“Aquí hay felicidad, alegría y vida, donde todos pensaban que hubiese solo tristeza, derrota y tinieblas”, afirmó. “Dios hace crecer sus flores más hermosas en medio de las piedras más áridas”, añadió.
Francisco dijo a continuación: “si mirando nuestra vida nos damos cuenta de que hemos tenido muchos fracasos… en la mañana de Pascua podemos hacer como esas personas de las que habla el Evangelio: ir al sepulcro de Jesús, ver la gran piedra que ha sido removida y pensar que Dios está realizando para mí, para todos nosotros, un futuro inesperado”.
El Pontífice para su catequesis se basó en la primera carta de San Pablo a los Corintios en la que habla de la resurrección. “Hablando a sus cristianos, Pablo parte de un dato incontestable: que no es el resultado de la reflexión de un hombre sabio, sino un hecho, un simple hecho que ha acontecido en la vida de algunas personas”.
“El cristianismo nace de aquí. No es una ideología, no es un sistema filosófico, sino un camino de fe que parte de un acontecimiento, testimoniado por los primeros apóstoles de Jesús”.
“La fe nace de la resurrección” y “aceptar que Cristo ha muerto, murió crucificado, no es un acto de fe”. Sin embargo, “creer que ha resucitado sí lo es”.
“Nuestra fe nace la mañana de Pascua” y San Pablo “hace un pequeño resumen de todos los relatos y de todas las personas que tuvieron contacto con el Resucitado”.
El último precisamente es él, “como el menos digno de todos” y utiliza la expresión “como un aborto”. El Pontífice recordó que se autodenomina así “porque su historia personal es dramática: él era un perseguidor de la Iglesia, orgulloso de las propias convicciones; se sentía un hombre poderoso, con una idea muy clara de lo que era la vida con sus deberes”.
Pero “un día sucede lo que era absolutamente impredecible: el encuentro con Jesucristo resucitado, en el camino de Damasco”.
“Ser cristianos significa no partir de la muerte, sino del amor de Dios por nosotros, que ha vencido a nuestro acérrimo enemigo. Dios es más grande que nada, y basta solo una vela encendida para vencer la más oscura de las noches”.
Francisco explicó entonces que eso “es el núcleo central de la fe”. “Si en efecto todo hubiese terminado con la muerte, en Él tendríamos un ejemplo de dedicación suprema, pero esto no podría generar nuestra fe”.
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
En una nueva catequesis, el Papa Francisco reflexionó sobre el sufrimiento del hombre y el lugar que ocupa en él la esperanza cristiana.
En la Audiencia General del miércoles, el Pontífice señaló que “si Cristo está vivo y habita en nosotros, en nuestro corazón, entonces debemos también dejar que se haga visible, no esconderlo, y que actúe en nosotros”.
A continuación, el texto completo de la catequesis del Papa:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
¡La Primera Carta del Apóstol Pedro lleva en sí una carga extraordinaria! Es necesario leerla una, dos, tres veces para entender, esta carga extraordinaria: logra infundir gran consolación y paz, haciendo percibir como el Señor está siempre junto a nosotros y no nos abandona jamás, sobre todo en los momentos más delicados y difíciles de nuestra vida. Pero, ¿cuál es el secreto de esta Carta, y en modo particular del pasaje que hemos apenas escuchado (Cfr. 1 Pt 3,8-17)? Esta es la pregunta. Yo sé que ustedes hoy tomarán el Nuevo Testamento, buscarán la Primera Carta de Pedro y la leerán con calma, para entender el secreto y la fuerza de esta Carta. ¿Cuál es el secreto de esta Carta?
1. El secreto está en el hecho de que este escrito tiene sus raíces directamente en la Pascua, en el corazón del misterio que estamos por celebrar, haciéndonos así percibir toda la luz y la alegría que surgen de la muerte y resurrección de Cristo. Cristo ha resucitado verdaderamente, y este es un bonito saludo para darnos los días de Pascua: “¡Cristo ha resucitado! ¡Cristo ha resucitado!”, como muchos pueblos hacen. Recordándonos que Cristo ha resucitado, está vivo entre nosotros, está vivo y habita en cada uno de nosotros. Es por esto que San Pedro nos invita con fuerza a adorarlo en nuestros corazones (Cfr. v. 16).
Allí el Señor ha establecido su morada en el momento de nuestro Bautismo, y desde allí continúa renovándonos y renovando nuestra vida, llenándonos de su amor y de la plenitud del Espíritu. Es por esto que el Apóstol nos exhorta a dar razones de la esperanza que habita en nosotros (Cfr. v. 15): nuestra esperanza no es un concepto, no es un sentimiento, no es un teléfono celular, no es un montón de riquezas: ¡no! Nuestra esperanza es una Persona, es el Señor Jesús que lo reconocemos vivo y presente en nosotros y en nuestros hermanos, porque Cristo ha resucitado. Los pueblos eslavos se saludan, en vez de decir “buenos días”, “buenas tardes”, en los días de Pascua se saludan con esto “¡Cristo ha resucitado!”, “¡Christos voskrese!”, lo dicen entre ellos; y son felices al decirlo. Y este es el “buenos días” y las “buenas tardes” que nos dan: “¡Cristo ha resucitado!”.
2. Entonces, comprendemos que de esta esperanza no se debe dar tantas razones a nivel teórico, con palabras, sino sobre todo con el testimonio de vida, y esto sea dentro de la comunidad cristiana, sea fuera de ella. Si Cristo está vivo y habita en nosotros, en nuestro corazón, entonces debemos también dejar que se haga visible, no esconderlo, y que actúe en nosotros. Esto significa que el Señor Jesús debe ser cada vez más nuestro modelo: modelo de vida y que nosotros debemos aprender a comportarnos como Él se ha comportado. Hacer lo mismo que hacia Jesús. La esperanza que habita en nosotros, por tanto, no puede permanecer escondida dentro de nosotros, en nuestro corazón: sino, sería una esperanza débil, que no tiene la valentía de salir fuera y hacerse ver; sino nuestra esperanza, como se ve en el Salmo 33 citado por Pedro, debe necesariamente difundirse fuera, tomando la forma exquisita e inconfundible de la dulzura, del respeto, de la benevolencia hacia el prójimo, llegando incluso a perdonar a quien nos hace el mal.
Una persona que no tiene esperanza no logra perdonar, no logra dar el consuelo del perdón y tener el consuelo de perdonar. Sí, porque así ha hecho Jesús, y así continúa haciendo por medio de quienes le hacen espacio en sus corazones y en sus vidas, con la conciencia de que el mal no se vence con el mal, sino con la humildad, la misericordia y la mansedumbre. Los mafiosos piensan que el mal se puede vencer con el mal, y así realizan la venganza y hacen muchas cosas que todos nosotros sabemos. Pero no conocen que cosa es la humildad, la misericordia y la mansedumbre. ¿Y por qué? Porque los mafiosos no tienen esperanza. ¡Eh! Piensen en esto.
3. Es por esto que San Pedro afirma que «es preferible sufrir haciendo el bien, si esta es la voluntad de Dios, que haciendo el mal» (v. 17): no quiere decir que es bueno sufrir, sino que, cuando sufrimos por el bien, estamos en comunión con el Señor, quien ha aceptado sufrir y ser crucificado por nuestra salvación. Entonces cuando también nosotros, en las situaciones más pequeñas o más grandes de nuestra vida, aceptamos sufrir por el bien, es como si difundiéramos a nuestro alrededor las semillas de la resurrección, las semillas de vida e hiciéramos resplandecer en la oscuridad la luz de la Pascua.
Es por esto que el Apóstol nos exhorta a responder siempre «deseando el bien» (v. 9): la bendición no es una formalidad, no es sólo un signo de cortesía, sino es un gran don que nosotros en primer lugar hemos recibido y que tenemos la posibilidad de compartirlo con los hermanos. Es el anuncio del amor de Dios, un amor infinito, que no se termina, que no disminuye jamás y que constituye el verdadero fundamento de nuestra esperanza.
Queridos amigos, comprendemos también porque el Apóstol Pedro nos llama «dichosos», cuando tengamos que sufrir por la justicia (Cfr. v. 13). No es sólo por una razón moral o ascética, sino es porque cada vez que nosotros tomamos parte a favor de los últimos y de los marginados o que no respondemos al mal con el mal, sino perdonando, sin venganza, perdonando y bendiciendo, cada vez que hacemos esto nosotros resplandecemos como signos vivos y luminosos de esperanza, convirtiéndonos así en instrumentos de consolación y de paz, según el corazón de Dios. Así, adelante con la dulzura, la mansedumbre, siendo amables y haciendo el bien incluso a aquellos que no nos quieren, o nos hacen del mal. ¡Adelante!
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
El Papa Francisco habló de Abraham y de su “esperanza contra toda esperanza” que le hizo fiarse de Dios y salir de la desesperación.
En una nueva Catequesis en la Audiencia General, pidió a los fieles abrir “sus corazones” porque la “fuerza de Dios llevará adelante y hará cosas milagrosas y les enseñará qué es la esperanza. Este es el único precio: abrir el corazón a la fe y Él hará el resto”.
“¡Esta es la paradoja y al mismo tiempo el elemento más fuerte, más alto de nuestra esperanza! Una esperanza fundada en una promesa que del punto de vista humano parece incierta e impredecible, pero que no disminuye ni siquiera ante la muerte, cuando a prometer es el Dios de la Resurrección y de la vida”, dijo Francisco.
A continuación, el texto completo de la catequesis:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasaje de la Carta de San Pablo a los Romanos que hemos apenas escuchado nos da un gran don. De hecho, estamos acostumbrados a reconocer en Abraham a nuestro padre en la fe; hoy el Apóstol nos hace comprender que Abraham es para nosotros padre de la esperanza; no sólo padre en la fe, sino padre en la esperanza. Y esto porque en su historia podemos ya aprehender un anuncio de la Resurrección, de la vida nueva que vence el mal y la misma muerte.
En el texto se dice que Abraham creyó en Dios «que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen» (Rom 4,17); y luego se precisa: «Su fe no flaqueó, al considerar que su cuerpo estaba como muerto y que también lo estaba el seno de Sara» (Rom 4,19). Así, esta es la experiencia a la cual estamos llamados a vivir también nosotros. El Dios que se revela a Abraham es el Dios que salva, el Dios que hace salir de la desesperación y de la muerte, el Dios que llama a la vida. En la historia de Abraham todo se convierte en un himno al Dios que libera y regenera, todo se hace profecía. Y lo hace para nosotros, para nosotros que ahora reconocemos y celebramos el cumplimiento de todo esto en el misterio de la Pascua. Dios de hecho, «resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesús» (Rom 4,24), para que también nosotros podamos pasar en Él de la muerte a la vida. Y de verdad entonces Abraham puede bien llamarse «padre de muchos pueblos», en cuanto resplandece como anuncio de una humanidad nueva – nosotros – rescatada por Cristo del pecado y de la muerte e introducida una vez para siempre en el abrazo del amor de Dios.
A este punto, Pablo nos ayuda a poner en evidencia el vínculo estrecho entre la fe y la esperanza. Él de hecho afirma que Abraham «creyó, esperando contra toda esperanza» (Rom 4,18). Nuestra esperanza no se apoya en razonamientos, previsiones o cálculos humanos; y se manifiesta ahí donde no hay más esperanza, donde no hay nada más en que esperar, justamente como sucedió con Abraham, ante su muerte inminente y la esterilidad de su mujer Sara. Era el final para ellos, no podían tener hijos y ahí, en esa situación, Abraham cree y tuvo esperanza contra toda esperanza. ¡Y esto es grande! La gran esperanza hunde sus raíces en la fe, y justamente por esto es capaz de ir más allá de toda esperanza. Sí, porque no se funda en nuestra palabra, sino en la Palabra de Dios. También en este sentido, entonces, estamos llamados a seguir el ejemplo de Abraham, quien, a pesar de la evidencia de una realidad que parece destinada a la muerte, confía en Dios, «plenamente convencido de que Dios tiene poder para cumplir lo que promete» (Rom 4,21). Me gustaría hacerles una pregunta, ¿eh?: ¿Nosotros, todos nosotros, estamos convencidos de esto? ¿Estamos convencidos que Dios nos quiere mucho y que todo aquello que nos ha prometido está dispuesto a llevarlo a cumplimiento? Pero Padre, ¿Cuánto debemos pagar por esto? (El Señor responde): “Hay un precio: abrir el corazón”. Abran sus corazones y esta fuerza de Dios llevará adelante y hará cosas milagrosas y les enseñará que cosa es la esperanza. Este es el único precio: abrir el corazón a la fe y Él hará el resto.
¡Esta es la paradoja y al mismo tiempo el elemento más fuerte, más alto de nuestra esperanza! Una esperanza fundada en una promesa que del punto de vista humano parece incierta e impredecible, pero que no disminuye ni siquiera ante la muerte, cuando a prometer es el Dios de la Resurrección y de la vida. Esto no lo promete uno cualquiera, ¡no! Quien lo promete, es el Dios de la Resurrección y de la vida.
Queridos hermanos y hermanas, pidamos hoy al Señor la gracia de permanecer instaurados no tanto en nuestras seguridades, en nuestras capacidades, sino en la esperanza que surge de la promesa de Dios, como verdaderos hijos de Abraham. Cuando Dios promete, lleva a cumplimiento aquello que promete. Jamás falta a su palabra. Y entonces nuestra vida asumirá una luz nueva, en la conciencia de que Quien ha resucitado a su Hijo, resucitará también a nosotros y nos hará de verdad una cosa sola con Él, junto a todos nuestros hermanos en la fe. Todos nosotros creemos. Hoy estamos todos en la plaza, alabemos al Señor, cataremos el Padre Nuestro, luego recibiremos la bendición… pero esto pasa. Pero esto, también, es una promesa de esperanza. Si nosotros hoy tenemos el corazón abierto, les aseguro que todos nosotros nos encontraremos en la plaza del Cielo por siempre, que no pasa nunca. Y esta es la promesa de Dios. Y esta es nuestra esperanza, si nosotros abrimos nuestros corazones. Gracias.
Al comentar el Evangelio del día en el que Jesús cura a un paralítico, el Papa Francisco dijo que hay mucha gente que vive siempre triste, lamentándose de todo y afectada por el desgano, pero si quieren “sanar” solo tiene que escuchar a Jesús.
En la Misa matutina en la Casa Santa Marta, el Santo Padre explicó que Jesús le pregunta al enfermo “¿quieres curarte?”. “Es bonito que Jesús siempre nos dice esto a nosotros: ‘¿quieres sanar?, ¿quieres ser feliz? ¿quieres mejorar tu vida?, ¿quieres estar lleno del Espíritu Santo?, ¿quieres sanar?’. Es palabra de Jesús. todos lo que estaban allí, enfermos, ciegos, cojos, paralíticos habrían dicho: ‘Sí, Señor, ¡Sí!’”.
“Pero este es un hombre extraño, y le responde a Jesús: ‘Señor, no tengo nadie que me meta en la piscina cuando el agua se agita y cuando yo voy a ella otro se adelanta y desciende a ella’. La respuesta es un lamento: ‘Mira Señor, que feo, que injusta ha sido la vida conmigo. Todos los otros pueden ir y curarse y yo desde hace 38 años lo busco y nada’”.
El Papa explicó que “este hombre era como el árbol plantado en las corrientes de agua, del que habla el primer salmo, ‘pero tenía las raíces secas’ y ‘esas raíces no llegaban al agua, no podía tomar la salud del agua’”.
“Esto se entiende por la actitud, los lamentos y por buscar siempre echar la culpa al otro: ‘Pero son los otros quienes van antes que yo, soy un pobrecito de 38 años’. Esto es un pecado muy feo, el pecado de la pereza. Este hombre estaba enfermo no tanto por la parálisis sino por la pereza, que es peor que tener el corazón tibio, todavía peor”.
“Es vivir porque vivo, pero sin querer seguir adelante, no tener deseos de hacer algo en la vida, haber perdido la memoria de la alegría. Este hombre ni siquiera conocía la alegría de nombre, la había perdido. Este es el pecado. Es una enfermedad fea: ‘Estoy cómodo así, me he acostumbrado. La vida ha sido injusta conmigo’. Y se ve el resentimiento, la amargura del corazón”.
Entonces Jesús le dice: “Levántate, toma tu camilla y camina”. Así es como el paralítico se cura, pero al ser sábado los doctores de la Ley le dicen a Jesús que no es lícito llevar la camilla: “Va en contra de las normas, no es de Dios ese hombre”.
El paralítico “se levantó con ese desgano” que hace “vivir porque es gratis el oxígeno”, hace “vivir siempre mirando a los otros que son más felices que yo” y si está “en la tristeza”, se olvida la alegría.
“La desidia –continuó– el Papa, es un pecado que paraliza, nos hace paralíticos. No nos deja caminar. También hoy el Señor nos mira a cada uno de nosotros, todos tenemos pecados, todos somos pecadores, pero mirando este pecado” dice “levántate”.
“Hoy el Señor a cada uno de nosotros nos dice: ‘Levántate, toma tu vida como sea, bonita, fea, como sea, tómala y ve adelante. No tengas miedo, ve adelante con tu camilla’. ‘Pero Señor, no es el último modelo de camilla’. ¡Ve hacia delante! ¡Con esa camilla fea, quizás, pero ve adelante! Es tu vida, es tu alegría. ‘¿Quieres curarte?’, es la primera pregunta que nos hace hoy el Señor. ‘Sí, Señor’. ‘Levántate’. Y en la antífona al comienzo de la Misa hemos escuchado ese inicio tan bonito: ‘Vosotros que tenéis sed venid a las aguas –es un agua gratis, que no se paga–. Saciaréis vuestra sed con alegría’.
“Si decimos al Señor ‘Sí, quiero sanar. Sí, Señor, ayúdame que quiero levantarme’, sabremos cómo es la alegría de la salvación”.
Lecturas comentadas por el Papa:
Primera lectura
Ezequiel 47:1-9, 12
1 Me llevó a la entrada de la Casa, y he aquí que debajo del umnbral de la Casa salía agua, en dirección a oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia oriente. El agua bajaba de debajo del lado derecho de la Casa, al sur del altar.
2 Luego me hizo salir por el pórtico septentrional y dar la vuelta por el exterior, hasta el pórtico exterior que miraba hacia oriente, y he aquí que el agua fluía del lado derecho.
3 El hombre salió hacia oriente con la cuerda que tenía en la mano, midió mil codos y me hizo atravesar el agua: me llegaba hasta los tobillos.
4 Midió otros mil codos y me hizo atravesar el agua: me llegaba hasta las rodillas. Midió mil más y me hizo atravesar el agua: me llegaba hasta la cintura.
5 Midió otros mil: era ya un torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido hasta hacerse un agua de pasar a nado, un torrente que no se podía atravesar.
6 Entonces me dijo: «¿Has visto, hijo de hombre?» Me condujo, y luego me hizo volver a la orilla del torrente.
7 Y a volver vi que a la orilla del torrente había gran cantidad de árboles, a ambos lados.
8 Me dijo: «Esta agua sale hacia la región oriental, baja a la Arabá, desemboca en el mar, en el agua hedionda, y el agua queda saneada.
9 Por dondequiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Los peces serán muy abundantes, porque allí donde penetra esta agua lo sanea todo, y la vida prospera en todas partes adonde llega el torrente.
12 A orillas del torrente, a una y otra margen, crecerán toda clase de árboles frutales cuyo follaje no se marchitará y cuyos frutos no se agotarán: producirán todos los meses frutos nuevos, porque esta agua viene del santuario. Sus frutos servirán de alimento, y sus hojas de medicina.»
Salmo responsorial
Salmo 46:2-3, 5-6, 8-9
2 Dios es para nosotros refugio y fortaleza, un socorro en la angustia siempre a punto.
3 Por eso no tememos si se altera la tierra, si los montes se conmueven en el fondo de los mares,
5 ¡Un río! Sus brazos recrean la ciudad de Dios, santificando las moradas del Altísimo.
6 Dios está en medio de ella, no será conmovida, Dios la socorre al llegar la mañana.
8 ¡Con nosotros Yahveh Sebaot, baluarte para nosotros, el Dios de Jacob!
9 Venid a contemplar los prodigios de Yahveh, el que llena la tierra de estupores.
Evangelio
Juan 5:1-16
1 Después de esto, hubo una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
2 Hay en Jerusalén, junto a la Probática, una piscina que se llama en hebreo Betesda, que tiene cinco pórticos.
3 En ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua.
4 Porque el Angel del Señor bajaba de tiempo en tiempo a la piscina y agitaba el agua; y el primero que se metía después de la agitación del agua, quedaba curado de cualquier mal que tuviera.
5 Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
6 Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dice: «¿Quieres curarte?»
7 Le respondió el enfermo: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo.»
8 Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y anda.»
9 Y al instante el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar. Pero era sábado aquel día.
10 Por eso los judíos decían al que había sido curado: «Es sábado y no te está permitido llevar la camilla.»
11 El le respondió: «El que me ha curado me ha dicho: Toma tu camilla y anda.»
12 Ellos le preguntaron: «¿Quién es el hombre que te ha dicho: Tómala y anda?»
13 Pero el curado no sabía quién era, pues Jesús había desaparecido porque había mucha gente en aquel lugar.
14 Más tarde Jesús le encuentra en el Templo y le dice: «Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor.»
15 El hombre se fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado.
16 Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.
Durante la Misa matutina celebrada este lunes en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco destacó la importante, pero discreta, función realizada por San José en el plan salvífico de Dios. El Santo Padre destacó la capacidad de San José de soñar y de asumir retos difíciles, y pidió que transmita esa capacidad a los jóvenes de hoy.
Francisco centró su homilía en la figura de San José, cuya Solemnidad se ha trasladado a este lunes 20 de marzo, ya que el día 19 coinicidió con el tercer domingo de Cuaresma.
San José fue un hombre que llevó sobre su espalda promesas de “descendencia, de heredad, de paternidad, de filiación, de estabilidad”, explicó el Santo Padre. Obedeció al ángel que se le apareció en sueños y recibió a María, embarazada por obra del Espíritu Santo, recordó.
“Este hombre es soñador, es capaz de aceptar esa tarea, esa tarea difícil y que tiene tanto que decirnos a nosotros en este tiempo de fuerte sentido de orfandad. Y así, este hombre acepta la promesa de Dios y la lleva adelante en silencio, con fortaleza, la lleva adelante para que aquello que Dios quiere se cumpla”.
El Obispo de Roma insistió en la capacidad de soñar de San José: “San José es capaz de soñar y custodia el sueño de Dios, el sueño de salvarnos a todos”.
Además, puso a San José como modelo a seguir de los jóvenes de hoy, y pidió al Santo “que nos dé a todos la capacidad de soñar, porque cuando soñamos con cosas grandes, con cosas bellas, nos acercamos al sueño de Dios, a las cosas que Dios sueña de nosotros”.
“Que dé a los jóvenes, porque también él era joven, la capacidad de soñar, de asumir riesgos y tareas difíciles que hayan visto en sueños. Y que nos dé a todos nosotros la fidelidad que generalmente crece en una actitud justa, él era justo, crece en el silencio, en las pocas palabras, y crece en la ternura que es capaz de custodiar su propia debilidad y las de los demás”, exhortó el Pontífice.
Por otra parte, el Papa destacó el valor del silencio de San José, un hombre que “puede decir muchas cosas, pero que no habla. Un hombre oculto, que en aquel momento tenía la más grande autoridad sin mostrarla”.
“Es el hombre que no habla, pero que obedece. El hombre de la ternura, el hombre capaz de llevar adelante las promesas que lleguen a ser firmes, seguras. El hombre que garantiza la estabilidad del Reino de Dios, la paternidad de Dios, nuestra filiación como hijos de Dios".
"Me gusta pensar en San José como el custodio de las debilidades, de nuestras debilidades: es capaz de hacer nacer muchas cosas buenas de nuestras debilidades, de nuestros pecados”, concluyó el Papa Francisco.
(Nota publicada po Aci Prensa)
En una nueva catequesis, el Papa Francisco habló de la caridad y la alegría y pidió no ser hipócritas en la vida y hacer el bien al prójimo.
Durante la Audiencia General explicó que “la caridad es una gracia: no consiste en el hacer ver lo que nosotros somos, sino en aquello que el Señor nos dona y que nosotros libremente acogemos; y no se puede expresar en el encuentro con los demás si antes no es generada en el encuentro con el rostro humilde y misericordioso de Jesús”.
A continuación, el texto completo de la catequesis.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Sabemos bien que el gran mandamiento que nos ha dejado el Señor Jesús es aquel de amar: amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente y amar al prójimo como a nosotros mismos (Cfr. Mt 22,37-39). Es decir, estamos llamados al amor, a la caridad y esta es nuestra vocación más alta, nuestra vocación por excelencia; y a esa está ligada también la alegría de la esperanza cristiana. Quien ama tiene la alegría de la esperanza, de llegar a encontrar el gran amor que es el Señor.
El Apóstol Pablo, en el pasaje de la Carta a los Romanos que hemos apenas escuchado, nos pone en guardia: existe el riesgo que nuestra caridad sea hipócrita, que nuestro amor sea hipócrita. Entonces nos debemos preguntar: ¿Cuándo sucede esto, esta hipocresía? Y ¿Cómo podemos estar seguros de que nuestro amor sea sincero, que nuestra caridad sea auténtica? ¿De no aparentar de hacer caridad o que nuestro amor no sea una telenovela? Amor sincero, fuerte.
La hipocresía puede introducirse en todas partes, también en nuestro modo de amar. Esto se verifica cuando nuestro amor es un amor interesado, motivado por intereses personales; y cuantos amores interesados existen… cuando los servicios caritativos en los cuales parece que nos donamos son realizados para mostrarnos a nosotros mismos o para sentirnos satisfechos: “pero, qué bueno que soy”, ¿no?: esto es hipocresía; o aún más, cuando buscamos cosas que tienen “visibilidad” para hacer alarde de nuestra inteligencia o de nuestras capacidades. Detrás de todo esto existe una idea falsa, engañosa, es decir que, si amamos, es porque nosotros somos buenos; como si la caridad fuera una creación del hombre, un producto de nuestro corazón. La caridad, en cambio, es sobre todo una gracia, un regalo; poder amar es un don de Dios, y debemos pedirlo. Y Él lo da gustoso, si nosotros se lo pedimos. La caridad es una gracia: no consiste en el hacer ver lo que nosotros somos, sino en aquello que el Señor nos dona y que nosotros libremente acogemos; y no se puede expresar en el encuentro con los demás si antes no es generada en el encuentro con el rostro humilde y misericordioso de Jesús.
Pablo nos invita a reconocer que somos pecadores, y que también nuestro modo de amar está marcado por el pecado. Al mismo tiempo, sin embargo, se hace mensajero de un anuncio nuevo, un anuncio de esperanza: el Señor abre ante nosotros una vía de liberación, una vía de salvación. Es la posibilidad de vivir también nosotros el gran mandamiento del amor, de convertirnos en instrumentos de la caridad de Dios. Y esto sucede cuando nos dejamos sanar y renovar el corazón por Cristo resucitado. El Señor resucitado que vive entre nosotros, que vive con nosotros es capaz de sanar nuestro corazón: lo hace, si nosotros lo pedimos. Es Él quien nos permite, a pesar de nuestra pequeñez y pobreza, experimentar la compasión del Padre y celebrar las maravillas de su amor. Y entonces se entiende que todo aquello que podemos vivir y hacer por los hermanos no es otra cosa que la respuesta a lo que Dios ha hecho y continúa a hacer por nosotros. Es más, es Dios mismo que, habitando en nuestro corazón y en nuestra vida, continúa a hacerse cercano y a servir a todos aquellos que encontramos cada día en nuestro camino, empezando por los últimos y los más necesitados en los cuales Él en primer lugar se reconoce.
El Apóstol Pablo, entonces, con estas palabras no quiere reprocharnos, sino mejor dicho animarnos y reavivar en nosotros la esperanza. De hecho, todos tenemos la experiencia de no vivir a plenitud o como deberíamos el mandamiento del amor. Pero también esta es una gracia, porque nos hace comprender que por nosotros mismos no somos capaces de amar verdaderamente: tenemos necesidad de que el Señor renueve continuamente este don en nuestro corazón, a través de la experiencia de su infinita misericordia. Y entonces sí que volveremos a apreciar las cosas pequeñas, las cosas sencillas, ordinarias; que volveremos a apreciar todas estas cosas pequeñas de todos los días y seremos capaces de amar a los demás como los ama Dios, queriendo su bien, es decir, que sean santos, amigos de Dios; y estaremos contentos por la posibilidad de hacernos cercanos a quien es pobre y humilde, como Jesús hace con cada uno de nosotros cuando nos alejamos de Él, de inclinarnos a los pies de los hermanos, como Él, Buen Samaritano, hace con cada uno de nosotros, con su compasión y su perdón.
Queridos hermanos, lo que el Apóstol Pablo nos ha recordado es el secreto para estar – uso sus palabras – es el secreto para estar “alegres en la esperanza” (Rom 12,12): alegres en la esperanza. La alegría de la esperanza, para que sepamos que en toda circunstancia, incluso en las más adversas, y también a través de nuestros fracasos, el amor de Dios no disminuye. Y entonces, con el corazón visitado y habitado por su gracia y por su fidelidad, vivamos en la gozosa esperanza de intercambiar con los hermanos, en lo poco que podamos, lo mucho que recibimos cada día de Él. Gracias.
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
En la homilía que ofreció durante la Misa en la capilla de la Casa Santa Marta, el Papa Francisco invitó a la conversión, es decir, a alejarse del mal y tomar el camino del bien.
El Pontífice aprovechó la Cuaresma para hacer un llamado a la conversión y pidió que “no nos habituemos a vivir en las cosas feas” que “envenenan el alma”.
“No es fácil hacer el bien: debemos aprenderlo, siempre. Y Él nos enseña. ¡Aprended! Como niños. En el camino de la vida, de la vida cristiana se aprende todos los días. Se debe aprender todos los días a hacer algo, a ser mejores cada día. Aprender. Alejarse del mal y aprender a hacer el bien: esta es la regla de la conversión. Porque convertirse no es ir a un hada que con la varita mágica nos convierta. Es un camino. Es un camino de alejarse y de aprender”.
Francisco señaló a continuación lo necesario para alcanzar este camino: “Él, el Señor, aquí dice tres cosas concretas, pero hay muchas otras: buscad la justicia, socorred al oprimido, haced justicia al huérfano, defended la causa de la viuda. Son cosas concretas”.
“Se aprende a hacer el bien con cosas concretas, no con palabras. Con hechos. Por eso Jesús en el Evangelio que hemos escuchado reprueba a esta clase de dirigentes del pueblo de Israel, porque ‘dicen y no hacen’, no conocen lo concreto. Y si no hay concreción, no puede haber conversión”.
Comentando el resto de lecturas de la liturgia del día, el Santo Padre subrayó que Dios ayuda a “caminar juntos” para “explicarnos las cosas, tomarnos de la mano”. De tal forma que el Señor es capaz de “cambiarnos” y de “hacer este milagro”.
“Invito a la conversión, alejaos del mal, aprended a hacer el bien. ‘Pero tengo muchos pecados’. No te preocupes: si tus pecados fuesen como escarlata, se harán blancos como la nieve’. Y este es el camino de la conversión cuaresmal. Simple. Es un Padre que habla, es un Padre que nos quiere, nos quiere mucho. Y nos acompaña en este camino de conversión. Solo nos pide que seamos humildes. Jesús dice a los dirigentes: ‘quien se enaltezca será humillado y quien se humille será enaltecido’”.
Lecturas comentadas por el Papa:
Primera lectura
Isaías 1:10, 16-20
10 Oíd una palabra de Yahveh, regidores de Sodoma. Escuchad una instrucción de nuestro Dios, pueblo de Gomorra.
16 lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal,
17 aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda.
18 Venid, pues, y disputemos - dice Yahveh -: Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán.
19 Si aceptáis obedecer, lo bueno de la tierra comeréis.
20 Pero si rehusando os oponéis, por la espada seréis devorados, que ha hablado la boca de Yahveh.
Evangelio
Mateo 23:1-12
1 Entonces Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos
2 y les dijo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos.
