Por Martha Guardado | Lumen El Salvador
Desde la ventana del Palacio Apostólico, el domingo 11 de septiembre Su Santidad se dirigió a los feligreses que se reunieron en la Plaza de San Pedro, con un discurso previo al Ángelus dominical.
El Papa Francisco inició con la reflexión del Evangelio de la liturgia del día, que hablaba acerca de las parábolas de la misericordia, y que se llaman así porque “muestran el corazón misericordioso de Dios” indicó el Papa.
Su santidad explicó cómo los fariseos y escribas señalaban a Jesús por acoger y comer con los pecadores, y que para ellos eso era realmente escandaloso desde la perspectiva religiosa.
El Santo Padre menciona que con esas acciones Jesús revela que “Dios es justamente así: no excluye a nadie, desea que todos estén en su banquete, porque ama a todos como a hijos, a todos, nadie está excluido, nadie”.
“De hecho, los protagonistas de las parábolas, que representan a Dios, son un pastor que busca a la oveja perdida, una mujer que encuentra la moneda perdida y el padre del hijo pródigo. Detengámonos en un aspecto común a estos tres protagonistas. Los tres, en el fondo, tienen un aspecto común que podríamos definir así: la inquietud por aquello que les falta, te falta la oveja, te falta la moneda, te falta el hijo”, dijo el Pontífice.
Además, enfatizó en que Dios no se queda “tranquilo” si sus ovejas se alejan, “Él, se aflige, se estremece en lo más íntimo y se pone a buscarnos, hasta que nos vuelve a tener en sus brazos. El Señor no calcula la pérdida y los riesgos, tiene un corazón de padre y madre, y sufre por la ausencia de sus hijos amados”.
Su Santidad invitó a todos a preguntarse “¿Rezo por quien no cree, por el que está lejos, por el que está amargado? ¿Atraemos a los alejados por medio del estilo de Dios, este estilo de Dios que es cercanía, compasión y ternura?” ya que “El Padre nos pide que estemos atentos a los hijos que más echa de menos”.
En ese sentido, el Papa alentó a que “Pensemos en alguna persona que conozcamos, que esté cerca de nosotros y que quizá nunca haya escuchado a nadie decirle: "¿Sabes? Tú eres importante para Dios".
Concluyó diciendo que todos deben ser hombres y mujeres de corazón inquieto, y que “recemos a la Virgen, la madre que no se cansa de buscarnos y de cuidar de nosotros, sus hijos”.