Por Martha Guardado | Lumen El Salvador
El pasado 30 de agosto, el Papa Francisco culminó el consistorio extraordinario con la Santa Misa que se celebró en la Basílica de San Pedro del Vaticano, en la que participaron 4,500 personas, entre ellas el colegio cardenalicio y los nuevos cardenales.
El Santo Padre inició su homilía invitando a los cardenales a que, al momento de salir de esa convocatoria, sean más capaces de “anunciar a todos los pueblos las maravillas del Señor”.
Además, exhortó a los presentes a no dejar de maravillarse porque un ministro de la Iglesia es “alguien que sabe maravillarse ante el designio de Dios y con este espíritu ama apasionadamente a la Iglesia”, del mismo modo que Pablo apóstol, “en quien el ímpetu apostólico y la preocupación por las comunidades están siempre acompañados”.
Su Santidad recordó que la Carta de los Efesios surge de la contemplación del proyecto de salvación de Dios en la historia, y que, así como todos permanecen encantados frente al universo, del mismo modo debe invadir el estupor teniendo en mente la historia de salvación porque “en el designio de Dios a través de los tiempos todo encuentra su origen, existencia, meta y fin en Cristo”.
“«Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo». Estas palabras del Resucitado tienen aún, a dos mil años de distancia, la fuerza de hacer vibrar nuestros corazones. No termina de asombrarnos la insondable decisión divina de evangelizar el mundo a partir de ese insignificante grupo de discípulos” enfatizó el Papa.
Por otra parte, advirtió que la tentación puede alimentar una falsa seguridad en la jerarquía de la iglesia y que el “Mentiroso” siempre busca mundanizar a los seguidores de Cristo.
“Esta llamada está bajo la tentación de la mundanidad, que poco a poco te roba la fuerza, te roba la esperanza; te impide de ver la mirada de Jesús que nos llama por nombre y nos envía. Esta es la carcoma de la mundanidad espiritual” agregó.
Por último, invitó a los cardenales, sacerdotes, consagrados y consagradas, y a todo el pueblo de Dios a replantearse la vida espiritual de cada uno con las siguientes preguntas: ¿Cómo se encuentra su capacidad de admirarte? ¿O está tan habituado, tan habituada, que la ha perdido? ¿Es todavía capaz de asombrarse?.
“¡Que pueda ser así también para nosotros! Asombrarnos ¡Que sea así para cada uno de ustedes, queridos hermanos Cardenales! Que nos obtenga esta gracia la intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, que guardaba y llevaba todas las cosas admirables en su corazón” concluyó el Santo Padre.