3 Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen.
4 Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas.
5 Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto;
6 quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas,
7 que se les salude en las plazas y que la gente les llame "Rabbí".
8 «Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "Rabbí", porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos.
9 Ni llaméis a nadie "Padre" vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo.
10 Ni tampoco os dejéis llamar "Directores", porque uno solo es vuestro Director: el Cristo.
11 El mayor entre vosotros será vuestro servidor.
12 Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.
(nota publicada originalmente por Aci Prensa)
El Nuncio Apostólico en Colombia anunció este viernes que el Papa Francisco viajará a este país sudamericano del 6 al 11 de septiembre de 2017, visitando Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena.
El anuncio fue hecho en conferencia de prensa por el Nuncio Apostólico en Colombia, Mons. Ettore Balestrero. También estuvieron presentes el Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, el Presidente de la Conferencia Episcopal, Mons. Luis Augusto Castro Quiroga; y el Arzobispo de Bogotá, Cardenal Rubén Salazar.
“Acogiendo la invitación del Presidente de la República y de los Obispos colombianos, Su Santidad el Papa Francisco efectuará un viaje apostólico a Colombia del 6 al 11 de septiembre de 2017, visitando las ciudades de Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena. El programa del viaje se publicará próximamente”, indica el comunicado leído por Mons. Balestrero.
Durante la conferencia de prensa, Mons. Castro agradeció al Papa por acceder a la invitación que le hicieron todos los obispos y recordó que fueron muchos los colombianos que escribieron al Episcopado pidiendo la visita del Papa.
Por su parte, el Obispo Castrense de Colombia, Mons. Fabio Suescún Mutis, indicó que “el viaje de Francisco “es visita apostólica porque el Papa viene como apóstol de Cristo el Señor”.
El Prelado presentó también el afiche donde aparece el Papa, lleva su firma y el lema de la visita “Demos el primer paso”. Explicó que dar el primer paso “tiene un profundo significado”. Quiere decir que los colombianos deben dejar una situación oscura para abrirse a una sociedad que cree en sí misma.
Nota publicada originalmente por Aci Prensa
Por los 100 años de las apariciones de la Virgen de Fátima en Portugal, el Papa Francisco ha decidido conceder la indulgencia plenaria durante todo el Año Jubilar que comenzó el 27 de noviembre y terminará el 26 de noviembre de 2017.
El Santuario de Fátima indicó que para obtener las indulgencias plenarias los fieles deben cumplir primero con condiciones habituales: confesarse, comulgar y rezar por las intenciones del Santo Padre.
En declaraciones a ACI Prensa, el secretario de la rectoría del Santuario de Fátima en Portugal, André Pereira, explicó que las indulgencias plenarias podrán obtenerse durante todo el Año Jubilar y para ello existen tres maneras, detalladas en un comunicado publicado en el sitio web del santuario.
1.- Peregrinar al Santuario
La primera forma es que “los fieles vengan en peregrinación al Santuario de Fátima en Portugal y que allí participen en una celebración u oración dedicada a la Virgen”.
Además de ello los fieles deben rezar el Padrenuestro, recitar el Credo e invocar a la Madre de Dios.
2.- Ante cualquier imagen de la Virgen de Fátima en todo el mundo
La segunda forma se aplica para “los fieles piadosos que visitan con devoción una imagen de Nuestra Señora de Fátima expuesta solemnemente a la veneración pública en cualquier templo, oratorio o local adecuado en los días de los aniversarios de las apariciones, el 13 de cada mes desde mayo hasta octubre (de 2017), y participen allí devotamente en alguna celebración u oración en honor de la Virgen María”.
Al respecto de la segunda forma, el secretario de la rectoría del Santuario de Fátima indicó a ACI Prensa que la visita a la imagen la Virgen “no tiene que ser necesariamente solo en Fátima o exclusivamente en Portugal” sino que puede ser en cualquier parte del mundo.
También se debe rezar un Padrenuestro, el Credo e invocar a la Virgen de Fátima.
3.- Ancianos y enfermos
La tercera forma de obtener una indulgencia se aplica a las personas que por la edad, enfermedad u otra causa grave estén impedidos de movilizarse.
Pueden rezar ante una imagen de la Virgen de Fátima y deben unirse espiritualmente en las celebraciones jubilares en los días de las apariciones, los días 13 de cada mes, entre mayo y octubre de 2017.
Además tienen que “ofrecer con confianza a Dios misericordioso, a través de María, sus oraciones y dolores o los sacrificios de su propia vida”.
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
En la Misa matutina en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco afirmó que el verdadero ayuno en Cuaresma es ayudar a los otros y criticó la actitud hipócrita de algunos respecto a la limosna.
El verdadero ayuno en nuestros días “¿no consistirá en compartir el pan con el hambriento, en introducir en casa a los pobres, sintecho, en vestir a uno que ves desnudo sin ayuda de sus parientes?”, se preguntó Francisco.
El Papa explicó las lecturas del día, que hablan “de la penitencia que somos invitados a hacer en este tiempo de Cuaresma”. Así, en la primera de ellas, Dios reprueba la falsa religiosidad de los hipócritas que ayunan mientras hacen sus propios negocios y oprimen al resto.
“Es un ayuno para hacerse ver o para sentirse justo, pero al mismo tiempo he hecho injusticias, no soy justo, exploto a la gente. ‘Pero soy generoso, haré una hermosa ofrenda a la Iglesia’. ‘Pero dime, ¿pagas lo justo a tus empleados de hogar?, ¿a tus dependientes les pagas en negro?, ¿o como dicta la ley para que puedan dar de comer a sus hijos?’".
Cuando no se paga lo justo, “tomamos de nuestras penitencias, nuestros gestos de oración, de ayuno, de limosna, tomamos una tangente: la tangente de la vanidad, del hacernos ver. Y eso no es autenticidad, es hipocresía. Por eso cuando Jesús dice: ‘Cuando oren háganlo a escondidas, cuando den limosna no hagan sonar la trompeta, cuando ayunen no lo hagan con tristeza’, es lo mismo que si dijese: ‘Por favor, cuando hagan una obra buena no tomen la tangente de esta obra buena, es solo para el Padre’”.
“Pensemos en estas palabras, pensemos en nuestro corazón, como nosotros ayunamos, oramos, damos limosna. Y también nos ayudará pensar qué siente un hombre después de una cena, que ha pagado 200 euros, por ejemplo, y regresa a casa y ve un hambriento y no lo mira y continúa caminando. Nos hará bien pensar en ello”.
Lecturas comentadas por el Papa:
Primera lectura
Isaías 58:1-9
1 Clama a voz en grito, no te moderes; levanta tu voz como cuerno y denuncia a mi pueblo su rebeldía y a la casa de Jacob sus pecados.
2 A mí me buscan día a día y les agrada conocer mis caminos, como si fueran gente que la virtud practica y el rito de su Dios no hubiesen abandonado. Me preguntan por las leyes justas, la vecindad de su Dios les agrada.
3 - ¿Por qué ayunamos, si tú no lo ves? ¿Para qué nos humillamos, si tú no lo sabes? - Es que el día en que ayunabais, buscabais vuestro negocio y explotabais a todos vuestros trabajadores.
4 Es que ayunáis para litigio y pleito y para dar de puñetazos a malvados. No ayunéis como hoy, para hacer oír en las alturas vuestra voz.
5 ¿Acaso es éste el ayuno que yo quiero el día en que se humilla el hombre? ¿Había que doblegar como junco la cabeza, en sayal y ceniza estarse echado? ¿A eso llamáis ayuno y día grato a Yahveh?
6 ¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo?
7 ¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes?
8 Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente. Te precederá tu justicia, la gloria de Yahveh te seguirá.
9 Entonces clamarás, y Yahveh te responderá, pedirás socorro, y dirá: «Aquí estoy.» Si apartas de ti todo yugo, no apuntas con el dedo y no hablas maldad,
Evangelio
Mateo 9:14-15
14 Entonces se le acercan los discípulos de Juan y le dicen: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?»
15 Jesús les dijo: «Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán.
(Nota retomada de Aci Prensa)
El Arzobispado de San Salvador (El Salvador), informó que el pasado 28 de febrero se clausuró “el proceso de instrucción de un testimonio sobre ‘supuesto milagro’ concedido por intercesión de nuestro Beato Mons. Romero”, y que será enviado para su estudio en la Santa Sede.
A través de sus redes sociales, el Arzobispado indicó que la clausura tuvo lugar en la sede del Tribunal Eclesiástico local.
“Un milagro atribuido a su intercesión ha sido enviado a Roma este día. Oremos por su canonización”, expresó en su cuenta de Twitter el Canciller y Vicario de Promoción Humana de la Arquidiócesis de San Salvador, Mons. Rafael Urrutia.
Según informó la prensa local, la beneficiada sería una mujer de nombre Cecilia Maribel Flores de Rivas. Su caso será ahora estudiado por la Congregación para las Causas de los Santos en el Vaticano.
Mons. Óscar Romero fue proclamado beato el 23 de mayo de 2015 en una ceremonia multitudinaria realizada en San Salvador. Su fiesta es el 24 de marzo, día “en que nació para el cielo”.
El beato fue asesinado por odio a la fe el 24 de marzo de 1980 cuando celebraba la Eucaristía, en medio de una naciente guerra civil entre la guerrilla de izquierda y el gobierno dictatorial de derecha.
A inicios de 2015, el Papa Francisco aprobó que se proclame su martirio y se celebre la ceremonia de beatificación.
En una carta enviada al Arzobispo de San Salvador, Mons. José Luis Escobar Alas, el Papa Francisco afirmó que “en tiempos de difícil convivencia, Monseñor Romero supo guiar, defender y proteger a su rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia”.
“Su ministerio se distinguió por una particular atención a los más pobres y marginados. Y en el momento de su muerte, mientras celebraba el Santo Sacrificio del amor y de la reconciliación, recibió la gracia de identificarse plenamente con Aquel que dio la vida por sus ovejas”, expresó el Pontífice en la carta enviada con motivo de la beatificación.
En la homilía de la Misa celebrada este jueves en la Casa Santa Marta en el Vaticano, el Papa Francisco puso de relieve tres realidades que deben hacer que los fieles vivan la Cuaresma cristianamente: La realidad del hombre, la realidad de Dios y la realidad del camino.
Estas tres realidades, dijo, constituyen “la brújula del cristiano” durante este tiempo de conversión.
El Papa explicó que la realidad del hombre es la capacidad de elegir entre el bien y el mal. “Dios nos ha hecho libres, la decisión es nuestra”. A pesar de lo cual, “Dios no nos deja solos”, pues ha marcado el camino correcto por medio de los Mandamientos.
La segunda realidad, la de Dios es que Él se hizo hombre para salvar a todos: “la realidad de Dios es Dios hecho Cristo, por nosotros. Para salvarnos. Y cuando nos alejamos de esto, de esta realidad y nos alejamos de la cruz de Cristo, de la verdad de la las llagas del Señor, nos alejamos también del amor, de la caridad de Dios, de la salvación, y andamos en un camino ideológico de Dios, lejano: no es Dios que viene a nosotros y se ha hecho cercano para salvarnos y muerto por nosotros. Esta es la realidad de Dios”, explicó.
El Papa contó una anécdota ocurrida entre un agnóstico y un creyente. “El agnóstico, de buena voluntad, le preguntó al creyente: ‘Para mí, el problema es cómo Cristo es Dios. No puedo entenderlo. ¿Cómo puede Cristo ser Dios?’. Y el creyente respondió: ‘Para mí eso no es un problema. El problema habría sido si Dios no se hubiera hecho Cristo’. Esta es la realidad de Dios”.
En este sentido, señaló que las obras de misericordia se sustentan en esa realidad de Dios. “Dios se hizo Cristo, Dios se hizo carne y ese es el fundamento de las obras de misericordia. Las llagas de nuestros hermanos son las llagas de Cristo, son las llagas de Dios, porque Dios se ha hecho Cristo. No podemos vivir la Cuaresma sin esta realidad. Debemos convertirnos, no a un Dios extraño, sino al Dios concreto que se ha hecho Cristo”.
En tercer lugar está la realidad del camino. Francisco indicó que “la realidad del camino es la de Cristo: seguir a Cristo, hacer la voluntad del padre como Él, tomar la cruz de cada día y negarse a sí mismo para seguir a Cristo. No hacer aquello que yo quiero, sino aquello que quiere Jesús, seguir a Jesús”.
“Él habla de que en este camino perderemos la vida para ganarla después. Es un continuo perder la vida, perder aquello que quiero, perder la comodidad, permanecer siempre en el camino de Jesús que estaba al servicio de los demás, a la adoración de Dios. Ese es el camino justo”.
“El único camino seguro es seguir a Cristo crucificado, el escándalo de la Cruz”, concluyó.
(Nota publicada por Aci Prensa)
El Papa Francisco celebró este 01 de marzo la Misa por el Miércoles de Cenizas en la Basílica de Santa Sabina, dando inicio a la Cuaresma, tiempo que es “el camino de la esclavitud a la libertad, del sufrimiento a la alegría, de la muerte a la vida”.
A continuación el texto completo de la homilía:
«Volved a mí de todo corazón… volved a mí» (Jn 2,12), es el clamor con el que el profeta Joel se dirige al pueblo en nombre del Señor; nadie podía sentirse excluido: llamad a los ancianos, reunid a los pequeños y a los niños de pecho y al recién casado (cf. v. 6). Todo el Pueblo fiel es convocado para ponerse en marcha y adorar a su Dios que es «compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad» (v.13).
También nosotros queremos hacernos eco de este llamado; queremos volver al corazón misericordioso del Padre. En este tiempo de gracia que hoy comenzamos, fijamos una vez más nuestra mirada en su misericordia. La cuaresma es un camino: nos conduce a la victoria de la misericordia sobre todo aquello que busca aplastarnos o rebajarnos a cualquier cosa que no sea digna de un hijo de Dios. La cuaresma es el camino de la esclavitud a la libertad, del sufrimiento a la alegría, de la muerte a la vida. El gesto de las cenizas, con el que nos ponemos en marcha, nos recuerda nuestra condición original: hemos sido tomados de la tierra, somos de barro. Sí, pero barro en las manos amorosas de Dios que sopló su espíritu de vida sobre cada uno de nosotros y lo quiere seguir haciendo; quiere seguir dándonos ese aliento de vida que nos salva de otro tipo de aliento: la asfixia sofocante provocada por nuestros egoísmos; asfixia sofocante generada por mezquinas ambiciones y silenciosas indiferencias, asfixia que ahoga el espíritu, reduce el horizonte y anestesia el palpitar del corazón. El aliento de la vida de Dios nos salva de esta asfixia que apaga nuestra fe, enfría nuestra caridad y cancela nuestra esperanza. Vivir la cuaresma es anhelar ese aliento de vida que nuestro Padre no deja de ofrecernos en el fango de nuestra historia.
El aliento de la vida de Dios nos libera de esa asfixia de la que muchas veces no somos conscientes y que, incluso, nos hemos acostumbrado a «normalizar», aunque sus signos se hacen sentir; y nos parece «normal» porque nos hemos acostumbrado a respirar un aire cargado de falta de esperanza, aire de tristeza y de resignación, aire sofocante de pánico y aversión.
Cuaresma es el tiempo para decir «no». No, a la asfixia del espíritu por la polución que provoca la indiferencia, la negligencia de pensar que la vida del otro no me pertenece por lo que intento banalizar la vida especialmente la de aquellos que cargan en su carne el peso de tanta superficialidad. La cuaresma quiere decir «no» a la polución intoxicante de las palabras vacías y sin sentido, de la crítica burda y rápida, de los análisis simplistas que no logran abrazar la complejidad de los problemas humanos, especialmente los problemas de quienes más sufren. La cuaresma es el tiempo de decir «no»; no, a la asfixia de una oración que nos tranquilice la conciencia, de una limosna que nos deje satisfechos, de un ayuno que nos haga sentir que hemos cumplido. Cuaresma es el tiempo de decir no a la asfixia que nace de intimismos excluyentes que quieren llegar a Dios saltándose las llagas de Cristo presentes en las llagas de sus hermanos: esas espiritualidades que reducen la fe a culturas de gueto y exclusión.
Cuaresma es tiempo de memoria, es el tiempo de pensar y preguntarnos: ¿Qué sería de nosotros si Dios nos hubiese cerrado las puertas? ¿Qué sería de nosotros sin su misericordia que no se ha cansado de perdonarnos y nos dio siempre una oportunidad para volver a empezar? Cuaresma es el tiempo de preguntarnos: ¿Dónde estaríamos sin la ayuda de tantos rostros silenciosos que de mil maneras nos tendieron la mano y con acciones muy concretas nos devolvieron la esperanza y nos ayudaron a volver a empezar?
Cuaresma es el tiempo para volver a respirar, es el tiempo para abrir el corazón al aliento del único capaz de transformar nuestro barro en humanidad. No es el tiempo de rasgar las vestiduras ante el mal que nos rodea sino de abrir espacio en nuestra vida para todo el bien que podemos generar, despojándonos de aquello que nos aísla, encierra y paraliza. Cuaresma es el tiempo de la compasión para decir con el salmista: «Devuélvenos Señor la alegría de la salvación, afiánzanos con espíritu generoso para que con nuestra vida proclamemos tu alabanza»; y nuestro barro —por la fuerza de tu aliento de vida— se convierta en «barro enamorado».
(Tomada de Aci Prensa)
O se sirve a Dios o a las riquezas, porque “no se puede servir a dos señores”. Esta fue la reflexión del Papa Francisco en la homilía de la casa de Santa Marta a primera hora de la mañana al recordar que uno de los mayores dones de Dios es el de la felicidad.
El Papa comentó el pasaje del joven rico “que quería seguir al Señor, pero al final era tan rico que eligió las riquezas”. “Qué difícil es que un rico entre en el Reino de los cielos”, afirmó.
Al comentar el Evangelio, habló de la actitud de Pedro ante Jesús cuando le dice: “Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Y la respuesta de Jesús “fue clara”: “nadie que haya dejado todo quedará sin recibir el ciento por uno”.
“El Señor no sabe dar menos de todo. Cuando Él dona algo se dona a sí mismo, que es todo” porque “la plenitud de Dios es una plenitud realizada en la cruz”.
“Este es el don de Dios: la plenitud crucificada. Y este es el estilo del cristiano: buscar la plenitud, recibir la plenitud y seguir por este camino. No es fácil. ¿Y cuál es el signo de que voy adelante en este dar todo y recibir todo? ‘Glorifica al Señor con ojo generoso y contento. En cada ofrenda muestra tu rostro alegre’”.
Sin embargo, “el joven rico tiene el rostro oscurecido y anda triste”. “No ha sido capaz de recibir, de acoger esta plenitud” pero “los santos, Pedro mismo, la han acogido y en medio de las pruebas, de las dificultades tenían el rostro alegre, el ojo contento y la alegría del corazón”.
Francisco finalizó recordando a San Alberto Hurtado: “trabajaba siempre, dificultad tras dificultad. Trabajaba por los pobres. Fue de verdad un hombre que hizo camino en ese país. La caridad para la asistencia a los hombres. Pero fue perseguido, con muchos sufrimientos. Pero cuando estaba ahí, clavado en la cruz, la frase era: ‘Contento, Señor, Contento’”.
“Que él nos enseñe a ir en este camino, nos de la gracia de hacer este camino un poco difícil del ‘todo o nada’, de la plenitud clavada en la cruz de Jesucristo y decir siempre, sobre todo en las dificultades: ‘contento, Señor, contento’”.
Lecturas comentadas por el Papa:
Primera lectura
Eclesiástico 35:1-12
1 Observar la ley es hacer muchas ofrendas, atender a los mandamientos es hacer sacrificios de comunión.
2 Devolver favor es hacer oblación de flor de harina, hacer limosna es ofrecer sacrificios de alabanza.
3 Apartarse del mal es complacer al Señor, sacrificio de expiación apartarse de la injusticia.
4 No te presentes ante el Señor con las manos vacías, pues todo esto es lo que prescribe el mandamiento.
5 La ofrenda del justo unge el altar, su buen olor sube ante el Altísimo.
6 El sacrificio del justo es aceptado, su memorial no se olvidará.
7 Con ojo generoso glorifica al Señor, y no escatimes las primicias de tus manos.
8 En todos tus dones pon tu rostro alegre, con contento consagra los diezmos.
9 Da al Altísimo como él te ha dado a ti, con ojo generoso, con arreglo a tus medios.
10 Porque el Señor sabe pagar, y te devolverá siete veces más.
11 No trates de corromperle con presentes, porque no los acepta, no te apoyes en sacrificio injusto.
12 Porque el Señor es juez, y no cuenta para él la gloria de nadie.
Evangelio
Marcos 10:28-31
28 Pedro se puso a decirle: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»
29 Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio,
30 quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermnanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna.
31 Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros.»
HORARIOS DE MISA PARA EL MIÉRCOLES DE CENIZA (01 DE MARZO) | |||||
PARROQUIAS Y TEMPLOS DE SAN SALVADOR Y SUS ALRREDEDORES | |||||
PARROQUIA | MAÑANA | TARDE | NOCHE | ||
Basílica del Sagrado Corazón | 6:30 a.m. | 12:00 md | |||
5:00 p.m. | |||||
Santa Marta de Betanía | 7:00 a.m. | 12:00 md | 7:00 p.m. | ||
San Antonio de Padua | 7:00 a.m. | 5:30 p.m. | 7:00 p.m. | ||
Santa Elena (Montelena) | 6:30 a.m. | 12:00 md | |||
6:00 p.m. | |||||
Beato Óscar Romero (La Resurreción) | 6:30 a.m. | 12:00 md | |||
6:30 a.m. | |||||
La Transfiguración | 6:15 a.m. | 12:30 md | 7:00 p.m. | ||
9:00 a.m. | 5:00 p.m. | ||||
Parroquia los Santos Niños Inocentes | 6:00 a.m. | 12:00 md | 7:00 p.m. | ||
5:00 p.m. | |||||
Nuestra Señora de Guadalupe (La Ceiba) | 7:00 a.m. | 12:00 md | 7:00 p.m. | ||
5:00 p.m. | |||||
Nuestra Señora del Carmen | 6:00 a.m. | 12:00 md | 7:30 p.m. | ||
8:00 a.m. | 5:00 p.m. | ||||
6:15 p.m. | |||||
San Benito | 6:45 a.m. | 12:00 md | |||
5:30 p.m. | |||||
Monte Tabor | 9:00 a.m. | 12:00 md | 7:30 p.m. | ||
5:00 p.m. | |||||
San José de la Montaña | 7:00 a.m. | 12:15 md | |||
10:00 a.m. | 6:00 p.m. | ||||
Corazón de María | 7:00 a.m. | 12:00 md | 7:30 p.m. | ||
5:00 p.m. | |||||
6:00 p.m. | |||||
Nuestra Señora Del Perpetuo Socorro | 6:45 p.m. | 12:00 md | |||
6:30 p.m. | |||||
Hospital Divina Providencia | 5:00 p.m. | ||||
Cristo Salvador (Zacamil) | 10:00 a.m. | 7:30 p.m. | |||
Jesús Manso y Humilde de Corazón | 7:00 a.m. | 6:00 p.m. | |||
8:00 a.m. | |||||
María Auxiliadora (Don Rúa) | 6:00 a.m. | 12:00 md | 7:00 p.m. | ||
7:00 a.m. | 4:00 p.m. | ||||
8:00 a.m. | 5:00 p.m. | ||||
6:00 p.m. | |||||
Divina Proviedencia (Atlacat) | 6:15 a.m. | 12:00 md | 7:00 p.m. | ||
5:00 p.m. | |||||
Santuario Nuestra Señora de Guadalupe | 7:00 a.m. | 5:00 p.m. | 7:00 p.m. | ||
Santiago Aculhuaca | 7:00 a.m. | 2:00 p.m. | 7:00 p.m. | ||
9:00 a.m. | |||||
San Juan Bautista | 2:00 p.m. | 4:00 p.m. | 7:00 p.m. | ||
San Antonio (Soyapango) | 6:00 a.m. | 12:00 md | 7:00 p.m. | ||
9:00 a.m. | |||||
Nuestra Señora de Fátima (Los Planes de Renderos) | 12:00 md | 7:00 p.m. | |||
Inmaculada Concepción (Santa Tecla) | 7:00 a.m. | 6:00 p.m. | |||
Nuestra Señora del Carmen (Santa Tecla) | 12:00 md | ||||
5:30 p.m. | |||||
Monte Tabor | 9:00 a.m. | 12:00 md | 7:30 p.m. | ||
5:00 p.m. | |||||
Nuestra Señora de la Paz (Merliot) | 6:30 a.m. | 12:00 md | 7:30 p.m. | ||
8:00 a.m. | |||||
9:00 a.m. | |||||
Parroquia El Divino Niño | 6:50 a.m. | 12:15 p.m. | 7:00 p.m. | ||
5:00 p.m. |
El Papa Francisco ofreció una nueva catequesis sobre la esperanza cristiana en la que habló de las consecuencias del pecado pero también de la Resurrección.
Durante la Audiencia General explicó que ante el pecado del hombre provoca que “el hombre pierde su propia belleza originaria y termina por desfigurar alrededor de sí cada cosa; y donde todo antes hablaba del Padre Creador y de su amor infinito, ahora lleva el signo triste y desolado del orgullo y de la voracidad humana. El orgullo humano explotando la creación, destruye”.
Sin embargo, “el Señor no nos deja solos y también ante este escenario desolador nos ofrece una perspectiva nueva de liberación, de salvación universal”.
A continuación, el texto completo de la catequesis:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Muchas veces estamos tentados en pensar que la creación sea nuestra propiedad, una posesión que podemos explotar a nuestro agrado y del cual no debemos dar cuenta a nadie. En el pasaje de la Carta a los Romanos (8,19-27) del cual hemos apenas escuchado una parte, el Apóstol Pablo nos recuerda en cambio que la creación es un don maravilloso que Dios ha puesto en nuestras manos, para que podamos entrar en relación con Él y podamos reconocer la huella de su designio de amor, a cuya realización estamos llamados todos a colaborar, día a día.
Pero cuando se deja llevar por el egoísmo, el ser humano termina por destruir incluso las cosas más bellas que le han sido confiadas. Y así ha sucedido también con la creación. Pensemos en el agua. El agua es una cosa bellísima y muy importante; el agua nos da la vida, nos ayuda en todo. Pero para explotar los minerales se contamina el agua, se ensucia la creación y se destruye la creación. Este es sólo un ejemplo. Existen otros. Con la experiencia trágica del pecado, rota la comunión con Dios, hemos infringido la originaria comunión con todo aquello que nos rodea y hemos terminado por corromper la creación, haciéndola así esclava, sometida a nuestra caducidad. Y lamentablemente la consecuencia de todo esto está dramáticamente ante nuestros ojos, cada día. Cuando rompe la comunión con Dios, el hombre pierde su propia belleza originaria y termina por desfigurar alrededor de sí cada cosa; y donde todo antes hablaba del Padre Creador y de su amor infinito, ahora lleva el signo triste y desolado del orgullo y de la voracidad humana. El orgullo humano explotando la creación, destruye.
Pero el Señor no nos deja solos y también ante este escenario desolador nos ofrece una perspectiva nueva de liberación, de salvación universal. Es aquello lo que Pablo pone en evidencia con alegría, invitándonos a poner atención a los gemidos de la entera creación. Los gemidos de la entera creación… Expresión fuerte. Si ponemos atención, de hecho, alrededor nuestro todo clama: clama la misma creación, clamamos nosotros los seres humanos y clama el Espíritu dentro de nosotros, en nuestro corazón.
Ahora, estos clamores no son un lamento estéril, desconsolado, sino – como precisa el Apóstol – son los gemidos de una parturiente; son los gemidos de quien sufre, pero sabe que está por venir a la luz una nueva vida. Y en nuestro caso es de verdad así. Nosotros estamos todavía luchando con las consecuencias de nuestro pecado y todo, alrededor nuestro, lleva todavía el signo de nuestras debilidades, de nuestras faltas, de nuestras cerrazones. Pero, al mismo tiempo, sabemos de haber sido salvados por el Señor y ya se nos es dado contemplar y pregustar en nosotros y en lo que nos rodea los signos de la Resurrección, de la Pascua, que opera una nueva creación.
Este es el contenido de nuestra esperanza. El cristiano no vive fuera del mundo, sabe reconocer en la propia vida y en lo que lo circunda los signos del mal, del egoísmo y del pecado. Es solidario con quien sufre, con quien llora, con quien es marginado, con quien se siente desesperado… Pero, al mismo tiempo, el cristiano ha aprendido a leer todo esto con los ojos de la Pascua, con los ojos del Cristo Resucitado. Y entonces sabe que estamos viviendo el tiempo de la espera, el tiempo de un deseo que va más allá del presente, el tiempo del cumplimiento. En la esperanza sabemos que el Señor quiere sanar definitivamente con su misericordia los corazones heridos y humillados y todo los que el hombre ha deformado en su impiedad, y que de este modo Él regenerará un mundo nuevo y una humanidad nueva, finalmente reconciliada en su amor.
Cuantas veces nosotros cristianos estamos tentados por la desilusión, por el pesimismo… A veces nos dejamos llevar por el lamento inútil, o quizás nos quedamos sin palabras y no sabemos ni siquiera que cosa pedir, que cosa esperar… Pero todavía una vez más viene en nuestra ayuda el Espíritu Santo, respiro de nuestra esperanza, el cual mantiene vivo el clamor y la espera de nuestro corazón. El Espíritu ve por nosotros más allá de las apariencias negativas del presente y nos revela ya ahora los cielos nuevos y la tierra nueva que el señor está preparando para la humanidad. Gracias.
En la homilía de la Misa que presidió esta mañana en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco alentó a los fieles a pedirle al Señor la gracia de la “santa vergüenza” como remedio ante las tentaciones de la ambición y la mundanidad que también se dan en la Iglesia.
Meditando en las lecturas de hoy, el Santo Padre recordó que Jesús les explica a sus discípulos que “si uno quiere ser el primero, debe hacerse servidor de todos”.
El Pontífice también pidió rezar por la Iglesia, “por todos nosotros”, para que Dios defienda a cada uno “de las ambiciones, de la mundanidad de sentirse más grande que los otros”.
“Que el Señor nos dé la gracia de la vergüenza, aquella santa vergüenza, cuando nos encontremos en esa situación, ante la tentación, de avergonzarnos: ‘¿Soy capaz de pensar así? ¿Cuándo veo a mi Señor en la cruz y quiero usarlo para creerme más?”
“Y nos dé la gracia de la simplicidad de un niño: de comprender que solo el camino del servicio… Y tal vez, imagino una última pregunta: ‘¿Señor te he servido toda la vida. He estado hasta lo último toda la vida. ¿Y ahora qué? ¿Qué cosa nos dice el Señor? Di de ti mismo: ‘Soy un siervo inútil’”.
Refiriéndose al pasaje del Evangelio en el que los discípulos discuten sobre quién es el mayor entre ellos, Francisco resalta que “era gente buena que quería seguir al Señor, servir al Señor. Pero no sabían que el camino del servicio al Señor no era tan fácil, no era como enrolarse en una entidad, en una asociación de beneficencia, para hacer el bien: no, era otra cosa. Tenían temor de esto. Y luego está la tentación de la mundanidad: desde el momento en que la Iglesia es Iglesia hasta hoy, esto ha sucedido, sucede y sucederá”.
“Podemos pensar en las parroquias y sus luchas: ‘yo quiero ser presidente de esta asociación, ser más’. ‘¿Quién es el más grande aquí?’ ‘¿Quién es el más grande en esta parroquia? No, yo soy más importante que ese, que el otro allá que no ha hecho tal cosa’. Y así, tenemos la cadena de pecados”.
La tentación de la mundanidad, alertó Francisco, hace que “uno hable a espaldas del otro” y “se crea más”. Al respecto el Papa propone un ejemplo que ocurre entre los sacerdotes y los obispos.
