Gracias, Dios mío, por el don de la vida, por los ojos que me permiten contemplar las maravillas que tú has creado, por los oídos que me permiten escuchar a los que me hablan, por poder dirigirme a ellos con mis palabras para expresarles mis pensamientos, por el sol que acaricia mi piel y calienta el ambiente, por la luna y las estrellas que iluminan la noche, por el agua que me limpia y me refresca… por todo y por siempre ¡gracias!
En mi vida he recibido muchos arañazos e incomprensiones de los hombres (posiblemente yo también he hecho daño a algunos), pero de ti solo he recibido bendiciones y “gracia tras gracia”: me diste el ser y me hiciste hijo tuyo por el bautismo, me alimentas con tu Palabra y con el Cuerpo de Cristo, me has regalado la Iglesia, en la que puedo vivir la fe y celebrar los sacramentos, me ofreces tu perdón y bendición en el sacramento de la reconciliación y, en el colmo de tu generosidad, me prometes la vida eterna.
A menudo me quejo por lo que no tengo y me olvido de darte gracias por lo que sí tengo, por las cosas sencillas que hacen mi vida más agradable: el olor del café, el sonido de la música, el sabor de las frutas maduras…
Por eso hoy quiero orar con la liturgia de la Iglesia: “Es justo y necesario darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. Pues aunque no necesitas nuestra alabanza, ni nuestras bendiciones te enriquecen, tú inspiras y haces tuya nuestra acción de gracias, para que nos sirva de salvación, por Cristo, Señor nuestro”. Amén.
Padre Eduardo Sanz de Miguel