Cuando se cumplen cien años de algunos acontecimientos importantes vale la pena que no queden en el olvido. Conforme pasa el tiempo se percibe con más claridad la relevancia o influencia que tienen ciertas personas en una sociedad.
Con ocasión del Centenario la Iglesia en El Salvador preparó la peregrinación de las reliquias del Beato Romero por cada una de las parroquias de nuestro país. El recibimiento en las parroquias fue muy festivo: procesiones, Misas, catequesis, etc.
En el marco del Centenario, el Consejo Episcopal Latinoamericano, CELAM, decidió realizar su Asamblea General Ordinaria en El Salvador del 9 al 12 de mayo. Es la primera vez que nuestro país fue sede de tan importante organismo eclesial del continente. El beato Romero es reconocido en amplios sectores eclesiales de América, hasta es llamado el “Santo de América”.
Esta fecha también es una muy buena ocasión para preguntarnos: ¿Qué valoración tenemos cada uno de nosotros de Monseñor Romero?
75 años de sacerdocio
“¡Ya soy sacerdote!”, así anotaba en unas de sus apuntes personales. Era el 4 de abril de 1942. Fue ordenado en Roma, lugar que marcó su vida. Llegó a Roma para continuar su formación sacerdotal. Era un tiempo difícil porque estaba el germen de la Segunda Guerra Mundial.
Pero aquel 4 de abril iba a quedar grabado en su corazón. Había en él un vivo deseo de ser sacerdote. Siguiendo sus anotaciones personales leemos lo siguiente: “La fragancia del óleo derramado en las manos sacerdotales era la caridad de Cristo que se prodigaba a los elegidos. Con el yugo del Señor sobre los hombros, a una con el Pontífice, nuestra voz, omnipotente ya con la divina omnipotencia del sacerdocio reprodujeron sobre el altar el portento del cenáculo: ¡HOC EST CORPUS MEUM!”
“Por tu Sagrado Corazón yo prometo darme todo por tu gloria y por las almas. Quiero morir así, en medio del trabajo, fatigado del camino, rendido, cansado… me acordaré de tus fatigas y hasta ellas serán precio de redención, desde hoy te las ofrezco”. Son palabras que contienen el ardiente deseo de entregarse a Dios por completo en el ministerio sacerdotal. Y así fue. La mayor parte de su vida fue una entrega sacerdotal.
Durante veintitrés años estuvo en San Miguel desarrollando una amplia tarea pastoral: era párroco, confesor y director espiritual de religiosos y religiosas, redactor del semanario diocesano El Chaparrastique, colaborador en la radio diocesana, rector del seminario menor, presidente del comité para la construcción de la catedral, promotor de la devoción a la Virgen de la Paz de San Miguel, etc.
Fue un sacerdote diligente, austero, constante en la oración, examen de conciencia, rosarios, ayunos y penitencias. Fiel a su ministerio.
Mártir no se nace
Me parece oportuno recordar las palabras del Papa Francisco sobre el martirio y que nos ayudan a comprender mejor la entrega del arzobispo Romero. “Mártir no se nace. Es una gracia que el Señor concede, y que concierne en cierto modo a todos los bautizados”. Y agregaba: “El mártir no es alguien que quedó relegado en el pasado, una bonita imagen que engalana nuestros templos y que recordamos con cierta nostalgia. No, el mártir es un hermano, una hermana, que continúa acompañándonos en el misterio de la comunión de los santos, y que, unido a Cristo, no se desentiende de nuestro peregrinar terreno, de nuestros sufrimientos, de nuestras angustias”.
De manera que el mártir Oscar Romero sigue acompañándonos en nuestro diario caminar y su testimonio no lo podemos relegar como una historia pasada sin ninguna referencia a nuestra realidad salvadoreña. Por eso lo invocamos y lo estudiamos para entenderle mejor y aprender a construir la civilización del amor.
El Papa Francisco también recordaba las calumnias que recibió aún después de muerto: “una vez muerto fue difamado, calumniado, ensuciado, o sea que su martirio se continuó incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado”.
Pero ahora que estamos en el Centenario de su nacimiento se percibe mejor su grandeza espiritual, eclesial y social que brota del Evangelio. Quedan atrás las actitudes de miedo o desconfianza hacia su enseñanza de quienes lo rechazaron. Volvamos a escuchar sus homilías, su diario personal para conocerlo más a fondo. Invoquémosle con la certeza que está en el cielo e intercede por nosotros.
(Artículo escrito por el Padre Simeón Reyes)