“A veces decimos con vergüenza nosotros los sacerdotes, en los presbiterios: ‘yo quisiera esa parroquia’ –¡Pero el Señor está aquí!– ‘Pero yo quiero esa’. Lo mismo. No es el camino del Señor, pero ese es el camino de la vanidad, de la mundanidad. También entre nosotros los obispos sucede lo mismo: La mundanidad viene como tentación. Muchas veces: ‘estoy en esta diócesis pero miro aquella que es más importante y me muevo para llegar a ella. Sí, muevo esta influencia, esta otra, hago presión. Empujo este aspecto para llegar allá. ¡Pero el Señor está aquí!”
Ante la tentación de la mundanidad, el Santo Padre exhortó a pedirle al Señor “la gracia de avergonzarnos, cuando nos encontremos en estas situaciones”.
Lecturas meditadas por el Santo Padre
Primera lectura
Eclesiástico 2:1-11
1 Hijo, si te llegas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba.
2 Endereza tu corazón, mantente firme, y no te aceleres en la hora de la adversidad.
3 Adhiérete a él, no te separes, para que seas exaltado en tus postrimerías.
4 Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y en los reveses de tu humillación sé paciente.
5 Porque en el fuego se purifica el oro, y los aceptos a Dios en el honor de la humillación.
6 Confíate a él, y él, a su vez, te cuidará, endereza tus caminos y espera en él.
7 Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia, y no os desviéis, para no caer.
8 Los que teméis al Señor, confiaos a él, y no os faltará la recompensa.
9 Los que teméis al Señor, esperad bienes, contento eterno y misericordia.
10 Mirad a las generaciones de antaño y ved: ¿Quién se confió al Señor y quedó confundido? ¿Quién perseveró en su temor y quedó abandonado? ¿Quién le invocó y fue desatendido?
11 Que el Señor es compasivo y misericordioso, perdona los pecados y salva en la hora de la tribulación.
Evangelio
Marcos 9:30-37
30 Y saliendo de allí, iban caminando por Galilea; él no quería que se supiera,
31 porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará.»
32 Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle.
33 Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais por el camino?»
34 Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor.
35 Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos.»
36 Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo:
37 «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado».
"Contemplar como Francisco y amar como Jacinta", fue el lema con el que estos dos videntes de la Virgen de Fátima fueron beatificados por San Juan Pablo II y cuya memoria se celebra el 20 de febrero.
Entérate de lo que pasó con ellos después de las apariciones, por quiénes ofrecieron sus sufrimientos y sus últimos consejos.
"Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas", les pidió la Virgen de Fátima a Francisco, Jacinta y Lucía.
Francisco nació en 1908 y Jacinta, dos años des pués. Desde pequeños aprendieron a cuidarse de las malas compañías y por eso preferían estar con su prima Lucía, quien solía hablarles de Jesús. Los tres cuidaban las ovejas, jugaban y rezaban juntos.
Del 13 de mayo al 13 de octubre de 1917 la Virgen se les apareció en varias ocasiones en Cova de Iría (Potugal). Durante estos sucesos, soportaron con valentía las calumnias, injurias, malas interpretaciones, persecuciones y la prisión. Ellos decían: “Si nos matan, no importa; vamos al cielo”.
Luego de las apariciones, Jacinta y Francisco siguieron su vida normal. Lucía fue a la escuela, tal como se lo pidió la Virgen, y era acompañada por Jacinta y Francisco. De camino pasaban por la Iglesia y saludaban a Jesús Eucaristía.
Francisco, sabiendo que no viviría mucho tiempo, le decía a Lucía: “Vayan ustedes al colegio, yo me quedaré aquí con Jesús Escondido”. A la salida del colegio, las chicas lo encontraban lo más cerca posible del Tabernáculo y en recogimiento.
El pequeño Francisco era el más contemplativo y quería consolar a Dios, tan ofendido por los pecados de la humanidad. En una ocasión Lucía le preguntó: "Francisco, ¿qué prefieres más, consolar al Señor o convertir a los pecadores?" Él respondió: "Yo prefiero consolar al Señor”.
“¿No viste qué triste estaba Nuestra Señora cuando nos dijo que los hombres no deben ofender más al Señor, que está ya tan ofendido? A mí me gustaría consolar al Señor y después, convertir a los pecadores para que ellos no ofendan más al Señor." Y siguió, "Pronto estaré en el cielo. Y cuando llegue, voy a consolar mucho a Nuestro Señor y a Nuestra Señora."
Jacinta participaba diariamente de la Santa Misa y tenía gran deseo de recibir la Comunión en reparación de los pobres pecadores. Le atraía mucho el estar con Jesús Sacramentado. "Cuánto amo el estar aquí, es tanto lo que le tengo que decir a Jesús", repetía.
Cierto día, poco después de la cuarta aparición, Jacinta encontró una cuerda y acordaron partirla en tres y ponérsela a la cintura, sobre la carne, como sacrificio. Esto los hacía sufrir mucho, contaría Lucía después. La Virgen les dijo que Jesús estaba muy contento con sus sacrificios, pero que no quería que durmieran con la cuerda. Así lo hicieron.
A Jacinta se le concedió la visión de ver los sufrimientos del Sumo Pontífice. "Yo lo he visto en una casa muy grande, arrodillado, con el rostro entre las manos, y lloraba. Afuera había mucha gente; algunos tiraban piedras, otros decían imprecaciones y palabrotas", contó ella.
Por esto y otros hechos, los niños tenían presente al Santo Padre y ofrecían tres Ave María por él después de cada Rosario. Asimismo, las familias acudían a ellos para que intercedieran por sus problemas.
En una ocasión, una madre le rogó a Jacinta que le pidiera por su hijo que se había ido como el hijo pródigo. Días después, el joven regresó a casa, pidió perdón y le contó a su familia que después de haber gastado todo lo que tenía, robado y estado en la cárcel, huyó a unos bosques desconocidos.
Cuando se halló completamente perdido, se arrodilló llorando, y rezó. En eso, vio a Jacinta que lo tomó de la mano y lo condujo hasta un camino. Así pudo regresar a casa. Luego interrogaron a Jacinta si se había encontrado con el muchacho y ella dijo que no, pero que sí había rogado mucho a la Virgen por él.
El 23 de diciembre de 1918, francisco y Jacinta enfermaron de una terrible epidemia de bronco-neumonía. Francisco se fue deteriorando poco a poco durante los meses posteriores. Pidió recibir la Primera Comunión y para ello se confesó y guardó ayuno. La recibió con gran lucidez y piedad. Luego pidió perdón a todos.
“Yo me voy al Paraíso; pero desde allí pediré mucho a Jesús y a la Virgen para que os lleve también pronto allá arriba”, le dijo a Lucía y Jacinta. Al día siguiente, el 4 de abril de 1919, partió a la casa del Padre con una sonrisa angelical.
Jacinta sufrió mucho por la muerte de su hermano. Más adelante su enfermedad se complicó. Fue llevada al hospital de Vila Nova, pero regresó a casa con una llaga en el pecho. Luego le confiaría a su prima: "Sufro mucho; pero ofrezco todo por la conversión de los pecadores y para desagraviar al Corazón Inmaculado de María".
Antes de ser llevada al hospital de Lisboa le dijo a Lucía: “Ya falta poco para irme al cielo… Di a toda la gente que Dios nos concede las gracias por medio del Inmaculado Corazón de María. Que las pidan a Ella, que el Corazón de Jesús quiere que a su lado se venere el Inmaculado Corazón de María, que pidan la paz al Inmaculado Corazón, que Dios la confió a Ella”.
Operaron a Jacinta, le quitaron dos costillas del lado izquierdo y quedó una llaga ancha como de una mano. Los dolores eran espantosos, pero ella invocaba a la Virgen y ofrecía sus dolores por la conversión de los pecadores.
El 20 de febrero de 1920 pidió los últimos sacramentos, se confesó y rogó que le llevaran el Viático porque pronto moriría, pero poco después partió a la Casa del Padre con diez años de edad. Entre las cosas que le dictó a su madrina están:
Los pecados que llevan más almas al infierno son los de la carne
Las guerras son consecuencia del pecado del mundo. Es preciso hacer penitencias para que se detengan.
No hablar mal de nadie y huir de quien habla mal.
Tener mucha paciencia porque la paciencia nos lleva al cielo.
Los cuerpos de Francisco y Jacinta fueron trasladados al Santuario de Fátima. Cuando abrieron el sepulcro de Francisco, vieron que el Rosario que le colocaron sobre su pecho estaba enredado entre los dedos de sus manos. Mientras que el cuerpo de Jacinta, 15 años después de su muerte, estaba incorrupto.
El Papa Francisco centró la homilía de la Misa que celebró hoy en la Casa Santa Marta en la guerra, que no solo se da entre poderosos y países, sino que empieza en el corazón de cada uno, en las familias o el trabajo y aseguró que Dios pedirá cuentas a todos los hombres.
"La guerra empieza en el corazón del hombre, comienza en casa, en las familias, entre amigos y después va más allá, a todo el mundo", explicó.
“La Palabra del Señor es clara: ‘De la sangre vuestra, o sea de vuestra vida, yo pediré cuentas; pediré cuentas a cada ser viviente y pediré cuentas de la vida del hombre al hombre, a cada uno de su hermano’. También a nosotros, que parece que estamos en paz, aquí, el Señor nos pedirá cuentas de la sangre de nuestros hermanos y hermanas que sufren la guerra”.
El Pontífice comentó el significado de tres símbolos que aparecen en la lectura del Génesis en la que se narra cómo Noé libera a la paloma después del diluvio. “Es el signo de lo que Dios quería después del diluvio: paz, que todos los hombres estuviesen en paz”, afirmó.
“La paloma y el arcoíris son frágiles. El arcoíris es bonito después de la tempestad, pero luego viene una nube y desaparece”, aseguró Francisco para recordar que hace unos años durante un Ángelus una gaviota mató a dos palomas que soltó junto a dos niños deed la ventana del Palacio Apostólico.
“La alianza que Dios hace es fuerte, pero como nosotros la recibimos, como nosotros la aceptamos es con debilidad. Dios hace la paz con nosotros, pero no es fácil cuidar la paz”, señaló.
“Es un trabajo de todos los días porque dentro de nosotros todavía está esa semilla, ese pecado original, el espíritu de Caín que por envidia, celos, codicia y ganas de dominar provoca la guerra”.
El Santo Padre siguió comentando las lecturas del día y afirmó que “somos custodios de los hermanos y cuando hay derramamiento de sangre hay pecado y Dios nos pedirá cuentas”.
“Hoy en el mundo hay derramamiento de sangre. Hoy el mundo está en guerra. Muchos hermanos y hermanas mueren, también inocentes, porque los grandes, los poderosos, quieren un pedazo más de tierra, quieren un poco más de poder o quieren hacer un poco más de ganancias con el tráfico de armas”.
“¿Cómo cuido la paloma?, ¿Qué hago para que el arcoíris sea siempre una guía?, ¿qué hago para que no sea derramada más sangre en el mundo?”, se preguntó.
Francisco explicó que la oración por la paz “no es una formalidad, el trabajo por la paz no es una formalidad”. “La guerra empieza en el corazón del hombre, comienza en casa, en las familias, entre amigos y después va más allá, a todo el mundo”.
“¿Qué hago cuando siento que viene a mi corazón algo que quiere destruir la Paz?”, preguntó.
“La guerra comienza aquí y termina allí. Las noticias las vemos en los periódicos o en los noticieros. Hoy mucha gente muere y esa semilla de guerra que hace la envidia, los celos, la codicia en mi corazón, es la misma –crecidas, hechas árbol– que la de la bomba que cae en un hospital, sobre una escuela y mata niños. Es lo mismo”.
“La declaración de guerra empieza aquí, en cada uno de nosotros. Por eso la pregunta: ¿Cómo cuido yo la paz en mi corazón, en mi intimidad, en mi familia?”, cuestionó. “Custodiar la paz, no solo custodiar: hacerla con las manos, artesanalmente, todos los días. Y así lograremos hacerla en todo el mundo”.
El Papa continuó: “La sangre de Cristo es la que lleva a la paz, pero no esa sangre que hago con mi hermano” o “que provocan los traficantes de armas o los potentes de la tierra en las grandes guerras”.
“Recuerdo cómo comenzaban a sonar las alarmas de los bomberos en la ciudad. Esto se hacía para llamar la atención sobre un hecho o una tragedia u otra cosa. Y rápidamente la vecina de casa que llamaba a mi mamá: ‘Señora Regina, venga, venga, venga. Y mi mamá salió un poco asustada. ‘¿Qué ocurre?’. Y esa señora desde el otro lado del jardín le decía: ‘¡Ha terminado la guerra!’, y lloraba”, dijo sobre recuerdos de su niñez.
“Que el Señor nos dé la gracia de poder decir: ‘Ha terminado la guerra’ y lloremos. Ha terminado la guerra en mi corazón, ha terminado la guerra en mi familia, ha terminado la guerra en mi barrio, ha terminado la guerra en el puesto de trabajo, ha terminado la guerra en el mundo. Así será más fuerte la paloma, el arcoíris y la alianza”, concluyó.
Lectura comentada por el Papa:
Génesis 9:1-13
1 Dios bendijo a Noé y a sus hijos, y les dijo: «Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra.
2 Infundiréis temor y miedo a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que repta por el suelo, y a todos los peces del mar; quedan a vuestra disposición.
3 Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento: todo os lo doy, lo mismo que os di la hierba verde.
4 Sólo dejaréis de comer la carne con su alma, es decir, con su sangre,
5 y yo os prometo reclamar vuestra propia sangre: la reclamaré a todo animal y al hombre: a todos y a cada uno reclamaré el alma humana.
6 Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo El al hombre.
7 Vosotros, pues, sed fecundos y multiplicaos; pululad en la tierra y dominad en ella.»
8 Dijo Dios a Noé y a sus hijos con él:
9 «He aquí que yo establezco mi alianza con vosotros, y con vuestra futura descendencia,
10 y con toda alma viviente que os acompaña: las aves, los ganados y todas las alimañas que hay con vosotros, con todo lo que ha salido del arca, todos los animales de la tierra.
11 Establezco mi alianza con vosotros, y no volverá nunca más a ser aniquilada toda carne por las aguas del diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra.»
12 Dijo Dios: «Esta es la señal de la alianza que para las generaciones perpertuas pongo entre yo y vosotros y toda alma viviente que os acompaña:
13 Pongo mi arco en las nubes, y servirá de señal de la alianza entre yo y la tierra.
(Nota tomada de Aci Prensa)
El Papa Francisco meditó en su catequesis de hoy sobre la esperanza cristiana que no defrauda porque está fundada en Dios mismo que es amor.
A continuación y gracias a Radio Vaticano, el texto completo de su meditación de hoy en el Aula Pablo VI
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Desde pequeños nos enseñan que no es bueno vanagloriarse. En mi tierra, a quienes presumen los llaman ‘pavos’. Y es justo, porque presumir de aquello que se es o de aquello que se tiene, además de ser soberbia, expresa también una falta de respeto en relación a los demás, especialmente con aquellos que son menos afortunados que nosotros.
En este pasaje de la Carta a los Romanos, en cambio, el Apóstol Pablo nos sorprende, en cuanto nos exhorta dos veces a vanagloriarnos. Entonces, ¿de qué cosa es justo vanagloriarse?
Porque si él nos exhorta a jactarnos, de algo es justo vanagloriarse. ¿Y cómo es posible hacer esto, sin ofender a los demás, sin excluir a alguien?
En el primer caso, estamos invitados a vanagloriarnos de la abundancia de la gracia de la cual somos impregnados en Jesucristo, por medio de la fe. ¡Pablo quiere hacernos entender que, si aprendemos a leer cada cosa a la luz del Espíritu Santo, nos damos cuenta que todo es gracia! ¡Todo es don!
De hecho, si ponemos atención, al actuar –en la historia, como en nuestra vida– no solo somos nosotros, sino es sobre todo Dios. Es Él el protagonista absoluto, que crea cada cosa como un don de amor, que teje la trama de su designio de salvación y que lo lleva a cumplimiento por nosotros, mediante su Hijo Jesús.
A nosotros se nos pide reconocer todo esto, acogerlo con gratitud y convertirlo en motivo de alabanza, de bendición y de gran alegría. Si hacemos esto, estamos en paz con Dios y tenemos la experiencia de la libertad. Y esta paz se extiende luego a todos los ámbitos y a todas las relaciones de nuestra vida: estamos en paz con nosotros mismos, estamos en paz en la familia, en nuestra comunidad, en el trabajo y con las personas que encontramos cada día en nuestro camino.
Pablo también exhorta a vanagloriarnos en las tribulaciones. Esto no es fácil de entender. Esto nos parece más difícil y puede parecer que no tenga nada que ver con la condición de paz apenas descrita. En cambio, constituye el presupuesto más auténtico, más verdadero.
De hecho, la paz que nos ofrece y nos garantiza el Señor no se debe de entender como la ausencia de preocupaciones, de desilusiones, de faltas, de motivos de sufrimiento. Si fuera así, en el caso en el cual lográramos estar en paz, ese momento terminaría rápido y caeríamos inevitablemente en la desesperación.
La paz que surge de la fe es en cambio un don: es la gracia de experimentar que Dios nos ama y que siempre está a nuestro lado, no nos deja solos ni siquiera un instante de nuestra vida. Y esto, como afirma el Apóstol, genera la paciencia, porque sabemos que, también en los momentos más duros y difíciles, la misericordia y la bondad del Señor son más grandes de toda cosa y nada nos separará de sus manos y de la comunión con Él.
Entonces, es por eso qué la esperanza cristiana es sólida, es por eso qué no defrauda. Jamás, defrauda. ¡La esperanza no defrauda! No está fundada sobre aquello que nosotros podemos hacer o ser, y mucho menos en lo que nosotros podemos creer.
Su fundamento, es decir, el fundamento de la esperanza cristiana, es lo que más fiel y seguro pueda existir, es decir, el amor que Dios mismo nutre por cada uno de nosotros.
Es fácil decir: Dios nos ama. Todos lo decimos. Pero piensen un poco: cada uno de nosotros es capaz de decir, ¿estoy seguro que Dios me ama? No es tan fácil decirlo. Pero es verdad. Es un buen ejercicio, esto, decirlo a sí mismo: Dios me ama. Esta es la raíz de nuestra seguridad, la raíz de la esperanza.
Y el Señor ha derramado abundantemente en nuestros corazones su Espíritu –que es el amor de Dios– como artífice, como garante, justamente para que pueda alimentar dentro de nosotros la fe y mantener viva esta esperanza.
Y esta seguridad: Dios me ama. “Pero, ¿en este momento difícil? Dios me ama. ¿Y a mí, que he hecho esta cosa fea y malvada? Dios me ama”. Esta seguridad no nos la quita nadie. Y debemos repetirlo como oración: Dios me ama. Estoy seguro que Dios me ama. Estoy seguro que Dios me ama.
Ahora comprendemos porque el Apóstol Pablo nos exhorta a vanagloriarnos siempre de todo esto. Yo me glorío del amor de Dios, porque me ama.
La esperanza que nos ha sido donada no nos separa de los demás, ni mucho menos nos lleva a desacreditarlos o marginarlos. Se trata en cambio de un don extraordinario del cual estamos llamados a convertirnos en “canales”, con humildad y simplicidad, para todos.
Y entonces nuestro presumir más grande será aquel de tener como Padre un Dios que no tiene preferencias, que no excluye a ninguno, sino que abre su casa a todos los seres humanos, comenzando por los últimos y alejados, para que como sus hijos aprendamos a consolarnos y a sostenernos los unos a los otros. Y no se olviden: la esperanza no defrauda.
En la homilía de la Misa en la Casa Santa Marta este lunes 13 de febrero, el Papa Francisco meditó en la lectura del Génesis que narra el pasaje de Caín y Abel, la historia “de una hermandad que debía crecer, ser bella, pero que termina destruida”.
Esta historia, explica el Santo Padre, comienza “con unos pequeños celos” de Caín para con Abel. El primero, en vez de luchar contra él, prefiere “cocinar dentro de sí este sentimiento, agrandarlo, dejarlo crecer. Este pecado que hará luego se esconde detrás del sentimiento. Y crece, crece”.
“Así crecen las enemistades entre nosotros: comienzan con una cosa pequeña, unos celos, una envidia, y luego crece y vemos la vida solo desde ese punto y esa pajilla se convierte en un fardo, y está allí. Y nuestra vida comienza a girar alrededor de eso y eso destruye el lazo de la hermandad, destruye la fraternidad”.
Poco a poco, prosiguió el Pontífice, uno se “obsesiona” con ese mal. “Y crece, crece la enemistad y termina mal. Siempre. Me aparto de mi hermano y este ya no es mi hermano sino mi enemigo, este es un enemigo que debe ser destruido, cazado… y así se destruye la gente, ¡así las enemistades destruyen familias, pueblos, todo!”.
Esto que le sucedió a Caín al inicio, explicó Francisco, “le ocurre a todos nosotros, está la posibilidad: pero este proceso debe terminarse rápido, al comienzo, a la primera amargura, acabarse. La amargura no es cristiana. El dolor sí, la amargura no. El resentimiento no es cristiano. El dolor sí, el resentimiento no. ¡Cuántas enemistades, cuántas escisiones!”.
En la Misa también estaban presentes algunos párrocos y a ellos les dijo: “también nuestros sacerdotes, con nuestros colegios episcopales: ¡cuántas escisiones comienzan así! ‘Pero, ¿por qué a este le han dado esta sede y no a mí? ¿Y por qué esto?’ Y… pequeñas cositas, escisiones… Se destruye la hermandad”.
Dios, dijo el Papa, cuestiona a Caín “¿Dónde está tu hermano?” y el asesino responde de forma irónica: “¿Acaso soy el guardián de mi hermano?”.
Es posible, continuó el Santo Padre, que no hayas matado a alguien, pero “si tienes un mal sentimiento hacia tu hermano, lo has matado; si insultas a tu hermano, lo has matado en tu corazón. El asesinato es un proceso que comienza con algo pequeño”.
Este proceso, explicó el Papa Francisco, también se ve en los conflictos bélicos: “cuántos poderosos de la tierra dicen ‘a mí me interesa este territorio, me interesa este pedazo de tierra. Si la bomba cae y mata a 200 niños, no es mi culpa sino de la bomba. A mí me interesa el territorio’. Y todo comienza con ese sentimiento, que te lleva a eliminar, a decirle al otro ‘este es fulano, esto es así, pero no es mi hermano’. Y termina con la guerra que mata. Pero ya has matado al inicio. Este es el proceso de la sangre, y la sangre hoy de tanta gente en el mundo grita a Dios desde el suelo”.
“Todo está relacionado. Esa sangre allí tiene una relación –tal vez un poquito de sangre– con mi envidia, con mis celos que han destruido una hermandad”.
Para concluir, el Pontífice alentó a que cada uno repita la pregunta que Dios hace a Caín “¿Dónde está tu hermano?”, y piense en aquellos que “destruimos con la lengua” y “todos los que en el mundo son tratados como cosas y no como hermanos, porque es más importante un pedazo de tierra que el vínculo de la fraternidad”.
Lectura meditada por el Papa Francisco
Génesis 4:1-15, 25
1 Conoció el hombre a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: «He adquirido un varón con el favor de Yahveh.»
2 Volvió a dar a luz, y tuvo a Abel su hermano. Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador.
3 Pasó algún tiempo, y Caín hizo a Yahveh una oblación de los frutos del suelo.
4 También Abel hizo una oblación de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos. Yahveh miró propicio a Abel y su oblacíon,
5 mas no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro.
6 Yahveh dijo a Caín: «¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro?
7 ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar.»
8 Caín, dijo a su hermano Abel: «Vamos afuera.» Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató.
9 Yahveh dijo a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: «No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?»
10 Replicó Yahveh: «¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo.
11 Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano.
12 Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra.»
13 Entonces dijo Caín a Yahveh: «Mi culpa es demasiado grande para soportarla.
14 Es decir que hoy me echas de este suelo y he de esconderme de tu presencia, convertido en vagabundo errante por la tierra, y cualquiera que me encuentre me matará.»
15 Respondióle Yahveh: «Al contrario, quienquiera que matare a Caín, lo pagará siete veces.» Yahveh puso una señal a Caín para que nadie que le encontrase le atacara.
25 Adán conoció otra vez a su mujer, y ella dio a luz un hijo, al que puso por nombre Set, diciendo: «Dios me ha otorgado otro descendiente en lugar de Abel, porque le mató Caín.»
Cada 11 de febrero la Iglesia celebra la Fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, quien en una de sus apariciones le dijo a Santa Bernardita: “No te prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el próximo". Aquí el significado de sus apariciones, el mensaje que dejó y los milagros que se dieron con su intercesión.
Era el 11 de febrero de 1858, Bernardita, su hermana y otra niña iban al campo a buscar leña seca, cerca de una gruta. Para llegar ahí tenían que pasar por un arroyo. Bernardita no se atrevía a adentrarse porque el agua estaba muy fría. Se empezó a sacar los zapatos, cuando de pronto escuchó un ruido fuerte proveniente de la gruta.
Se acercó a ver lo que pasaba y ahí en ese lugar sucio y pedregoso se apareció la Virgen envuelta en una luz resplandeciente, con un traje blanco de un tejido desconocido, una cinta azul en la cintura, un largo velo blanco y dos rosas doradas brillantes que le cubrían la parte superior de los pies.
En sus manos, la Virgen tenía un largo rosario blanco y dorado. Entonces juntas empezaron a rezarlo. El domingo 14 de febrero, Bernardita en la gruta reza la primera decena del Rosario y María se aparece. La niña le tira agua bendita para asegurarse que no era una obra del enemigo. La Virgen sonríe, se persigna con el Rosario y lo rezan juntas.
El jueves 18 la Virgen le pide a Bernardita que regrese por quince días seguidos a la gruta. Ante la aceptación y promesa de la pequeña, María le promete hacerla dichosa en el otro mundo. Los rumores de las apariciones se empiezan a esparcir.
El 19 de febrero, Bernardita va con una vela bendecida y encendida. Es así que nace la costumbre de ir con velas para encenderlas ante la gruta. El 20 de febrero la Señora le enseña una oración personal a Bernardita.
El domingo 21, la niña ve que la Virgen estaba triste, le pregunta lo que le pasa y Nuestra Señora le contesta: “Rogad por los pecadores”. Para ese entonces las autoridades amenazaron a Bernardita con llevarla a la cárcel y todos se burlaban de ella.
El 22 la Virgen no se le apareció, pero la niña no perdía la esperanza de volverla a ver. El 23, diez mil personas fueron a ver lo que pasaba. La Virgen se le apareció a Bernardita y le pidió que les diga a los sacerdotes que eleven ahí un santuario, a donde se debe ir en procesión.
La niña va y le comenta al sacerdote, quien a cambio pide el nombre de la Señora y que florezca un rosal silvestre sobre el que se aparecía.
El 24 la pequeña le cuenta todo a la Virgen, quien sólo sonrió. Luego María la mandó a rogar por los pecadores y exclamó: “¡Penitencia, penitencia, penitencia!... ¡Ruega a Dios por los pecadores! ¡Besa la tierra en penitencia por los pecadores!” Bernardita así lo hizo y pedía a los espectadores que hicieran lo mismo.
El 25 de febrero la Virgen le ordena beber, lavarse los pies en la fuente y comer hierba. Bernardita, por indicación de María, escarbó en el fondo de la gruta y empezó a brotar agua.
El 26 se produce el primer milagro. El pobre obrero Bourriete, que tenía el ojo izquierdo mutilado, ora y se frota el ojo con el agua de la fuente. Luego empezó a gritar de alegría y fue recuperando la vista. El 27 la Virgen permanece en silencio, Bernardita bebe del agua del manantial y hace los gestos recurrentes de penitencia.
El 28 Bernardita va a la gruta, pero luego es llevada a casa el juez y amenazada de ir a cárcel. En la noche, Catalina Latapie moja su brazo dislocado y el brazo y la mano recuperan su agilidad, produciéndose un segundo milagro.
El martes 2 de marzo, Bernardita va de nuevo donde el párroco a recordarle el pedido de la Virgen.
El 3 de marzo la pequeña le pregunta de nuevo su nombre y la Virgen sonríe. Ese día, una madre en su desesperación lleva en brazos a su hijo que estaba medio muerto. Lo metió 15 minutos en el agua fría y al llegar a casa notó mejoría en la respiración del niño.
Al día siguiente, el niño estaba lleno de vida y completamente sano. Los médicos certificaron el milagro y lo llamaron de primer orden.
El 4 de marzo, al finalizar los quince días, la visión permanece silenciosa. El 25 de ese mes la Virgen se apareció a Bernardita, levantó los ojos hacia el cielo, juntó en signo de oración las manos que tenía abiertas y tendidas hacia el suelo y le dijo a Bernardita: “Soy la Inmaculada Concepción”.
La pequeña salió corriendo a decirle al párroco, quien se conmueve ante la revelación del nombre ya que cuatro años antes se había proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción.
El 7 de abril, Bernardita en la gruta y en éxtasis pone su mano sobre la llama de la vela encendida que había llevado y no se quema. Después de la aparición, su mano estaba ilesa y fue comprobado por un médico que presenció el hecho.
El 16 de julio se produjo la última aparición. Bernardita sintió la misteriosa llamada y al llegar a la gruta se dio cuenta que estaba vallada y no se podía pasar. Se dirige entonces al otro lado, enfrente de la gruta, y vio a la Madre de Dios. ”Me pareció que estaba delante de la gruta, a la misma distancia que las otras veces, no veía más que a la Virgen. ¡Jamás la había visto tan bella!”, dijo Santa Bernardita.
Algunos consideran que la aparición de Nuestra Señora de Lourdes es un agradecimiento del cielo por el dogma de la Inmaculada Concepción y es exaltación a las virtudes de pobreza y humildad como la que tenía la pequeña Bernardita.
Asimismo afirman que es un llamado a aceptar la cruz para ser felices en la otra vida, la importancia de la oración, del Santo Rosario y la penitencia con una misericordia infinita por los pecadores y los enfermos.
El agua de la gruta ha sido analizada por químicos, quienes señalaron que es un agua virgen, pura, natural, sin propiedad térmica y en la que ninguna bacteria sobrevive. Para los cristianos esto es símbolo de la Inmaculada Concepción.
Ante la tentación no se dialoga, se reza”, afirmó el Papa Francisco en la homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta, en el Vaticano.
En este sentido, el Santo Padre propuso esta breve jaculatoria para hacer frente a las tentaciones: “Ayúdame Señor, soy débil. No quiero esconderme de ti”. Rezar de esta manera, señaló, supone un acto de “valentía” que permitirá “vencer” al diablo.
A partir de la lectura del Libro del Génesis, el Papa comparó las tentaciones de Adán y Eva con las sufridas por Jesús en el desierto. El Santo Padre explicó que el diablo, en forma de serpiente, se hizo atractivo a Adán y Eva y, con su astucia, consiguió engañarles. El diablo, “es el padre de la mentira. Es un traidor”, aseguró.
Francisco detalló los peligros de dialogar con el diablo. A Eva la hizo sentirse bien para empezar a hablar con ella. Después, paso a paso, la llevó a su terreno.
Por el contrario, con Jesús esa estrategia no le funcionó. El demonio también intentó hablar con Jesús, “porque cuando el diablo engaña a una persona lo hace con el diálogo”. Así, intentó engañar al Señor, pero Él no cedió.
El Santo Padre contrapuso la desnudez de Adán y Eva, fruto del pecado, con la desnudez de Cristo en la cruz, fruto de la obediencia a Dios: “también Jesús terminó desnudo en la cruz, pero por obediencia al Padre. Es un camino diferente”.
El Papa lamentó la corrupción que hay en el mundo por culpa del pecado, por culpa del diálogo de los hombres con el diablo.
“Hay muchos corruptos, muchos ‘peces gordos’ corruptos que están en el mundo y de los cuales sólo nos enteramos por los periódicos. Quizás comenzaron con pequeñas cosas. La corrupción comienza con poco, como aquel diálogo: ‘No, no es verdad que te hará daño este fruto. Cómelo. ¡Es bueno! Es poca cosa, nadie se dará cuenta. ¡Hazlo, hazlo!’”, dijo en referencia a la tentación del diablo a Eva.
