Nos encontramos celebrando la Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, como finalización del presente ciclo litúrgico.
Nuestra Madre, la Iglesia nos permite celebrar esta solemnidad cada año, recordando que nuestro Señor Jesucristo es dueño de todo cuanto existe. Dicha celebración es la más importante del tiempo litúrgico ordinario, ya que nos muestra la omnipotencia del Señor sobre toda la creación, incluyendo nuestros corazones.
El texto bíblico de ahora está tomado del Evangelio según San Mateo, en el capítulo 25, versos del 31 al 46. En él descubrimos a Jesús hablando sobre un acontecimiento muy singular: La parusía. En la doctrina de la Iglesia, encontramos dos realidades: el juicio particular y el juicio final.
El juicio particular se realiza en el momento de nuestra muerte. Al morir, Dios juzga nuestros actos, si fueron en su presencia o en su lejanía. Sin lugar a dudas, no hay mayor bendición que haberse encontrado con la gracia en el momento de la llamada personal de Cristo a cada uno de nosotros.
El juicio final se realizará al final de los tiempos, cuando Cristo vuelva como juez y Señor del universo. Separando a aquellos que vivieron bajo la sombra de su gracia y la lejanía de su enemistad.
Sin lugar a dudas, esta solemnidad nos invita a reflexionar sobre qué tipo de vida estamos llevando y cuál Cristo nos enseña de manera personal a cada uno de nosotros.
La misericordia es un don que podemos recibir y, a la vez, una gracia que podemos compartir. De ella nace nuestro destino final. Con Cristo o sin Cristo
Finalizar el presente ciclo litúrgico se vuelve para nosotros en un examinarnos sobre cómo estamos sobrellevando y, a la vez, administrando este don que Cristo nos ha confiado de manera personal a cada uno de nosotros.
Viviendo entonces el don de la Misericordia, clamemos al Señor para que, en el final y, a la vez, inicio del presente año litúrgico podamos ser aquellos reflejos sinceros del amor y misericordia de Dios Padre.
Pbro. Luis Alvarado
Asesor espiritual de Lumen El Salvador.
“Tú reinaras este es el grito
Que ardiente exhala nuestra fe.
Tú reinaras oh Rey Bendito
Pues Tú dijiste reinaré.
REINE JESÚS POR SIEMPRE,
REINE SU CORAZÓN
EN NUESTRA PATRIA
EN NUESTRO SUELO
ES DE MARÍA LA NACIÓN