Cada 27 de septiembre recordamos a San Vicente de Paúl, un hombre que abrazó su vocación sacerdotal desde muy joven y que dedicó su vida al servicio de los pobres. Por ello, la Iglesia lo reconoce como “Patrono de las obras de caridad''.
Nació el 24 de abril de 1581 bajo el techo de una familia campesina en el Sur-Oeste de Francia. Durante su niñez se dedicó a los trabajos del campo y de adolescente fue enviado al colegio de los franciscanos en la ciudad de Dax, allí se dedicó únicamente a los estudios.
Tras estudiar Teología en la Universidad de Toulouse, y haber completado sus estudios en Roma, y con tan solo diecinueve años, se ordenó como sacerdote en el año 1600.
Se dice que antes de fallecer su padre le otorgó bienes para terminar de pagar el resto de su carrera, sin embargo, San Vicente renunció a la herencia para trabajar por sí mismo y empezó a dar clases en un colegio.
Recién ordenado, el obispo quiso colocarlo en una parroquia, pero el derecho canónico le impedía asumir el puesto debido a su corta edad. Además, el padre Vicente de Paúl renunció a cualquier posible cargo para dedicarse a estudiar. En medio de esto pasó por una gran necesidad económica y contrajo muchas deudas.
Posteriormente, en un viaje que San Vicente realizó en barco, fue asaltado por piratas turcos y lo aprisionaron para venderlo como esclavo en Túnez, del continente africano.
A partir de esto, estuvo sirviendo a un pescador, un médico, y un musulmán que antiguamene fue fraile franciscano pero que apostató. Este santo lo convenció de volver a adoptar la fe cristiana, y fue así como ambos emprendieron camino, atravesaron el mediterráneo en un pequeño bote para llegar a Francia.
En 1608 retomó su camino de sacerdocio, a través de una fraternidad de sacerdotes conocida como “Oratorium” logró promoverse, dos años después lo nombraron consejero espiritual de la reina Margarita de Valois.
En 1613 entró a la casa de los Condi, una importante familia en Lyon, con quienes ejerció como director espiritual de la familia y profesor de los niños. Mientras estuvo con ellos recorrió sus extensas propiedades y pudo conocer las deplorables condiciones en las que vivían la mayoría de campesinos, y la desatención del clero ante tal situación.
Es así como San Vicente reivindicó su labor pastoral y decidió devolver a Dios todo el amor recibido, dedicándose a trabajar por los más necesitados. Empezó a caminar hasta los lugares más remotos para atender a moribundos, personas abandonadas y enfermos.
Con este servicio, se convenció de que la oración y la formación eran importantes para cultivar la humildad en los misioneros, por ello en 1617 fundó la Cofradía de las Damas de la Caridad, en 1625 la Congregación de la Misión, y tiempo después, junto a Santa Luisa de Marillac, fundaron la Compañía de las Hijas de la Caridad.
Esto le permitió formar al clero con principios más humanos y cercanos a las necesidades y así lograr mayor alcance en las obras de caridad, y por todo esto se convirtió en uno de los principales protagonistas del renacimiento católico del siglo XVII en Francia.
San Vicente de Paúl fue llamado a la casa del Padre el 27 de septiembre de 1660, y fue canonizado en 1737 por el papa Clemente XII. En 1855, el papa León XIII lo nombró “Patrono del Amor al Prójimo” y santo protector de todos los institutos de caridad.
Del mismo modo que este gran santo nosotros también digamos: “¿Dónde habita nuestro Señor? En los sencillos de corazón”. Que su obra sea de inspiración para que podamos ver el rostro de Cristo en los más necesitados.