“Y poco a poco, se cae en el pecado, se cae en la corrupción”, lamentó.
“El diablo es un mal pagador, ¡no paga bien! ¡Es un estafador! Te promete todo y te deja sin nada. La serpiente, el diablo, es astuto: no se puede dialogar con el diablo. Todos nosotros sabemos qué son las tentaciones, todos lo sabemos porque todos las padecemos. Tentaciones de vanidad, de soberbia, de codicia, de avaricia”.
“¡Con el diablo no se dialoga!”, fue la conclusión del Pontífice.
Lectura comentada por el Papa Francisco:
Génesis 3:1-8
1 La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Yahveh Dios había hecho. Y dijo a la mujer: «¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles del jardín?»
2 Respondió la mujer a la serpiente: «Podemos comer del fruto de los árboles del jardín.
3 Mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte.»
4 Replicó la serpiente a la mujer: «De ninguna manera moriréis.
5 Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.»
6 Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió.
7 Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores.
8 Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahveh Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de Yahveh Dios por entre los árboles del jardín.
(Nota publicada po Aci Prensa)
La mujer es la que da armonía y sentido al mundo. Así lo señaló el Papa Francisco en su homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta.
El Pontífice indicó que se debe evitar referirse a la mujer hablando solo de la función que cumple en la sociedad o en una institución, sin tener en cuenta que la mujer, en la humanidad, cumple una misión que va más allá y que no puede ofrecer ningún hombre: “el hombre no trae la armonía, la trae ella. Es ella la que traer la armonía, que nos enseña a valorar, a amar con ternura, y que hace que el mundo sea una cosa hermosa”.
En su reflexión sobre la Creación, a partir de la lectura del Libro del Génesis, el Papa Francisco se refirió al papel de la mujer en la humanidad.
Francisco relató cómo el Génesis explica que al principio el hombre estaba solo, sin compañía. Luego, el Señor toma una costilla de Adán y crea a Eva como carne de su carne. Pero el Papa recuerda que “antes de verla, le hace soñar con ella”. “Cuando falta la mujer, falta la armonía”, insistió.
El Santo Padre resaltó que el destino del hombre y la mujer es ser “una sola carne”.
Para ejemplificarlo, contó una anécdota que sucedió durante una audiencia en la que preguntó a un matrimonio que cumplía 60 años de casados: “¿Quién de los dos ha tenido más paciencia?”. “Y ellos que me miraban, se miraron a los ojos –jamás me olvidaré de aquella mirada–, después volvieron a dirigirse a mí y me dijeron, los dos al mismo tiempo: ‘Estamos enamorados’. Después de 60 años, esto significa una sola carne. Eso es lo que aporta la mujer: la capacidad de enamorarse. La armonía del mundo”.
El Papa explicó que la mujer no está “para lavar platos. No: la mujer está para aportar armonía. Sin mujer no hay armonía”. En este sentido, condenó el crimen de la explotación de mujeres.
“Muchas veces escuchamos: ‘Es necesario que en esta sociedad, que en esta institución haya una mujer para hacer tal cosa…’. No, no. La funcionalidad no es el propósito de la mujer. Es verdad que la mujer debe hacer cosas, y hace cosas como todos los demás. El propósito de la mujer es la armonía en el mundo".
"La explotación de las personas es un crimen de lesa humanidad, es verdad. Pero la explotación de la mujer es un crimen mayor, porque destruye la armonía que Dios ha querido dar al mundo”.
El Papa finalizó la homilía refiriéndose a cómo “en el Evangelio hemos escuchado de qué cosas son capaces las mujeres, ¿verdad? Aquella era valiente. Andaba adelante con valentía. La mujer es la armonía, es la poesía, es la belleza. Sin ella, el mundo no sería así de hermoso, no sería armónico. Me gusta pensar que Dios creó a la mujer para que todos nosotros tuviéramos una madre”.
Evangelio comentado por el Papa Francisco:
Marcos 7:24-30
24 Y partiendo de allí, se fue a la región de Tiro, y entrando en una casa quería que nadie lo supiese, pero no logró pasar inadvertido,
25 sino que, en seguida, habiendo oído hablar de él una mujer, cuya hija estaba poseída de un espíritu inmundo, vino y se postró a sus pies.
26 Esta mujer era pagana, sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio.
27 El le decía: «Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.»
28 Pero ella le respondió: «Sí, Señor; que también los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños.»
29 El, entonces, le dijo: «Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija.»
30 Volvió a su casa y encontró que la niña estaba echada en la cama y que el demonio se había ido.
(Nota publicada por Aci Prensa)
El Papa Francisco ofreció una nueva catequesis en la Audiencia General del miércoles en la que habló de la esperanza y del perdón.
“La ofensa se vence con el perdón; para vivir en paz con todos. ¡Esta es la Iglesia! Y esto es lo que obra la esperanza cristiana, cuando asume los lineamientos fuertes y al mismo tiempo tiernos del amor. Y el amor es fuerte y tierno. Es bello”, afirmó el Santo Padre.
A continuación, el texto completo de la catequesis del Papa:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El miércoles pasado hemos visto que San Pablo, en la Primera Carta a los Tesalonicenses, exhorta a permanecer arraigados en la esperanza de la resurrección (Cfr. 5,4-11), con esa bella palabra “estaremos siempre con el Señor”.
En el mismo contexto, el Apóstol muestra que la esperanza cristiana no tiene sólo un aspecto personal, individual, sino comunitario, eclesial. Todos nosotros esperamos. Todos nosotros tenemos esperanza, pero también comunitariamente.
Por esto, la mirada es enseguida extendida por Paolo a todas las realidades que componen la comunidad cristiana, pidiéndoles de orar los unos por los otros y de sostenerse recíprocamente. Ayudarse recíprocamente.
Pero no solo ayudarse en las necesidades, en las tantas necesidades de la vida cotidiana, sino ayudarnos en la esperanza, sostenernos en la esperanza. Y no es un caso que comience justamente haciendo referencia a quienes les es confiada la responsabilidad y la guía pastoral.
Son los primeros en ser llamados a alimentar la esperanza, y esto no porque sean mejores de los demás, sino en virtud de un ministerio divino que va más allá de sus propias fuerzas. Por tal motivo, tienen más que nunca la necesidad del respeto, de la comprensión y del apoyo benévolo de todos.
La atención luego es puesta en los hermanos con mayor riesgo de perder la esperanza, de caer en la desesperación. Pero, nosotros siempre tenemos noticias de gente que cae en la desesperación y hace cosas feas, ¿no?
La des-esperanza los lleva a estas cosas feas. Se refiere a quien está desanimado, a quien es débil, a quien se siente abatido por el peso de la vida y de las propias culpas y no logra más levantarse.
En estos casos, la cercanía y el calor de toda la Iglesia debe hacerse todavía más intensa y amorosa, y deben asumir la forma exquisita de la compasión, que no es tener piedad: la compasión es soportar con el otro, sufrir con el otro, acercarme a quien sufre… una palabra, una caricia, pero que salga del corazón, esto es la compasión.
Tienen necesidad de la solidaridad y de la consolación. Esta es más importante que nunca: la esperanza cristiana no puede prescindir de la caridad genuina y concreta.
El mismo Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Romanos, afirma con el corazón en la mano: «Nosotros, los que somos fuertes – que tenemos la fe, la esperanza o no tenemos tantas dificultades – debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles y no complacernos a nosotros mismos» (15,1).
Sobrellevar, sobrellevar las debilidades de los demás. Este testimonio luego no permanece cerrado dentro de los confines de la comunidad cristiana: resuena con todo su vigor también fuera, en el contexto social y civil, como una llamada a no crear muros sino puentes, a no intercambiar el mal con el mal, a vencer el mal con el bien, la ofensa con el perdón: el cristiano jamás puede decir, me las pagaras. ¡Jamás! Esto no es un gesto cristiano.
La ofensa se vence con el perdón; para vivir en paz con todos. ¡Esta es la Iglesia! Y esto es lo que obra la esperanza cristiana, cuando asume los lineamientos fuertes y al mismo tiempo tiernos del amor. Y el amor es fuerte y tierno. Es bello.
Se comprende entonces que no se aprende a esperar solos. Nadie aprende a esperar solo. No es posible. La esperanza, para alimentarse, necesita necesariamente de un “cuerpo”, en el cual los diferentes miembros se sostengan y se animen recíprocamente.
Esto entonces quiere decir que, si esperamos, es porque muchos de nuestros hermanos y hermanas nos han enseñado a esperar y han tenido viva nuestra esperanza. Y entre ellos, se distinguen los pequeños, los pobres, los sencillos, los marginados.
Sí, porque no conoce la esperanza quien se cierra en su propio bienestar: espera solamente en su bienestar y esto no es esperanza: es seguridad relativa; no conoce la esperanza quien se cierra en su propia satisfacción, quien se siente siempre bien… Los que esperan son en cambio aquellos que experimentan cada día la prueba, la precariedad y el propio limite.
Son estos nuestros hermanos los que nos dan el testimonio más bello, más fuerte, porque permanecen firmes en la confianza en el Señor, sabiendo que, más allá de la tristeza, de la opresión y de la inevitabilidad de la muerte, la última palabra será la suya, y será una palabra de misericordia, de vida y de paz.
Quien espera, espera escuchar un día esta palabra: “Ven, ven a mí, hermano; ven, ven a mí, hermana, por toda la eternidad”.
Queridos amigos, si – como hemos dicho – la morada natural de la esperanza es un “cuerpo” solidario, en el caso de la esperanza cristiana este cuerpo es la Iglesia, mientras que el soplo vital, el alma de esta esperanza es el Espíritu Santo. Sin el Espíritu Santo no se puede tener esperanza.
Es por eso que el Apóstol Pablo nos invita al final a invocarlo continuamente. Si no es fácil creer, mucho menos lo es esperar. Es más difícil esperar que creer. Es más difícil.
Pero cuando el Espíritu Santo habita en nuestros corazones, es Él quien nos hace entender que no debemos temer, que el Señor está cerca y se preocupa por nosotros; y es Él quien modela nuestras comunidades, en una perenNe Pentecostés, como signos vivos de esperanza para la familia humana. Gracias.
(Nota tomada de Aci Prensa)
El Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2017 lleva por título “La Palabra es un don. El otro es un don”.
En él, el Santo Padre habla del pasaje sobre Lázaro y el rico; y señala que “la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor 'que en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador' nos muestra el camino a seguir”.
A continuación, el texto completo del mensaje:
Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor.
Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf. Homilía, 8 enero 2016).
La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia. En concreto, quisiera centrarme aquí en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc 16,19- 31).
Dejémonos guiar por este relato tan significativo, que nos da la clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión.
1. El otro es un don
La parábola comienza presentando a los dos personajes principales, pero el pobre es el que viene descrito con más detalle: él se encuentra en una situación desesperada y no tiene fuerza ni para levantarse, está echado a la puerta del rico y come las migajas que caen de su mesa, tiene llagas por todo el cuerpo y los perros vienen a lamérselas (cf. vv. 20-21). El cuadro es sombrío, y el hombre degradado y humillado.
La escena resulta aún más dramática si consideramos que el pobre se llama Lázaro: un nombre repleto de promesas, que significa literalmente «Dios ayuda». Este no es un personaje anónimo, tiene rasgos precisos y se presenta como alguien con una historia personal.
Mientras que para el rico es como si fuera invisible, para nosotros es alguien conocido y casi familiar, tiene un rostro; y, como tal, es un don, un tesoro de valor incalculable, un ser querido, amado, recordado por Dios, aunque su condición concreta sea la de un desecho humano (cf. Homilía, 8 enero 2016).
Lázaro nos enseña que el otro es un don. La justa relación con las personas consiste en reconocer con gratitud su valor. Incluso el pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida.
La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido. La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo.
Cada uno de nosotros los encontramos en nuestro camino. Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil. Pero para hacer esto hay que tomar en serio también lo que el Evangelio nos revela acerca del hombre rico.
2. El pecado nos ciega
La parábola es despiadada al mostrar las contradicciones en las que se encuentra el rico (cf. v. 19). Este personaje, al contrario que el pobre Lázaro, no tiene un nombre, se le califica sólo como «rico». Su opulencia se manifiesta en la ropa que viste, de un lujo exagerado.
La púrpura, en efecto, era muy valiosa, más que la plata y el oro, y por eso estaba reservada a las divinidades (cf. Jr 10,9) y a los reyes (cf. Jc 8,26). La tela era de un lino especial que contribuía a dar al aspecto un carácter casi sagrado.
Por tanto, la riqueza de este hombre es excesiva, también porque la exhibía de manera habitual todos los días: «Banqueteaba espléndidamente cada día» (v. 19). En él se vislumbra de forma patente la corrupción del pecado, que se realiza en tres momentos sucesivos: el amor al dinero, la vanidad y la soberbia (cf. Homilía, 20 septiembre 2013).
El apóstol Pablo dice que «la codicia es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Esta es la causa principal de la corrupción y fuente de envidias, pleitos y recelos.
El dinero puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico (cf. Exh. ap. Evangelii gaudium, 55). En lugar de ser un instrumento a nuestro servicio para hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e impide la paz.
La parábola nos muestra cómo la codicia del rico lo hace vanidoso. Su personalidad se desarrolla en la apariencia, en hacer ver a los demás lo que él se puede permitir.
Pero la apariencia esconde un vacío interior. Su vida está prisionera de la exterioridad, de la dimensión más superficial y efímera de la existencia (cf. ibíd., 62).
El peldaño más bajo de esta decadencia moral es la soberbia. El hombre rico se viste como si fuera un rey, simula las maneras de un dios, olvidando que es simplemente un mortal.
Para el hombre corrompido por el amor a las riquezas, no existe otra cosa que el propio yo, y por eso las personas que están a su alrededor no merecen su atención. El fruto del apego al dinero es una especie de ceguera: el rico no ve al pobre hambriento, llagado y postrado en su humillación
Cuando miramos a este personaje, se entiende por qué el Evangelio condena con tanta claridad el amor al dinero: «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24).
3. La Palabra es un don
El Evangelio del rico y el pobre Lázaro nos ayuda a prepararnos bien para la Pascua que se acerca. La liturgia del Miércoles de Ceniza nos invita a vivir una experiencia semejante a la que el rico ha vivido de manera muy dramática.
El sacerdote, mientras impone la ceniza en la cabeza, dice las siguientes palabras: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás». El rico y el pobre, en efecto, mueren, y la parte principal de la parábola se desarrolla en el más allá. Los dos personajes descubren de repente que «sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él» (1 Tm 6,7).
También nuestra mirada se dirige al más allá, donde el rico mantiene un diálogo con Abraham, al que llama «padre» (Lc 16,24.27), demostrando que pertenece al pueblo de Dios.
Este aspecto hace que su vida sea todavía más contradictoria, ya que hasta ahora no se había dicho nada de su relación con Dios. En efecto, en su vida no había lugar para Dios, siendo él mismo su único dios.
El rico sólo reconoce a Lázaro en medio de los tormentos de la otra vida, y quiere que sea el pobre quien le alivie su sufrimiento con un poco de agua.
Los gestos que se piden a Lázaro son semejantes a los que el rico hubiera tenido que hacer y nunca realizó. Abraham, sin embargo, le explica: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces» (v. 25). En el más allá se restablece una cierta equidad y los males de la vida se equilibran con los bienes.
La parábola se prolonga, y de esta manera su mensaje se dirige a todos los cristianos. En efecto, el rico, cuyos hermanos todavía viven, pide a Abraham que les envíe a Lázaro para advertirles; pero Abraham le responde: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen» (v. 29). Y, frente a la objeción del rico, añade: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto» (v. 31).
De esta manera se descubre el verdadero problema del rico: la raíz de sus males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo.
La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios. Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don del hermano.
Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor "que en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador" nos muestra el camino a seguir.
Que el Espíritu Santo nos guie a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados.
Animo a todos los fieles a que manifiesten también esta renovación espiritual participando en las campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Iglesia promueven en distintas partes del mundo para que aumente la cultura del encuentro en la única familia humana.
Oremos unos por otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua.
(Nota tomada de Aci Prensa)
El Papa Francisco recibió en audiencia a una delegación ecuménica de la Iglesia evangélica en Alemania a la que recordó la importancia de permanecer en comunión y testimoniar el Evangelio.
“La llamada urgente de Jesús a la unidad nos interpela, como también toda la familia humana, en un periodo en que experimenta graves laceraciones y nuevas formas de exclusión y de marginación”, afirmó.
“Les deseo ir hacia delante en este bendito camino de comunión fraterna, yendo con coraje y decisión hacia una unidad que sea cada vez más plena. Tenemos el mismo Bautismo: debemos caminar juntos, ¡sin cansarnos!”.
El Papa habló de la conmemoración de los 500 años de la Reforma protestante y pidió “mirar al pasado sin rencores”, sino según Cristo y en "comunión en Él, para proponer de nuevo a los hombres y mujeres de nuestro tiempo la novedad radical de Jesús, la misericordia sin límites de Dios”.
Sobre la división causada por la Reforma, el Santo Padre señaló que “el hecho de que su llamada a la renovación haya suscitado desarrollos que han llevado a divisiones entre los cristianos, ha sido ciertamente trágico”.
“Los creyentes no se sintieron más hermanos y hermanas en la fe, sino adversarios y competencia. Por demasiado tiempo alimentando la hostilidad y han sido ávidos en luchas, fomentadas por intereses políticos y de poder, incluso no han tenido escrúpulos en usar la violencia los unos contra los otros, hermanos contra hermanos”, resaltó.
Francisco indicó que ahora la relación entre ambas confesiones es distinta y pidió “confirmar nuestra llamada sin retorno a testimoniar juntos el Evangelio y a proseguir en el camino hacia la plena unidad”.
El Pontífice explicó que “las diferencias en cuestiones de fe y de moral, que todavía existen, permanecen como desafíos en el recorrido hacia la visible unidad, la cual anhelan nuestros hermanos”.
“El dolor es vivido especialmente por los esposos que pertenecen a confesiones diversas”, dijo también en el discurso.
“Es necesario que nos involucremos, con oración insistente y con todas las fuerzas, en superar los obstáculos todavía existentes, intensificando el diálogo teológico y reforzando la colaboración entre nosotros, sobre todo en el servicio a aquellos que mayormente sufren y en el cuidado de la creación amenazada”.
(Nota publicada originalmente por ACI Prensa)
El Papa Francisco habló en su catequesis de la Audiencia General sobre la resurrección de los muertos y en concreto de la de Cristo.
“Cada vez que nos encontramos ante nuestra muerte, o a aquella de una persona querida, sentimos que nuestra fe es puesta a la prueba. Surgen todas nuestras dudas, toda nuestra fragilidad, y nos preguntamos: “¿De verdad existirá la vida después de la muerte? ¿Podré todavía ver y abrazar a las personas que he amado?”, dijo en la Audiencia.
A continuación, el texto completo de la catequesis del Papa:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En las anteriores catequesis hemos iniciado nuestro recorrido sobre el tema de la esperanza releyendo en esta perspectiva algunas páginas del Antiguo Testamento. Ahora queremos pasar a poner en evidencia la extraordinaria importancia que esta virtud asume en el Nuevo Testamento, cuando encuentra la novedad representada por Jesús y por el evento pascual: la esperanza cristiana. Nosotros cristianos, somos mujeres y hombres de esperanza.
Es esto lo que emerge de modo claro desde el primer texto que ha sido escrito, es decir, desde la Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses. En el pasaje que hemos escuchado, se puede percibir toda la frescura y la belleza del primer anuncio cristiano. La comunidad de Tesalónica era una comunidad joven, fundada de hace poco; no obstante las dificultades y las diversas pruebas, está enraizada en la fe y celebra con entusiasmo y con alegría la resurrección del Señor Jesús. El Apóstol entonces se alegra de corazón con todos, porque cuantos renacen en la Pascua se convierten de verdad en «hijos de la luz, hijos del día» – así los llama él – (5,5), en virtud de la plena comunión con Cristo.
Cuando Pablo les escribe, la comunidad de Tesalónica ha sido apenas fundada, y sólo pocos años la separan de la Pascua de Cristo; pocos años después, ¡eh! Por esto, el Apóstol trata de hacer comprender todos los efectos y las consecuencias que éste evento único y decisivo, es decir, la resurrección del Señor, comporta para la historia y para la vida de cada uno. En particular, la dificultad de la comunidad no era tanto reconocer la resurrección de Jesús, todos lo creían, sino de creer en la resurrección de los muertos. Si, Jesús ha resucitado, pero los muertos tenían un poco de dificultad.
En este sentido, esta carta se presenta más actual que nunca. Cada vez que nos encontramos ante nuestra muerte, o a aquella de una persona querida, sentimos que nuestra fe es puesta a la prueba. Surgen todas nuestras dudas, toda nuestra fragilidad, y nos preguntamos: “¿De verdad existirá la vida después de la muerte? ¿Podré todavía ver y abrazar a las personas que he amado?”. Esta pregunta me la ha hecho una señora hace pocos días en una audiencia. Me dijo: ¿Encontraré a mis seres queridos? Una incógnita… También nosotros, en el contexto actual, tenemos necesidad de regresar a las raíces y a los fundamentos de nuestra fe, para que así tomemos conciencia de lo que Dios ha obrado por nosotros en Cristo Jesús y que cosa significa nuestra muerte. Todos tenemos un poco de miedo; la muerte, por esta incertidumbre, ¿no? Aquí viene la palabra de Pablo. Me viene a la memoria un viejito, un anciano, bueno, que decía: “Yo no tengo miedo a la muerte. Tengo un poco de miedo verla venir”. Y tenía miedo de esto.
Pablo, ante los temores y las perplejidades de la comunidad, invita a tener firme sobre la cabeza como un yelmo, sobre todo en las pruebas y en los momentos más difíciles de nuestra vida, “la esperanza de la salvación”. Es un yelmo. Es esta la esperanza cristiana. Cuando se habla de esperanza, podemos ser llevados a comprenderla según el significado común del término, es decir, en relación a algo bello que deseamos, pero que puede realizarse o tal vez no. Esperemos que suceda, pero… esperemos, como un deseo, ¿no? Se dice por ejemplo: “¡Espero que mañana haga buen clima!”; pero sabemos que al día siguiente en cambio puede hacer un mal clima… La esperanza cristiana no es así. La esperanza cristiana es la espera de algo que ya ha sido realizada; está la puerta ahí, y yo espero llegar a la puerta. ¿Qué cosa debo hacer? ¡Caminar hacia la puerta! Estoy seguro que llegaré a la puerta.
Así es la esperanza cristiana: tener la certeza que yo estoy en camino hacia algo que es y no lo que yo quiero que sea. Esta es la esperanza cristiana. La esperanza cristiana es espera de una cosa que ya ha sido realizada y que ciertamente se realizará para cada uno de nosotros. También nuestra resurrección y aquella de nuestros queridos difuntos, pues, no es una cosa que puede suceder o tal vez no, sino es una realidad cierta, en cuanto está fundada en el evento de la resurrección de Cristo. Esperar pues significa aprender vivir en la espera. Aprender a vivir en la espera y encontrar la vida. Cuando una mujer se da cuenta de estar embarazada, cada día aprende a vivir en la espera de ver la mirada de ese niño que llegará… También nosotros debemos vivir y aprender de estas actitudes humanas y vivir en la espera de mirar al Señor, de encontrar al Señor. Esto no es fácil, pero se aprende: a vivir en la espera. Esperar significa e implica un corazón humilde, pobre. Solo un pobre sabe esperar. Quien está lleno de sí y de sus bienes, no sabe poner la confianza en ningún otro sino en sí mismo.
Escribe aún Pablo: «Él que murió por nosotros, a fin de que, velando o durmiendo, vivamos unidos a Él» (1 Tes 5,10). Estas palabras son siempre motivo de grande consolación y de paz. Asimismo para las personas amadas que nos han dejado estamos pues llamados a orar para que vivan en Cristo y estén en plena comunión con nosotros. Una cosa que a mí me toca el corazón es una expresión de San Pablo, siempre dirigida a los Tesalonicenses. A mí me llena de la seguridad de la esperanza. Dice así: «Y así permaneceremos con el Señor para siempre» (1 Tes 4,17). ¡Qué bello! Todo pasa. Pero, después de la muerte, por siempre estaremos con el Señor. Es la certeza total de la esperanza, la misma que, mucho tiempo antes, hacia exclamar a Job: «Yo sé que mi Redentor vive […]. Yo mismo lo veré, lo contemplarán mis ojos» (Job 19,25.27). Y así por siempre estaremos con el Señor. ¿Ustedes creen esto? Les pregunto: ¿Creen esto? Más o menos, ¡eh! Pero para tener un poco de fuerza los invito a decirlo tres veces conmigo: “Y así por siempre estaremos con el Señor”. Todos juntos: “Y así por siempre estaremos con el Señor”, “Y así por siempre estaremos con el Señor”, “Y así por siempre estaremos con el Señor”. Y allá, con el Señor, nos encontraremos. Gracias.
“Uno solo es mi deseo: que sean felices en el tiempo y en la eternidad”, dejó escrito a sus jóvenes el gran San Juan Bosco, fundador de la Familia Salesiana y declarado “padre y maestro de la juventud” por San Juan Pablo II.
Don Bosco nació un 16 de agosto de 1815 en I Becchi, Castelnuovo D’ Asti (Italia). A sus dos años murió su padre y su mamá, la “Sierva de Dios” Margarita Occhiena, siendo analfabeta y pobre, se encargó de sacar adelante a sus hijos.
A los nueve años Juanito tuvo un sueño profético en el que vio una multitud de chiquillos que se peleaban y blasfemaban. Él trató de hacerlos callar con los puños, pero se apareció Jesús y le dijo que debía ganarse a los muchachos con la mansedumbre y la caridad. Asimismo, Cristo le mostró a la que sería su maestra: la Virgen María.
Luego, la Madre de Dios le indicó que mirara donde estaban los muchachos y Juan vio a muchos animales que después se transformaron en mansos corderos. Al final, la Virgen le dijo estas memorables palabras: “A su tiempo lo comprenderás todo”.
Poco a poco fue creciendo en Juan un gran interés por los estudios, así como su deseo de ser sacerdote para aconsejar a los pequeños. No obstante, para lograrlo, muchas veces tuvo que abandonar su casa y trabajar en diferentes oficios que, en el futuro, él enseñaría a sus muchachos para que se ganen un sustento.
Ingresó al seminario de Chieri y conoció a San José Cafasso, quien le mostró las prisiones y los barrios bajos donde había jóvenes necesitados. Recibió el orden sacerdotal en 1841 y buscando prevenir que los muchachos se pierdan en malos pasos, entonces inició el oratorio salesiano que desde sus inicios reunió a cientos de jóvenes.
Al principio esta obra no tenía lugar fijo hasta que logra establecerse en el barrio periférico de Valdocco. En una ocasión cayó gravemente enfermo, pero al recuperarse Don Bosco prometió dar hasta su último aliento por los jóvenes.
San Juan Bosco se entregó de lleno a consolidar y extender su obra. Brindó alojamiento a chicos abandonados, ofreció talleres de aprendizaje y, siendo un sacerdote pobre, construyó una iglesia en honor a San Francisco de Sales, el santo de la amabilidad.
En 1859 fundó a los Salesianos con un grupo de jóvenes y más adelante cofunda las Hijas de María Auxiliadora con Santa María Mazzarello. Luego también dio inicio a los Salesianos Cooperadores. Además, sólo con donaciones, construyó la Basílica de María Auxiliadora de Turín y la Basílica del Sagrado Corazón en Roma.
San Juan Bosco partió a la Casa del Padre un 31 de enero de 1888, día que la Iglesia celebra su fiesta, y después de haber hecho vida aquella frase que le dijo a su alumno Santo Domingo Savio: “Aquí hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”.
(Publicado originalmente por Aci Prensa)
Nosotros que lo tenemos todo y “si nos falta algo nos quejamos”, pensemos en los cristianos perseguidos y asesinados por su fe que hoy mueren en mayor número que en los primeros siglos, pero que para los medios de comunicación “no es noticia”, expresó el Papa Francisco durante la Misa celebrada este lunes en la Casa Santa Marta.
El Papa, que centró su homilía en el valor del martirio para la Iglesia de hoy y de mañana, llamó a conservar “la memoria de los mártires, que sufrieron y dieron la vida como Jesús, que fueron lapidados, torturados, asesinados a espada”, porque “sin memoria no hay esperanza”.
“Los mártires son los que llevan a la Iglesia adelante, son los que sostienen la Iglesia, los que la han sostenido y los que la sostienen hoy. Y hoy hay más mártires que en los primeros siglos”, explicó. “Los medios de comunicación no lo dicen porque no es noticia, pero hay muchos cristianos hoy en el mundo que son perseguidos, insultados, encarcelados, y son bendecidos por ello”.
“¡Hay muchos cristianos en la cárcel, sólo por llevar una cruz o por dar testimonio de Jesucristo!”, lamentó el Obispo de Roma, quien recordó, al mismo tiempo, que ese sufrimiento “es la gloria de la Iglesia, y nuestro apoyo y también nuestra humillación”.
Dijo que es una humillación para los cristianos que no sufren esa persecución. “Nosotros, que lo tenemos todo, que todo nos parece fácil, y que si nos falta algo nos quejamos, pensemos en nuestros hermanos y hermanas que hoy, en un número mayor que en los primeros siglos, sufren el martirio”, expresó.
Francisco puso en valor los frutos de los mártires, a los cuales se refirió como la fortaleza de la Iglesia. “Es verdad y justo reconocerlo, que sentimos una gran satisfacción cuando asistimos a un acto eclesial de grandes dimensiones, con un gran éxito de asistencia de fieles, de cristianos que manifiestan su fe. ¡Es realmente bello! ¿Es esa nuestra fuerza? Sí, es nuestra fuerza, pero la más grande fuerza de la Iglesia hoy está en las pequeñas Iglesias, las pequeñitas, las que tienen pocas personas, con sus miembros perseguidos, con sus obispos en la cárcel. Esa es nuestra gloria hoy, nuestra gloria y nuestra fuerza hoy”, aseguró.
“Una Iglesia sin mártires, me atrevo a decir, es una Iglesia sin Jesús”, dijo el Santo Padre, que invitó a rezar “por nuestros mártires que sufren tanto, por esa Iglesia que no es libre de expresarse. Ellos son nuestra esperanza, porque la sangre de los cristianos, la sangre de los mártires, es semilla de cristianos”.
“Con su martirio, con su testimonio, con su sufrimiento, también dando la vida, ofreciendo la vida, siembran el cristianismo futuro”, expresó.
Evangelio comentado por el Papa Francisco:
Marcos 5:1-20
1 Y llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos.
2 Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo
3 que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas,
4 pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle.
5 Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras.
6 Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante él
7 y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes.»
8 Es que él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre.»
9 Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos.»
10 Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región.
11 Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte;
12 y le suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos.»
13 Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara - unos 2.0000 se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar.
14 Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido.
15 Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor.
16 Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos.
17 Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término.
18 Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con él.
19 Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti.»
20 El se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.
El Papa Francisco, durante la homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta el 27 de enero, animó a los cristianos a ser valientes y a confiar en Dios, porque “Dios nos libra de la pusilanimidad, ese pecado que nos paraliza, que nos quita la esperanza, la valentía, la paciencia”.
Ese pecado, advirtió, “nos hace tener miedo de todo" y "nos quita la memoria del paso de Dios por nuestras vidas”.
El Santo Padre también recordó las palabras de la Carta de San Pablo a los Hebreos: “hermanos, traed a la memoria los días pasados”.
“La memoria de los días del entusiasmo, del andar adelante en la fe, de los primeros pasos en la fe. No se entiende la vida cristiana sin memoria. No solo no se entiende, sino que no se puede vivir cristianamente sin memoria. La memoria de la salvación de Dios en mi vida, la memoria de los problemas de mi vida”, señaló el Papa.
