San Francisco de Asís: “Es dándose como se recibe, es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra”
04/10/2022 01:24 pm

Cada 4 de octubre nuestra Iglesia celebra la fiesta litúrgica de San Francisco de Asís, el santo de la caridad, difusor de la paz y el amor, amigo de los más necesitados y amigo de la naturaleza. Además, es el fundador de una de las familias religiosas más grandes que existen. 

Francisco nació en Asís, Italia, en el año 1181 y en su bautismo recibió el nombre de “Juan”. Su padre fue comerciante de textiles y su madre provenía de una noble familia. 

Vivió su juventud entre fiestas, paseos y música, y a sus veinte años luchó en la guerra que se desencadenó entre Asís y Perugia, en medio de este conflicto fue capturado durante un año. Ese tiempo le sirvió para reflexionar y convencerse que su vida debía cambiar. 

Aun así, al salir de la cárcel consiguió más insumos de guerra y volvió a las filas de combate, pero se encontró con un amigo que no tenía dinero para comprar los instrumentos militares, y conmovido le regaló todo su equipo. 

El paso decisivo que le ayudó a discernir sobre cuál había de ser su camino tuvo lugar en 1208, cuando, tomando parte en la celebración de la Eucaristía en la iglesia de Santa María de los Ángeles, la Porciúncula, oyó leer el Evangelio del envío de los setenta y dos discípulos a predicar. Terminada la misa pidió humildemente al sacerdote que le explicase el Evangelio. 

Al oír Francisco que los discípulos de Cristo no debían poseer ni oro, ni plata, ni dinero; ni llevar para el camino alforja, ni bolsa, ni pan, ni bastón, ni tener calzado, ni dos túnicas, sino predicar el reino de Dios y la penitencia, al instante, saltando de gozo, lleno del Espíritu del Señor, exclamó: "Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo de mi corazón anhelo poner en práctica”. 

Acababa de descubrir lo que el Señor esperaba de él: reparar su Iglesia mediante el retorno a la pureza del Evangelio, viviendo en el seguimiento de la pobreza y humildad de nuestro Señor Jesucristo, como servidor humilde a quien nadie teme, y anunciando a todos el evangelio de la paz y la fraternidad.

Desde ese momento mostró indicios de su humildad, y poco a poco su vida cambió. Se volvió un hombre silencioso  y muy reflexivo, muchos suponían que estaba enamorado y a estos señalamientos él respondía que sí “de la novia más fiel y más pura y santificadora que existe”, y se refería a la pobreza. 

Como parte de su proceso de conversión se dedicó a visitar a los enfermos en los hospitales, regalaba sus pertenencias a los pobres, y también empezó a pedir limosna para reparar la iglesia de San Damián. 

La salud de San Francisco se fue deteriorando, los estigmas le hacían sufrir y le debilitaron y ya casi había perdido la vista. En el verano de 1225 lo llevaron con varios doctores porque ya estaba muy enfermo. Poco antes de morir dictó un testamento en el que les recomendaba a los hermanos observar la regla y trabajar manualmente para evitar la ociosidad y dar buen ejemplo. 

Al enterarse que le quedaban pocas semanas de vida, dijo “¡Bienvenida, hermana muerte!” y pidió que lo llevaran a Porciúncula. Murió el 3 de octubre de 1226 después de escuchar la pasión de Cristo según San Juan. Tenía 44 años de edad. Lo sepultaron en la Iglesia de San Jorge en Asís

San Francisco es admirado no solo por su sensibilidad a las injusticias y su cercanía a los pobres, sino también por su amor a los animales y toda la naturaleza creada por Dios y su afán de protegerla.

 
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