“Nos preguntamos: ¿de qué forma el Señor me ha salvado de estos problemas? La memoria es una gracia: la gracia de pedir”, explicó.
El Papa exhortó a pedir: “‘Señor, que no me olvide de tu paso por mi vida, que no me olvide de los buenos momentos, tampoco de los malos, de la gracia de la cruz’. El cristiano es un hombre de memoria”.
Francisco destacó otro aspecto importante presente en la Carta a los Hebreos: la esperanza.
“La esperanza, mirar al futuro. Así como no se puede vivir una vida cristiana sin la memoria de los pasos dados, tampoco se puede vivir una vida cristiana sin mirar al futuro con la esperanza del encuentro con el Señor”.
El Santo Padre señaló que “la vida es un suspiro, ¿verdad? Pasa. Cuando uno es joven piensa que tiene mucho tiempo por delante, pero luego la vida nos enseña aquella expresión que decimos todos: ‘¡cómo pasa el tiempo! ¡Esta persona, que hace poco era un niño, y ahora se casa! ¡Cómo pasa el tiempo!’”.
La Carta a los Hebreos, dijo, invita a vivir el presente “con valentía y paciencia”, aunque sea “muchas veces doloroso y triste”.
El Santo Padre explicó que “todos somos pecadores, pero seguimos adelante con valentía y con paciencia. No nos quedamos quietos, cerrados, porque eso no nos hará crecer”.
El Papa advirtió contra el riesgo de excedernos en la prudencia: “no arriesgarse, ser prudentes. Sí, es cierto, la prudencia, pero también te puede paralizar, te puede hacer olvidar la gracia recibida, te puede quitar la memoria, te puede quitar la esperanza porque no te deja avanzar”.
También comparó a un cristiano con el alma restringida con una persona que viste con ropas de mala calidad y que, cuando le sorprende un aguacero por la calle, se contraen los tejidos: “eso es tener el alma restringida, eso es la pusilanimidad. Se trata de un pecado contra la memoria, la valentía, la paciencia y la esperanza”.
“El Señor nos hace crecer en la memoria, nos hace crecer en la esperanza, nos da, cada día, coraje y paciencia, y nos libra de la pusilanimidad, del tener miedo de todo. Cuidado con tener el alma restringida para conservarla. No olvidemos las palabras de Jesús: ‘Quien quiera conservar la propia vida, la perderá’”, dijo.
Lectura comentada por el Papa Francisco:
Hebreos 10:32-39
32 Traed a la memoria los días pasados, en que después de ser iluminados, hubisteis de soportar un duro y doloroso combate,
33 unas veces expuestos públicamente a ultrajes y tribulaciones; otras, haciéndoos solidarios de los que así eran tratados.
34 Pues compartisteis los sufrimientos de los encarcelados; y os dejasteis despojar con alegría de vuestros bienes, conscientes de que poseíais una riqueza mejor y más duradera.
35 No perdáis ahora vuestra confianza, que lleva consigo una gran recompensa.
36 Necesitáis paciencia en el sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo prometido.
37 Pues todavía un poco, muy poco tiempo; y el que ha de venir vendrá sin tardanza.
38 Mi justo vivirá por la fe; mas si es cobarde, mi alma no se complacerá en él.
39 Pero nosotros no somos cobardes para perdición, sino creyentes para salvación del alma.
(Nota Publicada originalmente por Aci Prensa)
En una nueva catequesis sobre la esperanza en la Audiencia General del miércoles, el Papa Francisco propuso la historia de Judith y explicó cómo su valentía ayudó al pueblo de Israel a confiar en Dios.
"No pongamos jamás condiciones a Dios y dejemos en cambio que la esperanza venza nuestros temores. Confiar en Dios quiere decir entrar en sus designios sin ninguna pretensión, también aceptando que su salvación y su ayuda lleguen a nosotros de modos distintos a nuestras expectativas", dijo el Pontífice.
A continuación, el texto completo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Entre las figuras de las mujeres que el Antiguo Testamento nos presenta, resalta aquella de una gran heroína del pueblo: Judit. El Libro bíblico que lleva su nombre narra la grandiosa campaña militar del rey Nabucodonosor, el cual, reinando en Nínive, expande los límites del imperio derrotando y conquistando a todos los pueblos de su alrededor. El lector entiende que se encuentra ante un gran e invencible enemigo que está sembrando muerte y destrucción y que llega hasta la Tierra Prometida, poniendo en peligro la vida de los hijos de Israel.
El ejército de Nabucodonosor, de hecho, bajo la guía del general Holofernes, sitió una ciudad de Judea, Betulia, cortando las reservas de agua y debilitando así la resistencia de la población.
La situación se vuelve dramática, al punto que los habitantes de la ciudad se dirigen a los ancianos pidiendo rendirse ante los enemigos. Sus palabras son desesperadas: «Ya no hay nadie que pueda auxiliarnos, porque Dios nos ha puesto en manos de esa gente para que desfallezcamos de sed ante sus ojos y seamos totalmente destruidos. Han llegado a decir esto: “Dios nos ha abandonado”; la desesperación era grande en esa gente. Llámenlos ahora mismo y entreguen la ciudad como botín a Holofernes y a todo su ejército» (Jdt 7,25-26). El fin parece inevitable, la capacidad de confiar en Dios se ha terminado – la capacidad de confiar en Dios se ha terminado. Y cuantas veces nosotros llegamos a situaciones extremas donde no sentimos ni siquiera la capacidad de tener confianza en el Señor. Es una fea tentación. Y, paradójicamente, parece que, para huir de la muerte, no queda más que entregarse en manos de quien asesina. Ellos saben que estos soldados entraran a saquear la ciudad, tomar a las mujeres como esclavas y luego matar a todos los demás. Esto es justamente “lo extremo”.
Y ante tanta desesperación, el jefe del pueblo intenta proponer un motivo de esperanza: resistir todavía cinco días, esperando la intervención salvífica de Dios. Pero es una esperanza débil, que les hace concluir: «Si transcurridos estos días, no nos llega ningún auxilio, entonces obraré como ustedes dicen» (7,31). Pobre hombre: no tenía salida. Cinco días les son concedidos a Dios – y está aquí el pecado – cinco días les son concedidos a Dios para intervenir; cinco días de espera, pero ya con la perspectiva del final. Conceden cinco días a Dios para salvarlos, pero saben que no tienen confianza, esperan lo peor. En realidad, ninguno más, entre el pueblo, es todavía capaz de esperar. Estaban desesperados.
Es en esta situación aparece en escena Judit. Viuda, mujer de gran belleza y sabiduría, ella habla al pueblo con el lenguaje de la fe. Valiente, reprocha en la cara al pueblo diciendo: «Ustedes ponen a prueba al Señor todopoderoso, […]. No, hermanos; cuídense de provocar la ira del Señor, nuestro Dios. Porque si él no quiere venir a ayudarnos en el término de cinco días, tiene poder para protegernos cuando él quiera o para destruirnos ante nuestros enemigos. […]. Por lo tanto, invoquemos su ayuda, esperando pacientemente su salvación, y él nos escuchará si esa es su voluntad» (8,13.14-15.17). Es el lenguaje de la esperanza. Toquemos la puerta del corazón de Dios, Él es Padre, Él puede salvarnos. Esta mujer, viuda, arriesga de quedar mal ante los demás. ¡Pero es valiente! ¡Va adelante! Esta es mi opinión: las mujeres son más valientes que los hombres.
Y con la fuerza de un profeta, Judit convoca a los hombres de su pueblo para conducirlos a la confianza en Dios; con la mirada de un profeta, ella ve más allá del estrecho horizonte propuesto por los jefes y del miedo que lo hace aún más limitado. Dios actuará ciertamente – ella lo afirma – mientras la propuesta de los cinco días de espera es un modo para tentarlo y para someterse a su voluntad. El Señor es Dios de salvación – y ella lo cree –, cualquier forma esa tome. Es salvación librar de los enemigos y hacer vivir, pero, en sus planes impenetrables, puede ser salvación también entregar a la muerte. Mujer de fe, ella lo sabe. Luego conocemos el final, como terminó la historia: Dios salva.
Queridos hermanos y hermanas, no pongamos jamás condiciones a Dios y dejemos en cambio que la esperanza venza nuestros temores. Confiar en Dios quiere decir entrar en sus designios sin ninguna pretensión, también aceptando que su salvación y su ayuda lleguen a nosotros de modos distintos a nuestras expectativas. Nosotros pedimos al Señor vida, salud, afectos, felicidad; y es justo hacerlo, pero con la conciencia que Dios sabe traer vida también de la muerte, que se puede experimentar la paz también en la enfermedad, y que puede haber serenidad también en la soledad y alegría también en el llanto. No somos nosotros los que podemos enseñar a Dios aquello que debe hacer, de lo que nosotros tenemos necesidad. Él lo sabe mejor que nosotros, y debemos confiar, porque sus vías y sus pensamientos son distintos a los nuestros.
El camino que Judit nos indica es aquel de la confianza, de la espera en la paz, de la oración y de la obediencia. Es el camino de la esperanza. Sin fáciles resignaciones, haciendo todo lo que está en nuestras posibilidades, pero siempre permaneciendo en el surco de la voluntad del Señor, porque – lo sabemos – ha orado mucho, ha hablado al pueblo y después, valerosa, se ha ido, ha buscado el modo para acercarse al jefe del ejército y ha logrado cortarle la cabeza, decapitarlo. Es valiente en la fe y en las obras. Y busca siempre al Señor. Judit, de hecho, tiene un plan, lo actúa con suceso y lleva al pueblo a la victoria, pero siempre en la actitud de fe de quien todo acepta de la mano de Dios, segura de su bondad.
Así, una mujer llena de fe y de valentía devuelve la fuerza a su pueblo en peligro mortal y lo conduce sobre la vía de la esperanza, indicándolo también a nosotros. Y nosotros, si hacemos un poco de memoria, cuántas veces hemos escuchado palabras sabias, valientes, de personas humildes, de mujeres humildes que uno piensa que – sin despreciarlas – fueran ignorantes. Pero son palabras de la sabiduría de Dios. Las palabras de las abuelas. Cuantas veces las abuelas saben decir la palabra justa, la palabra de esperanza, porque tienen la experiencia de la vida, han sufrido mucho, se han encomendado a Dios y el Señor les da este don de darnos consejos de esperanza. Y, recorriendo esas vías, será alegría y luz pascual encomendarse al Señor con las palabras de Jesús: «Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42). Y esta es la oración de la sabiduría, de la confianza y de la esperanza.
El Vaticano ha dado a conocer el Mensaje del Papa Francisco con motivo de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que se celebrará el domingo 28 de mayo, Solemnidad de la Ascensión del Señor.
El Pontífice pide en el texto “una comunicación constructiva que, rechazando los prejuicios contra los demás, fomente una cultura del encuentro que ayude a mirar la realidad con auténtica confianza”.
A continuación, el texto completo del mensaje:
«No temas, que yo estoy contigo» (Is 43,5).
Comunicar esperanza y confianza en nuestros tiempos
Gracias al desarrollo tecnológico, el acceso a los medios de comunicación es tal que muchísimos individuos tienen la posibilidad de compartir inmediatamente noticias y de difundirlas de manera capilar. Estas noticias pueden ser bonitas o feas, verdaderas o falsas. Nuestros padres en la fe ya hablaban de la mente humana como de una piedra de molino que, movida por el agua, no se puede detener. Sin embargo, quien se encarga del molino tiene la posibilidad de decidir si moler trigo o cizaña. La mente del hombre está siempre en acción y no puede dejar de «moler» lo que recibe, pero está en nosotros decidir qué material le ofrecemos. (cf. Casiano el Romano, Carta a Leoncio Igumeno).
Me gustaría con este mensaje llegar y animar a todos los que, tanto en el ámbito profesional como en el de las relaciones personales, «muelen» cada día mucha información para ofrecer un pan tierno y bueno a todos los que se alimentan de los frutos de su comunicación. Quisiera exhortar a todos a una comunicación constructiva que, rechazando los prejuicios contra los demás, fomente una cultura del encuentro que ayude a mirar la realidad con auténtica confianza.
Creo que es necesario romper el círculo vicioso de la angustia y frenar la espiral del miedo, fruto de esa costumbre de centrarse en las «malas noticias» (guerras, terrorismo, escándalos y cualquier tipo de frustración en el acontecer humano). Ciertamente, no se trata de favorecer una desinformación en la que se ignore el drama del sufrimiento, ni de caer en un optimismo ingenuo que no se deja afectar por el escándalo del mal. Quisiera, por el contrario, que todos tratemos de superar ese sentimiento de disgusto y de resignación que con frecuencia se apodera de nosotros, arrojándonos en la apatía, generando miedos o dándonos la impresión de que no se puede frenar el mal. Además, en un sistema comunicativo donde reina la lógica según la cual para que una noticia sea buena ha de causar un impacto, y donde fácilmente se hace espectáculo del drama del dolor y del misterio del mal, se puede caer en la tentación de adormecer la propia conciencia o de caer en la desesperación.
Por lo tanto, quisiera contribuir a la búsqueda de un estilo comunicativo abierto y creativo, que no dé todo el protagonismo al mal, sino que trate de mostrar las posibles soluciones, favoreciendo una actitud activa y responsable en las personas a las cuales va dirigida la noticia. Invito a todos a ofrecer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo narraciones marcadas por la lógica de la «buena noticia».
La buena noticia
La vida del hombre no es sólo una crónica aséptica de acontecimientos, sino que es historia, una historia que espera ser narrada mediante la elección de una clave interpretativa que sepa seleccionar y recoger los datos más importantes. La realidad, en sí misma, no tiene un significado unívoco. Todo depende de la mirada con la cual es percibida, del «cristal» con el que decidimos mirarla: cambiando las lentes, también la realidad se nos presenta distinta. Entonces, ¿qué hacer para leer la realidad con «las lentes» adecuadas?
Para los cristianos, las lentes que nos permiten descifrar la realidad no pueden ser otras que las de la buena noticia, partiendo de la «Buena Nueva» por excelencia: el «Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (Mc 1,1). Con estas palabras comienza el evangelista Marcos su narración, anunciando la «buena noticia» que se refiere a Jesús, pero más que una información sobre Jesús, se trata de la buena noticia que es Jesús mismo. En efecto, leyendo las páginas del Evangelio se descubre que el título de la obra corresponde a su contenido y, sobre todo, que ese contenido es la persona misma de Jesús.
Esta buena noticia, que es Jesús mismo, no es buena porque esté exenta de sufrimiento, sino porque contempla el sufrimiento en una perspectiva más amplia, como parte integrante de su amor por el Padre y por la humanidad. En Cristo, Dios se ha hecho solidario con cualquier situación humana, revelándonos que no estamos solos, porque tenemos un Padre que nunca olvida a sus hijos. «No temas, que yo estoy contigo» (Is 43,5): es la palabra consoladora de un Dios que se implica desde siempre en la historia de su pueblo. Con esta promesa: «estoy contigo», Dios asume, en su Hijo amado, toda nuestra debilidad hasta morir como nosotros. En Él también las tinieblas y la muerte se hacen lugar de comunión con la Luz y la Vida. Precisamente aquí, en el lugar donde la vida experimenta la amargura del fracaso, nace una esperanza al alcance de todos. Se trata de una esperanza que no defrauda ?porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rm 5,5)? y que hace que la vida nueva brote como la planta que crece de la semilla enterrada. Bajo esta luz, cada nuevo drama que sucede en la historia del mundo se convierte también en el escenario para una posible buena noticia, desde el momento en que el amor logra encontrar siempre el camino de la proximidad y suscita corazones capaces de conmoverse, rostros capaces de no desmoronarse, manos listas para construir.
La confianza en la semilla del Reino
Para iniciar a sus discípulos y a la multitud en esta mentalidad evangélica, y entregarles «las gafas» adecuadas con las que acercarse a la lógica del amor que muere y resucita, Jesús recurría a las parábolas, en las que el Reino de Dios se compara, a menudo, con la semilla que desata su fuerza vital justo cuando muere en la tierra (cf. Mc 4,1-34). Recurrir a imágenes y metáforas para comunicar la humilde potencia del Reino, no es un manera de restarle importancia y urgencia, sino una forma misericordiosa para dejar a quien escucha el «espacio» de libertad para acogerla y referirla incluso a sí mismo. Además, es el camino privilegiado para expresar la inmensa dignidad del misterio pascual, dejando que sean las imágenes ?más que los conceptos? las que comuniquen la paradójica belleza de la vida nueva en Cristo, donde las hostilidades y la cruz no impiden, sino que cumplen la salvación de Dios, donde la debilidad es más fuerte que toda potencia humana, donde el fracaso puede ser el preludio del cumplimiento más grande de todas las cosas en el amor. En efecto, así es como madura y se profundiza la esperanza del Reino de Dios: «Como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece» (Mc 4,26-27).
El Reino de Dios está ya entre nosotros, como una semilla oculta a una mirada superficial y cuyo crecimiento tiene lugar en el silencio. Quien tiene los ojos límpidos por la gracia del Espíritu Santo lo ve brotar y no deja que la cizaña, que siempre está presente, le robe la alegría del Reino.
Los horizontes del Espíritu
La esperanza fundada sobre la buena noticia que es Jesús nos hace elevar la mirada y nos impulsa a contemplarlo en el marco litúrgico de la fiesta de la Ascensión. Aunque parece que el Señor se aleja de nosotros, en realidad, se ensanchan los horizontes de la esperanza. En efecto, en Cristo, que eleva nuestra humanidad hasta el Cielo, cada hombre y cada mujer puede tener la plena libertad de «entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne» (Hb 10,19-20). Por medio de «la fuerza del Espíritu Santo» podemos ser «testigos» y comunicadores de una humanidad nueva, redimida, «hasta los confines de la tierra» (cf. Hb 1,7-8).
La confianza en la semilla del Reino de Dios y en la lógica de la Pascua configura también nuestra manera de comunicar. Esa confianza nos hace capaces de trabajar ?en las múltiples formas en que se lleva a cabo hoy la comunicación? con la convicción de que es posible descubrir e iluminar la buena noticia presente en la realidad de cada historia y en el rostro de cada persona.
Quien se deja guiar con fe por el Espíritu Santo es capaz de discernir en cada acontecimiento lo que ocurre entre Dios y la humanidad, reconociendo cómo él mismo, en el escenario dramático de este mundo, está tejiendo la trama de una historia de salvación. El hilo con el que se teje esta historia sacra es la esperanza y su tejedor no es otro que el Espíritu Consolador. La esperanza es la más humilde de las virtudes, porque permanece escondida en los pliegues de la vida, pero es similar a la levadura que hace fermentar toda la masa. Nosotros la alimentamos leyendo de nuevo la Buena Nueva, ese Evangelio que ha sido muchas veces «reeditado» en las vidas de los santos, hombres y mujeres convertidos en iconos del amor de Dios. También hoy el Espíritu siembra en nosotros el deseo del Reino, a través de muchos «canales» vivientes, a través de las personas que se dejan conducir por la Buena Nueva en medio del drama de la historia, y son como faros en la oscuridad de este mundo, que iluminan el camino y abren nuevos senderos de confianza y esperanza.
Vaticano, 24 de enero de 2017
“A Dios le gusta discutir con nosotros”, aseguró el Papa Francisco en la Misa celebrada en la Casa Santa Marta, en el Vaticano. “Algunos me dicen: ‘Padre, hay tantas veces en que, cuando voy a rezar al Señor, me enfado con Él…’. ¡Pero es que eso es la oración! ¡A él le gusta cuando te enfadas y le dices a la cara aquello que sientes, porque es Padre!”, destacó el Santo Padre.
“¡He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad!”. A partir de estas palabras de la Carta a los Hebreos, reflexionó sobre nuestra aceptación de la voluntad del Señor, sobre nuestro consentimiento a lo que Él nos pide, sobre nuestro “aquí estoy para hacer tu voluntad”.
El Papa, señaló que “la Historia de la Salvación es una historia de ‘aquí estoy’, de estoy dispuesto”, como demostraron Abraham, Moisés, Elías, Isaías, Jeremías y, finalmente, la Virgen María con su gran “aquí estoy”.
“El Señor dialoga siempre con aquellos que invita a hacer el camino y decir ‘aquí estoy’”, señaló, y destacó que el Señor “tiene mucha paciencia. Cuando leemos en el Libro de Job, todas esas palabras de Job, que no entiende, y el Señor le responde, el Señor le explica, le corrige…, y finalmente, ¿cuál es el ‘aquí estoy’ de Jacob?: ‘Ah, Señor, Tú tienes razón. Yo te conocía sólo por lo que había oído decir de ti; ahora mis ojos también te ven’. Ese ‘aquí estoy’, cuando hay voluntad…, ¿verdad?”.
El Pontífice insistió en que “la vida cristiana es eso, un ‘aquí estoy’, un ‘aquí estoy’ continuo para hacer la voluntad del Señor. Es bello leer la Escritura, la Biblia, buscando la respuesta en la persona del Señor. ‘Aquí estoy yo para hacer Tú voluntad’”.
En este sentido, reflexionó sobre las diferentes actitudes que podemos adoptar ante la petición de Dios: “¿Acaso voy a ocultarme, como Adán, para no responder? ¿Voy a ocultarme, cuando el Señor me llama, en vez de decir ‘aquí estoy’ o ‘qué quieres de mí’? ¿Huyo como Jonás que no quería hacer aquello que el Señor le pedía? ¿O pretendo hacer la voluntad del Señor, pero sólo externamente, como los doctores de la Ley que Jesús condena duramente? ¿O miro hacia otro lado como hacían el levita y el sacerdote delante de aquel pobre hombre herido, apaleado por los ladrones, y que dejaron tirado medio muerto? ¿Qué respuesta le doy yo al Señor?”.
“Cada uno de nosotros puede responder: ¿Cómo es mi ‘aquí estoy’ al Señor para hacer su voluntad antes que la mía?”, dijo el Papa.
Lectura comentada por el Papa Francisco:
Hebreos 10:1-10
1 No conteniendo, en efecto, la Ley más que una sombra de los bienes futuros, no la realidad de las cosas, no puede nunca, mediante unos mismos sacrificios que se ofrecen sin cesar año tras año, dar la perfección a los que se acercan.
2 De otro modo, ¿no habrían cesado de ofrecerlos, al no tener ya conciencia de pecado los que ofrecen ese culto, una vez purificados?
3 Al contrario, con ellos se renueva cada año el recuerdo de los pecados,
4 pues es imposible que sangre de toros y machos cabríos borre pecados.
5 Por eso, al entrar en este mundo, dice: Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo.
6 Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron.
7 Entonces dije: ¡He aquí que vengo - pues de mí está escrito en el rollo del libro - a hacer, oh Dios, tu voluntad!
8 Dice primero: Sacrificios y oblaciones y holocaustos y sacrificios por el pecado no los quisiste ni te agradaron - cosas todas ofrecidas conforme a la Ley -
9 entonces - añade -: He aquí que vengo a hacer tu voluntad. Abroga lo primero para establecer el segundo.
10 Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo.
(Nota tomada de Aci Prensa)
En esta ocasión, el Papa Francisco reflexionó durante la homilía en la Misa de la Casa Santa Marta sobre el sacerdocio de Cristo y aseguró que la persona que blasfema está cerrada al perdón de Dios.
Francisco recordó que mientras los sacerdotes de la Antigua Alianza tenían que ofrecer cada año sacrificios, “Cristo se ofrece a sí mismo, una vez para siempre, para el perdón de los pecados”. Así “nos ha llevado al Padre”, “ha recreado la armonía de la creación”.
El Papa también recordó que Jesús “ora por nosotros”. “Mientras nosotros rezamos aquí, Él ora por nosotros, por cada uno de nosotros”.
“Cuántas veces, en efecto, se pide a los sacerdotes que recen porque sabemos que la oración del sacerdote tiene una cierta fuerza”, señaló. Otra “maravilla” es cuando Cristo regrese para “hacer el Reino definitivo”.
“Existe esta maravilla, este sacerdocio de Jesús en 3 etapas: en la que nos perdona los pecados, una vez, para siempre; en la que intercede ahora por nosotros; y la que sucederá cuando Él vuelva”.
“Nosotros sabemos –continuó– que el Señor perdona todo si nosotros abrimos un poco el corazón. ¡Todo! Los pecados y también todas las blasfemias que dirán, pero quien blasfema contra el Espíritu Santo no será perdonado en eterno”.
A este punto, el Papa explicó que la “blasfemia es imperdonable”. “Jesús como Sumo Sacerdote ha recibido una unción. ¿Y cuál ha sido esta unción? La carne de María con la obra del Espíritu Santo. Y el que blasfema sobre esto, blasfema sobre el fundamento del amor de Dios, que es la redención, la re-creación; blasfema sobre el sacerdocio de Cristo. ‘Pero que malo el Señor, ¿no perdona?’. ¡No! ¡El Señor perdona todo! Pero quien dice estas cosas está cerrado al perdón. ¡No quiere ser perdonado! ¡No se deja perdonar!”.
“Esto es lo feo de la blasfemia contra el Espíritu Santo: no dejarse perdonar, porque reniega de la unción sacerdotal de Jesús, que ha hecho el Espíritu Santo”. Y “no es porque el Señor no quiera perdonar todo, sino porque este está tan cerrado que no se deja perdonar: la blasfemia contra esta maravilla de Jesús”.
Por último, el Pontífice manifestó: “hoy nos hará bien durante la Misa pensar que aquí en el altar se hace memoria viva, porque Él estará presente ahí, desde el primer sacerdocio de Jesús cuando ofrece su vida por nosotros; está también la memoria viva del segundo sacerdocio porque Él orará aquí; pero también, en esta Misa –lo diremos después del Padrenuestro– está el tercer sacerdocio de Jesús, cuando Él regresará y la esperanza nuestra de la gloria”.
“Pidamos al Señor la gracia de que nuestro corazón no se cierre, que no se cierre jamás a esta maravilla, a esta gran gratuidad”, terminó.
(Tomado del Aci Prensa)
El Papa Francisco sorprende una vez más al mundo que se pregunta cuál será su posición y relación con el nuevo presidente de los Estados Unidos.
El Pontífice envía una misiva en la que expresa sus “mejores deseos y oraciones” e inicia llamando al destinatario ‘honorable Donald Trump’, 45ª presidente de los Estados Unidos de América, y datada 20 de enero de 2017, día de la posesión del tycoon en la Casa Blanca.
Francisco pide para que Dios le conceda al nuevo presidente estadounidense “sabiduría y fuerza en el ejercicio de su alto cargo”. Al mismo tiempo, recuerda que “la familia humana está atravesando por una crisis humanitaria grave que exige respuestas políticas con visión”.
En inglés, el Pontífice reza para que las decisiones del inquilino de la Casa Blanca estén guiadas por “profundos valores espirituales y éticos”, los mismos que han dado forma a la historia del “pueblo estadounidense”.
El saludo del Papa trae el anhelo de que, el nuevo presidente de EE.UU., mantenga el compromiso para que su país siga luchando por la promoción de la “dignidad humana” y la “libertad en todo el mundo”.
Asimismo, instó a que bajo el mandato de Trump, la grandeza del país siga “siendo medida especialmente en su preocupación por los pobres, los marginados y los necesitados que, como Lázaro, están de pié en la puerta”.
Al final, el Papa extiende su saludo a la familia de Trump y todo el pueblo de EE.UU., para luego dar su bendición apostólica bajo el signo de la paz, la concordia y el augurio de “prosperidad espiritual y material”.
Cabe señalar que la carta está firmada directamente por el Papa y no tiene la mediación del Secretario de Estado, Pietro Parolin, que muchas veces firma a nombre del Pontífice este tipo de comunicaciones oficiales.
(Tomada de Aleteia)
El Papa Francisco reflexionó sobre el cambio de mentalidad y de corazón que se dan cuando uno conoce a Cristo, e invitó a rechazar la mundanidad y las “estupideces del mundo” y recordó que cuando Dios perdona siempre “olvida”.
En la homilía en la Misa en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco afirmó: “El sello de esta alianza de esta fidelidad, ser fiel a este trabajo que el Señor nos hace para cambiarnos de mentalidad, para cambiarnos el corazón. Los profetas decían: ‘Pero el Señor cambiará tu corazón de piedra en corazón de carne’. Cambiar el corazón, cambiar la vida, no pecar más y no hacer recordar al Señor lo que ha olvidado con nuestros pecados de hoy, y cambiar la pertenencia: nunca pertenecer a la mundanidad, al espíritu del mundo, a las estupideces del mundo, solo al Señor”.
El Pontífice comentó en esta ocasión la primera lectura de la liturgia del día en la se habla de la recreación de Dios en Jesucristo. “Esta alianza nueva tiene sus características”, sostuvo. “La ley del Señor no es un modo de actuar exterior” sino que “nos cambia la mentalidad, hay un cambio de corazón, un cambio de sentir, de modo de actuar”, un “modo diverso de ver las cosas”, explicó.
“Pensemos en los doctores de la ley que perseguían a Jesús. Estos hacían todo, todo lo que estaba prescrito por la ley, tenían el derecho en la mano, todo, todo, todo. Pero su mentalidad era una mentalidad alejada de Dios. Era una mentalidad egoísta, centrada en ellos mismos: su corazón era un corazón que condenaba, siempre condenando. La Nueva Alianza nos cambia el corazón y nos cambia la mente. Hay un cambio de mentalidad”.
(Tomado de Aci Prensa)
Francisco recordó que Dios no se acuerda de los pecados del hombre una vez que este se arrepiente. “Hay veces que me gusta pensar, un poco bromeando con el Señor: ‘¡Tú no tienes buena memoria!’.
“Él olvida, porque perdona. Ante un corazón arrepentido, perdona y olvida: ‘Lo olvidaré, no recordaré sus pecados’. Pero también esto es una invitación a no hacer recordar al Señor los pecados, es decir, a no pecar más: ‘Tú me has perdonas, tú has olvidado, pero yo tengo que...’. Un cambio de vida, la Nueva Alianza me renueva y me hace cambiar la vida, no solo la mentalidad y el corazón, sino la vida. Vivir así: sin pecado, alejado del pecado. Esta es la recreación. Así el Señor nos recrea a todos nosotros”.
El Santo Padre recordó que para el cristiano “los otros dioses no existen”, “son estupideces”. “Cambio de mentalidad, cambio de corazón, cambio de vida y cambio de pertenencia”, añadió. Esta es “la recreación que el Señor hace más maravillosamente que la primera creación”.
La homilía del Papa Francisco en la Misa que celebró en la Casa Santa Marta se centró en el Evangelio del día en el que una gran multitud sigue a Jesús e incluso los malos espíritus reconocían que era el Hijo de Dios. El Pontífice alertó entonces de los espíritus del mal que intentar llevar al hombre por caminos equivocados.
Francisco habló sobre cómo en el relato evangélico los espíritus impuros reconocían que Jesús era el Hijo de Dios. “Esta es la verdad; esta es la realidad que cada uno de nosotros siente cuando se acerca a Jesús. Los espíritus inmundos buscan impedirlo, nos hacen la guerra. ‘Pero padre, yo soy muy católico, voy siempre a Misa. Nunca, nunca tengo estas tentaciones. Gracias a Dios ¡no!”.
“¡Reza, porque estás en un camino equivocado!”, dijo el Papa. “Una vida cristiana sin tentaciones no es cristiana: es ideológica, es agnóstica, pero no cristiana. Cuando el Padre lleva a la gente a Jesús hay otro que te lleva a lo contrario y te hace la guerra desde dentro, y por eso San Pablo habla de la vida cristiana como de una lucha: una lucha de todos los días. ¡Una lucha!”.
Se trata de una lucha “para vencer, para destruir el imperio de satanás, el imperio del mal”. Y para eso “ha venido Jesús, ¡para destruir a Satanás! Para destruir su influencia sobre nuestros corazones”. Por tanto, el Padre “lleva a la gente a Jesús” mientras que el espíritu del mal “buscar destruir, ¡siempre!”.
El Pontífice se preguntó si realmente uno lucha contra el mal y señaló que si uno quiere ir hacia delante “¡debes luchar!, sentir que el corazón lucha, para que Jesús venza”.
“Pensemos como es nuestro corazón: ¿siento esta lucha en mi corazón? Entre la comodidad o el servicio a los otros, entre divertirme un poco o hacer una oración y adorar al Padre, entre una cosa y la otra, ¿siento la lucha? ¿Quiero hacer el bien o hay algo que me detiene, me vuelve ascético? ¿Creo que mi vida conmueve el corazón de Jesús? Si no creo esto, tengo que rezar mucho para creerlo, para que me sea dada esta gracia”.
“¿Por qué le seguía esa muchedumbre?”, preguntó el Santo Padre. El Evangelio cuenta que entre ellos había “enfermos que buscaban ser sanados”. Pero también personas a las que le gustaba “escuchar a Jesús, porque no hablaba como los doctores, sino que hablaba con autoridad” y “esto les tocaba el corazón”.
La gente “llegaba de forma espontánea”, “no la llevaba el autobús como hemos visto muchas veces cuando se organizan manifestaciones y muchos tienen que ir allí para ‘verificar’ su presencia, para no perder después su puesto de trabajo”.
Esta gente “iba allí porque sentía algo” y Jesús se ve obligado a tomar una barca y alejarse un poco en el lago. “Algunos eran curiosos, pero estos eran los ascetas, la minoría. Era el Padre que llevaba a la gente hasta Jesús. A tal punto que Jesús no permanecía indiferente, como un maestro estático que decía sus palabras y después se lavaba las manos. Esta muchedumbre tocaba el corazón de Jesús”.
Francisco explicó que ante esta realidad “Jesús estaba conmovido, porque veía a esta gente como ovejas sin pastor” y “el Padre, a través del Espíritu Santo, lleva a la gente a Jesús”.
El Papa aseguró que no son los argumentos “apologéticos” los que hacen mover a las personas, sino que “es necesario que sea el Padre el que te lleve a Jesús”.
“Que cada uno de nosotros busque en su corazón cómo va la situación allí. Y pidamos al Señor ser cristianos que sepan discernir qué ocurre en el propio corazón y elegir bien el camino en el que el Padre nos lleva a Jesús”, invitó.
Evangelio comentado por el Papa:
Marcos 3:7-12
7 Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea,
8 de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a él.
9 Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran.
10 Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle.
11 Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios.»
12 Pero él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran.
(Tomado de Aci Prensa)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la Sagrada Escritura, entre los profetas de Israel, resalta una figura un poco anómala, un profeta que trata de escaparse de la llamada del Señor rechazando en ponerse al servicio al plan divino de salvación. Se trata del profeta Jonás, de quien se narra la historia en un pequeño libro de sólo cuatro capítulos, una especie de parábola que contiene una gran enseñanza, aquella de la misericordia de Dios que perdona.
Jonás es un profeta “en salida” – pero también un profeta en fuga –, es un profeta en salida que Dios invita ir “a las periferias”, a Nínive, para convertir a los habitantes de aquella gran ciudad. Pero Nínive, para un israelita como Jonás, representa una realidad peligrosa, el enemigo que ponía en peligro a la misma Jerusalén, y por lo tanto de destruir, no cierto para salvar. Por eso, cuando Dios envía a Jonás a predicar en aquella ciudad, el profeta, que conoce la bondad del Señor y su deseo de perdonar, trata de escapar a su misión y huye.
Durante su fuga, el profeta entra en contacto con algunos paganos, los marineros del navío en el cual se había embarcado para alejarse de Dios y de su misión. Y huye lejos, porque Nínive estaba en la zona de Irak y él huye a España, huye en serio. Y es justamente el comportamiento de estos hombres, como después será el de los habitantes de Nínive, que nos permite hoy reflexionar un poco sobre la esperanza que, ante el peligro y la muerte, se expresa en oración.
De hecho, durante la travesía en el mar, se desata una fuerte tormenta, y Jonás baja a la bodega del barco y se queda dormido. Los marineros en cambio, viéndose perdidos, «invocaron cada uno a su dios», eran paganos (Jon 1,5). El capitán de la nave despertó a Jonás diciéndole: «¿Qué haces aquí dormido? Levántate e invoca a tu dios. Tal vez ese dios se acuerde de nosotros, para que no perezcamos» (Jon 1,6).
La reacción de estos “paganos” es la justa reacción ante la muerte, ante el peligro; porque es entonces que el hombre tiene la completa experiencia de la propia fragilidad y de la necesidad de salvación. El instintivo horror de morir revela la necesidad de esperar en el Dios de la vida. «Tal vez Dios se acuerde de nosotros, para que no perezcamos»: son las palabras de la esperanza que se convierte en oración, aquella suplica llena de angustia que sale de los labios del hombre ante un inminente peligro de muerte.
Con demasiada facilidad despreciamos el dirigirnos a Dios en la necesidad como si fuera solo una oración interesada, y por ello imperfecta. Pero Dios conoce nuestra debilidad, sabe que nos recordamos de Él para pedir ayuda, y con la sonrisa indulgente de un padre, Dios responde afectuosamente.
Cuando Jonás, reconociendo sus propias responsabilidades, se hace arrojar al mar para salvar a sus compañeros de viaje, la tempestad se calma. La muerte inminente ha llevado a aquellos hombres paganos a la oración, ha hecho también que el profeta, no obstante todo, viviera su propia vocación al servicio de los demás aceptando sacrificarse por ellos, y ahora conduce a los sobrevivientes al reconocimiento del verdadero Señor y a la alabanza. Los marineros, que habían orado por miedo dirigiéndose a sus dioses, ahora, con sincero temor del Señor, reconocen al verdadero Dios y ofrecen sacrificios y elevan votos. La esperanza, que les había llevado a orar para no morir, se revela aún más potente y obra en una realidad que va más allá de cuanto ellos esperaban: no solo no perecen en la tempestad, sino se abren al reconocimiento del verdadero y único Señor del cielo y de la tierra.
Sucesivamente, también los habitantes de Nínive, ante la perspectiva de ser destruidos, oraran, impulsados por la esperanza en el perdón de Dios. Harán penitencia, invocaran al Señor y se convertirán a Él, empezando por el rey, que, como el capitán del barco, da voz a la esperanza diciendo: «Tal vez Dios se vuelva atrás y se arrepienta, […] de manera que no perezcamos» (Jon 3,9). También para ellos, como para la tripulación en la tormenta, haber enfrentado la muerte y haber salido vivos los ha llevado a la verdad. Así, bajo la misericordia divina, y todavía más a la luz del misterio pascual, la muerte puede convertirse, como ha sido para San Francisco de Asís, en “nuestra hermana muerte” y representar, para todo hombre y para cada uno de nosotros, la sorprendente ocasión para conocer la esperanza y encontrar al Señor. Que el Señor nos haga entender esto, la relación entre oración y esperanza. La oración te lleva adelante en la esperanza y cuando las cosas se vuelven oscuras, más oración. Y habrá más esperanza. Gracias.
En la homilía de la Misa que celebró esta mañana en la capilla de la Casa Santa Marta, el Papa Francisco llamó a los cristianos a llevar “una vida valiente” en contraposición de los cristianos perezosos que están “estacionados” en la Iglesia.
El Santo Padre pidió evitar ser “cristianos perezosos, cristianos sin voluntad de andar adelante, cristianos que no luchan por cambiar las cosas, por hacer cosas nuevas, cosas que nos harían bien a todos, cristianos ‘estacionados’ que encuentran en la Iglesia un buen parking” (estacionamiento/parqueadero).
Francisco aclaró: “cuando digo cristianos, me refiero a los laicos, a los sacerdotes, a los obispos, a todos”. Para esos cristianos perezosos, “la Iglesia es un parking que custodia la vida y siguen adelante con todas las garantías posibles”, sin preocuparse.
“Esos cristianos cerrados me hacen pensar en una cosa que de niños nos decían a los abuelos: ‘Procura que el agua no se estanque, la que no corre es la primera en corromperse’”.
El Pontífice resaltó que “este es el mensaje de hoy: tengan esperanza, esa esperanza que no decepciona, que va más allá. Una esperanza que sea un ancla firme para nuestra vida. La esperanza es el ancla: la tiramos y nos aferramos a la cuerda. Esa es nuestra esperanza. La esperanza no es pensar que, ‘sí, existe el cielo, qué bueno, ya me quedo’. No, la esperanza es luchar, aferrarse a la cuerda para llegar a nuestro destino. En la lucha de cada día, la esperanza es una virtud de horizontes, ¡no de encerrarse!”.
El Pontífice reconoció que la esperanza “quizás sea la virtud que menos se entiende, pero es la más fuerte. La esperanza: vivir en esperanza, vivir de esperanza, siempre mirando adelante con valentía. Alguno podrá decirme: ‘Sí, Padre, pero hay momentos duros, donde todo parece oscuro. ¿Qué debo hacer en esos momentos?’. ‘¡Agárrate a la cuerda y amárrate!’”.
“Debemos hacernos esta pregunta: ¿Cómo soy yo? ¿Cómo es mi vida de fe? ¿Es una vida de horizontes, de esperanza, de valentía, de ir adelante, o es una vida tibia que ni siquiera es capaz de soportar los malos tiempos?”.
Francisco finalizó con una petición: “que el Señor nos dé la Gracia para superar nuestro egoísmo, porque los cristianos cerrados, los cristianos ‘estacionados’ son egoístas. Se miran solo a sí mismos, no saben levantar la cabeza para mirarlo a Él. Que el Señor nos dé esta gracia”.
Lectura comentada por el Papa Francisco:
Hebreos 6:10-20
10 Porque no es injusto Dios para olvidarse de vuestra labor y del amor que habéis mostrado hacia su nombre, con los servicios que habéis prestado y prestáis a los santos.
11 Deseamos, no obstante, que cada uno de vosotros manifieste hasta el fin la misma diligencia para la plena realización de la esperanza,
12 de forma que no os hagáis indolentes, sino más bien imitadores de aquellos que, mediante la fe y la perseverancia, heredan las promesas.
13 Cuando Dios hizo la Promesa a Abraham, no teniendo a otro mayor por quien jurar, juró por sí mismo
14 diciendo: ¡Sí!, te colmaré de bendiciones y te acrecentaré en gran manera.
15 Y perseverando de esta manera, alcanzó la Promesa.
16 Pues los hombres juran por uno superior y entre ellos el juramento es la garantía que pone fin a todo litigio.
17 Por eso Dios, queriendo mostrar más plenamente a los herederos de la Promesa la inmutabilidad de su decisión, interpuso el juramento,
18 para que, mediante dos cosas inmutables por las cuales es imposible que Dios mienta, nos veamos más poderosamente animados los que buscamos un refugio asiéndonos a la esperanza propuesta,
19 que nosotros tenemos como segura y sólida ancla de nuestra alma, y que penetra hasta más allá del velo,
20 adonde entró por nosotros como precursor Jesús, hecho, a semejanza de Melquisedec, Sumo Sacerdote para siempre.
En la homilía de la Misa celebrada este viernes en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco animó a ser valientes y atreverse a acercarse a Jesús, a seguirle, a abrirse a Él con fe. Frente a esa actitud de apertura, alertó de aquellos que, como los escribas, “miraban a Jesús sentados, desde los balcones, ‘balconeando’ la vida, juzgando a los que seguían a Jesús a los que consideraban personas ignorantes y supersticiosos”.
La gente seguía a Jesús por su autoridad, por sus palabras, “por las cosas que decía y cómo las decía. Se hacía entender. También sanaba, y mucha gente iba junto a Él para que les sanara”, indicó el Santo Padre.
Por el contrario, también estaban los que, ante Jesús, se cerraban, en vez de abrirse a Él. “¡Los cerrados! Aquellos que se encontraban en los bordes de los caminos, que lo miraban y que preferían quedarse sentados”.
“Algunos de ellos eran los escribas, que estaban ahí sentados: estos no le seguían, solo lo miraban. Lo miraban desde los balcones. No caminaban en la vida: ‘¡balconeaban la vida!’. Allí se quedaban, sin asumir peligros. Se limitaban a juzgar. Eran los ‘puros’ y no se inmiscuían. En su corazón pensaban de los que seguían a Jesús: ‘¡Qué gente más ignorante! ¡Qué gente más supersticiosa!’. Y cuántas veces también nosotros, cuando vemos la piedad de la gente sencilla, nos viene a la cabeza aquel clericalismo que tanto daño hace a la Iglesia”, advirtió el Papa Francisco.
“Hay otros cerrados en la vida”, continuó, y se refirió a aquellos que están “amargados de la vida, sin esperanza, digiriendo su propia amargura: también esos están cerrados, no siguen a Jesús y no tienen esperanza”.
Luego están las personas con fe, como aquellos hombres de Cafarnaúm, que “se arriesgaron cuando hicieron aquel agujero en el techo. Se arriesgaron a que el dueño de la casa les denunciara, les llevara ante el juez y les hiciera pagar los desperfectos. Se arriesgaron, pero querían llegar donde estaba Jesús”.
También se arriesgó “aquella otra mujer, enferma desde hacía 18 años. Se arriesgó cuando, de forma oculta, tocó el manto de Jesús. Se arriesgó a sufrir vergüenza. Quería recuperar la salud, quería acercarse a Jesús, y se arriesgó. Pensemos en la cananea: las mujeres se arriesgan más que los hombres, ¡eh! Eso es verdad: ¡son más valientes! Y es algo que se debe reconocer”.
Por ello, el Pontífice animó a “seguir a Jesús, ya sea porque estamos necesitados de alguna cosa, pero tenemos que seguir a Jesús, arriesgándonos, y eso significa seguir a Jesús con fe. Fiarse de Jesús, fiarse de Jesús con fe en su persona”.
El Papa finalizó su homilía lanzando las siguientes preguntas: “¿Me fío de Jesús? ¿Confío mi vida a Jesús? ¿Estoy en camino hacia Jesús, aunque haga el ridículo en alguna ocasión? ¿O me quedo sentado mirando, como hacían los otros, mirando la vida sentado con el alma ‘sentada’, con el alma cerrada por la amargura, sin esperanza?”.
Evangelio comentado por el Papa Francisco
Marcos 2:1-12
1 Entró de nuevo en Cafarnaúm; al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa.
2 Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y él les anunciaba la Palabra.
3 Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro.
4 Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico.
5 Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados.»
6 Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones:
7 «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?»
8 Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones?
9 ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: "Tus pecados te son perdonados", o decir: "Levántate, toma tu camilla y anda?"
10 Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados - dice al paralítico -:
11 "A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa."»
12 Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida.»
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasado mes de diciembre y en la primera parte de enero hemos celebrado el tiempo de Adviento y luego el de Navidad: un periodo del año litúrgico que despierta en el pueblo de Dios la esperanza. Esperar es una necesidad primaria del hombre: esperar en el futuro, creer en la vida, el llamado “pensamiento positivo”.
Pero es importante que tal esperanza sea colocada en lo que verdaderamente puede ayudar a vivir y a dar sentido a nuestra existencia. Es por esto que la Sagrada Escritura nos pone en guardia contra las falsas esperanzas: estas falsas esperanzas que el mundo nos presenta, encubriendo su inutilidad y mostrando su insensatez.
Y lo hace de varios modos, pero sobre todo denunciando la falsedad de los ídolos en el cual el hombre está tentado de poner su confianza, haciéndolo el objeto de su esperanza.
En particular los profetas y los sabios insisten en esto, tocando un punto central del camino de fe del creyente. Porque la fe es confiar en Dios – quien tiene fe, confía en Dios – pero llega el momento en el cual, enfrentándose a las dificultades de la vida, el hombre experimenta la fragilidad de esta confianza y siente la necesidad de certezas distintas, de seguridades tangibles, concretas.
Yo confío en Dios, pero la situación es un poco fea y yo necesito una certeza un poco más concreta. ¡Y ahí está el peligro! Y entonces estamos tentados en buscar consolaciones incluso efímeras, que parecen colmar el vacío de la soledad y mitigar el cansancio de creer.
Y pensamos de poderlas encontrar en la seguridad que puede dar – por ejemplo – el dinero, en las alianzas con los potentes, o seguridades de la mundanidad, o en las falsas ideologías. A veces las buscamos en un dios que pueda doblegarse a nuestros pedidos y mágicamente intervenir para cambiar la realidad y hacerla como nosotros queremos; un ídolo, precisamente, que en cuanto tal no puede hacer nada, impotente y mentiroso.
¡Pero a nosotros nos gustan los ídolos, nos gustan mucho! Una vez, en Buenos Aires, debía ir de una iglesia a otra, a mil metros, más o menos. Y lo hice, caminando. Y había un parque por ahí, y en el parque había pequeñas mesas, muchas, donde estaban sentados los videntes.
Y estaba lleno de gente, incluso hacían colas, había mucha gente; y tú le dabas la mano y él comenzaba… Pero, el discurso era siempre el mismo: hay una mujer en tu vida, hay una sombra que viene, pero todo saldrá bien… y luego, pagabas. Y ¿esto te da seguridad? Es la seguridad de una – permítanme la palabra – de una estupidez.
Y este es un ídolo: he ido al vidente, a la vidente y me han leído las cartas – yo sé que ninguno de ustedes hace esto – y he salido mejor. Me recuerda a esa película, “Milagro en Milán”, “que cara, que nariz… 100 liras”. Te hacen pagar para que te alaben y ten una falsa esperanza.
Este es un ídolo, y nosotros estamos tan atentos: compramos falsas esperanzas. Y aquello que es la esperanza de la gratuidad, aquella que nos ha traído Jesucristo, gratuitamente, ha dado su vida por nosotros, en aquella no confiamos tanto…
Un salmo lleno de sabiduría nos describe de modo muy sugestivo la falsedad de estos ídolos que el mundo ofrece a nuestra esperanza y a la cual los hombres de todo tiempo son tentados a encomendarse. Es el Salmo 115, que recita así: «Los ídolos, en cambio, son plata y oro, obra de las manos de los hombres.
Tienen boca, pero no hablan, tienen ojos, pero no ven; tienen orejas, pero no oyen, tienen nariz, pero no huelen. Tienen manos, pero no palpan, tienen pies, pero no caminan; ni un solo sonido sale de su garganta. Como ellos serán los que los fabrican, los que ponen en ellos su confianza» (vv. 4-8).
El salmista nos presenta, incluso de modo un poco irónico, la realidad absolutamente efímera de estos ídolos. Y debemos entender que no se trata solo de representaciones hechas de metal o de otro material, sino también de aquellas construidas con nuestra mente, cuando confiamos en realidades limitadas que transformamos en absolutas, o cuando reducimos a Dios a nuestros esquemas y a nuestras ideas de divinidad; un dios que se nos asemeja, comprensible, predecible, justamente como los ídolos del cual habla el salmo.
El hombre, imagen de Dios, se fabrica un dios a su propia imagen, y es incluso una imagen mal hecha: no escucha, no actúa, y sobre todo no puede hablar. Pero, nosotros estamos más contentos de ir en los ídolos que ir al Señor. Estamos muchas veces más contentos de las efímeras esperanzas que te da esto que es falso, este ídolo, que la gran esperanza segura que nos da el Señor.
A la esperanza en un Señor de la vida que con su Palabra ha creado el mundo y conduce nuestras existencias, se contrapone la confianza en imágenes mudas.
Las ideologías con sus pretensiones de absoluto, las riquezas – y este es un gran ídolo –, el poder y el suceso, la vanidad, con sus ilusiones de eternidad y de omnipotencia, los valores como la belleza física y la salud, cuando se convierten en ídolos a los cuales sacrificar cada cosa, son todas realidades que confunden la mente y el corazón, y en vez de favorecer la vida la conducen a la muerte.
Y es muy feo escuchar y hace tanto mal al alma aquello que una vez, hace años, he escuchado, en otra diócesis: una mujer, una buena mujer, muy bella, era muy bonita y se vanagloriaba de su belleza, comentaba, como si fuera natural: “He debido abortar, para mí, mi figura es muy importante”. Estos son los ídolos, y te llevan por el camino equivocado y no te dan la felicidad.
El mensaje del salmo es muy claro: si se pone la esperanza en los ídolos, se termina siendo como ellos: imágenes vacías con manos que no tocan, pies que no caminan, bocas que no pueden hablar.
No se tiene nada más que decir, se es incapaz de ayudar, cambiar las cosas, incapaces de sonreír, donarse, incapaces de amar. Y también nosotros, hombres de Iglesia, corremos este riesgo cuando nos “mundanizamos”. Es necesario permanecer en el mundo pero defenderse de las ilusiones del mundo, que son estos ídolos que yo he mencionado.
Como prosigue el Salmo, se necesita confiar y esperar en Dios, y Dios donará bendición: «Pueblo de Israel, confía en el Señor […] Familia de Aarón, confía en el Señor […] Confíen en el Señor todos los que lo temen […] Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga» (vv. 9.10.11.12).
Siempre el Señor se recuerda, también en los momentos difíciles; pero Él se recuerda de nosotros. Y esta es nuestra esperanza. Y la esperanza no defrauda. Jamás. Jamás. Los ídolos defraudan siempre: son fantasías, no son realidades.
Esta es la estupenda realidad de la esperanza: confiando en el Señor nos hacemos como Él, su bendición nos transforma, nos transforma en sus hijos, que comparten su vida.
La esperanza en Dios nos hace entrar, por así decir, en el rayo de acción de su recuerdo, de su memoria que nos bendice y nos salva. Y entonces puede surgir el aleluya, la alabanza al Dios vivo y verdadero, que por nosotros ha nacido de María, ha muerto en la cruz y ha resucitado en la gloria. Y en este Dios nosotros tenemos esperanza, y este Dios – que no es un ídolo – no defrauda jamás. Gracias.
En su homilía en la Misa celebrada esta mañana en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco explicó cuáles eran los pilares sobre los que se sostiene la autoridad de Jesús: su actitud de servicio a las personas, su cercanía al pueblo y su coherencia.
Estas características de Jesús, dijo el Papa, se contraponían a la actitud de los fariseos y doctores de la ley, que carecían de autoridad ante el pueblo precisamente por su comportamiento hipócrita y principesco.
1.- El servicio
Según informa Radio Vaticana, en su homilía el Santo Padre explicó que “Jesús servía a la gente, explicaba las cosas de forma que la gente las entendiera bien. Estaba al servicio de las personas. Tenía una actitud de servidor, y eso le daba autoridad”.
“Por el contrario, las personas escuchaban y respetaban a los doctores de la ley, pero no sentían que tuvieran autoridad sobre ellos, porque tenían unas maneras de príncipes: ‘Nosotros somos los maestros, los príncipes, y nosotros les enseñamos a ustedes. No somos sus servidores: nosotros mandamos, ustedes obedecen’. Jesús nunca se hizo pasar por un príncipe, siempre era el servidor de todos, y esto es lo que le daba autoridad”.
2.- La cercanía
El Pontífice destacó que “Jesús no tenía alergia a la gente: tocaba a los leprosos, a los enfermos…, no le producía rechazo”. Por el contrario, los fariseos despreciaban a “la pobre gente ignorante”.
Estos fariseos y doctores de la ley “estaban apartados de la gente, no eran cercanos a las personas; Jesús permanecía cercano a la gente, y eso le daba autoridad. Aquellos doctores tenían una autoridad clerical, es decir, su autoridad se basaba en el clericalismo”.
Francisco se refirió luego al ejemplo de uno de sus predecesores: “me gusta mucho cuando leo la cercanía con la gente que mostraba el Beato Pablo VI. En el número 48 de Evangelli Nuntiandi se muestra el corazón del pastor cercano: esa era la autoridad de aquel Papa, la cercanía”.
La Evangelii Nuntiandi es una exhortación apostólica de 1975, escrita por el Papa Pablo VI, sobre la evangelización en el mundo contemporáneo, que mantiene su vigencia hasta hoy.
En el número 48 de este documento, el Papa Pablo VI hace una aguda reflexión sobre la religiosidad popular y sus expresiones, explicando también su importancia y desafíos.
Pablo VI señala, entre otras cosas, que “hay que ser sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables, estar dispuesto a ayudarla a superar sus riesgos de desviación. Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo”.
3.- La coherencia
Por último, el Papa Francisco contrapuso la coherencia de Jesús con la hipocresía de los fariseos: “Jesús vivía aquello que predicaba. Era como una unidad, una armonía que hacía lo que pensaba y mostraba una armonía plena entre aquello que pensaba, sentía y hacía”.
“En cambio -prosiguió el Pontífice- los fariseos y doctores no eran coherentes, y su personalidad estaba dividida hasta el punto de que Jesús recomienda a sus discípulos: ‘Haced lo que os dicen, pero no lo que hacen’. Les recomienda eso porque decían una cosa y hacían otra. ¡Incoherencia! Eran incoherentes”.
“Y el adjetivo que Jesús les dedica tantas veces es el de hipócritas. ¡Y se entiende que uno que se considera príncipe, que tiene una actitud clerical, que es un hipócrita, no tiene autoridad! Y esta otra, la de Jesús, es la autoridad que reconoce el pueblo de Dios”, subrayó Francisco.
Evangelio comentado por el Papa Francisco en su homilía:
Marcos 1:21-28
21 Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar.
22 Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
23 Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar:
24 «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.»
25 Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él.»
26 Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él.
27 Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen.»
28 Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.
(Nota publicada originalmente por Aci Prensa)
El Papa Francisco presidió este viernes en la Basílica de San Pedro la Misa por la Solemnidad de la Epifanía del Señor, en la afirmó que los magos venidos de Oriente para adorar al Niño Jesús “expresan el retrato del hombre creyente, del hombre que tiene nostalgia de Dios; del que añora su casa, la patria celeste”, y “reflejan la imagen de todos los hombres que en su vida no han dejado que se les anestesie el corazón”.
A continuación el texto completo:
«¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella y hemos venido a adorarlo» (Mt 2,2).
Con estas palabras, los magos, venidos de tierras lejanas, nos dan a conocer el motivo de su larga travesía: adorar al rey recién nacido. Ver y adorar, dos acciones que se destacan en el relato evangélico: vimos una estrella y queremos adorar.
Estos hombres vieron una estrella que los puso en movimiento. El descubrimiento de algo inusual que sucedió en el cielo logró desencadenar un sinfín de acontecimientos. No era una estrella que brilló de manera exclusiva para ellos, ni tampoco tenían un ADN especial para descubrirla.
Como bien supo decir un padre de la Iglesia, «los magos no se pusieron en camino porque hubieran visto la estrella, sino que vieron la estrella porque se habían puesto en camino» (cf. San Juan Crisóstomo). Tenían el corazón abierto al horizonte y lograron ver lo que el cielo les mostraba porque había en ellos una inquietud que los empujaba: estaban abiertos a una novedad.
Los magos, de este modo, expresan el retrato del hombre creyente, del hombre que tiene nostalgia de Dios; del que añora su casa, la patria celeste. Reflejan la imagen de todos los hombres que en su vida no han dejado que se les anestesie el corazón.
La santa nostalgia de Dios brota en el corazón creyente pues sabe que el Evangelio no es un acontecimiento del pasado sino del presente. La santa nostalgia de Dios nos permite tener los ojos abiertos frente a todos los intentos reductivos y empobrecedores de la vida. La santa nostalgia de Dios es la memoria creyente que se rebela frente a tantos profetas de desventura. Esa nostalgia es la que mantiene viva la esperanza de la comunidad creyente la cual, semana a semana, implora diciendo: «Ven, Señor Jesús».
Precisamente esta nostalgia fue la que empujó al anciano Simeón a ir todos los días al templo, con la certeza de saber que su vida no terminaría sin poder acunar al Salvador. Fue esta nostalgia la que empujó al hijo pródigo a salir de una actitud de derrota y buscar los brazos de su padre. Fue esta nostalgia la que el pastor sintió en su corazón cuando dejó a las noventa y nueve ovejas en busca de la que estaba perdida, y fue también la que experimentó María Magdalena la mañana del domingo para salir corriendo al sepulcro y encontrar a su Maestro resucitado.
La nostalgia de Dios nos saca de nuestros encierros deterministas, esos que nos llevan a pensar que nada puede cambiar. La nostalgia de Dios es la actitud que rompe aburridos conformismos e impulsa a comprometernos por ese cambio que anhelamos y necesitamos. La nostalgia de Dios tiene su raíz en el pasado pero no se queda allí: va en busca del futuro. Al igual que los magos, el creyente «nostalgioso» busca a Dios, empujado por su fe, en los lugares más recónditos de la historia, porque sabe en su corazón que allí lo espera su Señor. Va a la periferia, a la frontera, a los sitios no evangelizados para poder encontrarse con su Señor; y lejos de hacerlo con una postura de superioridad lo hace como un mendicante que no puede ignorar los ojos de aquel para el cual la Buena Nueva es todavía un terreno a explorar.
Como actitud contrapuesta, en el palacio de Herodes -que distaba muy pocos kilómetros de Belén-, no se habían percatado de lo que estaba sucediendo. Mientras los magos caminaban, Jerusalén dormía. Dormía de la mano de un Herodes quien lejos de estar en búsqueda también dormía. Dormía bajo la anestesia de una conciencia cauterizada. Y quedó desconcertado. Tuvo miedo. Es el desconcierto que, frente a la novedad que revoluciona la historia, se encierra en sí mismo, en sus logros, en sus saberes, en sus éxitos. El desconcierto de quien está sentado sobre su riqueza sin lograr ver más allá. Un desconcierto que brota del corazón de quién quiere controlar todo y a todos. Es el desconcierto del que está inmerso en la cultura del ganar cueste lo que cueste; en esa cultura que sólo tiene espacio para los «vencedores» y al precio que sea. Un desconcierto que nace del miedo y del temor ante lo que nos cuestiona y pone en riesgo nuestras seguridades y verdades, nuestras formas de aferrarnos al mundo y a la vida. Y Herodes tuvo miedo, y ese miedo lo condujo a buscar seguridad en el crimen: «Necas parvulos corpore, quia te necat timor in corde» (San Quodvultdeus, Sermo 2 sobre el símbolo: PL, 40, 655).
Queremos adorar. Los hombres de Oriente fueron a adorar, y fueron a hacerlo al lugar propio de un rey: el Palacio. Allí llegaron ellos con su búsqueda, era el lugar indicado: pues es propio de un rey nacer en un palacio, y tener su corte y súbditos. Es signo de poder, de éxito, de vida lograda. Y es de esperar que el rey sea venerado, temido y adulado, sí; pero no necesariamente amado. Esos son los esquemas mundanos, los pequeños ídolos a los que le rendimos culto: el culto al poder, a la apariencia y a la superioridad. Ídolos que solo prometen tristeza y esclavitud.
Y fue precisamente ahí donde comenzó el camino más largo que tuvieron que andar esos hombres venidos de lejos. Ahí comenzó la osadía más difícil y complicada. Descubrir que lo que ellos buscaban no estaba en el palacio sino que se encontraba en otro lugar, no sólo geográfico sino existencial. Allí no veían la estrella que los conducía a descubrir un Dios que quiere ser amado, y eso sólo es posible bajo el signo de la libertad y no de la tiranía; descubrir que la mirada de este Rey desconocido ?pero deseado? no humilla, no esclaviza, no encierra. Descubrir que la mirada de Dios levanta, perdona, sana. Descubrir que Dios ha querido nacer allí donde no lo esperamos, donde quizá no lo queremos. O donde tantas veces lo negamos. Descubrir que en la mirada de Dios hay espacio para los heridos, los cansados, los maltratados y abandonados: que su fuerza y su poder se llama misericordia. Qué lejos se encuentra, para algunos, Jerusalén de Belén.
Herodes no puede adorar porque no quiso y no pudo cambiar su mirada. No quiso dejar de rendirse culto a sí mismo creyendo que todo comenzaba y terminaba con él. No pudo adorar porque buscaba que lo adorasen. Los sacerdotes tampoco pudieron adorar porque sabían mucho, conocían las profecías, pero no estaban dispuestos ni a caminar ni a cambiar.
Los magos sintieron nostalgia, no querían más de lo mismo. Estaban acostumbrados, habituados y cansados de los Herodes de su tiempo. Pero allí, en Belén, había promesa de novedad, había promesa de gratuidad. Allí estaba sucediendo algo nuevo. Los magos pudieron adorar porque se animaron a caminar y postrándose ante el pequeño, postrándose ante el pobre, postrándose ante el indefenso, postrándose ante el extraño y desconocido Niño de Belén descubrieron la Gloria de Dios.
“Llorar solo hace bien, pero llorar juntos es mejor, nos reencontramos llorando juntos. Estas son las cosas que me vinieron del corazón cuando he sentido estos testimonios”, dijo el Papa Francisco a las personas del centro de Italia, damnificados por los terremotos del 24 de agosto, del 26 y del 30 de octubre 2016, en el aula Pablo VI del Vaticano.
El encuentro ha sido dedicado especialmente a las personas que han perdido sus familiares, la casa, el trabajo. Una cita querida por el Papa para dar esperanza y consuelo a los desplazados y las familias que viven en albergues o en tiendas de campaña tras el seísmo.
El Pontífice ha hecho una confidencia sobre sus sentimientos y cómo recibió la noticia la mañana siguiente del terremoto. “He recibido una nota de papel donde se hablaba de los dos temblores. Dos cosas he sentido: Tengo que ir y después he sentido dolor, mucho dolor. Con este dolor he ido a celebrar la misa del día”.
“Gracias por venir hoy y en las audiencias de estos meses. Gracias por todo lo que ustedes han hecho por ayudarnos a reconstruir el corazón, las casas, el tejido social, también por reconstruir con su ejemplo nuestro corazón lleno de egoísmo. Nosotros que no hemos sufrido esto. Gracias a ustedes. Estoy cerca de ustedes”, dijo emocionado.
Reconstruir
Después de oír a las víctimas del terremoto, Francisco hizo hincapié en la palabra “reconstruir”. “Lo que Rafael Festa (un padre de familia que perdió su casa y algunos parientes) ha dicho con determinación, ‘reconstruir los corazones aún antes que las casas’. ¡Reconstruir! – Lo ha dicho el padre Luciano – el tejido social y humano, la comunidad eclesial. ¡Reconstruir!”.
Francisco contó una anécdota personal cuando encontró a un hombre en unos de sus viajes. Le dijo: “Por tercera vez, comenzaré a construir mi casa, recomenzar, no dejarse. Recomenzar. ‘He perdido todo’, se dice con dolor. ¡El dolor es grande, eh! Las heridas del corazón están ahí.
La memoria de Giulia
Los escombros aún pesan en la memoria de los muertos. “Aquí hace varias semanas he encontrado la familia de Giulia”.
Era el 26 de octubre 2016 cuando abrazó y consoló a Michela Sirianni Massaro, la mamá de Giulia de 11 años, que murió bajo los escombros de su casa devastada por el terremoto de agosto en Pescara del Tronto. Francisco acarició de manera especial a Georgia de 4 años que le ha mostrado la foto de su hermanita sonriente, mientras sus padres sin resignación hablaban al presente de la hija perdida.
Después recordó al matrimonio que perdió a sus hijos gemelos. Rostros en la memoria del Pontífice y reflejo de los semblantes reunidos en el aula Pablo VI.
“Ustedes han perdido gente de su familia”. El Pontífice en un tono de voz bajo, pausado y cercano habló de esperanza y repudió el optimismo fácil cuando la muerte ha tocado la puerta de las familias.
“Los corazones están heridos. Pero está la palabra de Rafael: ‘Reconstruir el corazón’, que no es, se recomenzará mañana, no es optimismo ¡No, hay lugar para el optimismo aquí! No. Pero si para la esperanza. El optimismo es un sentimiento que sirve para algo en algún momento o te lleva hacia adelante; no tiene sustancia!”.
Esperanza, no optimismo
“Hoy sirve la esperanza y esta sirve para reconstruir usando las manos. Rafael ha hablado de las manos, primer abrazo a su mujer, luego cuando toma los niños para sacarlos de la casa. ¡Las manos! Esas manos que ayudan a los familiares a liberarse de los escombros”.
“Esa mano que deja a su hijo en brazos de no se sabe quien para luego ir a ayudar a otro”, ahondó con voz casi quebrantada.
Un discurso hecho de silencios, pausas para sacar las palabras de la profundidad. Asimismo, reiteró que se necesita para “reconstruir”, el “corazón” y las “manos” de todos.
“Esas manos, de cuando decimos que Dios, como un artesano, a creado el mundo. Las manos que curan”.
Recordó que le gusta mucho bendecir las manos de los enfermeros, de los médicos, porque sirven para curar.
Una alegoría del Papa a las manos como significado de la ayuda concreta para auxiliar, ayudar, consolar ante tanto dolor. “Las manos de los bomberos, tan especiales. Las manos de todos aquellos que dijeron: Doy de lo mejor de mí”.
La herida
“La herida” fue otra palabra clave del discurso a brazo del Papa a los damnificados del terremoto. “No herir más lo que está herido, con palabras vacías tantas veces, o con noticias que no tienen respeto o ternura delante al dolor. No herir”.
“Muchos han perdido la casa, los hijos, los padres, un cónyuge. Pero no herir, el silencio, las caricias, la ternura del corazón nos ayudan a no herir”.
Los milagros en el momento del dolor. “Existen reconciliaciones – dijo el párroco (que brindó su testimonio) – se dejan atrás antiguas historias, nos encontramos juntos en otra situación. Reencontrarse con el beso, con el abrazo, con la ayuda reciproca, también con el llanto”.
“Llorar sólo hace bien, es una expresión ante nosotros mismos y ante Dios, pero llorar juntos es mejor, nos reencontramos llorando juntos. Estas son las cosas que me vinieron del corazón cuando he sentido estos testimonios”.
Francisco citando a Rafael, el padre de familia que perdió todo, repitió: “Hoy nuestra vida no es la misma. ¡Es verdad! Hemos salido salvos, pero hemos perdido, salvos pero derrotados. Es algo nuevo en este camino de vida”.
La “herida se cura”, pero las “cicatrices quedarán para toda la vida”. Lo dijo al rememorar el dolor de las familias presentes en Sala Nervi. “Sí, está la suerte de haber quedado vivos, pero no es igual que antes”, añadió.
Virtudes
Sucesivamente, rememoró a Don Luciano -el párroco- que rindió testimonio sobre las virtudes de los damnificados: “la valentía, la tenacidad, la paciencia, la solidaridad de la ayuda reciproca de mi gente”.
“!Esto se llama ser bien nacidos!”, dijo, trayendo la expresión de su idioma materno, el español.
El Papa aseguró que se sentía orgulloso de los párrocos “que no abandonaron la tierra. Esto es bueno, tener pastores que cuando ven al lobo no se fugan”.
“Cercanía” fue otra de las palabras con las cuales el Papa confortó a las víctimas del terremoto en centro Italia. “La cercanía – prosiguió – nos hace más humanos, mas personas de bien, más valientes. Una cosa es ir sólo por el camino de la vida y otra cosa es andar de la mano cercano a alguien más”.
“Recomenzar, reconstruir, sin perder la capacidad de soñar”. “Tener la capacidad de soñar otra vez, estas son las cosas que más me han tocado el corazón de los dos testimonios”.
“Por eso he querido hacer mías sus palabras porque en su situación, lo peor que se puede hacer es hacer un sermón, lo peor…”, dijo entre el aplauso de los presentes.
“Solamente he tomado lo que está en sus corazones para hacerlo propio y decirlo junto a ustedes…Saben que estoy cerca de ustedes”, expresó.
El Papa al final les agradeció y rezó con las familias de los damnificados el Ave María. “He agradecido tantos voluntarios, la autoridad, los alcaldes y a aquellos que se han involucrado en esta tragedia…A todos, sin excepción, les agradezco”.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la catequesis de hoy quisiera contemplar con ustedes la figura de una mujer que nos habla de la esperanza vivida en el llanto. La esperanza vivida en el llanto. Se trata de Raquel, la esposa de Jacob y la madre de José y Benjamín, aquella que, como nos narra el Libro del Génesis, muere dando a la luz a su segundo hijo, es decir, a Benjamín.
El profeta Jeremías hace referencia a Raquel dirigiéndose a los Israelitas en exilio para consolarlos, con palabras llenas de emoción y de poesía; es decir, toma el llanto de Raquel pero da esperanza: «Así habla el Señor: ¡Escuchen! En Ramá se oyen lamentos, llantos de amargura: es Raquel que llora a sus hijos; ella no quiere ser consolada, porque ya no existen» (Jer 31,15).
En estos versículos, Jeremías presenta a esta mujer de su pueblo, la gran matriarca de su tribu, en una realidad de dolor y llanto, pero junto a una perspectiva de vida impensada. Raquel, que en la narración del Génesis había muerto dando a luz y había asumido esta muerte para que su hijo pudiese vivir, ahora en cambio, es presentada nuevamente por el profeta como viva en Ramá, allí donde se reunían los deportados, llora por sus hijos que en cierto sentido han muerto andando en exilio; hijos que, como ella misma dice, “ya no existen”, han desaparecido para siempre.
Y por esto Raquel no quiere ser consolada. Este rechazo expresa la profundidad de su dolor y la amargura de su llanto. Ante la tragedia de la pérdida de sus hijos, una madre no puede aceptar palabras o gestos de consuelo, que son siempre inadecuados, nunca capaces de aliviar el dolor de una herida que no puede y no quiere ser cicatrizada. Un dolor proporcional al amor.
Toda madre sabe todo esto; y son muchas, también hoy, las madres que lloran, que no se resignan a la pérdida de un hijo, inconsolables ante una muerte imposible de aceptar. Raquel contiene en sí el dolor de todas las madres del mundo, de todo tiempo, y las lágrimas de todo ser humano que llora pérdidas irreparables.
Este rechazo de Raquel que no quiere ser consolada nos enseña también cuanta delicadeza se nos pide ante el dolor de los demás. Para hablar de esperanza con quien está desesperado, se necesita compartir su desesperación; para secar una lágrima del rostro de quien sufre, es necesario unir a su llanto el nuestro.
Solo así, nuestras palabras pueden ser realmente capaces de dar un poco de esperanza. Y si no puedo decir palabras así, con el llanto, con el dolor, mejor el silencio. La caricia, el gesto y nada de palabras.
Y Dios, con su delicadeza y su amor, responde al llanto de Raquel con palabras verdaderas, no fingidas; de hecho, así prosigue el texto de Jeremías: «Así habla el Señor: Reprime tus sollozos, ahoga tus lágrimas, porque tu obra recibirá su recompensa –oráculo del Señor– y ellos volverán del país enemigo. Sí, hay esperanza para tu futuro –oráculo del Señor– los hijos regresarán a su patria» (Jer 31,16-17).
Justamente por el llanto de la madre, hay todavía esperanza para los hijos, que volverán a vivir. Esta mujer, que había aceptado morir, en el momento del parto, para que el hijo pudiese vivir, con su llanto es ahora el principio de una vida nueva para los hijos exiliados, prisioneros, lejos de la patria.
Al dolor y al llanto amargo de Raquel, el Señor responde con una promesa que ahora puede ser para ella motivo de verdadera consolación: el pueblo podrá regresar del exilio y vivir en la fe, libre, la propia relación con Dios. Las lágrimas han generado esperanza. Y esto nos fácil de entender, pero es verdadero. Tantas veces, en nuestra vida, las lágrimas siembran esperanza, son semillas de esperanza.
Como sabemos, este texto de Jeremías es luego retomado por el evangelista Mateo y aplicado a la matanza de los inocentes (Cfr. 2,16-18). Un texto que nos pone ante la tragedia de la matanza de seres humanos indefensos, del horror del poder que desprecia y destruye la vida. Los niños Belén murieron a causa de Jesús.
Y Él, Cordero inocente, luego morirá, a su vez, por todos nosotros. El Hijo de Dios ha entrado en el dolor de los hombres: no se olviden de esto. Cuando alguien se dirige a mí y me hace una pregunta difícil, por ejemplo: “Me diga padre: ¿Por qué sufren los niños?”, de verdad, yo no sé qué cosa responder. Solamente digo: “Mira el Crucifijo: Dios nos ha dado a su Hijo, Él ha sufrido, y tal vez ahí encontraras una respuesta.
No hay otras respuestas. Solamente mirando el amor de Dios que da en su Hijo que ofrece su vida por nosotros, se puede indicar el camino de la consolación”.
Y por esto decimos que el Hijo de Dios ha entrado en el dolor de los hombres, los ha compartido y ha recibido la muerte; su Palabra es definitivamente palabra de consolación, porque nace del llanto.
Y en la cruz estará Él, el Hijo muriente, que dona una nueva fecundidad a su madre, confiándole al discípulo Juan y convirtiéndola en madre del pueblo de los creyentes. Allí, la muerte es vencida, y llega así a cumplimiento de la profecía de Jeremías. También las lágrimas de María, como aquellas de Raquel, han generado esperanza y nueva vida. Gracias.
El creador de Facebook, Mark Zuckerberg, anunció que ya no es ateo, sino que ve la religión como algo “muy importante”.
El día 25 de diciembre de 2016, Zuckerberg posteó un mensaje “Feliz Navidad y Feliz Janucá” de su familia a sus seguidores en Facebook, y en los comentarios respondía a una pregunta sobre sus creencias personales.
Después de que ponteara el comentario, un usuario preguntó: “¿Pero no eres ateo?” En respuesta, el millonario de 32 años responde: “No. Fui criado como judío y después pasé por un periodo en que me cuestioné cosas, pero ahora creo que la religión es muy importante“.
Cuando otro usuario le pregunta: “¿Pero por qué Facebook no notifica que es el cumpleaños de Jesús hoy ???” Zuckerberg responde: “¿Tu no eres amigo de Jesús en Facebook?“, añadiendo un emoji sonriendo con una aureola.
Desde aquel día, la respuesta de Zuckerberg al comentario ganó miles de likes.
Según The Atlantic, Zuckerberg fue criado en un hogar judío, pero ya se identificó como ateo en su página en Facebook. En el pasado, también manifestó interés en el budismo.
A finales de agosto del pasado año, Zuckerberg y su esposa, Priscilla Chan, se encontraron con el Papa Francisco para discutir maneras como la tecnología podría ayudar a los pobres. Tras la visita, Zuckerberg compartió en las redes sociales su admiración por la capacidad del Pontífice de conectar con personas de diferentes credos, permaneciendo fiel al suyo.
“Priscilla y yo tuvimos el honor de visitar al Papa Francisco en el Vaticano. Le dijimos cuánto admiramos su mensaje de misericordia y ternura, y cómo encontró nuevas maneras de comunicar con personas de toda fe alrededor del mundo”, posteó Zuckerberg en Facebook.
“También discutimos sobre la importancia de conectar a las personas, especialmente en partes del mundo sin accesso a internet. Le mostramos un modelo de Aquila, nuestro avión movido por energía solar que transmite conectividad a internet en lugares que no la tienen. Y le compartimos nuestro trabajo con la Iniciativa Chan Zuckerberg para ayudar a gente de todo el mundo”, añadió.
“Fue una reunión que nunca olvidaremos, tu puedes sentir su calor y bondad, y cómo le importa mucho ayudar a las personas”.
A pesar de sus opiniones religiosas diferentes, Zuckerberg elogió Francisco en ocasiones precedentes también.
“No importa la fe que practiques, todos nosotros podemos ser inspirados por la humildad y compasión del Papa Francisco. Estoy ansioso por seguir al Papa – y verlo continuar compartiendo su mensaje de misericordia, igualdad y justicia en el mundo”, escribió Zuckerberg en marzo.
(Nota publicada originalmente por Aleteia)
Querido hermano:
Hoy, día de los Santos Inocentes, mientras continúan resonando en nuestros corazones las palabras del ángel a los pastores: «Os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador» (Lc 2,10-11), siento la necesidad de escribirte. Nos hace bien escuchar una y otra vez este anuncio; volver a escuchar que Dios está en medio de nuestro pueblo. Esta certeza que renovamos año a año es fuente de nuestra alegría y esperanza.
Durante estos días podemos experimentar cómo la liturgia nos toma de la mano y nos conduce al corazón de la Navidad, nos introduce en el Misterio y nos lleva paulatinamente a la fuente de la alegría cristiana.
Como pastores hemos sido llamados para ayudar a hacer crecer esta alegría en medio de nuestro pueblo. Se nos pide cuidar esta alegría. Quiero renovar contigo la invitación a no dejarnos robar esta alegría, ya que muchas veces desilusionados –y no sin razones– con la realidad, con la Iglesia, o inclusive desilusionados de nosotros mismos, sentimos la tentación de apegarnos a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera de los corazones (cf. Exhorta. Ap. Evangelii gaudium, 83).
La Navidad, mal que nos pese, viene acompañada también del llanto. Los evangelistas no se permitieron disfrazar la realidad para hacerla más creíble o apetecible. No se permitieron realizar un discurso «bonito» pero irreal. Para ellos la Navidad no era refugio fantasioso en el que esconderse frente a los desafíos e injusticias de su tiempo. Al contrario, nos anuncian el nacimiento del Hijo de Dios también envuelto en una tragedia de dolor. Citando al profeta Jeremías, el evangelista Mateo lo presenta con gran crudeza: «En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos» (2,18). Es el gemido de dolor de las madres que lloran las muertes de sus hijos inocentes frente a la tiranía y ansia de poder desenfrenada de Herodes.
Un gemido que hoy también podemos seguir escuchando, que nos llega al alma y que no podemos ni queremos ignorar ni callar. Hoy en nuestros pueblos, lamentablemente –y lo escribo con profundo dolor–, se sigue escuchando el gemido y el llanto de tantas madres, de tantas familias, por la muerte de sus hijos, de sus hijos inocentes.
Contemplar el pesebre es también contemplar este llanto, es también aprender a escuchar lo que acontece a su alrededor y tener un corazón sensible y abierto al dolor del prójimo, más especialmente cuando se trata de niños, y también es tener la capacidad de asumir que hoy se sigue escribiendo ese triste capítulo de la historia. Contemplar el pesebre aislándolo de la vida que lo circunda sería hacer de la Navidad una linda fabula que nos generaría buenos sentimientos pero nos privaría de la fuerza creadora de la Buena Noticia que el Verbo Encarnado nos quiere regalar. Y la tentación existe.
¿Será que la alegría cristiana se puede vivir de espaldas a estas realidades? ¿Será que la alegría cristiana puede realizarse ignorando el gemido del hermano, de los niños?
San José fue el primer invitado a custodiar la alegría de la Salvación. Frente a los crímenes atroces que estaban sucediendo, San José –testimonio del hombre obediente y fiel– fue capaz de escuchar la voz de Dios y la misión que el Padre le encomendaba. Y porque supo escuchar la voz de Dios y se dejó guiar por su voluntad, se volvió más sensible a lo que le rodeaba y supo leer los acontecimientos con realismo.
Hoy también a nosotros, Pastores, se nos pide lo mismo, que seamos hombres capaces de escuchar y no ser sordos a la voz del Padre, y así poder ser más sensibles a la realidad que nos rodea. Hoy, teniendo como modelo a san José, estamos invitados a no dejar que nos roben la alegría. Estamos invitados a custodiarla de los Herodes de nuestros días. Y al igual que san José, necesitamos coraje para asumir esta realidad, para levantarnos y tomarla entre las manos (cf. Mt 2,20). El coraje de protegerla de los nuevos Herodes de nuestros días, que fagocitan la inocencia de nuestros niños. Una inocencia desgarrada bajo el peso del trabajo clandestino y esclavo, bajo el peso de la prostitución y la explotación. Inocencia destruida por las guerras y la emigración forzada, con la pérdida de todo lo que esto conlleva.
Miles de nuestros niños han caído en manos de pandilleros, de mafias, de mercaderes de la muerte que lo único que hacen es fagocitar y explotar su necesidad.
A modo de ejemplo, hoy en día 75 millones de niños –debido a las emergencias y crisis prolongadas– han tenido que interrumpir su educación. En 2015, el 68 por ciento de todas las personas objeto de trata sexual en el mundo eran niños. Por otro lado, un tercio de los niños que han tenido que vivir fuera de sus países ha sido por desplazamientos forzosos. Vivimos en un mundo donde casi la mitad de los niños menores de 5 años que mueren ha sido a causa de malnutrición. En el año 2016, se calcula que 150 millones de niños han realizado trabajo infantil viviendo muchos de ellos en condición de esclavitud.
De acuerdo al último informe elaborado por UNICEF, si la situación mundial no se revierte, en 2030 serán 167 millones los niños que vivirán en la extrema pobreza, 69 millones de niños menores de 5 años morirán entre 2016 y 2030, y 60 millones de niños no asistirán a la escuela básica primaria.
Escuchemos el llanto y el gemir de estos niños; escuchemos el llanto y el gemir también de nuestra madre Iglesia, que llora no sólo frente al dolor causado en sus hijos más pequeños, sino también porque conoce el pecado de algunos de sus miembros: el sufrimiento, la historia y el dolor de los menores que fueron abusados sexualmente por sacerdotes. Pecado que nos avergüenza. Personas que tenían a su cargo el cuidado de esos pequeños han destrozado su dignidad. Esto lo lamentamos profundamente y pedimos perdón. Nos unimos al dolor de las víctimas y a su vez lloramos el pecado. El pecado por lo sucedido, el pecado de omisión de asistencia, el pecado de ocultar y negar, el pecado del abuso de poder.
La Iglesia también llora con amargura este pecado de sus hijos y pide perdón. Hoy, recordando el día de los Santos Inocentes, quiero que renovemos todo nuestro empeño para que estas atrocidades no vuelvan a suceder entre nosotros. Tomemos el coraje necesario para implementar todas las medidas necesarias y proteger en todo la vida de nuestros niños, para que tales crímenes no se repitan más. Asumamos clara y lealmente la consigna «tolerancia cero» en este asunto.
La alegría cristiana no es una alegría que se construye al margen de la realidad, ignorándola o haciendo como si no existiese. La alegría cristiana nace de una llamada –la misma que tuvo san José– a tomar y cuidar la vida, especialmente la de los santos inocentes de hoy. La Navidad es un tiempo que nos interpela a custodiar la vida y ayudarla a nacer y crecer; a renovarnos como pastores de coraje. Ese coraje que genera dinámicas capaces de tomar conciencia de la realidad que muchos de nuestros niños hoy están viviendo y trabajar para garantizarles los mínimos necesarios para que su dignidad como hijos de Dios sea no sólo respetada sino, sobre todo, defendida.
No dejemos que les roben la alegría. No nos dejemos robar la alegría, cuidémosla y ayudémosla a crecer.
Hagámoslo esto con la misma fidelidad paternal de san José y de la mano de María, la Madre de la ternura, para que no se nos endurezca el corazón.
Con fraternal afecto,
FRANCISCO
Vaticano, 28 de diciembre de 2016
Horarios de Misa de algunas Parroquias de San Salvador y sus alrededores para 24 y 25 de Diciembre
PARROQUIAS |
HORARIOS DE MISA |
|
24 de Diciembre |
25 de Diciembre |
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Basílica del Sagrado Corazón |
6:30 am y 5:00 pm |
10:00 am y 5:00 pm |
Parroquia San Francisco |
12:00 pm |
8:30 am, 10:30 am y 4:00 pm |
San Antonio de Padua |
7:00 am y 6:00 pm |
7:00 am, 9:00 am, 11:00 am, 4:00 pm y 6:00 pm |
La Transfiguración |
12:30 am y 7:00 pm |
9:00 am, 11:30 am, 5:00 pm y 7:00 pm |
Nuestra Señora de Monserrat |
5:00 pm y 7:30 pm |
10:00 am y 5:00 pm |
Nuestra Señora de Guadalupe (La Ceiba) |
8:00 pm |
9:00 am, 11:00 am, 4:00 pm y 6:00 pm |
Santos Inocentes |
8:00 pm |
10:00 am y 6:00 pm |
Nuestra Señora del Carmen |
8:00 pm |
8:30 am, 10:00 am, 11:30 am, 5:00 pm, 6:15 pm y 7:30 pm |
Corazón de María |
12:15 pm, 5:00 pm, 6:00 pm y 8:00 pm |
10:30 am, 12:00 m, 4:30 pm, 6:00 pm y 7:30 pm |
Santuario el Divino Niño |
12:30 am, 5:00 pm y 7:00 pm |
10:00 am, 12:00 am, 5:00 pm y 7:00 pm |
Nuestra Señora del Perpetuo Socorro |
6:45 pm |
12:00 m |
Hospitalito Divina Providencia |
7:00 pm |
5:00 pm |
La Sagrada Familia |
7:00 pm y 8:00 pm |
7:00 am, 9:00 am, 12:00 md, 4:00 pm, 6:00 pm y 7:00 pm |
Nuestra Señora de la Presentación |
5:00 pm y 8:00 pm |
10:00 am y 5:00 pm |
Cristo Salvador |
8:00 pm |
10:00 am y 6:00 pm |
Jesús Manso y Humilde de Corazón |
7:00 pm |
12:00 md y 5:30 pm |
María Auxiliadora (Don Rúa) |
7:00 pm |
8:00 am, 9:00 am, 10:00 am, 11:00 am, 12:00 md, 4:00 pm, 5:00 pm, 6:00 pm y 7:00 pm |
Divina Providencia |
6:00 pm |
9:00 am, 12:00 m y 5:00 pm |
Santuario Nuestra Señora de Guadalupe |
5:00 pm y 7:00 pm |
10:00 am, 12:00 md y 5:00 pm |
San Juan Bosco |
7:00 pm |
8:00 am, 10:00 am, 12:00 m y 5:00 pm |
San Antonio (Soyapango) |
7:00 pm |
6:00 am, 8:00 am, 11:00 am, 4:00 pm y 6:00 pm |
Nuestra Señora de Fátima |
7:00 pm |
12:00 m y 5:00 pm |
Capilla de los Heraldos del Evangelio |
7:00 pm |
12:00 md y 6:00 pm |
San Juan de la Cruz |
6:00 pm y 8:00 pm |
10:00 am, 5:00 pm y 6:30 pm |
Nuestra Señora de las Gracias |
7:00 pm |
11:30 am |
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos iniciado hace poco un camino de catequesis sobre el tema de la esperanza, muy apropiado para el tiempo del Adviento. El profeta Isaías ha sido quien nos ha guiado hasta ahora.
Hoy, a pocos días de la Navidad, quisiera reflexionar de modo más específico sobre el momento en el cual, por así decir, la esperanza ha entrado en el mundo, con la encarnación del Hijo de Dios. El mismo profeta Isaías había preanunciado el nacimiento del Mesías en algunos pasajes: «Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel» (7,14); y también – en otro pasaje – «Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces» (11,1).
En estos pasajes se entre ve el sentido de la Navidad: Dios cumple la promesa haciéndose hombre; no abandona a su pueblo, se acerca hasta despojarse de su divinidad. De este modo Dios demuestra su fidelidad e inaugura un Reino nuevo, que dona una nueva esperanza a la humanidad. Y ¿cuál es esta esperanza? La vida eterna.
Cuando se habla de la esperanza, muchas veces se refiere a lo que no está en el poder del hombre y que no es visible. De hecho, lo que esperamos va más allá de nuestras fuerzas y nuestra mirada. Pero el Nacimiento de Cristo, inaugurando la redención, nos habla de una esperanza distinta, una esperanza segura, visible y comprensible, porque está fundada en Dios.
Él entra en el mundo y nos dona la fuerza para caminar con Él –Dios camina con nosotros en Jesús–, caminar con Él hacia la plenitud de la vida; nos da la fuerza para estar de una manera nueva en el presente, a pesar de ser difícil.
Entonces, esperar para el cristiano significa la certeza de estar en camino con Cristo hacia el Padre que nos espera. La esperanza jamás está detenida, la esperanza siempre está en camino y nos hace caminar. Esta esperanza, que el Niño de Belén nos dona, ofrece una meta, un destino bueno en el presente, la salvación para la humanidad, la bienaventuranza para quien se encomienda a Dios misericordioso.
San Pablo resume todo esto con la expresión: «Solamente en esperanza hemos sido salvados» (Rom 8,24). Es decir, caminando de este modo, con esperanza, somos salvados. Y aquí podemos hacernos una pregunta, cada uno de nosotros: ¿yo camino con esperanza o mi vida interior está detenida, cerrada? ¿Mi corazón es un cajón cerrado o es un cajón abierto a la esperanza que me hace caminar? No solo sino con Jesús. Una buena pregunta para hacernos.
El pesebre
En las casas de los cristianos, durante el tiempo de Adviento, se prepara el pesebre, según la tradición que se remonta a San Francisco de Asís. En su simplicidad, el pesebre transmite esperanza; cada uno de los personajes está inmerso en esta atmósfera de esperanza.
Antes que nada notamos el lugar en el cual nace Jesús: Belén. Un pequeño pueblo de Judea donde mil años antes había nacido David, el pastor elegido por Dios como rey de Israel.
Belén no es una capital, y por esto es preferida por la providencia divina, que ama actuar a través de los pequeños y los humildes. En aquel lugar nace el “hijo de David” tan esperado, Jesús, en el cual la esperanza de Dios y la esperanza del hombre se encuentran.
Luego, miramos a María, Madre de la esperanza. Con su “si” abrió a Dios la puerta de nuestro mundo: su corazón de joven estaba lleno de esperanza, completamente animada por la fe; y así Dios la ha elegido y ella ha creído en su palabra.
Aquella que durante nueve meses ha sido el arca de la nueva y eterna Alianza, en la gruta contempla al Niño y ve en Él el amor de Dios, que viene a salvar a su pueblo y a la entera humanidad.
Junto a María estaba José, descendiente de Jesé y de David; también él ha creído en las palabras del ángel, y mirando a Jesús en el pesebre, piensa que aquel Niño viene del Espíritu Santo, y que Dios mismo le ha ordenado llamarle así, “Jesús”.
En este nombre está la esperanza para todo hombre, porque mediante este hijo de mujer, Dios salvará a la humanidad de la muerte y del pecado. Por esto es importante mirar el pesebre: detenerse un poco y mirar y ver cuanta esperanza hay en esta gente.
Y también en el pesebre están los pastores, que representan a los humildes y a los pobres que esperaban al Mesías, el «consuelo de Israel» (Lc 2,25) y la «redención de Jerusalén» (Lc 2,38).
En aquel Niño ven la realización de las promesas y esperan que la salvación de Dios llegue finalmente para cada uno de ellos. Quien confía en sus propias seguridades, sobre todo materiales, no espera la salvación de Dios. Pero fijemos esto en la cabeza: nuestras propias seguridades no nos salvaran. Las propias seguridades no nos salvaran, solamente la seguridad que nos salva es aquella de la esperanza en Dios, aquella que nos salva, aquella fuerte.
Y aquella que nos hace caminar en la vida con alegría, con ganas de hacer el bien, con las ganas de ser felices para toda la eternidad. Los pequeños, los pastores, en cambio confían en Dios, esperan en Él y se alegran cuando reconocen en este Niño el signo indicado por los ángeles (Cfr. Lc 2,12).
Y justamente ahí está el coro de los ángeles que anuncia desde lo alto el gran designio que aquel Niño realiza: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él» (Lc 2,14). La esperanza cristiana se expresa en la alabanza y en el agradecimiento a Dios, que ha inaugurado su Reino de amor, de justicia y de paz.
Queridos hermanos y hermanas, en estos días, contemplando el pesebre, nos preparamos para el Nacimiento del Señor. Será verdaderamente una fiesta si acogemos a Jesús, semilla de esperanza que Dios siembra en los surcos de nuestra historia personal y comunitaria. Cada “si” a Jesús que viene es un germen de esperanza.
Tengamos confianza en este germen de esperanza, en este sí: “Si Jesús, tú puedes salvarme, tú puedes salvarme”. ¡Feliz Navidad de esperanza para todos!
Al recibir esta mañana a una delegación de la Acción Católica Italiana para saludarlos por Navidad, el Papa Francisco alentó a los jóvenes a ser apóstoles de la alegría del Evangelio anunciando el amor y la ternura de Jesús.
En la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico, el Santo Padre explicó que cuando los ángeles anuncian la llegada del Redentor, se refieren a “una ‘gran alegría’, originada del descubrir que Dios nos ama y, a través del nacimiento de Jesús, se ha hecho cercano a nosotros para salvarnos”.
A continuación y luego de resaltar que “somos amados por Dios. ¡Qué cosa maravillosa!", el Papa dio a los presentes este consejo: "cuando estamos un poco tristes, cuando parece que todo va mal, cuando un amigo o una amiga nos decepciona –¡o cuando nos decepcionamos a nosotros mismos!– pensemos: ‘Dios me ama’, ‘Dios no me abandona’”.
“Sí muchachos, nuestro Padre nos es siempre fiel y no deja un instante de querernos, de seguir nuestros pasos e incluso de buscarnos cuando nos alejamos un poco. Por esto en el corazón del cristiano siempre está la alegría. ¡Y esta alegría se multiplica compartiéndola! La alegría acogida como un don pide ser testimoniada en todas nuestras relaciones: la familia, la escuela, la parroquia, en todo lugar”.
El Papa se refirió luego al lema de este año de la Acción Católica: “‘CIRCUndados de alegría’. Es sugerente esta metáfora del circo, que es una experiencia de fraternidad, de alegría y de vida ‘nómade’”.
“La imagen del circo –continuó el Pontífice– puede ayudarles a sentir la comunidad cristiana y el grupo en el que están insertados como realidades misioneras que se mueven de país en país, de calle en calle, ‘circundando’ de alegría a cuantos encuentran cada día. Anunciando a todos el amor y la ternura de Jesús, se convierten en apóstoles de la alegría del Evangelio. ¡Y la alegría es contagiosa!”
El Papa dio luego a los jóvenes una tarea que ya ha encomendado en otras ocasiones: “esta alegría contagiosa se comparte con todos, pero en modo especial –y esta es la tarea– con los abuelos. Hablen seguido con sus abuelos, también ellos tienen esta alegría contagiosa”.
“Pregúntenles muchas cosas, escúchenlos, ellos tienen la memoria de la historia, la experiencia de la vida, y para ustedes será un gran don que los ayudará en su camino. También ellos necesitan escucharlos, entender sus aspiraciones, sus esperanzas. Esta es la tarea: hablar con los abuelos, escuchar a los abuelos. Los ancianos tienen la sabiduría de la vida”.
Para concluir, el Papa Francisco deseó a todos “de corazón una feliz y santa Navidad. Extiendo estos saludos a sus familias y a toda la Asociación que está en todas las diócesis de Italia. Que el Señor los bendiga y la Virgen los proteja. Y por favor, no se olviden de rezar por mí”.
(Nota originalmente publicada por Aci Prensa)
El Papa Francisco pronunció una bella homilía en el día en el que la Iglesia celebra a la Virgen de Guadalupe, Emperatriz de América y Patrona de México.
A continuación el texto completo de la homilía del Santo Padre en la Basílica de San Pedro hoy en el Vaticano:
«Feliz de ti porque has creído» (Lc 1,45) con estas palabras Isabel ungió la presencia de
María en su casa. Palabras que nacen de su vientre, de sus entrañas; palabras que logran hacer eco de todo lo que experimentó con la visita a su prima: «Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti porque has creído» (Lc 1,44-45).
Dios nos visita en las entrañas de una mujer, movilizando las entrañas de otra mujer con un canto de bendición y alabanza, con un canto de alegría. La escena evangélica lleva consigo todo el dinamismo de la visita de Dios: cuando Dios sale a nuestro encuentro moviliza nuestras entrañas, pone en movimiento lo que somos hasta transformar toda nuestra vida en alabanza y bendición.
Cuando Dios nos visita nos deja inquietos, con la sana inquietud de aquellos que se sienten invitados a anunciar que Él vive y está en medio de su pueblo. Así lo vemos en María, la primera discípula y misionera, la nueva Arca de la Alianza quien, lejos de permanecer en un lugar reservado en nuestros templos, sale a visitar y acompaña con su presencia la gestación de Juan. Así lo hizo también en 1531: corrió al Tepeyac para servir y acompañar a ese Pueblo que estaba gestándose con dolor, convirtiéndose en su Madre y la de todos nuestros pueblos.
Con Isabel también nosotros hoy en su día queremos ungirla y saludarla diciendo: «Feliz de ti María porque has creído» y sigues creyendo «que se cumplirá todo lo que te fue anunciado de parte del Señor» (v. 45). María es así como el icono del discípulo, de la mujer creyente y orante que sabe acompañar y alentar nuestra fe y nuestra esperanza en las distintas etapas que nos toca atravesar.
En María tenemos el fiel reflejo «no (de) una fe poéticamente edulcorada, sino (de) una fe recia sobre todo en una época en la que se quiebran los dulces encantos de las cosas y las contradicciones entran en conflicto por doquier».1
Ciertamente tendremos que aprender de esa fe recia y servicial que ha caracterizado y caracteriza a nuestra Madre; aprender de esa fe que sabe meterse dentro de la historia para ser sal y luz en nuestras vidas y en la sociedad.
La sociedad que estamos construyendo para nuestros hijos está cada vez más marcada por signos de la división y fragmentación, dejando «fuera de juego» a muchos, especialmente a aquellos a los que se les hace difícil alcanzar los mínimos para llevar adelante su vida con dignidad.
Una sociedad que le gusta jactarse de sus avances científicos y tecnológicos, pero que se ha vuelto cegatona e insensible frente a miles de rostros que se van quedando por el camino, excluidos por el orgullo que ciega de unos pocos. Una sociedad que termina instalando una cultura de la desilusión, el desencanto y la frustración en muchísimos de nuestros hermanos; e inclusive, de angustia en otros tantos porque experimentan las dificultades que tienen que enfrentar para no quedarse fuera del camino.
Pareciera que, sin darnos cuenta, nos hemos acostumbrado a vivir en la «sociedad de la desconfianza» con todo lo que esto supone para nuestro presente y especialmente para nuestro futuro; desconfianza que poco a poco va generando estados de desidia y dispersión.
Qué difícil es presumir de la sociedad del bienestar cuando vemos que nuestro querido continente americano se ha acostumbrado a ver a miles y miles de niños y jóvenes en situación de calle que mendigan y duermen en las estaciones de trenes, del subte o donde encuentren lugar.
Niños y jóvenes explotados en trabajos clandestinos u obligados a conseguir alguna moneda en el cruce de las avenidas limpiando los parabrisas de nuestros autos..., y sienten que en el «tren de la vida» no hay lugar para ellos. Cuántas familias van quedando marcadas por el dolor al ver a sus hijos víctimas de los mercaderes de la muerte.
Qué duro es ver cómo hemos normalizado la exclusión de nuestros ancianos obligándolos a vivir en la soledad, simplemente porque no generan productividad; o ver –como bien supieron decir los obispos en Aparecida–, «la situación precaria que afecta la dignidad de muchas mujeres. Algunas, desde niñas y adolescentes, son sometidas a múltiples formas de violencia dentro y fuera de casa»2.
Son situaciones que nos pueden paralizar, que pueden poner en duda nuestra fe y especialmente nuestra esperanza, nuestra manera de mirar y encarar el futuro.
Frente a todas estas situaciones, así y todo, tenemos que decir con Isabel: «Feliz de ti por haber creído», y aprender de esa fe recia y servicial que ha caracterizado y caracteriza a nuestra Madre.
Celebrar a María es, en primer lugar, hacer memoria de la madre, hacer memoria de que no somos ni seremos nunca un pueblo huérfano. ¡Tenemos Madre! Y donde está la madre hay siempre presencia y sabor a hogar. Donde está la madre, los hermanos se podrán pelear pero siempre triunfará el sentido de unidad. Donde está la madre, no faltará la lucha a favor de la fraternidad.
Siempre me ha impresionado ver, en distintos pueblos de América Latina, esas madres luchadoras que, a menudo ellas solas, logran sacar adelante a sus hijos. Así es María con nosotros, somos sus hijos: Mujer luchadora frente a la sociedad de la desconfianza y de la ceguera, frente a la sociedad de la desidia y la dispersión; Mujer que lucha para potenciar la alegría del Evangelio. Lucha para darle «carne» al Evangelio.
Mirar la Guadalupana es recordar que la visita del Señor pasa siempre por medio de aquellos que logran «hacer carne» su Palabra, que buscan encarnar la vida de Dios en sus entrañas, volviéndose signos vivos de su misericordia.
Celebrar la memoria de María es afirmar contra todo pronóstico que «en el corazón y en la vida de nuestros pueblos late un fuerte sentido de esperanza, no obstante las condiciones de vida que parecen ofuscar toda esperanza».3 María, porque creyó, amó; porque es sierva del Señor y sierva de sus hermanos.
Celebrar la memoria de María es celebrar que nosotros, al igual que ella, estamos invitados a salir e ir al encuentro de los demás con su misma mirada, con sus mismas entrañas de misericordia, con sus mismos gestos.
Contemplarla es sentir la fuerte invitación a imitar su fe. Su presencia nos lleva a la reconciliación, dándonos fuerza para generar lazos en nuestra bendita tierra latinoamericana, diciéndole «sí» a la vida y «no» a todo tipo de indiferencia, de exclusión, de descarte de pueblos o personas.
No tengamos miedo de salir a mirar a los demás con su misma mirada. Una mirada que nos hace hermanos. Lo hacemos porque, al igual que Juan Diego, sabemos que aquí está nuestra madre, sabemos que estamos bajo su sombra y su resguardo, que es la fuente de nuestra alegría, que estamos en el cruce de sus brazos.4
Danos la paz y el trigo, Señora y niña nuestra, una patria que sume hogar, templo y escuela, un pan que alcance a todos y una fe que se encienda por tus manos unidas y por tus ojos de estrella. Amén.
Mensaje del Santo Padre Francisco
Jornada mundial de la Paz 1 enero 2017
«La no violencia: estilo de una política para la paz»
1. Al comienzo de este nuevo año formulo mis más sinceros deseos de paz para los pueblos y para las naciones del mundo, para los Jefes de Estado y de Gobierno, así como para los responsables de las comunidades religiosas y de los diversos sectores de la sociedad civil.
Deseo la paz a cada hombre, mujer, niño y niña, a la vez que rezo para que la imagen y semejanza de Dios en cada persona nos permita reconocernos unos a otros como dones sagrados dotados de una inmensa dignidad. Especialmente en las situaciones de conflicto, respetemos su «dignidad más profunda»1 y hagamos de la no violencia activa nuestro estilo de vida.
Este es el Mensaje para la 50 Jornada Mundial de la Paz. En el primero, el beato Papa Pablo VI se dirigió, no sólo a los católicos sino a todos los pueblos, con palabras inequívocas: «Ha aparecido finalmente con mucha claridad que la paz es la línea única y verdadera del progreso humano (no las tensiones de nacionalismos ambiciosos, ni las conquistas violentas, ni las represiones portadoras de un falso orden civil)».
Advirtió del «peligro de creer que las controversias internacionales no se pueden resolver por los caminos de la razón, es decir de las negociaciones fundadas en el derecho, la justicia, la equidad, sino sólo por los de las fuerzas espantosas y mortíferas».
Por el contrario, citando Pacem in terris de su predecesor san Juan XXIII, exaltaba «el sentido y el amor de la paz fundada sobre la verdad, sobre la justicia, sobre la libertad, sobre el amor».2 Impresiona la actualidad de estas palabras, que hoy son igualmente importantes y urgentes como hace cincuenta años.
En esta ocasión deseo reflexionar sobre la no violencia como un estilo de política para la paz, y pido a Dios que se conformen a la no violencia nuestros sentimientos y valores personales más profundos.
Que la caridad y la no violencia guíen el modo de tratarnos en las relaciones interpersonales, sociales e internacionales. Cuando las víctimas de la violencia vencen la tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles en los procesos no violentos de construcción de la paz.
Que la no violencia se trasforme, desde el nivel local y cotidiano hasta el orden mundial, en el estilo característico de nuestras decisiones, de nuestras relaciones, de nuestras acciones y de la política en todas sus formas.
Un mundo fragmentado
2. El siglo pasado fue devastado por dos horribles guerras mundiales, conoció la amenaza de la guerra nuclear y un gran número de nuevos conflictos, pero hoy lamentablemente estamos ante una terrible guerra mundial por partes.
No es fácil saber si el mundo actualmente es más o menos violento de lo que fue en el pasado, ni si los modernos medios de comunicación y la movilidad que caracteriza nuestra época nos hace más conscientes de la violencia o más habituados a ella.
En cualquier caso, esta violencia que se comete «por partes», en modos y niveles diversos, provoca un enorme sufrimiento que conocemos bien: guerras en diferentes países y continentes; terrorismo, criminalidad y ataques armados impredecibles; abusos contra los emigrantes y las víctimas de la trata; devastación del medio ambiente. ¿Con qué fin?
La violencia, ¿permite alcanzar objetivos de valor duradero? Todo lo que obtiene, ¿no se reduce a desencadenar represalias y espirales de conflicto letales que benefician sólo a algunos «señores de la guerra»?
La violencia no es la solución para nuestro mundo fragmentado. Responder con violencia a la violencia lleva, en el mejor de los casos, a la emigración forzada y a un enorme sufrimiento, ya que las grandes cantidades de recursos que se destinan a fines militares son sustraídas de las necesidades cotidianas de los jóvenes, de las familias en dificultad, de los ancianos, de los enfermos, de la gran mayoría de los habitantes del mundo. En el peor de los casos, lleva a la muerte física y espiritual de muchos, si no es de todos.
La Buena Noticia
3. También Jesús vivió en tiempos de violencia. Él enseñó que el verdadero campo de batalla, en el que se enfrentan la violencia y la paz, es el corazón humano: «Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos» (Mc 7,21). Pero el mensaje de Cristo, ante esta realidad, ofrece una respuesta radicalmente positiva: él predicó incansablemente el amor incondicional de Dios que acoge y perdona, y enseñó a sus discípulos a amar a los enemigos (cf. Mt 5,44) y a poner la otra mejilla (cf. Mt 5,39).
Cuando impidió que la adúltera fuera lapidada por sus acusadores (cf. Jn 8,1-11) y cuando, la noche antes de morir, dijo a Pedro que envainara la espada (cf. Mt 26,52), Jesús trazó el camino de la no violencia, que siguió hasta el final, hasta la cruz, mediante la cual construyó la paz y destruyó la enemistad (cf. Ef 2,14-16).
Por esto, quien acoge la Buena Noticia de Jesús reconoce su propia violencia y se deja curar por la misericordia de Dios, convirtiéndose a su vez en instrumento de reconciliación, según la exhortación de san Francisco de Asís: «Que la paz que anunciáis de palabra la tengáis, y en mayor medida, en vuestros corazones».3
Ser hoy verdaderos discípulos de Jesús significa también aceptar su propuesta de la no violencia. Esta —como ha afirmado mi predecesor Benedicto XVI— «es realista, porque tiene en cuenta que en el mundo hay demasiada violencia, demasiada injusticia y, por tanto, sólo se puede superar esta situación contraponiendo un plus de amor, un plus de bondad. Este “plus” viene de Dios».4
Y añadía con fuerza: «para los cristianos la no violencia no es un mero comportamiento táctico, sino más bien un modo de ser de la persona, la actitud de quien está tan convencido del amor de Dios y de su poder, que no tiene miedo de afrontar el mal únicamente con las armas del amor y de la verdad. El amor a los enemigos constituye el núcleo de la “revolución cristiana”».5
Precisamente, el evangelio del amad a vuestros enemigos (cf. Lc 6,27) es considerado como «la carta magna de la no violencia cristiana», que no se debe entender como un «rendirse ante el mal […], sino en responder al mal con el bien (cf. Rm 12,17-21), rompiendo de este modo la cadena de la injusticia».6
Más fuerte que la violencia
4. Muchas veces la no violencia se entiende como rendición, desinterés y pasividad, pero en realidad no es así. Cuando la Madre Teresa recibió el premio Nobel de la Paz, en 1979, declaró claramente su mensaje de la no violencia activa: «En nuestras familias no tenemos necesidad de bombas y armas, de destruir para traer la paz, sino de vivir unidos, amándonos unos a otros […]. Y entonces seremos capaces de superar todo el mal que hay en el mundo».7 Porque la fuerza de las armas es engañosa. «Mientras los traficantes de armas hacen su trabajo, hay pobres constructores de paz que dan la vida sólo por ayudar a una persona, a otra, a otra»; para estos constructores de la paz, Madre Teresa es «un símbolo, un icono de nuestros tiempos».8
En el pasado mes de septiembre tuve la gran alegría de proclamarla santa. He elogiado su disponibilidad hacia todos por medio de «la acogida y la defensa de la vida humana, tanto de la no nacida como de la abandonada y descartada […]. Se ha inclinado sobre las personas desfallecidas, que mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que Dios les había dado; ha hecho sentir su voz a los poderosos de la tierra, para que reconocieran sus culpas ante los crímenes —¡ante los crímenes!— de la pobreza creada por ellos mismos».9
Como respuesta —y en esto representa a miles, más aún, a millones de personas—, su misión es salir al encuentro de las víctimas con generosidad y dedicación, tocando y vendando los cuerpos heridos, curando las vidas rotas. La no violencia practicada con decisión y coherencia ha producido resultados impresionantes.
No se olvidarán nunca los éxitos obtenidos por Mahatma Gandhi y Khan Abdul Ghaffar Khan en la liberación de la India, y de Martin Luther King Jr. contra la discriminación racial. En especial, las mujeres son frecuentemente líderes de la no violencia, como, por ejemplo, Leymah Gbowee y miles de mujeres liberianas, que han organizado encuentros de oración y protesta no violenta (pray-ins), obteniendo negociaciones de alto nivel para la conclusión de la segunda guerra civil en Liberia.
No podemos olvidar el decenio crucial que se concluyó con la caída de los regímenes comunistas en Europa. Las comunidades cristianas han contribuido con su oración insistente y su acción valiente. Ha tenido una influencia especial el ministerio y el magisterio de san Juan Pablo II.
En la encíclica Centesimus annus (1991), mi predecesor, reflexionando sobre los sucesos de 1989, puso en evidencia que un cambio crucial en la vida de los pueblos, de las naciones y de los estados se realiza «a través de una lucha pacífica, que emplea solamente las armas de la verdad y de la justicia».10 Este itinerario de transición política hacia la paz ha sido posible, en parte, «por el compromiso no violento de hombres que, resistiéndose siempre a ceder al poder de la fuerza, han sabido encontrar, una y otra vez, formas eficaces para dar testimonio de la verdad».
Y concluía: «Ojalá los hombres aprendan a luchar por la justicia sin violencia, renunciando a la lucha de clases en las controversias internas, así como a la guerra en las internacionales».11
La Iglesia se ha comprometido en el desarrollo de estrategias no violentas para la promoción de la paz en muchos países, implicando incluso a los actores más violentos en un mayor esfuerzo para construir una paz justa y duradera.
Este compromiso en favor de las víctimas de la injusticia y de la violencia no es un patrimonio exclusivo de la Iglesia Católica, sino que es propio de muchas tradiciones religiosas, para las que «la compasión y la no violencia son esenciales e indican el camino de la vida».12 Lo reafirmo con fuerza: «Ninguna religión es terrorista».13 La violencia es una profanación del nombre de Dios.14
No nos cansemos nunca de repetirlo: «Nunca se puede usar el nombre de Dios para justificar la violencia. Sólo la paz es santa. Sólo la paz es santa, no la guerra».15
La raíz doméstica de una política no violenta
5. Si el origen del que brota la violencia está en el corazón de los hombres, entonces es fundamental recorrer el sendero de la no violencia en primer lugar en el seno de la familia. Es parte de aquella alegría que presenté, en marzo pasado, en la Exhortación apostólica Amoris laetitia, como conclusión de los dos años de reflexión de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia.
La familia es el espacio indispensable en el que los cónyuges, padres e hijos, hermanos y hermanas aprenden a comunicarse y a cuidarse unos a otros de modo desinteresado, y donde los desacuerdos o incluso los conflictos deben ser superados no con la fuerza, sino con el diálogo, el respeto, la búsqueda del bien del otro, la misericordia y el perdón.16
Desde el seno de la familia, la alegría se propaga al mundo y se irradia a toda la sociedad.17 Por otra parte, una ética de fraternidad y de coexistencia pacífica entre las personas y entre los pueblos no puede basarse sobre la lógica del miedo, de la violencia y de la cerrazón, sino sobre la responsabilidad, el respeto y el diálogo sincero.
En este sentido, hago un llamamiento a favor del desarme, como también de la prohibición y abolición de las armas nucleares: la disuasión nuclear y la amenaza cierta de la destrucción recíproca, no pueden servir de base a este tipo de ética.18
Con la misma urgencia suplico que se detenga la violencia doméstica y los abusos a mujeres y niños. El Jubileo de la Misericordia, concluido el pasado mes de noviembre, nos ha invitado a mirar dentro de nuestro corazón y a dejar que entre en él la misericordia de Dios.
El año jubilar nos ha hecho tomar conciencia del gran número y variedad de personas y de grupos sociales que son tratados con indiferencia, que son víctimas de injusticia y sufren violencia. Ellos forman parte de nuestra «familia», son nuestros hermanos y hermanas. Por esto, las políticas de no violencia deben comenzar dentro de los muros de casa para después extenderse a toda la familia humana.
«El ejemplo de santa Teresa de Lisieux nos invita a la práctica del pequeño camino del amor, a no perder la oportunidad de una palabra amable, de una sonrisa, de cualquier pequeño gesto que siembre paz y amistad. Una ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo».19
Mi llamamiento
6. La construcción de la paz mediante la no violencia activa es un elemento necesario y coherente del continuo esfuerzo de la Iglesia para limitar el uso de la fuerza por medio de las normas morales, a través de su participación en las instituciones internacionales y gracias también a la aportación competente de tantos cristianos en la elaboración de normativas a todos los niveles. Jesús mismo nos ofrece un «manual» de esta estrategia de construcción de la paz en el así llamado Discurso de la montaña.
Las ocho bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-10) trazan el perfil de la persona que podemos definir bienaventurada, buena y auténtica. Bienaventurados los mansos —dice Jesús—, los misericordiosos, los que trabajan por la paz, y los puros de corazón, los que tienen hambre y sed de la justicia.
Esto es también un programa y un desafío para los líderes políticos y religiosos, para los responsables de las instituciones internacionales y los dirigentes de las empresas y de los medios de comunicación de todo el mundo: aplicar las bienaventuranzas en el desempeño de sus propias responsabilidades.
Es el desafío de construir la sociedad, la comunidad o la empresa, de la que son responsables, con el estilo de los trabajadores por la paz; de dar muestras de misericordia, rechazando descartar a las personas, dañar el ambiente y querer vencer a cualquier precio. Esto exige estar dispuestos a «aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso».20
Trabajar de este modo significa elegir la solidaridad como estilo para realizar la historia y construir la amistad social.
La no violencia activa es una manera de mostrar verdaderamente cómo, de verdad, la unidad es más importante y fecunda que el conflicto. Todo en el mundo está íntimamente interconectado.21
Puede suceder que las diferencias generen choques: afrontémoslos de forma constructiva y no violenta, de manera que «las tensiones y los opuestos [puedan] alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida», conservando «las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna».22
La Iglesia Católica acompañará todo tentativo de construcción de la paz también con la no violencia activa y creativa. El 1 de enero de 2017 comenzará su andadura el nuevo Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, que ayudará a la Iglesia a promover, con creciente eficacia, «los inconmensurables bienes de la justicia, la paz y la protección de la creación» y de la solicitud hacia los emigrantes, «los necesitados, los enfermos y los excluidos, los marginados y las víctimas de los conflictos armados y de las catástrofes naturales, los encarcelados, los desempleados y las víctimas de cualquier forma de esclavitud y de tortura».23
En conclusión
7. Como es tradición, firmo este Mensaje el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. María es Reina de la Paz. En el Nacimiento de su Hijo, los ángeles glorificaban a Dios deseando paz en la tierra a los hombres y mujeres de buena voluntad (cf. Lc 2,14).
Pidamos a la Virgen que sea ella quien nos guíe. «Todos deseamos la paz; muchas personas la construyen cada día con pequeños gestos; muchos sufren y soportan pacientemente la fatiga de intentar edificarla».24
En el 2017, comprometámonos con nuestra oración y acción a ser personas que aparten de su corazón, de sus palabras y de sus gestos la violencia, y a construir comunidades no violentas, que cuiden de la casa común. «Nada es imposible si nos dirigimos a Dios con nuestra oración. Todos podemos ser artesanos de la paz».25
Vaticano, 8 de diciembre de 2016
Francisco
Con la ayuda de Jesús uno puede cambiar de vida si reconoce su pecado y quiere comenzar de nuevo, explicó el Papa Francisco en la Misa que celebró a primera hora de la mañana en la Capilla de la Casa Santa Marta.
Como siempre, comentó las lecturas del día, en las que “se nos habla de renovación”, y se afirma que todo será cambiado “de lo feo a lo hermoso, de lo malo a lo bueno”.
Es lo mismo que hacía Jesús cuando “hacía ver un camino de cambio a la gente y por eso la gente lo seguía”. “Lo seguían porque el mensaje de Jesús llegaba al corazón”, explicó.
“Pero esto que hacía Jesús no era solamente un cambio de lo feo a lo hermoso, de lo malo a lo bueno, Jesús ha hecho una transformación. No es un problema de hacer algo hermoso, no es un problema de maquillaje: ¡ha cambiado todo desde dentro!".
“Ha cambiado con una recreación: Dios había creado el mundo; el hombre ha caído en pecado: viene Jesús a recrear el mundo. Y este es el mensaje, el mensaje del Evangelio, que se ve claro: antes de curar a ese hombre, Jesús perdona sus pecados. Va allí, a la re-creación, re-crea a ese hombre pecador en justo: lo re-crea como justo. Lo hace nuevo, totalmente nuevo. Y esto escandaliza. ¡Esto escandaliza!”.
Francisco pidió que el Señor “nos ayude a prepararnos para la Navidad con gran fe” porque “por la curación del alma, por la curación existencial la re-creación que lleva Jesús se requiere una gran fe”.
“Ser transformados, esta es la gracia de la salud que lleva Jesús”, añadió.
El Papa destacó que es necesario vencer la tentación de “yo no puedo con ello” y dejarse “re-crear por Jesús”. “Todos somos pecadores, pero mira la raíz de tu pecado y que el Señor vaya más allá y la re-cree; y esa raíz amarga florecerá, florecerá con las obras de justicia; y tú serás un hombre nuevo, una mujer nueva”.
El Santo Padre invitó a acudir al sacramento de la confesión y a confesar los pecados “con nombre y apellidos”. “Yo he hecho esto, esto, esto y me avergüenzo dentro del corazón, y abro el corazón: ‘Señor, lo único que tengo. ¡Recréame, recréame!’. Y así tendremos la valentía de ir con la verdadera fe hacia Navidad!”.
A veces “buscamos esconder la gravedad de nuestros pecados”, por ejemplo, cuando disimulamos la envidia y esto “es algo muy feo”. “Es como el veneno de serpiente” que busca “destruir al otro”.
Por eso hay que ir “al fondo de nuestros pecados y después darlos al Señor, para que Él los borre y nos ayude a ir hacia delante con fe”.
A continuación, contó una anécdota de un santo “estudioso de la Biblia” que tenía un carácter muy fuerte y pedía perdón a Dios: “El Santo, hablando con el Señor decía: ‘¿estás contento Señor?’. ‘¡No!’. ‘¡Pero te he dado todo!’. ‘No, falta algo’. Y este pobre hombre hacía otra penitencia, otra oración, otra vigilia: ‘Te he dado esto, Señor, ¿está bien?’. ‘¡No!’. ‘Falta algo’. ‘¿Pero que falta Señor?’. ‘¡Faltan tus pecados! ¡Dame tus pecados! Esto es lo que hoy el Señor nos pide a nosotros: ‘¡Ánimo! Dame tus pecados y te haré un hombre nuevo y una mujer nueva’”.
(Texto por Aci Prensa)
Para llegar a Jesús debemos vaciar nuestro corazón, para estar limpios, ser transparentes; sino, no podremos estar cara a cara con Jesús. A imitación del niño Jesús allanemos nuestro corazón, presentémonos con sinceridad y despojados de toda cosa que ensucia, nuestra alma. Si estamos manchados por el pecado y nos presentamos a Dios, aunque Él nunca nos rechaza, no obstante, se merece que no le continuemos crucificando con nuestras ofensas. “Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (Heb 10, 22).
Al sacar de nuestro corazón lo malo, hacemos las paces con Dios, por lo tanto, debemos de buscar un momento de encuentro con el Señor; también esforzarnos por armonizar con alguna persona con la que sintamos resentimientos o coraje, persona de la que te has alejado por “A” o “B” circunstancia; ya que, el adviento es época de Paz, de reconciliación, de amar. Es época de encuentro o reencuentro con Dios y con los demás.
Allanar nuestro corazón quiere decir hacer limpieza, sacar fuera lo sucio, barrer los rincones de nuestro interior, lo que nos impide tener o encontrar la paz perfecta con nosotros mismos y con nuestro prójimo y sobre todo con el mismo Dios. Que mi templo o mi cuerpo se sienta impecable, sin manchas de dolor, de tristeza de sufrimiento, de mentiras, de odio y de pecado. Que Jesús encuentre su pesebre limpio y se sienta acogedor.
Reflexión Padre Arnulfo Delgado
En este aspecto debemos de empezar por agradecer a Dios; luego agradecer a todo aquel que nos ha acompañado en el camino de la fe, a nuestros padres, hermanos, catequistas, y a todos aquellos que nos la trasmitieron, al sacerdote que nos bautizó, al que nos ha reconciliado con Dios en la confesión. Agradecer a aquel que está con nosotros en las buenas, en las malas y en las peores.
Dios en su infinita misericordia, nos bendice siempre, muchas veces por medio de las personas que nos encontramos a nuestro paso, debemos ser conscientes de que todo lo que nos acontece es obra maravillosa de Dios, en todo lo bueno vemos la huella de Dios. Por lo tanto debemos de dar gracias por su infinito amor, por compañía y asistencia. Agradecer a Dios que nunca nos abandona. “Dad gracias en todo; porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tes 5,18).
Te doy gracias, Señor, porque has sido misericordioso con nosotros, gracias por tu presencia entre nosotros, gracias porque en el pesebre te hiciste en todo semejante a nosotros, menos en el pecado. Tú, Jesús, eres lo mejor que le ha pasado a nuestra historia, a la humanidad, gracias por darnos también a María como Madre y Señora nuestra, gracias por darnos a San José como guía y protector, gracias Jesús. Amen
Reflexión por Padre Arnulfo Delgado
Tarea no muy fácil a la hora de ponerla en práctica, ya que, a menudo nos gusta hacer lo mejor con aquellos que nosotros queremos o amamos; Jesús en su Palabra nos enseña: “Más yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os calumnian y os persiguen” (Mt 5, 44).
Es muy importante que tener presente que cada uno es hijo de su tiempo y que en nuestro medio es normal ayudar al otro solo si esto me produce un beneficio o provecho, muchas veces aún en las mismas familias. Naturalmente no es nada fácil el hacer algo que no nos nace, ni nos place, o no sacamos un beneficio de ello, y nuestra mente y corazón son dominados por emociones y sentimientos, los cuales en muchas veces no son de la talla de Jesús.
Si actuáramos o nos diéramos tal como Jesús se daba los demás, nuestro mundo, la sociedad, sería muy diferente; ya que fuéramos liberados de la perversidad, de la envidia, del resentimiento y del orgullo. El darnos gratuitamente a los demás, es un gesto de no esperar nada a cambio, y una entrega desmedida y seguramente muy valorada por Jesús.
La familia de Nazaret es nuestro mejor modelo para la vida, María fue la primer servidora, la primer custodia del Redentor, que dijo sí, acá estoy, corrió donde su prima Isabel a colaborar, a servir, a atender. San José supo ser el hombre silencioso, obediente y justo, el cual, supo ser cabeza de familia, acompañarlos y protegerlos. Y Jesús que siendo inocente y libre de pecado dio su vida y murió en la cruz, l